Los 'influencers' se definen, pagados de sí mismos, como 'creadores de contenidos': nosotros, los influidos, somos sus contenedores y también sus contenidos.
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219.- Escritura pictográfica: Hoy ya casi nadie escribe cartas de puño y letra, como antes. Hemos vuelto a la iconografía de la escritura jeroglífica de hace cinco mil años, abandonando la alfabética, mucho más compleja y rica en matices. Se escriben a lo sumo mensajes y escuetos “e-mails” o correos electrónicos, preñados de abreviaturas y, cómo no, de erratas y faltas de ortografía, textos llenos de íconos que expresan supuestas emociones básicas: estoy contento, estoy enfadado, estoy preocupado…, en los que sólo sabemos rebuznar: yo, yo, yo… Para más inri, se anuncian ahora emoticones animados,a adquiriendo animación los pictogramas jeroglíficos.
220.- Bandera blanca. Su Santidad el Papa ha declarado que Ucrania debería tener el coraje de izar la bandera blanca y negociar la paz con Rusia, y le ha caído la del pulpo, como suele decirse. El primer indignado fue el Ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, que vomitó en sus redes sociales: “Nuestra bandera es amarilla y azul. Esta es la bandera por la cual vivimos, morimos y prevalecemos. Nunca levantaremos ninguna otra bandera”. Ese es su problema, que defienden unos colores, que consideran suyos, a capa y espada. El problema es que tienen una bandera distintiva, y que para ellos no hay otra paz que no sea la victoria en la guerra, aún cuando se pueda afirmar que ya están derrotados, que no hay ucranianos ni hay Ucrania, que han huido y renegado de su país o que han muerto. Pero el histrión nato de su presidente, no se rinde, sigue erre que erre pidiendo más dinero, armas, ayuda militar y el ingreso en la Unión Europea y en la OTAN para implicar a ambas organizaciones en la guerra y derrotar a Rusia que es el Imperio del Mal, y a su pérfido tirano.
La española cuando besa, besa de verdad, como cantaba el pasodoble. La española es Carmen, Carmen la de España, no la de Merimée ni la de Bizet, convertida en Opera Cómica, que ha pregonado el nombre de la cigarrera andaluza y de la ciudad de Sevilla, y olé, por todo lo alto. Carmen, la gitana castiza de voluptuosa belleza y sensualidad, empleada en la Real Fábrica de Tabacos -hoy sabemos que cancerígenos- de Sevilla, se vio envuelta en una trifulca pendenciera, armándose la marimorena, por lo que fue arrestada por el Capitán Zúñiga, que la codiciaba. Carmen, nuestra Carmen, no se la trae floja al sargento don José: lo seduce para que la ayude a escapar, huyendo a la sierra con él y convirtiéndolo en contrabandista y bandolero, por lo que éste, prendado de su belleza, pierde sus galones. Más tarde, la gitana se enamora de un joven torero de fino talle. Don José, al verse traicionado por Carmen, la sorprende en una tarde de corrida en la Plaza de la Maestranza. Ciego de amor y celos como Otelo, el antiguo amante mata de una puñalada a la espléndida gitana que había jugado con sus sentimientos en un alarde de violencia, como dicen ahora, de género machista. La mata, obviamente, porque era suya, suya o de nadie. Muere Carmen víctima de la mala corná del toro siniestro de su destino, mientras el público, ajeno a lo sucedido, vitorea y jalea al torero que triunfante da la vuelta al ruedo, ignorando que se ha quedado viudo sin amor.
¿Qué tiene Carmen, nuestra Carmen, que desata tantas y tan bajas pasiones? Algo tiene, desde luego. Según sugiere el pasodoble, la española, Carmen, verbigracia, cuando besa o hace cualquier otra cosa, por ejemplo cuando hace el amor, lo hace de verdad entregándose en cuerpo y alma, y a ninguna le interesa hacerlo por frivolidad. Ya saben que un beso de amor, sigue la copla, no se lo dan a cualquiera. Analicémoslo. Cualquiera, cuando hace una cosa, lo que hace no es esa cosa, sino la idea previa que tiene de esa cosa que realiza. Besar, según eso, sería una cosa tan trivial como cualquier otra... Sin embargo, la española, Carmen, pongamos por caso, tiene la loable virtud de hacer las cosas de verdad como si fuera la primera y última y única vez, de entregarse apasionadamente en cuerpo y alma, sin reservas, totalmente, no por la frivolidad de hacerlo: eso es lo que vuelve locos a todos los hombres, capaces de matar y de morir por ella. Por eso era una fembra plazentera, que diría el Arcipreste de Hita, de armas tomar, es decir, que había que tomar las armas contra ella, porque la única forma de poseerla era matándola: la maté para que fuera mía y sólo mía.
La España cañí. Ya el poeta gabacho Charles Baudelaire había enloquecido con el bijou rose et noir -la joya rosa y negra- que Lola de Valencia, la bailarina, escondía entre sus piernas, en la entrepierna, como cantó en uno de los exquisitos versos censurados de sus Flores del Mal. Se refería el poeta con tan arriesgada metáfora, como habrán podido comprobar los lectores, a los carnales labios rojos y sensuales y al vello púbico de color azabache del mismísimo sexo de la bailaora. Lo que tiene la española, y por extensión España, y lo que da de verdad cuando se entrega es, uarium et mutabile semper femina, su vulva, la vaina en la que se enfuda la espada del guerrero. Por él han venido tantos guiris como Ernest Hemingway buscando las esencias patrias y verdaderas de España. Para él esa esencia era el toro bravo y negro con el que lidiaba el torero, que entraba a matar, lo penetraba y le clavaba el estoque hasta atrás matándolo y poseyéndolo. Otros guiris han venido siguiendo los pasos afrancesados de Prosper Mérimée y de otros anónimos viajeros románticos, buscando a calzón quitado algo verdadero y natural en un mundo cada vez más falso y artificial, algo como la joya rosa y negra de Lola de Valencia, la de Carmen o la de cualquiera otra moza tan fermosa de nuestras serranías. Venían, pues, buscando la mujer-mujer, que dijo el otro, o quizá habría que decirlo con el artículo neutro, bendito sea, que conservamos en nuestra lengua: venían buscando lo mujer-mujer, el eterno femenino, lo femenino que no quiere equipararse a lo masculino y que, de hecho, se rebela con todas sus fuerzas contra ello.
Soldadita española, soldadita valiente. El ejército español se lava la cara para despojarse de su rancia y chusquera imagen de otrora: sangre, sudor y lágrimas. Ahora es casi una oenegé posmoderna, si no fuera porque es el brazo armado del Estado y su gobierno: una peña aventurera, solidaria, de gente guay comprometida con la defensa de los valores humanos y de la democracia y la libertad, insultantemente juvenil y altruista, donde reina el compañerismo desinteresado y el buen rollete, profundamente profesional, lejos de aquel otro ejército antepasado de éste, chapucero, que sólo ganó guerras civiles a lo largo de su sufrida historia. La chusca institución ha cambiado y sustituido la obligatoriedad del servicio impuesta al sexo masculino que no ponía graves objeciones de conciencia y su consiguiente impopularidad abriendo las puertas profesionales y lamentables de sus cuarteles ahora a las mujeres, so pretexto de no hacer discriminación sexual: Mujer, ven: incorpórate a filas: te haremos todo un hombre. Ahí tenemos a Su Alteza Real la Princesa de Asturias, nuestra futura reina si Dios quiere y no lo remedia, dando ejemplo y curtiéndose con su instrucción militar(ista).
Spain is different. España es la marca registrada de una denominación de origen: made in Spain. La frase publicitaria de que España era diferente que acuñó el Ministerio de Información y Turismo allá por los años 60 es la responsable de la imagen que se vendía en el extranjero de nuestro país: el sol imperturbable de las costas mediterráneas, que a veces sale por Antequera, los toros de lidia, el flamenco, las sevillanas de la feria de abril, la guitarra naturalmente española y flamenca, la sardana, la tortilla de patatas con cebolla, el bacalao al pilpil y la paella valenciana, sin olvidar otras delicias culinarias autonómicas y gastronómicas como la fabada asturiana, el cocido garbancero madrileño o el gazpacho andaluz. España es un país íntegramente vendido al turismo, es decir, prostituido. El turismo, en efecto, es la primera industria nacional, ya que representa en torno al 12 por ciento del PIB y del empleo (temporal o fijo-discontinuo) de nuestro país. A una oferta de sol, playa y bajos precios se han superpuesto valores adicionales como son el deporte, con el golf como protagonista, la cultura subvencionada, la naturaleza constreñida en parques nacionales, la gastronomía, la aventura programada de emborracharse y tirarse por el balcón, el entretenimiento reducido a los parques temáticos... para que la idea de España exportada al extranjero siga cotizando en la bolsa de valores turísticos. España es diferente de sí misma, como cualquier idea de la cosa que representa.
La España chovinista que se enorgullece de ser lo que es, menuda cosa, como aquel milico franchute llamado Nicholas Chauvin, bastante corto de entendederas, que, cuando le preguntaban quién era, sólo sabía contestar una y otra vez, como un disco de vinilo rayado: Soy francés, soy Chauvin, en un acceso de soberbia redundante y orgullo patriótico. Somos lo que somos porque eso es lo que hemos heredado de nuestros padres, como los condes y marqueses de la Chorrapelada, es un decir, que han heredado sus títulos de nobleza del Antiguo Régimen sin ningún mérito. Soy francés, soy Chauvin. O, como diría un castizo: Soy español (o asturiano, o aragonés, o andaluz o vasco, que todo es lo mismo), soy Pepín. Así es la España castiza y petardera que arde en verano, borracha de tinto peleón y garrafonazo, en inútiles fuegos artificiales y gasta toda la pólvora en salvas, que hace explotar sonoras bombas y la traca final, con la misma alegría del que se tira un pedo en botija vacía, como dice Rafael Sánchez Ferlosio, para que, actuando como caja de resonancia, amplifique su sonido y lo haga retumbar atronador.
El caballo percherón del Caudillo. No pocos progresistas se han alegrado del desmantelamiento de la estatua ecuestre del generalísimo Franco de su tierra natal de La Coruña, siguiendo la consigna de 'simbolo franquista, fuera de la vista'. Años atrás se desmanteló la de Valencia. Poco después la de Santander, sita en la mismísima plaza del Ayuntamiento, sobre la que las palomas depositaban con fruición sus excrementos. Son pocos símbolos los que quedan ya en esta España democrática, constitucional y autonómica de la otra España, la franquista y nacional-católica, antecesora y madre de ésta. Note el agudo lector que no hemos incluido en la frase anterior el adverbio inciso “afortunadamente”, como cabría esperar en una entrada de un blog más o menos políticamente correcto y democrático. Y es que, siendo como somos de la escuela de Pirrón, bastante escépticos, creemos que no por desmantelar los símbolos cambia de verdad la realidad: lo único que cambian son los nombres propios -ni siquiera los comunes. Cambia la apariencia, no la sub-stancia, o sea, lo que está por debajo de ella. Se han cambiado, por ejemplo, también casi todos los rótulos de las calles: la calle 18 de Julio ya no recuerda con su ominosa fecha el alzamiento nacional, ahora se llama Avenida de la Constitución y evoca nuestra Charta Magna... Puro nominalismo, porque la calle sigue siendo la misma y lo mismo, se llame como se llame: un camino público entre dos filas de celdas colmeneras, generalmente asfaltado, para que circulen sin mayor problema que una pequeña reducción de velocidad los popós, sin atropellar a muchos viandantes, y para que puedan aparcar a su vera.
Pero habría que apuntar una nueva razón de índole estética para desmantelar la estatua: el generalísimo Franco era un pésimo jinete, como don Baldomero Espartero, que fuera regente de la reina Isabel II durante su minoría de edad: un desastre de regente, a decir de la mayoría de los historiadores. Ambos mílites gloriosos fomentaron la creación ególatra de estatuas ecuestres para que sus nobles figuras destacasen en medio del paisaje urbano. En los Madriles aún se alza, al parecer, la estatua de Espartero, pero lo que más recuerda la gente no es ni su regencia desastrosa ni la persona de este militroncho, sino los prodigiosos testículos, a todas luces desmesurados, de los que dotó el escultor al jamelgo. Por algo se dice, cuando alguien es muy corajudo, aquello de que tiene los cojones más grandes o largos que los del mismísimo caballo de Espartero, porque en esta tierra de María Santísima los cojones son atributos de valor y de carácter y dotes de mando, y si no, véase el caso ya comentado de la católica reyna o el que puso Federico García Lorca sobre las tablas de doña Bernarda Alba: para cojones, los suyos.
La España eurótico-festivalera. La España que se juega todas sus ilusiones en el eurofestival y la lotería nacional que cacarean lo/as niño/as de San Ildefonso, el cupón de la ONCE, que es, como el pan nuestro cotidiano, la ilusión de todos los días, la España del Botellón y de la ley seca que prohíbe mamarse en la calle a los menores, que necesitan emborracharse para olvidar el futuro que les espera, y para olvidar sin más que les espera el futuro, y ni eso, porque el futuro, como decía la canción, ya está aquí. El futuro, la muerte, ya está aquí. La España de sus mayores que se endeuda hasta las cejas pero no deja de ejercitar el eurovoto en el eurofestival de Eurovisión donde España reivindica su condición de zorra. Las entidades bancarias nos adelantan, tan benéficas como perversas, el dinero para que podamos adquirir la vivienda a la que tenemos derecho constitucionalmente o el automóvil para ir al curro al que también tenemos derecho constitucional, a condición de que luego estemos pagando durante veinte o veinticinco años el capital y los intereses, lo que supone que nos tiremos casi toda nuestra vida laboral subvencionando a dichas entidades financieras. No nos llevan toda la soldada, claro está, nos dejan una parte para que podamos ir tirando con los gastos de agua, luz, gasolina, teléfono, comida etcétera: ya se sabe Dios aprieta, pero no ahoga, aunque no deja nunca de apretar.
Con la Iglesia hemos topado: Y ya que hablamos de Dios, hagamos mención de la España devota de Frascuelo y de María, católica, apostólica y romana, de la carcundia de los bautizos, primeras comuniones, bodas y entierros como Dios manda. La España de los obispos y arzobispos des-sotanados. ¡Que pena, penita, pena que hayan desparecido las sotanas de la vieja piel de toro! Ya no sabemos cuándo topamos con la iglesia, que es más ancha que Castilla. Era verdad que el hábito no hacía al monje, pero ¿cómo sabemos si un monje es un monje si no lleva hábito? La España reprimida de los curas pederastas que recuerdan las palabras del divino verbo (dejad que los niños se acerquen a mí) y se les hace la boca agua cuando los monaguillos angelicales se arriman a su vera. La España de los colegios de monjas, donde no hay más alternativas que ser puta o monja. La España huérfana de vocaciones. Entre cruces y Cristos, parroquias, curas obreros, catequistas, monaguillos y sacristanes, ronda, cual Perico por su casa, el demonio del diablo. La España que arde en verano, abrasada por el amor loco y ciego del complejo edípico, en salves marineras a la virgen del Carmen, vestida de faralaes para bailar sevillanas, orgullosa de su virgo incorrupto, como el de la santa de Ávila. La España que canturrea: Ave María, ¿cuándo serás mía? Últimamente se dejan ver por esta sufrida piel de toro parejas homosexuales o heterosexuales no de la Guardia Civil precisamente, ni de las Hermanitas de la Caridad, sino de los/as Testigos/as de Jehová. Van impecablemente vestidos/as, convencionalmente hablando. Y portan revistas ilustradas que se titulan “Despertad” y cosas así. Alguno ya le ha dado una buena contestación a su afán predicador y evangelizador: “A mí, déjenme ustedes en paz, hagan el favor. Que aquí ya tenemos la religión verdadera de toda la vida, que es la católica, apostólica y romana, y, además, no creemos en ella. Así que no nos vengan ahora con un credo nuevo ni con cuentos”.
España esquizofrénica. Ya lo cantó don Antonio Machado, el poeta: al españolito que nace sólo se le abren dos alternativas: o la España que muere o la que bosteza: una de las dos Españas / ha de helarte el corazón. ¿No serán ambas Españas la cara y la cruz de la misma moneda? La España que muere de Machado es la España difunta, ya muerta, de Larra: este último publicó en El Español una crónica insuperable titulada El día de difuntos de 1836. Allí Fígaro, el pobrecito hablador, se preguntaba dónde estaba el cementerio, si en las afueras de la villa y la corte, como cree la mayoría de la gente que se dirige allí a honrar la memoria de todos sus muertos como todos los años por la misma fecha, o dentro de la propia ciudad, como él sospecha. Cedámosle la palabra: “¿Dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo.” Eco de estas palabras de Larra hallamos en los desgarrados versos arrítmicos (o prosa camuflada) de un poeta de la generación del 27, Dámaso Alonso, que en su obra Hijos de la ira se desvela en su insomnio con la siguiente constatación: Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). Si queremos actualizar el caso, sumemos varios millones de cadáveres más al censo. Recordemos también a Unamuno, que exclamó con toda el alma: Me duele España. Y que hoy habría que parafrasear, utilizando el lenguaje malsonante que se oye por doquier: Me jode España.
La España gacetillera. Es la España que asciende de Madrid al cielo, donde ya no quedan más osos ni madroños que el simulacro platónico de la Puerta del Sol. En la villa y la corte se publica el periódico más antiguo de todas las Españas habidas y por haber: La Gaceta de Madrid (mentirosa, porque todo lo que dice, la pura realidad, es una cochina mentira). Los liberales siempre detestaron su carácter de prensa oficial. Por algo se decía todavía que alguien miente más que La Gaceta cuando le crece la nariz como a Pinocho. Pues bien, esta gaceta mentirosa se ha convertido, con el paso del tiempo, en el no menos mendaz y deleznable Boletín Oficial del Estado, que ahora se renueva en 17 ediciones autonómicas: Boletín Oficial de Extremadura, de Cantabria, de Aragón... Es la Gaceta de Madrid, o Boletín Oficial del Estado, el prototipo de prensa oficial del régimen democrático que padecemos, el modelo y patrón de todos los demás diarios independientes de la mañana, la Biblia en verso: el decano de los medios de adoctrinamiento de masas que explica, a golpe de Real Decreto, las cosas como son para que no nos preguntemos cómo son las cosas.
La España autonómica del patriotismo constitucional: Ha quedado obsoleta aquella sandez de la España (nombre propio que debería conservar la hache inicial latina de Hispania) que se quería Una, Grande y Libre, formada por cuarentaysiete provincias peninsulares y tres insulares, más cuatro restos coloniales de allá por el Imperio hacia Dios en África, que empezaba, según los europeos ilustrados, aquende los Pirineos. La identidad española actual, legítima heredera del rancio nacionalcatolicismo franquista, se vertebra ahora en torno a los 17 ejes de sus respectivas autonomías o sucursales financieras estatales: como si dijéramos en 17 Españitas, cada cual con su parlamento autonómico y sus virreyes elegidos democráticamente y sus transferencias -curiosa palabra, muy reveladora-, cada una con su historia y su idiosincrasia y su himno, y hasta su gastronomía, lengua vernácula y folclore -tradiciones ancestrales y traje regional restaurados antaño por mor del populismo de los coros y danzas de la Sección Femenina- y televisión autonómica propia. Es la misma España de siempre, la del españolismo eterno, golfo, cutre, paleto, palurdo y pazguato de toda la vida, la de la españolería y el españoleo, redivivo ahora en 17 entidades financieras vicarias, que dan vida a los nuevos tópicos hispánicos de siempre: catalanismo, galleguismo, vasquismo, andalucismo... y hasta madrileñismo, para que nadie se sienta discriminado en la villa y en la corte.
La España plural y uniformemente multicolor: Ondea, desplegada al viento, la bandera rojigualda a lo largo y ancho de la sufrida piel de toro ahora junto al estrellado estandarte azul europeo, y ondean simultáneamente los diecisiete pendones de los virreinatos autonómicos. Resulta inevitable que estas diecisiete pequeños reynos de taifas desarrollen, a poco que se dejen llevar por el prurito anal o furor uterinus del patriotismo estatal, su propio nacionalismo que, en los casos más beligerantes, aspirará a sacudirse de encima el yugo nacional español opresor para sustituirlo rápidamente por otro yugo, al fin y a la postre, no menos nacionalista y opresor. Por eso los indepe(ndestista)s quieren sacudirse el yugo de la realidad ideal de España, para sustituirla por otra de la que algún día querrán tal vez independizarse al comprobar que, pese a todo, nada cambia y todo sigue igual.
Viva España. Los gritos viscerales y supuestamente bienintencionados de Visca Catalunya y Gora Euskadi, por ejemplo, son la versión remozada del viejo, falangista y no menos visceral y supuestamente bienintencionado Viva (o Arriba) España: se grita lo mismo con otros nombres propios, que en el fondo son lo mismo, e incluso en otras lenguas, algunas fundadas o refundadas ad hoc, impuestas desde los medios de adoctrinamiento de masas, entre los que, además de la prensa y la televisión, que es el más educativo en valores (de bolsa) de todos ellos, no hay que olvidar a las instituciones académicas.