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lunes, 16 de septiembre de 2024

Fascistas y antifascistas

    En septiembre de 1921, un año antes de la marcha de Mussolini sobre Roma, Errico Malatesta publicaba un artículo en Umanità Nova titulado “La guerra civile” en el que defendía que la guerra civil era la única guerra justa y razonable que podía emprenderse.  Estaba muy reciente aún el recuerdo de la carnicería que había sido la Primera Guerra Mundial (1914-1918), aquella que iba a poner fin a todas las guerras, en la que la vieja Europa se había desangrado. 
 
    A mí y a muchos de mi generación nos resulta en principio algo escandalosa una afirmación como la que hace Malatesta. Cuando éramos niños y preguntábamos en casa por la guerra civil que había sufrido España de 1936 a 1939 veíamos cómo nuestros mayores guardaban silencio, nadie quería hablar de aquello. Todo el mundo quería pasar página enseguida y olvidar, porque en todas las familias había víctimas de ambos bandos, y muchas heridas abiertas no habían cicatrizado todavía. Aquella había sido una guerra fratricida, como en el fondo lo son todas. 
 
    Pero Errico Malattesta acota enseguida el significado de la expresión que utiliza: «por guerra civil entendemos la guerra entre oprimidos y opresores, entre pobres y ricos, entre obreros y explotadores del trabajo ajeno, no importa si los opresores y los explotadores son o no de la misma nacionalidad, si hablan o no la misma lengua que los oprimidos y explotados». 
    
 
Errico Malatesta (1853-1932)
 
    El veterano anarquista decía que cuando hay una guerra entre estados -capitalistas todos por esencia-, los pueblos deben negarse a matarse entre ellos y, en su lugar, deben emprender una 'guerra civil' contra sus patrones y gobernantes que los llevan a la guerra.
 
    Se preguntaba en ese artículo Errico Malatesta si la guerrilla que entonces ensangrentaba Italia era una guerra civil en el sentido amplio que él había definido: una guerra del pueblo contra el gobierno, de los trabajadores contra los capitalistas, una guerra de los de abajo contra los de arriba o un enfrentamiento entre los de abajo, divididos desde arriba para que se mataran entre ellos. Y su respuesta era muy clara, le parecía que  “la guerrilla entre fascistas y subversivos -i.e. antifascistas-, como se ha sostenido en los últimos diez o doce meses y como se combate todavía, no sirve más que para hacer derramar sangre y lágrimas, para sembrar semillas de odios duraderos sin poder luego servir a ninguna causa, a ningún partido, a ninguna clase”. 
 
    Escribe Malatesta algo que hoy sin duda escandalizaría a muchos sedicentes antifascitas: “Pero al mismo tiempo que se organiza la resistencia, hay que reconocer que en el fascismo no es todo escoria, no es todo malo”. Y añade que entre los fascistas había muchos jóvenes sinceros, trabajadores incluso, que creían que estaban "defendiendo una causa justa y no se han dado cuenta todavía de que son instrumentos de unos pocos criminales y de unos pocos tiburones: es preciso abrirles los ojos invitándolos a amables discusiones”. Por supuesto, esto no significa que para Errico el fascismo no fuera un problema, que no hubiera que combatirlo. No ocultaba que era un producto «de los agrarios y los capitalistas» y que «es necesaria una resistencia organizada para acabar con la aventura fascista». El objetivo es entonces derrotar al fascismo, pero ciertamente no para defender el status quo, sino para asegurarse «que esta lucha absurda termine, para poder empezar a combatir una lucha clara». La lucha clara a la que se refiere es su "guerra civile".
 

    Viniendo a lo de hoy, más de un siglo después, esta lucha absurda entre fascistas y antifascistas en ausencia de fascismo, que no es más que un recuerdo histórico y una amenaza que algunos sitúan en un futuro más o menos inmediato contra el que hay que combatir, aún no ha terminado. Nos dicen que hay que acudir a las urnas a derrotar el fascismo e incluso, como en Francia, se constituye un Frente Popular cuyo objetivo es, como la coalición que gobierna en las Españas, que no gobierne la extrema derecha, posponiendo de ese modo o procrastinando, según la palabra de moda, hasta las calendas griegas, es decir, hasta nunca, la “guerra civil” en el sentido que le da Malatesta de enfrentamiento entre los de abajo contra los de arriba. 
 
    ¿Qué sentido tiene alarmarse como hacen algunos rasgándose las vestiduras por el ascenso de la extrema derecha, o en general por el retorno del fascismo y el nazismo a la vieja Europa, cuando son las democracias los regímenes más autoritarios y «fascistas» en el sentido más amplio de la palabra? Conste que no se está haciendo aquí con lo que se acaba de decir ninguna apología del fascismo, Dios o quien sea nos libre, sino todo lo contrario: se está ampliando su campo semántico para incluir también, dentro del fascismo, el antifascismo. No se defiende a ningún partido, sino al contrario, se condena a todos ellos por igual. 

     Si no vemos mayor peligro en el ascenso del fascismo es porque no creemos que pueda establecerse un régimen más autoritario y "fascista" en sentido amplio que el que ya tenemos encima y padecemos, que es el régimen demotecnocrático y neoliberal que defienden a capa y espada las élites financieras y los políticos y militares tanto de derechas como de izquierdas. 
 
    No viene mal recordar aquí la máxima del que fuera primer secretario del Partido Comunista de Italia, Amadeo Bordiga (1921): «El antifascismo se convertirá en el peor producto del fascismo». La cuestión principal para los comunistas y anarquistas de hace cien años no era la guerra contra los fascistas, sino, por decirlo en términos marxistas, contra la burguesía, o, en palabras más actuales, contra el Estado y el Capital.  
 
    Quizá no esté de más releer lo que escribíamos por aquí en Vuelve 'il fascio'

domingo, 16 de junio de 2024

Vuelve 'il fascio'

    Traigo aquí la viñeta de elPERICH, todo un clásico ya de la ilustración gráfica con contenido textual, en la que un personaje pensativo, ante una pintada anónima en una pared que dice “¡CUIDADO VUELVE EL FASCISMO!”, se pregunta escéptico: “Ah... ¿Pero se había ido?” 
 
    Y es que, en efecto, pensamos con él, no puede volver algo que nunca se ha ido, que sigue aquí pero que ha evolucionado y que ha logrado, en el colmo de los colmos, llegar incluso a travestirse y disfrazarse de antifascismo. Por lo tanto no vuelve, no, sigue entre nosotros, como el virus coronado, si se me permite el símil. 
 
     Vuelve el fascismo, de elPERICH (manipulado)
 
    Precisamente cuando creíamos que el virus chino como se le llamó al principio o de Wuhan era historia -como el fascismo de principios del siglo XX en Europa, o fajismo como prefería Unamuno con término más patrimonialmente castizo- resulta que se nos presenta bajo una de sus múltiples mutaciones porque tanto este como aquél se han modificado proteicamente, convirtiéndose en lo contrario aparentemente de lo que eran: Ahora toca, por lo que leo, la variante FLIRT del coronavirus, que está haciendo leves estragos -debido sin duda al fracaso exitoso de las vacunas que pretendiendo combatir el virus resultan ellas mismas virales- en la gente que conozco y en la que leo del otro lado del charco. 
 
    El virus es proteico, como el fascismo que, según la paradoja que le dijo Nino Maccari a Ennio Flaiano incluye el antifascismo: los fascistas se dividen en dos categorías: los fascistas y los antifascistas, que para definirse como tales necesitan crear, como don Quijote, el monstruo que combaten.
 
    Ya Passolini en El fascismo del antifascismo nos advirtió de que el fascismo actual era la 'sociedad de consumo', con una definición que parece inofensiva, meramente descriptiva, y recubre una auténtica dictadura, quizá la más difícil de desenmascarar porque se disfraza de libertad, la del mercado.
 
Otra versión de lo mismo: cuidado, vuelve la derecha.  

    El mensaje del muro de la viñeta de elPERICH lo oímos constantemente bajo muchas formas procedente sobre todo de nuestro gobierno progresista y de los que lo apoyan: Hay que evitar la vuelta del fascismo, de la ultraderecha, de la extrema derecha, de la dictadura, del nazismo... como si el auténtico fascismo, en su millonésima actualización, no fuera precisamente la realidad que tenemos, incluido el gobierno progresista que la defiende y gobierna y cualquier otro que aspire a ocupar su lugar y sustituirlo. 
 
    Entre nosotros, es célebre esta entrevista que le hizo a Antonio Escohotado un periodista televisivo, en la que afirma que la extrema derecha no existe, que es un invento de la extrema izquierda que necesita un reflejo especular, y donde no hay algo se lo inventa a modo de fantasma de Canterville.
 
 
    Habría que objetarle, no obstante, al maestro Escohotado que probablemente la extrema izquierda tampoco exista, y que toda izquierda que asuma el poder deja de ser izquierda para convertirse ipso facto en derecha a juzgar por lo que hemos vivido en España bajo el gobierno progresista.

lunes, 11 de marzo de 2024

Los trinos del demonio

El sueño de Tartini, Léopold Boilly (1824)
 
Son 'antifascistas' porque el fascismo es ya un adversario-comodín que les permite no rebelarse contra el capitalismo neoliberal, el único y auténtico enemigo.
 
 Cuando el fascismo es un fantasma del siglo pasado, organizan unas jornadas antifascistas que culminarán en una manifestación a guisa de exorcismo religioso.
 
 Las redes sociales y la conexión continua a la Red Informática Universal intentan paliar un sentimiento de soledad a la vez que, paradójicamente, lo fomentan.
 
 No solo algunos desaprensivos hicieron negocios con la pandemia, sino que la pandemia, calificada popularmente de 'plandemia', fue el mayor negocio programado.
 
 Amor conyugal: La etimología subyacente de la palabra 'cónyuge' revela una imagen terrorífica: la del yugo que empareja a los dos bueyes, los unce y los subyuga.
 
 Lo que le preocupa al Gobierno actual (y a todos los gobiernos habidos y por haber) es la continuidad de su negocio, España, por ejemplo, y su gobernabilidad.
 
 Europa, la princesa que dio nombre a nuestro continente, seducida, arrebatada y violada por el toro de Zeus, está a punto de dar a luz un monstruo horripilante.
 
 La paz se define siempre en relación con la guerra, y si se acabó la posguerra, como ha declarado un analista político, es porque estamos viviendo la preguerra.
 
 La máquina de propaganda gubernamental de las altas instancias no deja de funcionar, tratando ahora de legitimar una posible “guerra preventiva” contra Rusia.
 
 Si Europa va como Mambrú a la guerra a la que la empujan sus dirigentes -¡qué dolor, qué dolor, qué pena!- no volverá viva sino muerta que llevan a enterrar.
 
 ¿A quién le interesa dividirnos entre nacionales y extranjeros, cristianos y musulmanes, creyentes y agnósticos, izquierdas y derechas, sino al Poder ejecutivo?
 
 La catástrofe no es que todo se venga a bajo de repente, como suele pensarse, sino que, como pontificó Walter Benjamin, todo siga igual: eso es lo catastrófico.
 
 La rebeldía contra la imposición de una identidad sexual no consiste en ser cisgénero ni tampoco trasgénero, posturas que no hacen sino reforzar la identidad.

miércoles, 2 de febrero de 2022

El fascismo del antifascista

    Declaraba Pier Paolo Pasolini en 1974 en una entrevista a L'Europeo,  recogida en la colección de artículos póstumos  “El fascismo de los antifascistas” (Milán, 2018): Existe hoy una forma de antifascismo arqueológico que es además un buen pretexto para procurarse una patente de antifascismo real. Se trata de un antifascismo fácil que tiene por objeto y objetivo un fascismo arcaico que ya no existe y que no existirá ya nunca.” (...)

    Por eso gran parte del antifascismo actual, o al menos lo que se llama antifascismo, es ingenuo y estúpido o es injustificado y de mala fe: porque lucha o pretende luchar contra un fenómeno arqueológico, muerto y enterrado, que ya no puede asustar a nadie. Es, en definitiva, un antifascismo totalmente cómodo y totalmente descansado.

Pier Paolo Pasolini (1922-1975)
 

    Creo, creo profundamente, que el verdadero fascismo es lo que los sociólogos han llamado, con demasiada buena intención, "sociedad de consumo". Una definición que parece inofensiva, puramente descriptiva. Pero no. Si se observa bien la realidad, y sobre todo si se sabe leer en torno a los objetos, el paisaje, el urbanismo y, sobre todo, los hombres, se ve que los resultados de esta despreocuapda sociedad de consumo son los resultados de una dictadura, de un verdadero fascismo.(...)

    En cambio, este nuevo fascismo, esta sociedad de consumo, ha transformado profundamente a los jóvenes, les ha tocado la fibra, les ha dado otros sentimientos, otras formas de pensar, de vivir, otros modelos culturales. Ya no se trata, como en la época de Mussolini, de una regimentación superficial y escenográfica, sino de una verdadera regimentación que les ha robado y cambiado el alma. Lo que significa, en definitiva, que esta "civilización del consumo" es una civilización dictatorial. En resumen, si la palabra fascismo significa la arrogancia del poder, la "sociedad de consumo" ha alcanzado el fascismo.

    Para mí, la cuestión es muy compleja, pero también muy clara: el verdadero fascismo, lo he dicho antes y lo volveré a decir, es el de la sociedad de consumo y los demócratas cristianos se han convertido, incluso sin darse cuenta, en los verdaderos y auténticos fascistas de hoy. (…)

    La reflexión de Pasolini distingue un fascismo arcaico, histórico, ya inexistente, en el sentido propio de la palabra que agrupa a todo aquel que formó parte de un movimiento o partido político que estuvo activo en Italia de 1919 a 1945, o de otros partidos que, incluso después, se inspiraron abierta y justificadamente en él, y un fascismo genérico mucho más amplio con el que se refiere a todo aquel que para ejercer el poder no tiene reparos en utilizar diversas formas de violencia a fin de reducir a los demás a una condición de sumisión.

    Su reflexión de hace cincuenta años sigue plenamente vigente, aunque nos resulten obsoletas ya las expresiones de la 'sociedad de consumo' y los 'demócratas cristianos'; habría que sustituirlas por el 'estado de bienestar', la 'social democracia' o la 'democracia' sin más u otras expresiones análogas, para actualizarlas. 

 


    Hay fascistas en este último sentido que se indignarían si alguien les llama así, porque muchos, por no decir la mayoría, suelen considerarse antifascistas en el sentido propio de enemigos de un régimen político que ya no existe.

    La reflexión de Pasolini me recuerda el dicho que se atribuye a Ennio Flaiano, y que en realidad se debe a su amigo Mino Maccari: "Los fascistas se dividen en dos categorías: fascistas y antifascistas". Cuando dice “los fascistas” como sujeto de la frase está usando el término en sentido genérico, pero cuando lo dice en el predicado, equiparándolo con antifascistas, se refiere a los fascistas propiamente dichos y a los antifascistas, que para definirse necesitan recrear el monstruo que van a combatir, como el bombero pirómano que necesita provocar el incendio que va a apagar.

    La paradoja quizá pretendía aludir a la irrelevancia de tales autoproclamaciones. Cualquier autoproclamado 'antifascista' puede suscitar en nosotros cierto recelo fundado en las mismas razones del que proclama que no es racista o que no es machista. Tanto para Macari, como para Flaiano o Pasolini hay fascistas en sentido amplio incluso entre los antifascistas en el sentido más restringido del término: nadie puede considerarse inmune. 

Os vacunaremos a todos (Acción antifascista que pretende vacunar a todo el mundo contra su voluntad)

    Hoy en día el comportamiento fascista en sentido amplio parece aumentar a un ritmo rápido, probablemente con una progresión geométrica: hay en la sociedad actual comportamientos fascistas generalizados, camuflados en los hábitos y comportamientos habituales.

    Como dice Giorgio Agamben, hablando de la situación actual y ciñéndose a su país, pero puede extrapolarse a cualquier otro, en Italia se ha producido un auténtico golpe de Estado so pretexto de una crisis sanitaria. Pone como ejemplo el allí llamado Green Pass, que representa el modelo político de lo que se llama “libertad autorizada”, que no concede nuevos derechos a la ciudadanía, pero que autoriza el ejercicio de los ya existentes: salir de casa, ir a un restaurante, tomar un tren... El Estado de excepción se ha convertido en la regla: ese es el fascismo actual que algunos antifascistas no quieren ver.

miércoles, 16 de junio de 2021

Mensajes antifascistas

El fascismo histórico es un fantasma del pasado que murió en Berlín en 1945. Un nuevo totalitarismo alza ahora el estandarte de la salud como valor insuperable. 
 
La salud no puede erigirse en un valor supremo como es la libertad, porque no es un valor sino un bien que se posee o no se posee, como la riqueza o la belleza.
 
Fascismo, nazismo y comunismo estaban encarnados en una figura humana con una cabeza visible. El nuevo totalitarismo es acéfalo, menos visible, más impersonal.
 
¿Dónde están los antifascistas ante la dictadura sanitaria que estamos padeciendo? Aquí se ve la mentira de la izquierda, que hace el juego al Estado y Capital. 
 


El totalitarismo nos impone a votantes y contribuyentes la adhesión inquebrantable a la ideología obligatoria de sentido único de la sanidad y no de la salud.
 
Hay quien, luchando con los fantasmas del pasado, no ve los que tiene enfrente: el carácter totalitario y autoritario de este régimen democrático que padecemos. 
 
Tanto la enfermedad del virus coronado como también el cambio climático reciben el mismo trato político, coartadas para poner en marcha un nuevo totalitarismo. 
 

 
Como toda verdad revelada, la científica no puede ponerse en tela de juicio, y exige sacrificios en aras del futuro que obtienen así un fundamento «racional». 
 
Los enemigos del Régimen son perseguidos por los tres poderes -legislativo, ejecutivo y judicial- del Estado, y son desacreditados por el cuarto, por la prensa. 
 
Pero el enemigo del pueblo, sin embargo, no es el disidente, el que no está de acuerdo con el dogma oficial, sino el Régimen, que es la democracia tecnológica.

viernes, 25 de septiembre de 2020

Neofascismo antifascista

El filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) profetizó algo que desgraciadamente es hoy realidad. A raíz de la prohibición en Francia de la película L' Ombre des anges de Daniel Schmid en 1977, acusada de antisemitismo, publicó Deleuze un artículo en Le Monde, 18 de febrero de ese mismo año, titulado Le juif riche (El judío rico), que leo recogido en su libro “Deux Régimes de fous, textes et entretiens 1975-1995”, donde analiza dicha prohibición y reconoce que la película es tan bella que podría perdonársele un poco de antisemitismo... Al parecer está basada en una obra de teatro de Rainer Werner Fassbinder y la sinopsis de su argumento podría ser esta que leo en una página de cine de la Red: Una prostituta sin muchos clientes es contratada por un tipo llamado "el Judío" para que le escuche las escenas grotescas y sexuales que imagina. Lamenta en su artículo Deleuze que la Liga contra el antisemitismo declare antisemitas a todos los que pronuncian la palabra “judío”, y escribe: “Es como si se prohibiera una palabra en el diccionario”.

 

Fotografía de Gilles Deleuze

Lo que me interesa del texto de Deleuze, más allá de la anécdota de la prohibición de esta película que no he tenido la ocasión de ver, es la reflexión que hace a propósito de este tema y que es válida para la situación actual que atraviesa cuarenta años después el mundo: Por muy actual y poderoso que sea en muchos países, el viejo fascismo ya no es el problema de nuestro tiempo. Se nos prepara otros fascismos. Se está instalando un neo-fascismo en comparación con el cual el antiguo pasa por ser folclórico (...) En lugar de ser una política y una economía de guerra, el neo-fascismo es una alianza mundial para la seguridad, para la administración de una “paz” no menos terrible, con una organización coordinada de todos los pequeños miedos, de todas las pequeñas angustias que hacen de nosotros unos micro-fascistas encargados de sofocar cada cosa, cada rostro, cada palabra un poco fuerte en nuestra calle, en nuestro barrio, en nuestra sala de cine.

La aparición del neo-fascismo que denuncia Deleuze va más allá de la existencia de partidos políticos como Vox en España, el Front National en Francia, o Amanecer Dorado en Grecia,  que responden, más bien, al viejo fascismo que el denomina folclórico. El neofascismo del que habla es una metástasis que el neoliberalismo ha ido desplegando sutilmente por casi todas las esferas de la vida en nombre de la seguridad y, recientemente, de la Salud Pública. 

Este neofascismo no entiende de gobiernos de izquierdas ni de derechas. No se alimenta de ingredientes ideológicos, sino del miedo que siembra entre la gente. Y llama la atención cómo se extiende en ámbitos progresistas, sirviéndose incluso de eso que Deleuze denominó antifascismo folclórico, que le sirve como cortina de humo y distraccion para inocularse sigilosamente como un auténtico virus en el cuerpo social. 


Muy oportuna y desgraciadamente profética resulta la reflexión que hacía Deleuze. Resulta paradójico, pero el neofascismo se disfrace de antifascismo, como el cuento aquel de la infancia en que el lobo se hacía pasar por mamá cabra aclarándose la voz y untándose sus negras pezuñas con harina blanca para confundir a los cabritos,  de forma que le abriesen la puerta y pudiera, acto seguido, devorarlos.

Dando un salto de más de cuarenta años, y viniendo a nuestros días, la epidemia declarada pandemia del virus coronado que llevamos padeciendo durante siete meses está sirviendo de caldo de cultivo de una dictadura fascista mundial. Desde Nueva Zelanda hasta los Estados Unidos de América, pasando por las monarquías y repúblicas de la vieja Europa, las sedicentes democracias representativas occidentales han adoptado y están desarrollando el modelo chino de tecnocracia fascista para imponer un Estado de bioseguridad singular.