lunes, 16 de septiembre de 2024
Fascistas y antifascistas
domingo, 16 de junio de 2024
Vuelve 'il fascio'
lunes, 11 de marzo de 2024
Los trinos del demonio
miércoles, 2 de febrero de 2022
El fascismo del antifascista
Declaraba Pier Paolo Pasolini en 1974 en una entrevista a L'Europeo, recogida en la colección de artículos póstumos “El fascismo de los antifascistas” (Milán, 2018): Existe hoy una forma de antifascismo arqueológico que es además un buen pretexto para procurarse una patente de antifascismo real. Se trata de un antifascismo fácil que tiene por objeto y objetivo un fascismo arcaico que ya no existe y que no existirá ya nunca.” (...)
Por eso gran parte del antifascismo actual, o al menos lo que se llama antifascismo, es ingenuo y estúpido o es injustificado y de mala fe: porque lucha o pretende luchar contra un fenómeno arqueológico, muerto y enterrado, que ya no puede asustar a nadie. Es, en definitiva, un antifascismo totalmente cómodo y totalmente descansado.
Creo, creo profundamente, que el verdadero fascismo es lo que los sociólogos han llamado, con demasiada buena intención, "sociedad de consumo". Una definición que parece inofensiva, puramente descriptiva. Pero no. Si se observa bien la realidad, y sobre todo si se sabe leer en torno a los objetos, el paisaje, el urbanismo y, sobre todo, los hombres, se ve que los resultados de esta despreocuapda sociedad de consumo son los resultados de una dictadura, de un verdadero fascismo.(...)
En cambio, este nuevo fascismo, esta sociedad de consumo, ha transformado profundamente a los jóvenes, les ha tocado la fibra, les ha dado otros sentimientos, otras formas de pensar, de vivir, otros modelos culturales. Ya no se trata, como en la época de Mussolini, de una regimentación superficial y escenográfica, sino de una verdadera regimentación que les ha robado y cambiado el alma. Lo que significa, en definitiva, que esta "civilización del consumo" es una civilización dictatorial. En resumen, si la palabra fascismo significa la arrogancia del poder, la "sociedad de consumo" ha alcanzado el fascismo.
Para mí, la cuestión es muy compleja, pero también muy clara: el verdadero fascismo, lo he dicho antes y lo volveré a decir, es el de la sociedad de consumo y los demócratas cristianos se han convertido, incluso sin darse cuenta, en los verdaderos y auténticos fascistas de hoy. (…)
La reflexión de Pasolini distingue un fascismo arcaico, histórico, ya inexistente, en el sentido propio de la palabra que agrupa a todo aquel que formó parte de un movimiento o partido político que estuvo activo en Italia de 1919 a 1945, o de otros partidos que, incluso después, se inspiraron abierta y justificadamente en él, y un fascismo genérico mucho más amplio con el que se refiere a todo aquel que para ejercer el poder no tiene reparos en utilizar diversas formas de violencia a fin de reducir a los demás a una condición de sumisión.
Su reflexión de hace cincuenta años sigue plenamente vigente, aunque nos resulten obsoletas ya las expresiones de la 'sociedad de consumo' y los 'demócratas cristianos'; habría que sustituirlas por el 'estado de bienestar', la 'social democracia' o la 'democracia' sin más u otras expresiones análogas, para actualizarlas.
Hay fascistas en este último sentido que se indignarían si alguien les llama así, porque muchos, por no decir la mayoría, suelen considerarse antifascistas en el sentido propio de enemigos de un régimen político que ya no existe.
La reflexión de Pasolini me recuerda el dicho que se atribuye a Ennio Flaiano, y que en realidad se debe a su amigo Mino Maccari: "Los fascistas se dividen en dos categorías: fascistas y antifascistas". Cuando dice “los fascistas” como sujeto de la frase está usando el término en sentido genérico, pero cuando lo dice en el predicado, equiparándolo con antifascistas, se refiere a los fascistas propiamente dichos y a los antifascistas, que para definirse necesitan recrear el monstruo que van a combatir, como el bombero pirómano que necesita provocar el incendio que va a apagar.
La paradoja quizá pretendía aludir a la irrelevancia de tales autoproclamaciones. Cualquier autoproclamado 'antifascista' puede suscitar en nosotros cierto recelo fundado en las mismas razones del que proclama que no es racista o que no es machista. Tanto para Macari, como para Flaiano o Pasolini hay fascistas en sentido amplio incluso entre los antifascistas en el sentido más restringido del término: nadie puede considerarse inmune.
Os vacunaremos a todos (Acción antifascista que pretende vacunar a todo el mundo contra su voluntad)Hoy en día el comportamiento fascista en sentido amplio parece aumentar a un ritmo rápido, probablemente con una progresión geométrica: hay en la sociedad actual comportamientos fascistas generalizados, camuflados en los hábitos y comportamientos habituales.
Como dice Giorgio Agamben, hablando de la situación actual y ciñéndose a su país, pero puede extrapolarse a cualquier otro, en Italia se ha producido un auténtico golpe de Estado so pretexto de una crisis sanitaria. Pone como ejemplo el allí llamado Green Pass, que representa el modelo político de lo que se llama “libertad autorizada”, que no concede nuevos derechos a la ciudadanía, pero que autoriza el ejercicio de los ya existentes: salir de casa, ir a un restaurante, tomar un tren... El Estado de excepción se ha convertido en la regla: ese es el fascismo actual que algunos antifascistas no quieren ver.
miércoles, 16 de junio de 2021
Mensajes antifascistas
viernes, 25 de septiembre de 2020
Neofascismo antifascista
El filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) profetizó algo que desgraciadamente es hoy realidad. A raíz de la prohibición en Francia de la película L' Ombre des anges de Daniel Schmid en 1977, acusada de antisemitismo, publicó Deleuze un artículo en Le Monde, 18 de febrero de ese mismo año, titulado Le juif riche (El judío rico), que leo recogido en su libro “Deux Régimes de fous, textes et entretiens 1975-1995”, donde analiza dicha prohibición y reconoce que la película es tan bella que podría perdonársele un poco de antisemitismo... Al parecer está basada en una obra de teatro de Rainer Werner Fassbinder y la sinopsis de su argumento podría ser esta que leo en una página de cine de la Red: Una prostituta sin muchos clientes es contratada por un tipo llamado "el Judío" para que le escuche las escenas grotescas y sexuales que imagina. Lamenta en su artículo Deleuze que la Liga contra el antisemitismo declare antisemitas a todos los que pronuncian la palabra “judío”, y escribe: “Es como si se prohibiera una palabra en el diccionario”.
Lo que me interesa del texto de Deleuze, más allá de la anécdota de la prohibición de esta película que no he tenido la ocasión de ver, es la reflexión que hace a propósito de este tema y que es válida para la situación actual que atraviesa cuarenta años después el mundo: Por muy actual y poderoso que sea en muchos países, el viejo fascismo ya no es el problema de nuestro tiempo. Se nos prepara otros fascismos. Se está instalando un neo-fascismo en comparación con el cual el antiguo pasa por ser folclórico (...) En lugar de ser una política y una economía de guerra, el neo-fascismo es una alianza mundial para la seguridad, para la administración de una “paz” no menos terrible, con una organización coordinada de todos los pequeños miedos, de todas las pequeñas angustias que hacen de nosotros unos micro-fascistas encargados de sofocar cada cosa, cada rostro, cada palabra un poco fuerte en nuestra calle, en nuestro barrio, en nuestra sala de cine.
La aparición del neo-fascismo que denuncia Deleuze va más allá de la existencia de partidos políticos como Vox en España, el Front National en Francia, o Amanecer Dorado en Grecia, que responden, más bien, al viejo fascismo que el denomina folclórico. El neofascismo del que habla es una metástasis que el neoliberalismo ha ido desplegando sutilmente por casi todas las esferas de la vida en nombre de la seguridad y, recientemente, de la Salud Pública.
Este neofascismo no entiende de gobiernos de izquierdas ni de derechas. No se alimenta de ingredientes ideológicos, sino del miedo que siembra entre la gente. Y llama la atención cómo se extiende en ámbitos progresistas, sirviéndose incluso de eso que Deleuze denominó antifascismo folclórico, que le sirve como cortina de humo y distraccion para inocularse sigilosamente como un auténtico virus en el cuerpo social.
Muy oportuna y desgraciadamente profética resulta la reflexión que hacía Deleuze. Resulta paradójico, pero el neofascismo se disfrace de antifascismo, como el cuento aquel de la infancia en que el lobo se hacía pasar por mamá cabra aclarándose la voz y untándose sus negras pezuñas con harina blanca para confundir a los cabritos, de forma que le abriesen la puerta y pudiera, acto seguido, devorarlos.
Dando un salto de más de cuarenta años, y viniendo a nuestros días, la epidemia declarada pandemia del virus coronado que llevamos padeciendo durante siete meses está sirviendo de caldo de cultivo de una dictadura fascista mundial. Desde Nueva Zelanda hasta los Estados Unidos de América, pasando por las monarquías y repúblicas de la vieja Europa, las sedicentes democracias representativas occidentales han adoptado y están desarrollando el modelo chino de tecnocracia fascista para imponer un Estado de bioseguridad singular.