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domingo, 24 de marzo de 2024

Covid(iocia) persistente

    Hace cuatro años, que por marzo era por marzo, en un año también bisiesto como este, en 2020, el planeta fue invadido por un bicho que soltaron los medios masivos de (in)formación y nos lo metieron en todos y cada uno de los hogares, obligándonos, gracias a la mala gestión gubernamental, a permanecer confinados, decían finamente, para no decir encerrados bajo arresto domiciliario tragando informaciones del virus por un tubo día y noche y cumpliendo ridículos protocolos y ordenanzas.

    ¿Eran necesarias tantas medidas y tantas restricciones como nos obligaron a tomar? Para nosotros desde luego que no. Sí para los que organizaron la pantomima enmascarada. Fueron unos días de terror distópico y de calma espeluznante y preciosa que vivimos acojonados. ¿Y qué nos queda de todo esto? ¿De verdad hemos salido mejores como cacareban algunos que íbamos a salir y que todo iba a ir bien? ¿Cambió todo o nada en absoluto? ¿No hemos participado sin querer en un proceso de hipnosis colectiva que nadie ahora quiere recordar?

 

  Cuatro años después, esos días parecen lejanos y débiles como una pesadilla medio olvidada y brumosa, y sólo unos pocos los recordamos como lo que fueron: la aplicación de un programa de encarcelamiento forzoso, de exclusión de los que no nos sometimos al proceso de vacunación y de control social general. El gobierno de las Españas, por su parte, alardea de que el día que se decretó el Estado de Alarma fue el día "que aprendimos a vencer". 

    Aquí y allá se ve gente todavía paseando con mascarillas sanitarias pero su uso no se ha generalizado tanto como muchos vaticinaban. No era tan fiero el león como nos lo pintaban. Nunca, de hecho, el león es como nos lo pintan y como nos lo imaginamos en nuestro deseo o temor. Pero algo sí ha sucedido: La homogeneización es más intensa, las colas más largas, los establecimientos de comida y entretenimiento más llenos, los prejuicios, la paranoia y la incomprensión que ya entonces caracterizaban la comunicación de las personas en las redes sociales han aumentado considerablemente.

      Las multitudes han vuelto pero, extrañamente, la multitud parece más minoritaria.Y también más ansiosa y más cansada, pero esto puede deberse en parte al efecto que ha tenido en millones de personas el llamado long convid o covid persistente o de larga duración que hace por ejemplo a una asturiana de cuarenta años, relativamente joven, que salía en la prensa decir que sufre persistentemente desde hace cuatro años esta extraña enfermedad: "El Covid cambió mi vida. A veces me quedo totalmente paralizada. No puedo ni hablar". No puede trabajar pero la Administración no reconoce su enfermedad, una enfermedad que a fecha de hoy nadie sabe muy bien exactamente en qué consiste, pero que ha dejado una huella indeleble a esta mujer a la que le ha destrozado (o “jodido” como dice ella misma) la vida, que afirma que no puede llevar una existencia normal ni siquiera para el día a día en casa. 


 

   

domingo, 17 de marzo de 2024

Más trinos del demonio

El demonio me susurra al oído que Su Santidad el Papa también a veces en su fuero interno, como todo el mundo, se caga en Dios y en todo lo que hay alrededor.
 
 
 
Dice en algún sitio Freud que el derecho en su origen no era más que violencia bruta, por lo que no puede dejar de renunciar al apoyo esencial de la violencia.
 
Tucídides en La historia de la guerra del Peloponeso llama a la guerra “severa maestra” (o “maestro”, porque pólemos es masculino en griego): didáscalo brutal.
 
Un agencia de viajes oferta destinos cercanos y asequibles para no quedarse en casa en Semana Santa a quienes creen que yéndose se van a librar de sus cadenas.
 
El jefe del gobierno teutón instó a los países europeos a producir material militar masivamente a raíz de la amenaza duradera, según él, que Rusia representa.
 
Las relaciones digitales, que acercan a las personas que están lejos pero alejan a las que están cerca, aíslan a los individuos, si cabe, más de lo que están.
 
 
A la sociedad feudal tripartita de laboratores, bellatores y oratores se han sumado ahora, so pretexto de liberación, las laboratrices, bellatrices y oratrices.
 
 Toda decisión, etimológicamente, es tajante dado que decidere significaba en latín 'cortar de un hachazo, guillotinar hasta degollar a la víctima sacrificial'.
 
Alerta de la Agencia Estatal de Meteorología ante la previsible amenaza de una intensa ciclogénesis explosiva: confinamiento domiciliario: quédate en tu casa.
 
 La Unión Europea y la comunidad científica, según el Periódico Global, “trabajan en la prevención para el futuro”: prevenir el futuro es hacer que se presente.
 
 
Confesémonos, por lo que pueda acontecer, antes de cometer el pecado que vamos a ejecutar irremisiblemente a fin de que Dios, Nuestro Señor nos coja confesados.
 
 Memoria histórica: Planteémonos esta cuestión: ¿por qué nos obligaron a llevar mascarilla durante la pandemia si no había evidencia científica que lo avalara?

No es que os tomaran el pelo con el bozal pandémico, ni que la pandemia toda fuera la sarcástica tomadura de pelo que fue, sino que fue peor: os lo creísteis.

Un idiota es un idiota. Dos idiotas son dos idiotas. Diez mil idiotas son un partido político”. Aunque no lo escribió Kafka, no deja de ser cierto sin embargo.

 Net zero emissions. ¿Emisiones cero neto para un futuro sostenible? ¡Toma futuro que se sostenga! Dijo el demonio soltando un fétido pedo infernal insoportable.

lunes, 11 de marzo de 2024

Los trinos del demonio

El sueño de Tartini, Léopold Boilly (1824)
 
Son 'antifascistas' porque el fascismo es ya un adversario-comodín que les permite no rebelarse contra el capitalismo neoliberal, el único y auténtico enemigo.
 
 Cuando el fascismo es un fantasma del siglo pasado, organizan unas jornadas antifascistas que culminarán en una manifestación a guisa de exorcismo religioso.
 
 Las redes sociales y la conexión continua a la Red Informática Universal intentan paliar un sentimiento de soledad a la vez que, paradójicamente, lo fomentan.
 
 No solo algunos desaprensivos hicieron negocios con la pandemia, sino que la pandemia, calificada popularmente de 'plandemia', fue el mayor negocio programado.
 
 Amor conyugal: La etimología subyacente de la palabra 'cónyuge' revela una imagen terrorífica: la del yugo que empareja a los dos bueyes, los unce y los subyuga.
 
 Lo que le preocupa al Gobierno actual (y a todos los gobiernos habidos y por haber) es la continuidad de su negocio, España, por ejemplo, y su gobernabilidad.
 
 Europa, la princesa que dio nombre a nuestro continente, seducida, arrebatada y violada por el toro de Zeus, está a punto de dar a luz un monstruo horripilante.
 
 La paz se define siempre en relación con la guerra, y si se acabó la posguerra, como ha declarado un analista político, es porque estamos viviendo la preguerra.
 
 La máquina de propaganda gubernamental de las altas instancias no deja de funcionar, tratando ahora de legitimar una posible “guerra preventiva” contra Rusia.
 
 Si Europa va como Mambrú a la guerra a la que la empujan sus dirigentes -¡qué dolor, qué dolor, qué pena!- no volverá viva sino muerta que llevan a enterrar.
 
 ¿A quién le interesa dividirnos entre nacionales y extranjeros, cristianos y musulmanes, creyentes y agnósticos, izquierdas y derechas, sino al Poder ejecutivo?
 
 La catástrofe no es que todo se venga a bajo de repente, como suele pensarse, sino que, como pontificó Walter Benjamin, todo siga igual: eso es lo catastrófico.
 
 La rebeldía contra la imposición de una identidad sexual no consiste en ser cisgénero ni tampoco trasgénero, posturas que no hacen sino reforzar la identidad.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

Expertos virólogos

    La enfermedad que supuestamente trajo el virus coronado cosecha del 2019 ha sido la primera gran pandemia del siglo XXI pero no será la única según expertos virólogos, que ya saben o creen saber más bien cómo será la siguiente, que llegará antes de lo que imaginamos, y, aunque no esté bien hablar del futuro cuando no está presente, nos advierten de que puede aparecer en el momento menos pensado, ahora mismo por ejemplo, cuando más descuidados estamos, ya que el aumento de la movilidad viajera por el mundo -todo el mundo es un culo inquieto que quiere moverse para creer que el movimiento existe y se demuestra andando de la ceca a la meca frenéticamente- puede dar como resultado que una enfermedad se expanda rápidamente habida cuenta de la promiscuidad del género humano, poco amigo de la anacoresis. 
 
    Hemos visto cómo la enfermedad del dichoso virus entronizado que al principio tenía una letalidad alta en China fue perdiendo fuelle a medida que se extendía y ganándolo a medida que más se hablaba de él y era más real, pero los expertos creen que la próxima no será tan benigna como la vivida, sino todo lo contrario: será brutal, absolutamente letal, y no quedará vivo ni Dios sobre el planeta. 
 
 
 
   En vista de lo visto, los expertos calculan que China puede ser otra vez el escenario donde vuelva a hacer su aparición estelar el nuevo virus, dado que es una zona del mundo densamente poblada, en la que cualquier virus puede expandirse rápidamente y pasar cualquier cosa. 
 

    Los medios occidentales, de hecho, ya han propagado la noticia de que una nueva y misteriosa enfermedad, una neumonía desconocida, barría las escuelas chinas, y que los niños eran esta vez los más afectados. De hecho la OMS ya se frotaba las manos instando al país a restablecer la imposición de mascarillas y la distancia social ante lo que se pensaba que iba a ser la nueva versión de COVID-19, la 2.0. 
 
    El pobre Tedros, el taumaturgo que quiere dejar de ser nuestro consejero espiritual sanitario porque nos quiere gobernar a todos, ya se frotaba las manos ante la posibilidad de poder sacarse de la manga otra pandemia como aquella que vivimos peligrosamente, pero resulta que van los chinos y le dan en los morros diciéndole ahora que el aumento de enfermedades respiratorias que se está produciendo ahora mismo en ese gran país se debe a gérmenes estacionales y no a “patógenos inusuales o nuevos”, según quería el director general de dicha Organización. 
 
    ¡La cara de tonto que se le habrá quedado al pobre Tedros! Pero no nos preocupemos: las vacunas y los nuevos protocolos de seguridad que ya está diseñando la OMS y sus expertos nos salvarán, como salvaron tantas vidas... 
 
 

 
    Cuando alguien hace afirmaciones supuestamente científicas que no pueden comprobarse empíricamente como esta que acabamos de formular y las damos como verdades absolutas, reconocemos enseguida que es un político, es decir, un mentiroso: que está mintiendo, porque está gobernando y porque gobernar es mentir. Me refiero a afirmaciones como: "Las vacunas han salvado millones de vidas". Nunca sabremos qué hubiera pasado sin las presuntas vacunas, pues no ha ocurrido, por tanto no es comprobable, pero sí sabemos lo que está pasando: que la gente joven ¡y vacunada varias veces! que no tenía que morirse todavía porque las parcas no habían cortado el hilo de sus vidas, se muere, se sigue muriendo inexplicablemente de repente...

lunes, 16 de octubre de 2023

Las calles

    Durante la pandemia era desolador contemplar el vacío de las calles, la soledad de las calles, la desolación de las calles: vacío, soledad, desolación. La calle, el espacio público, se había convertido de la noche a la mañana en una fuente de contagio. Se nos recluía en nuestra privacidad bajo arresto domiciliario y las autoridades sanitarias decían que era por nuestro propio bien. Era  como un castigo, como cuando de pequeños nuestros padres nos castigaban sin salir de casa, sin poder ir a jugar, sin poder echarnos a la calle...
 
    Fuera había peligro de muerte. Estaba en el aire, que así se volvía irrespirable. La consigna más coreada era "Quédate en casa". Si por alguna razón había que salir para hacer acopio de víveres o por cualquier otra necesidad, había que hacerlo con la debida justificación enmascarado y guardando la distancia de seguridad establecida con los otros. El virus eran los otros, y los otros éramos nosotros.
 
    Al mismo tiempo, se instauraba la vigilancia del vecindario desde las ventanas y balcones. Se denunciaba a quien osaba romper el confinamiento. Las cámaras de vigilancia, silenciosas, hacían su labor. 
 
  
    La calle, que había constituido hasta entonces la red social y había sido el ágora y el foro en el que se hablaba, se encontraba uno callejeando con los demás y quizá también consigo mismo al dejar que los demás lo encontraran a uno, se caminaba, se paseaba, se soñaba, se trabajaba o se sufría, se hallaba por orden gubernamental deshabitada. 
 
    En otros tiempos las calles y los parques estaban llenos de vida, eran la segunda vivienda de la gente, que pasaba gran parte de su tiempo en la calle, fuera de su casa. Ahí jugaban niños y niñas, ahí se tomaba la fresca en verano, se charlaba y se compartían las noticias de lo que ocurría. 
 
Ni un alma en las calles
 
     La calle era también un espacio de subsistencia, donde las gentes con menos recursos o sin trabajo temporalmente se buscaban la vida a través de la venta ambulante (siempre perseguida tanto entonces como ahora), la recogida de chatarra, el afilado de cuchillos, la venta de pequeños hurtos o la prostitución de quienes tenían que "hacer la calle". 
 
    Pero las calles se han convertido en carreteras para el tráfico rodado. Los coches se han apoderado de ellas, tanto para circular como para su estacionamiento. Las calles ya no son un lugar de encuentro ni de juegos infantiles en las ciudades.
 
 
    Y las calles, los espacios públicos, se convertían en espacios publicitarios: las grandes marcas comerciales y los partidos políticos las ocupaban con sus mensajes que incitan al consumo compulsivo de inutilidades y con consignas propagandísticas durante las «fiestas electorales». 
 
 
 
       Finalizado el experimento de la pandemia, se diría que las calles han vuelto a ser lo que eran, pero no es verdad, porque la gente ya no es como era: hemos cambiado mucho. No hemos salido ilesos y sin magulladuras. Poco a poco, la gente se ha ido retirando de las calles, refugiándose en su casa y en la virtualidad de las redes sociales y en los seriales televisivos que nos distraen de la realidad. 
 
    Pero es que hay más: Sin duda, la calle se ha convertido en un espacio de control y disciplina gracias a las cámaras de vigilancia, los guardias de seguridad privados en la entrada de bancos y grandes almacenes, y gracias a la policía, que ahora denomina a su labor d entro del estado policial "hacer pedagogía".

domingo, 7 de mayo de 2023

THE pandemic END

    En el cómic, publicado en 2017 bajo el título de 'Astérix en Italia', los dos simpáticos protagonistas, Astérix y Obélix, incorrecto este último políticamente dada su obesidad mórbida,  se enfrentaban en una carrera de cuadrigas (mejor que cuádrigas que tanto se oye), que son los carros tirados por cuatro caballos -había también bigas y trigas de dos y tres respectivamente-,  a un tal Coronavirus, sí, así se llamaba, que era un malvado personaje... enmascarado.

    Hay un guiño indudable en el cómic a la espectacular carrera del circo de la película Ben-Hur de William Willer (1959): los caballos de Astérix son blancos como la nieve inmaculada, y representan el bien, mientras que los del auriga enmascarado (y su fiel Bacillus) son negros como los del pérfido Mesala, y personifican, por lo tanto, la maldad. 
 
 
    Astérix y Obélix, los personajes antológicos creados por Uderzo y Goscinny y recreados por los actuales encargados del cómic, Jean-Yves Ferri y Didier Conrad, se enfrentan a un misterioso rival, llamado 'Coronavirus', o sea el virus o veneno coronado.
 
 
    Los irreductibles galos que poblaban aquella "aldea que resiste, todavía y siempre, al invasor", tuvieron que vérselas con el fiero Coronavirus, que no era tan fiero sin embargo como lo pintaban los políticos y los medios de comunicación, ni tan invencible como parecía,  porque, a punto de ganarles la partida, sufre un accidente en el último momento a escasos metros de la meta, lo que origina su derrota y la victoria de los simpáticos amigos. 
 

     Al despojarse Coronavirus de la máscara, el lector descubre que, tras ésta, se escondía, no podía ser menos, el virus más mortífero que hay, el mismísimo Julio César, el enemigo invasor imperialista y globalizador ávido de hacerse con el triunfo, el Poder absoluto. 
 
    Téngase en cuenta que el término 'coronavirus' data de los años 60 del siglo pasado y que hay una docena de tipos conocidos de virus coronados, todos ellos inofensivos, pero este era el más pernicioso de todos, porque no era un inocuo virus, como ha quedado demostrado, sino el mismísimo Poder que nos confinó entre las cuatro paredes de nuestro dulce hogar, nos obligó a enmascararnos y a guardar la distancia con los demás y sólo nos concedía un salvoconducto para viajar y acceder a eventos sociales si nos inoculábamos una sustancia experimental que ha resultado al fin y a la postre más peligrosa que la novedosa enfermedad más vieja que el catarro que pretendía combatir. 


     Y resulta que viene ahora la OMS, y el señor Tedros Adhanon  Ghebreyesus que la regenta se quita la mascarilla, y pone fin a la farsa pandémica tres años después de declarada la 'emergencia sanitaria internacional' digna de la doctrina secreta del doctor Knock con veinte millones de víctimas, según su falaz estimación, a sus espaldas, muertos que justificarían las injustificables medidas implementadas. Y todavía habrá algún gilipollas que crea que, si no hubiéramos hecho lo que hicimos, obedeciendo a los que nos lo mandaron, habríamos muerto todos, o, al menos, ya que no la totalidad, la mayoría.
 

domingo, 23 de abril de 2023

¿Va todo bien?

    Todo irá bien, nos aseguraban. Y a continuación nos endilgaban la consigna gubernamental del confinamiento: ¡Quédate en casa! ¡Salva vidas! ¡Sigue a la Ciencia! Pero aunque ahora quieran pasar página apresuradamente, hay que decir que no ha ido todo bien, sino al contrario: todo ha ido mal, francamente mal. Y va de mal hacia peor.
 
 
    La pandemia ha dejado una huella indeleble en todos, pero especialmente en las nuevas generaciones y en los ancianos que no se llevó por delante con las medidas de confinamiento y distancia social que se implantaron para enloquecernos, porque de lo que se trataba era de dinamitar nuestra salud mental volviéndonos psicóticos. Pero la verdadera pandemia empieza ahora de verdad. 
 
    Nuestras vidas han cambiado. El confinamiento -eufemismo que disimulaba lo que era el vulgar encierro de un arresto domiciliario en toda regla- modeló nuestro comportamiento en una medida mucho mayor de lo que nos gustaría. 
 
    Muchos se vieron obligados a trabajar desde casa, y aunque en principio la cosa parecía tener sus ventajas, pronto se dieron cuenta de que habían metido al enemigo -el trabajo- en el hogar. En seguida descubrieron que no podían compaginar el laburo con su vida privada y sus ocios. No tenían un horario fijo y a veces acababan currando a altas horas de la madrugada. 
 
    A lo cual se añadía el problema de que la gente no podía relacionarse con sus compañeros de trabajo, cosa que al principio a algunos les parecía ventajosa, pero pronto se vio que era una condena a la soledad que arruinaba la vida social. 
 
    La gente empezó a desconfiar de los demás. No es que antes confiaran mucho en sus semejantes, pero ahora desconfiaban sistemáticamente de todo hijo de vecino. Un simple e inocente estornudo síntoma de un resfriado común y corriente se interpretaba como si hubiera explotado una bomba atómica. 
 
 
    La restricción social y el distanciamiento tuvo en algunos un impacto inicial positivo en su estado de ánimo, por lo novedoso de la situación que parecía invitarnos a la introspección y al recogimiento, pero la alternancia de períodos de reclusión con sus toques de queda militares, cuarentenas y salvoconductos para viajar y entrar en los restaurantes y demás lugares de alterne si no nos habíamos inoculado, y los períodos de libre circulación desestabiliza el equilibro mental de cualquiera.
 
    Algunos, hacia el final del segundo confinamiento, comenzaron a padecer episodios depresivos.  Muchos adolescentes, enmascarados en sus centros de estudios, declaraban en sus redes sociales cosas terribles como: “Siento ansiedad, soledad, cansancio constante, angustia, pesimismo, un nudo en el estómago...Todos vamos a morir. 
 
    La pandemia que declaró la OMS ha tenido un impacto dramático en la salud mental de toda la población, afectando particularmente a niños, adolescentes y ancianos. A nivel mundial, pero también en el Reino de España hubo un aumento de la violencia doméstica y los problemas de convivencia.
 
    Aumentaron todos los comportamientos adictivos, destacando la adicción a Internet, que lograba imponerse como medida higiénica -el mundo real era peligroso porque circulaba un virus letal-, y se generó la actual adicción a las series televisivas, que lograban imponerse y provocar empachos y atracones. 
 
 
 
    Lo falso -un virus letal en la realidad- se volvía verdadero y lo verdadero -el virus letal de todas las pantallas- se volvía falso, y nos aferrábamos al móvil como a un clavo ardiendo para asomarnos al mundo exterior y comunicar con los demás. 
 
    La depresión, la ansiedad, el estrés, la fatiga, los trastornos del sueño y de la alimentación también registraron un considerable aumento. Los niños soportaron una pesada carga al perder su rutina diaria y su socialización, pero los ancianos también sufrieron un duro golpe. Los pacientes con demencia en particular mostraron un deterioro considerable debido a su aislamiento de la sociedad. 
 
    Sin embargo, los efectos en la salud mental no se limitaron a los dos años pandémicos, ya que, después de la pandemia, han venido otros desafíos: la crisis energética, la guerra de Ucrania, la crisis climática, y la siempre presente crisis económica que se traduce en la subida del IPC.
 
    Ha surgido, además, la repentinitis, como se ha dado en llamar al incremento de muertes súbitas de gente saludable que no llega a los hospitales y que las autoridades sanitarias se niegan a investigar, o cuando se les piden explicaciones, responden incoherencias tratando de normalizar lo escandalosamente anormal. O callan como putas o dicen que se deben al cambio climático, al tabaco o al alcohol y las drogas, o a la pertinaz sequía que atravesamos ahora fruto del cambio climático producido por las olas y oleadas virales, o por las siestas prolongadas, que, cosa desconocida hasta ahora, producen ictus e infartos de miocardio... 
 
 

    Los trastornos mentales comunes como la depresión, las fobias, los ataques de pánico, las crisis de ansiedad y del sueño han aumentado con la pandemia y siguen causando estragos en la post-pandemia decretada por las autoridades sanitarias que se apresuran en pasar página y "a otra cosa, mariposa".
 
    No hace falta ser ningún lince para diagnosticarnos a todos estrés postraumático, y una nueva pandemia no declarada por la OMS, pero sí inducida, de falta de estabilidad mental, debida a las secuelas de las medidas sanitarias de choque implementadas por los protocolos sanitarios, que no saludables: proceso traumático que nos deja el encierro, la incertidumbre, la ansiedad y el miedo paranoico a los demás. 
 
    Como dice un amigo: El nuevo mundo post-pandémico ha alterado la realidad hasta límites insospechados sumergiéndonos en catástrofes, desastres, colapsos y constantes crisis que configuran la virtualidad del espectáculo.

miércoles, 8 de marzo de 2023

¿Cuándo lanzamos la nueva variante?

     Matthew John David Hancock, más conocido como Matt Hancock, miembro del partido conservador británico y Secretario de Estado de Salud y Asistencia Social del Reino Unido desde el año 2018 hasta junio de 2021 en que dimitió por haber violado los protocolos del virus coronado que su propio gabinete de Gobierno y Ministerio habían decretado, habiendo mantenido un tórrido encuentro sexual en su despacho con su asesora y amante que no pasó desapercibido al ojo indiscreto de la cámara de seguridad, deseoso de amedrentar a la población (frighten the pants off everyone, literalmente asustar los pantalones de todo el mundo acudiendo apresuradamente al retrete para no hacérselo encima) con el fin de que cumpliera los protocolos que él mismo no cumplió y se olvidara de los quebraderos de cabeza que estaba trayendo a su país el dichoso Brexit  o salida exitosa que al final resultó un chasco de la Unión Europea, escribió un guasap bastante significativo de lo que ha sido todo esto del virus coronado que todavía algunos se empeñan en mantener vivito y coleando, que decía “¿Cuándo lanzamos la nueva variante?” (When we do deploy the new variant).



    Otras revelaciones como la del CEO de Moderna Stéphane Bancel, declarando que su empresa fabricó 100.000 dosis de la vacuna contra el COVID-19 en 2019, antes de que la OMS hubiera declarado la pandemia universal, vendrían a demostrar que la presunta no se hizo apresuradamente y se aprobó por vía de urgencia para curar la pandemia, sino, al revés, se implementó la pandemia para justificar la imposición de los pinchazos, o sea que fue antes la tirita que la herida.

    Cada vez resulta más evidente, ahora que pronto se cumplirá el tercer aniversario del confinamiento, para el que no esté ciego y lo quiera ver, que todo el tinglado pandemencial este de la pandemia no fue más que una operación de guerra psicológica destinada a controlar y a gobernar a la gente, por si hiciera falta, que parece que sí lo hacía, más aún de lo que estábamos.


martes, 17 de enero de 2023

¿Cómo nos vendieron la moto?

    ¿Cómo nos vendieron la moto de la “vacunación”? Pues con el cuento de la ciencia y de un modo muy grosero, con una propaganda que apelaba más a las vísceras que a la razón. Nos decían con todo tipo de métodos pedagógicos -adoctrinadores- audiovisuales y mareándonos con datos estadísticos que si queríamos volver a la normalidad que previamente nos habían secuestrado en nombre del fetiche del Bien Común teníamos que prestar el músculo deltoides del brazo a un pinchacito de nada como el de un diminuto mosquito insignificante... Que no nos preocupáramos porque no íbamos a enterarnos. 
 
    Como consecuencia del mágico pinchazo que dura lo que un abrir y cerrar de ojos, se abría como por arte de magia, gracias al "ábrete, sésamo" todo lo que previamente había sido clausurado por razones sanitarias: una boutique de ropa cerrada durante el confinamiento decretado por la emergencia sanitaria, un restaurante también clausurado donde no se podía comer sin el certificado de inoculación, un cine, un teatro, una sala de conciertos, un viaje a París... La oficina, que había estado cerrada, se abría también como consecuencia de la inyección y los oficinistas, que habían estado trabajando en línea desde su casa, podían volver a tomar el café de la máquina y a relacionarse con sus compañeros como antes de la pandemia como si no hubiera pasado nada... 
 
 
 Mediojuego médico, Yulia Napolskaya (1973-...)
 
    Se abrían la noria de la feria, la bolera y el estadio de fútbol, que habían estado cerrados a cal y canto por razones supuestamente sanitarias para evitar los contagios que hubiera sido mejor no haber evitado, porque de esa manera, exponiéndonos al peligro, habríamos desarrollado nuestro sistema inmunitario... Pero se trataba de lo contrario: acabando con la inmunidad natural tendríamos que recurrir a la artificial farmacopeica.  
 
    A continuación nos recitaban el siguiente mantra: “Con cada 'vacuna', la vida se retoma”. Salta a la vista que la vida que se retoma es la que previamente se ha negado esgrimiendo la razón sanitaria del bien común, de lo que se deduce fácilmente que nos han negado la vida -la vieja normalidad- para vendernos la moto de la vacuna con el cuento de la ciencia y de los expertos de los platós televisivos... 
 
    Da la sensación de que la razón de tanto cerrojazo ha sido el sometimiento de la gente a las restricciones del Ministerio de Sanidad que como la madrastra de Blancanieves nos ofrece ahora una manzana envenenada que nos sumirá en un profundo sueño... 
 
    Ha logrado imponerse la iatrocracia o iatrarquía, que viene a ser lo mismo con distinto sufijo griego: el gobierno de la clase sanitaria, no de los médicos que curan a los pacientes, sino de las autoridades sanitarias, es decir, de los políticos profesionales que se ampara bajo el fetiche de la Sanidad, que no es lo mismo, y la ortodoxia de una supuesta Ciencia vendida a la copa de Higía y a la serpiente enrollada en ella, que es a la vez la causa y el remedio, el veneno y el antídoto de la enfermedad imaginaria, a la gloria mayor de la industria farmacopeica. 
 

 
   Hay quien piensa que la mascarilla persistente en los transportes públicos españoles nos hace parecer más atractivos de lo que somos, porque deja a la imaginación de los demás nuestras facciones que ocultan so pretexto de impedir la entrada y la salida de víruses patógenos, y la imaginación lo que hace es idealizar esas facciones, suponiendo la proporción y la simetría en unos rasgos que posiblemente no tengan esas cualidades. Y a los adolescentes les permite, además, ocultar el acné juvenil que a esa edad tanto suele acomplejarles. Quizá por eso, y por el miedo al recíproco contagio del síndrome, mejor que la enfermedad, del virus coronado, algunas personas adoctrinadas prefieren ocultarse detrás de ese parapeto, aun cuando como ahora no sea obligatoria fuera de los transportes públicos y recintos hospitalarios, que, además, nos permite pasar desapercibidos cuando no queremos saludar a alguien.
 
    (Entre paréntesis, he llegado a leer en un periódico supuestamente serio cuyo nombre no voy a mencionar porque me produce cierta vergüenza ajena un artículo donde una psicóloga clínica afirmaba que la mascarilla nos aporta un encanto especial que no tenemos, un atractivo sexual, diríase, semejante al de la lencería, como si fuera una prenda erótica íntima de fetichismo y fantasía). 
 
    La grosera propaganda acaba diciendo: “Estamos todos vacunados, todos protegidos.” Pero después de tan reconfortante mensaje aparece un letrero que nos advierte de que eso no significa que las cosas vuelvan a ser como eran antes de la declaración de alarma sanitaria, pese a la redención que iba a aportarnos la sacrosanta eucaristía vacunal. No nos hagamos ilusiones. Hay que convivir con el virus y habrá que vacunarse todos los años, como se hacía con la gripe, lo recuerdan. Por el momento, aunque vacunados, sigamos aplicando los gestos de barrera y llevando mascarilla en interiores concurridos, no vaya a ser que, como es más que probable, acabemos contagiándonos. Y la gente se pregunta como siempre desde que el mundo es mundo que por qué.

sábado, 31 de diciembre de 2022

Se acabó lo que se daba

    Se acabó, efectivamente, lo que se daba, y no me refiero al año 2022, que también se acaba, según dicen los que creen en el calendario, sino a la monarquía pandémica del virus coronado.  

    La pandemia de COVID-19, que es lo que se venía dando día y noche por todos los medios habidos y por haber desde marzo de 2020, puede considerarse superada, según el reputadísimo virólogo alemán Christian Drosten, jefe de virología del Hospital Universitario La Charité de Berlín y diseñador de la prueba PCR ad hoc que detectaba su existencia, y por lo tanto máximo responsable de su propagación mediática,  que declaró al diario Tagesspiegel de aquel país: “Estamos experimentando la primera ola endémica de Sars-CoV-2 este invierno. En mi opinión, la pandemia ha terminado", refiriéndose al virus coronado. 


     Como Drosten no da puntada sin hilo, hay que prestar atención a sus palabras: la razón de que haya terminado la pandemia que declaró la OMS y que él certificó con su fraudulento test, no es que hayamos acabado con el virus derrotándolo en la guerra sin sentido que le declaramos, o que se haya extinguido por arte de magia y birlibirloque desapareciendo de la faz de este mundo, sino que, todo lo contrario, se ha hecho endémico, es decir, está en toda la población, en el demos, como dice la palabra griega, que es seguramente lo que se pretendía: democratizarlo, nunca extinguirlo, sino convivir pacíficamente con el virus. 

    Acudamos para aclarar la noción al diccionario de la docta Academia, que así define el término 'endemia', explicando su etimología:  un galicismo (del francés endémie), tomado a su vez del griego ἔνδημος (éndēmos) 'endémico', compuesto por su parte de ἐν, que significa 'en', y δῆμος, que quiere decir, como se sabe, la población: “Enfermedad que se da habitualmente, o en épocas fijas, en una zona.” O sea, igual que la gripe estacional que decían que había desaparecido milagrosamente gracias a las mascarillas cuando apareció el coronavirus, y más viejo que el catarro de Matusalén.  O, dicho con otras palabras: originario de un país, indígena, opuesto a ξένος (xénos), que es 'extranjero': ya no es el virus chino, como se dijo al principio, ya es patrimonio nacional.


     Hemos nacionalizado, efectivamente, el virus gripalizándolo y dándole carta de naturaleza en primer lugar y también ciudadanía. Este adjetivo ἔνδημος (éndēmos) se aplicó significativamente en griego a dos sustantivos principalmente: πόλεμος (pólemos), 'guerra', y así puede hablarse de guerra endémica o guerra civil; y  sobre todo a lo que nos interesa aquí: νόσημα (nósēma) 'enfermedad'. Así hemos llegado a lo que es ahora el COVID-19, no lo que era en principio, una vulgar epidemia estacional, y enseguida, habida cuenta del cambio de significado del término, una pandemia, sino -¡atención a este otro cambio semántico!- una enfermedad endémica, una endemia según el reputadísimo doctor.

    El renombrado virólogo achaca el final de la pandemia en Europa al éxito de la campaña de vacunación orquestada por la Unión Europea, y afirma, contrafactualmente, algo que no se puede corroborar, algo que no hay Dios que pueda demostrarlo, como decían los teólogos medievales de la contrafactualidad, que “si no se hubiera hecho nada, habría habido un millón o más de muertes en Alemania”. Esas muertes de más que, según él, habría habido no pueden demostrarse porque no sabemos qué hubiera sucedido en caso contrario: lo único que sabemos es lo que ha pasado y sigue pasando: que la gente se sigue muriendo, que hay incluso según todos los contadores un exceso de mortalidad considerable, y que las causas de esas muertes permanecen inexplicadas. 

    El ministro de Justicia teutón solicitó rápidamente el levantamiento de las últimas medidas restrictivas que todavía imperaban en Alemania, donde se mantenía, como en España, el uso obligatorio de mascarillas en el transporte público y en hospitales, centros asistenciales y consultorios médicos.

viernes, 9 de diciembre de 2022

Triplandemia 'made in USA'

    Durante una reciente conferencia de prensa, la directora de los CDC (Centros para la Prevención del Control de Enfermedades), la doctora Rochelle P. Walensky, alentó a los estadounidenses a usar mascarillas para reducir la propagación de la triplandemia o triple pandemia de enfermedades respiratorias durante las fiestas navideñas, así como a revacunarse y a alejarse de los demás. 
 
 
 Euristeo se mete en una tinaja muerto de miedo ante el can Cérbero que le trae Heraclés.
 
    Asustaba así a los norteamericanos como asustó Heraclés a su primo Euristeo cuando en el último y más difícil de sus doce hercúleos trabajos le presentó, recién traído de los infiernos, al monstruo de las tres cabezas, el tricefálico can Cérbero, el guardián de la mansión de Hades. Las tres cabezas del monstruo tricefálico con que nos amenazaba la doctora son la vieja Gripe de toda la vida -que había desaparecido ilusoriamente de la faz del mundo gracias a las mascarillas, dicen sus defensores, ya que no gracias a las fraudulentas vacunas-, el Covid-19 y el VSR o VRS (RSV en la lengua del Imperio), que es el Virus Sincitial Respiratorio o Virus Respiratorio Sincitial, si se prefiere, en nuestra lengua, que afecta sobre todo a los niños, pero también a los adultos, para el que todavía no han encontrado la panacea de la vacuna. 
 
 
  
     Para limitar el daño de esta triple circulación de virus, la directora de los susodichos CDC estadounidenses alentó a todos los estadounidenses elegibles a recibir los refuerzos de las vacunas el covid, y, de paso, la de la gripe, que no está de más. 
 
    Si a principios de septiembre, el presidente gagá de los United States of America había declarado durante una entrevista que, colorín colorado, la pandemia había terminado en el Nuevo Mundo, resulta que no, que el viejo estaba chocho y por lo tanto chocheaba. No sólo no ha terminado la pandemia, sino que se ha triplicado porque a fecha de hoy, además del virus coronado, tenemos epidemia de gripe que también golpea a los Estados Unidos, reaparecida misteriosamente, y virus sincitiales varios. 
 
 
   La Señora Walensky predicando con el ejemplo.
 
    Actualmente, las hospitalizaciones están en su punto más alto, ante lo cual la señora Walensky, que ha predicado con el ejemplo vacunándose y enmascarándose, recomienda usar mascarilla para reducir el riesgo de contagiarse y de propagar virus respiratorios durante las entrañables fiestas navideñas. La doctora Walensky dijo que Estados Unidos se enfrenta actualmente a una nueva ola de enfermedades, una nueva sobrecarga de su capacidad hospitalaria y al riesgo de una muerte trágica que es totalmente prevenible si se utilizan las vacunas y las mascarillas. 
 
    También se recomienda la adopción de gestos de barrera y medidas sanitarias como lavarse las manos, aislarse cuando se está enfermo o aumentar la ventilación durante la temporada de virus respiratorios. Nada nuevo. Los Estados Unidos se encontrarían, según las autoridades sanitarias, en medio de una tormenta con la circulación simultánea de estos tres virus respiratorios: una triplandemia, por si no teníamos bastante con la de los dos años pasados.
 

viernes, 2 de septiembre de 2022

Sinvergonzonería

    La sinvergonzonería de algunos personajones no tiene parangón. El Director General de la Organización Mundial de la Salud, el señor Tedros Adhanom Ghebreyesus, que es uno de ellos, ha señalado que se espera -es decir, se teme tanto como se desea que así sea- un considerable aumento de las hospitalizaciones y muertes por COVID-19 en los próximos meses "ante la proximidad de un clima más frío en el hemisferio norte", supongo que quiere decir ante la llegada del invierno.

    Reconoce, sin embargo, la favorable evolución de la pandemia, que se traduce en un “descenso de las muertes notificadas (sc. por COVID-19) en todo el mundo", dato que sin embargo contrasta con el aumento de mortandad por todas las causas que se detecta en muchas comunidades autónomas españolas y en muchos países con altas tasas de vacunación contra dicha enfermedad, pero eso no lo menciona en absoluto.

    Y como de lo que se trata es de meter miedo para que la gente corra a vacunarse si no lo ha hecho ya y a ponerse el refuerzo si está vacunada, ha recordado que las subvariantes de ómicron "son más transmisibles que sus predecesoras”, y ha subrayado, aunque es cosa que no se sabe, que “sigue existiendo el riesgo de que haya variantes aún más transmisibles y peligrosas”

    El peligro teórico de que venga el lobo siempre existe. Pero lo más probable es que si viene se le dé caza pese a tratarse de una especie protegida y en peligro de extinción. La OMS se aprovecha con toda la desfachatez del mundo de la hipótesis teórica, que no práctica de que surja una variante mucho más contagiosa que las actuales que se saltan a la torera la inmunización que decían que proporcionaba el doble suero inyectado, y que sea al contrario que estas, que son bastante inofensivas, mucho más peligrosa, para infundirnos pánico y hacer que corramos a inyectarnos lo que sea.

    Lo único que les interesa a este señor y al organismo que regenta es que aumente a toda costa la cobertura de la vacunación entre las personas de mayor riesgo que según él "sigue siendo demasiado baja, especialmente en los países de bajos ingresos". Pero resulta que en los países de ingresos altos la cobertura le parece todavía muy poca: “el 30% de los trabajadores de la salud y el 20% de las personas mayores siguen sin vacunarse.” Él querría que la tasa de vacunación fuera totalitaria, del 100%, a ser posible sin ningún resquicio. Todos vacunados. Todos protegidos. ¿Por qué, si se ha visto que las vacunas no funcionan? Porque trabaja para la industria farmacéutica de la Gran Farmacopea, que es la que le unta a él y a la organización que timonea. 


    Lo que no se entiende es que afirme con todo el descaro y desparpajo del mundo que estas lagunas o faltas de cobertura que él detecta “suponen un riesgo para todos nosotros”. Si “todos nosotros”, como dice él refiriéndose al setenta u ochenta por ciento de la población mundial, estamos inmunizados no se entiende el riesgo que corre la mayoría porque haya una cuarta parte que no lo esté. En todo caso sería esa minoría no vacunada y desprotegida la que correría el riesgo si la mal llamada vacuna protegiera.

    No se entiende, ya digo, esta terca obstinación en la vacunación que raya en paranoia. El gerifalte cacarea cual gallina clueca: “Así que, por favor, vacúnate si no lo estás, y ponte una dosis de refuerzo si es recomendable que te la pongas”. 

    La pandemia de coronavirus tiene que seguir. Pone este ejemplo, comparándola con la lluvia: “Si sales a caminar bajo la lluvia sin paraguas, fingir que no llueve no te servirá de nada. Te seguirás mojando.” Por supuesto que si llueve y salimos a caminar sin paraguas vamos a mojarnos, pero si tú llevas un paraguas que no abre o que si abre tiene las varillas rotas, vas a mojarte igual que yo que no lo tengo, como recordaba Juan Manuel De Prada en un artículo genial publicado en ABC. Y si tú tienes un paraguas en buen estado y lo abres y te protege de la lluvia ¿qué problema hay en que yo me moje? ¿Vas a solidarizarte conmigo y vas por eso a dejarte empapar bajo la lluvia?

    Estas 'sencillas precauciones' que recomienda para evitar infectarse -vacunarse si uno no lo está o ponerse una dosis de refuerzo si es el caso- no evitan como se ha comprobado la infección ni, en el peor de los casos, enfermar gravemente o morir. ¿De qué sirven si no es para hacer caja? ¿Son acaso un amuleto? ¿O son algo peor que eso? No nos engañemos. 

Una invitación a razonar

    Dice el señor Adhanom que “fingir que un virus mortal no está circulando es un gran riesgo”. Y fingir que circula, digo yo, es una patraña que solo pretende engañar a la gente para que siga sometiéndose a tratamientos experimentales. No deberíamos preocuparnos por lo que no ha pasado ni pasará, sino por lo que pasa ahora mismo. Y ahora mismo no está circulando ningún virus mortal. Fingir que lo está haciendo es faltar a la verdad. En realidad nunca ha circulado ningún virus mortal. 

    La que sí está circulando, y mucho, y habría que preguntarse que por qué, es la Señora de la Guadaña, que está segando vidas con su afilado dalle más de lo normal. Hay, en efecto, un exceso considerable de muertes según revela el Momo, la base de datos de monitorización de la mortalidad. Eso, que es lo que sucede, no le preocupa a este descarado caradura ni tampoco al organismo que dice velar por la salud mundial.

    Tampoco les preocupa mucho a nuestras autoridades sanitarias, que preguntadas sobre el particular, dicen que hay varias causas que explican los óbitos: el calor excesivo que hemos padecido, el envejecimiento de la población -ya se sabe que a los viejos les llega más temprano que tarde la hora de la verdad- y al inexistente pero persistente virus coronado. Vienen en resumidas cuentas a decirnos las susodichas autoridades que, como cantaba Gabinete Caligari, la culpa, que es la versión religiosa de la causa, fue del chachachá.

viernes, 26 de agosto de 2022

Los hijos metálicos de la tierra (1)

    Una mentira, a fuerza de repetirse, se ha dicho muchas veces, acaba creyéndose y si no resulta verdadera adquiere fuerza de verdad de alguna manera, independientemente de su intrínseca falsía. Platón pretende inculcar a la ciudadanía lo que él llama una “noble mentira” que no haga daño a la sociedad, porque, como repetía Sócrates, nadie hace mal a sabiendas o voluntariamente, sino todo lo contrario. Esa era al menos su pretensión. Otra cosa muy distinta será su resultado.
 
    En el libro III de la República (389 b-c) escribe en efecto Platón: A los que gobiernan el Estado conviene, si es que conviene a alguien, mentir en sus tratos con los enemigos o con los ciudadanos en beneficio del Estado, pero a los demás no debe permitírseles (τοῖς ἄρχουσιν δὴ τῆς πόλεως, εἴπερ τισὶν ἄλλοις, προσήκει ψεύδεσθαι ἢ πολεμίων ἢ πολιτῶν ἕνεκα ἐπ᾽ ὠφελίᾳ τῆς πόλεως, τοῖς δὲ ἄλλοις πᾶσιν οὐχ ἁπτέον τοῦ τοιούτου). Esta mentira se justifica, en resumidas cuentas, por razón de Estado. Si es adecuado que algunos hombres mientan, sólo pueden hacerlo los que gobiernan el Estado y en interés de la comunidad.
 
    Y más adelante volverá a repetirse la misma idea (libro V 459c-d): es bien posible que nuestros gobernantes se vean en la necesidad de recurrir a menudo a la mentira y al engaño en interés de los gobernados (συχνῷ τῷ ψεύδει καὶ τῇ ἀπάτῃ κινδυνεύει ἡμῖν δεήσειν χρῆσθαι τοὺς ἄρχοντας ἐπ᾽ ὠφελίᾳ τῶν ἀρχομένων). Pueden mentir a otros Estados, en un mundo como el nuestro y en el de Platón, en que hay más de uno, y por lo tanto, los otros vienen a ser rivales o enemigos con los que ese uno tiene que tratar.
 
Retrato de Henry Wotton, anónimo (siglo XVII)

    Platón, pues, autoriza en ese caso la mentira por Razón de Estado, traducción libre que hago yo de ἐπ᾽ ὠφελίᾳ τῆς πόλεως (ep' ofelía tes póleos, literalmente “en interés de la ciudad-estado), lo que recuerda a la definición que dio del personal diplomático sir Henry Wotton, poeta y embajador inglés en la república de Venecia que vivió a caballo de los siglos XVI y XVII: Legatus est uir bonus peregre missus ad mentiendum Reipublicae causa, o lo que viene a ser lo mismo: 'El embajador es un hombre de bien enviado al extranjero para mentir en interés de su nación (por razón de Estado)'.
 
    Pero también autoriza, como vemos en la segunda parte de la definición, la mentira de los gobernantes en los tratos con sus gobernados siempre que se haga, como se hace siempre, por su propio bien, como si se tratara de una mentira piadosa o blanca. Sin embargo, hay una diferencia sustancial: se usa la mentira piadosa o blanca para no herir o hacer daño a alguien, mientras que la mentira noble es esencialmente política y se usa por el beneficio público que se cree que supone.
 

    Estamos ante un concepto que hará mucha fortuna en la historia de la humanidad: el concepto de "mentira noble" (γενναῖον ψεῦδος, gennaion pseudos, en griego). Se trata de inculcar a la sociedad una mentira necesaria y útil que admitan los gobernantes -los filósofos o expertos, en nuestros días- y el resto de la sociedad -los gobernados, para aceptar la jerarquía. Propondrá como ejemplo el mito de los metales que forman el alma humana para justificar el orden social que se persigue, entrecruzado con el de los hijos de la tierra o autoctonía, madre común que nos hermana.  
 
    Nótese que mentira se dice en griego pseudos, que ha servido en castellano como prefijo (p)seudo- que denuncia la falsedad de lo que se dice a continuación: (p)seudocientífico, por ejemplo, o (p)seudopandemia. Este prefijo pertenece al registro culto de la lengua, como helenismo que es. Popularmente se prefiere decir en su lugar, por ejemplo, que la 'pandemia de COVID-19' que declaró el 11 de marzo de 2020 la OMS fue una falsa pandemia o con flagrante anglicismo una pandemia fake
 
    El interés político de esta moderna mentira era innegable. Si de algo sirvió la susodicha (p)seudopandemia fue para instaurar una dictadura sanitaria mundial, un control perfecto sobre la humanidad bajo la ridícula y bien intencionada pretensión de salvarla de la muerte.