lunes, 16 de septiembre de 2024
Fascistas y antifascistas
domingo, 16 de junio de 2024
Vuelve 'il fascio'
miércoles, 14 de febrero de 2024
Fascismo o democracia, una falsa elección
Según unas estadísticas sacadas de la manga de las encuestas -¡maldito vicio pedopsicagógico de hacer sondeos y rastrear no el sentido común, que es el menos común de los sentidos, sino la opinión personal mayoritaria o voto de cada átomo personal intransferible!- con que nos bombardean los medios masivos de (in)formación, y con que nos distraen de lo que realmente importa para que no nos demos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor, y para la formación del espíritu nacional de nuestra conciencia democrática acrítica y aturdida, a los chicos y chicas españoles de la franja de edad que va de los once a los quince años de edad, la democracia al parecer se la trae flojísima, muy floja.
En efecto, estos“-ceañeros”, vamos a llamarlos así, si se me permite la licencia del palabro, repudian esto de la democracia, y eso nos lo sirven los medios masivos a los mayores para que tratemos de educarlos llevándolos por el buen camino y de inculcarles los valores cívicos constitucionales propios del sistema de dominio vigente, a fin de que acaben entrando por el aro y empiecen a ser cuanto antes ciudadanos de pleno derecho: fierecillas domadas, que cumplen religiosamente, en una época esencialmente laica, con las normas establecidas, es decir, como buenos contribuyentes y votantes, o sea, que se confiesan y le declaran amorosamente al Fisco las intimidades de sus bienes -olvidando que toda propiedad es un hurto o expropiación del común, si no un pecado-, y que son consumidores de ideologías políticas en conserva y de artilugios de látex políticamente correctos para el uirile membrum, y, en definitiva, para que traguen sapos y culebras reales como la vida misma por un tubo a través del móvil que es ya un apéndice de la mano derecha que centra la atención de sus ojos, que no ven más allá de la pantalla y de lo que por ella les arrojan. A estos “-ceañeros” la sociedad quiere adulterarlos, o sea, hacerlos adultos, hombres y mujeres hechos y derechos como Dios manda.
Estos jovencitos, además, sólo se identifican, y hacen bien, con su pueblo o ciudad y con sus gentes más cercanas e inmediatas, no con ideas, sino con las realidades tangibles más próximas: ni con la idea de España (sólo un 14%), ni siquiera con la de su comunidad autónoma respectiva (sólo un 10%), ni muchísimo menos con la entelequia de Europa, cuya incidencia, pese a los esfuerzos de los políticos que nos llaman a votar cada cinco años, es prácticamente nula y anecdótica: un 2%.
Los medios masivos sacan la conclusión, apresurada a todas luces, de que les atraen las dictaduras, y que esto les pasa, claro, porque no han conocido y vivido en sus propias carnes la del Generalísimo F.F., por ejemplo, ni, remontándonos un poco más atrás, tampoco la del General Primo de Rivera, por supuesto. Es cierto, han nacido bajo la férula de la democracia; casi, si se descuidan, ni siquiera han conocido las regencia socialista ni la popular. Todavía no habían nacido, angelicales criaturas perversas polimorfas, según el padre Freud. No tienen la culpa de no haber venido antes al mundo -ellos a violarlas y ellas a ser violadas- y de no conocer más forma de dominio que esta que padecemos todos: la única que hay hoy por hoy en la realidad, la única que cuenta.
¿Democracia? ¡No, gracias! Analicemos un poco el tinglado este del gobierno que dicen del pueblo, por el pueblo y para el pueblo según el cacareado dogma de fe vigente. Detengámonos en una pequeña cuestión gramatical, aparentemente inocua: el artículo determinado y determinante: “el” pueblo. Cabe preguntarse: ¿Qué pueblo? No es lo mismo, en efecto, el pueblo español, que el vasco, que el bombardeado pueblo gazatí, que el sufrido pueblo ucraniano, que el pueblo ruso o americano, o más propiamente, estadounidense... No es lo mismo, porque todavía hay pueblos y pueblos. Los hay de primera, de segunda y de tercera división, todavía hay clases y categorías, como en la liga nacional del despotismo absoluto balompédico. Si analizamos el cotarro actual, un pueblo concreto impone sus decisiones a todos los demás, lo cual no parece muy democrático que digamos. No es lo mismo, pues, “el” pueblo, en general sin apellidos, que ”el pueblo de los Estados Unidos” en particular, que es, ni falta hace decirlo, el que corta en el universo mundo el bacalao político, económico, militar y cultural, que es lo mismo todo.
Pero en EE.UU., esa rancia democracia, tampoco manda el pueblo: el pueblo, que es la encarnación de la vieja 'gracia de Dios' que legitimaba los gobiernos y monarquías, delega, no en su totalidad sino mayoritariamente, en un presidente del gobierno para que ejerza el poder de su despotismo sobre él. Frente a la monarquía hereditaria y dinástica del Ancien Régime, nos encontramos en los regímenes hodiernos con una monarquía electiva o gobierno de uno, no de carácter vitalicio, sino temporal, para un período de tiempo que va generalmente de los cuatro a los siete años, con posibilidad de reelección. No se llama rey, claro, sino presidente del gobierno, pero es lo mismo. Luego, tampoco es el pueblo el que gobierna en los EE.UU., sino un tyrannosaurus rex sufragado por la mayoría, que no totalidad, de ese pueblo. Este sistema de dominación es cuasiperfecto porque convierte al pueblo en electorado o clientela política y sólo permite que éste se subleve contra el poder que toca en ese momento, sustituyendo un gobierno por otro, un partido por otro, recambiando una pieza por otra, una marca por otra, un voto por otro, por lo que habitualmente se alternan impunemente en el trono republicanos y demócratas, derechas e izquierdas, sin alterar para nada el sistema subyacente que permite la supervivencia del aparato del poder por encima o por debajo de la moda de cada gobierno de turno.
El antifascismo, que podría haber seguido siendo en la actualidad un
movimiento de oposición al sistema de dominio vigente, a cualquier forma de
poder, se ha convertido sin embargo en una corriente de adhesión inquebrantable
al orden nuevo, al nuevo y último IV Reich instaurado democráticamente
en el vastísimo universo mundial globalizado. ¿No es cierto, acaso, que, pese a
la toma del palacio de invierno en 1917 y el derrocamiento del último
emperador, sigue saliendo, valga como ejemplo, el zar en Rusia de las urnas?
lunes, 26 de septiembre de 2022
Perteneciendo al futuro
Hablando el otro día con un amigo, recordábamos a propósito de la irrupción en la vieja Europa del nazismo, la espléndida película musical de 1972 de Bob Fosse titulada Cabaret.
En el Berlín alegre de entreguerras de los años treinta tiene lugar una historia de amor entre la bailarina Sally Bowles, papel que protagoniza Liza Minnelli, y un estudiante inglés llamado Bryan Roberts, encarnado por Michael York, con el trasfondo del auge político del partido nacionalsocialista alemán.
Uno de los números musicales más celebrados del filme es, sin duda, aquel Money, money, que repite Money makes the world go round, y constata la importancia del poderoso caballero y dios verdadero que es don Dinero: Un marco, un yen, un dólar o una libra, / un dólar o una libra, / un dólar o una libra / es todo lo que hace que el mundo gire alrededor. / Ese sonido de tintineo metálico / puede hacer que el mundo gire alrededor. Resulta curiosa en la enumeración de las monedas cómo el marco alemán, un siglo después, ha desaparecido, sustituido por el euro en el ámbito de la Unión Europea, que absorbió las viejas monedas nacionales como el franco francés, la lira, la peseta, el escudo, la dracma..., mientras que la libra, el dólar y el yen citados persisten todavía.
Al comienzo sólo se ve el rostro de una pureza angelical en primer plano, pero la cámara va mostrando lentamente que el adolescente, que encarna la juventud, lleva uniforme militar, y una cruz gamada en el brazo izquierdo. Al final de la canción se colocará la gorra y hará el saludo fascista. La inocente balada se ha convertido poco a poco en un himno nazi que hace que prácticamente todos los adultos y jóvenes presentes se levanten y coreen la canción formando una masa homogénea.
Finalmente todos con el brazo en alto y la palma abierta hacen el saludo fascista. Sólo un anciano permanece sentado, expresando su desacuerdo con el siniestro futuro que anuncia la canción, que repite el estribillo una y otra vez: tomorrow belongs to me: el mañana me pertenece a mí. El mañana, es decir, el futuro.
Pero dándole la vuelta a ese estribillo: si el mañana me pertenece a mí, yo pertenezco al mañana, es decir, al futuro, que es la muerte, y no al presente, que es lo único que hay aquí y ahora. Casi todos los que estaban en la cervecería, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, han formado una masa homogénea, aglutinándose en torno a ese himno que, como cabe esperar de todos los himnos en general y de cualquiera de ellos en particular, no puede augurar nada bueno.
miércoles, 2 de febrero de 2022
El fascismo del antifascista
Declaraba Pier Paolo Pasolini en 1974 en una entrevista a L'Europeo, recogida en la colección de artículos póstumos “El fascismo de los antifascistas” (Milán, 2018): Existe hoy una forma de antifascismo arqueológico que es además un buen pretexto para procurarse una patente de antifascismo real. Se trata de un antifascismo fácil que tiene por objeto y objetivo un fascismo arcaico que ya no existe y que no existirá ya nunca.” (...)
Por eso gran parte del antifascismo actual, o al menos lo que se llama antifascismo, es ingenuo y estúpido o es injustificado y de mala fe: porque lucha o pretende luchar contra un fenómeno arqueológico, muerto y enterrado, que ya no puede asustar a nadie. Es, en definitiva, un antifascismo totalmente cómodo y totalmente descansado.
Creo, creo profundamente, que el verdadero fascismo es lo que los sociólogos han llamado, con demasiada buena intención, "sociedad de consumo". Una definición que parece inofensiva, puramente descriptiva. Pero no. Si se observa bien la realidad, y sobre todo si se sabe leer en torno a los objetos, el paisaje, el urbanismo y, sobre todo, los hombres, se ve que los resultados de esta despreocuapda sociedad de consumo son los resultados de una dictadura, de un verdadero fascismo.(...)
En cambio, este nuevo fascismo, esta sociedad de consumo, ha transformado profundamente a los jóvenes, les ha tocado la fibra, les ha dado otros sentimientos, otras formas de pensar, de vivir, otros modelos culturales. Ya no se trata, como en la época de Mussolini, de una regimentación superficial y escenográfica, sino de una verdadera regimentación que les ha robado y cambiado el alma. Lo que significa, en definitiva, que esta "civilización del consumo" es una civilización dictatorial. En resumen, si la palabra fascismo significa la arrogancia del poder, la "sociedad de consumo" ha alcanzado el fascismo.
Para mí, la cuestión es muy compleja, pero también muy clara: el verdadero fascismo, lo he dicho antes y lo volveré a decir, es el de la sociedad de consumo y los demócratas cristianos se han convertido, incluso sin darse cuenta, en los verdaderos y auténticos fascistas de hoy. (…)
La reflexión de Pasolini distingue un fascismo arcaico, histórico, ya inexistente, en el sentido propio de la palabra que agrupa a todo aquel que formó parte de un movimiento o partido político que estuvo activo en Italia de 1919 a 1945, o de otros partidos que, incluso después, se inspiraron abierta y justificadamente en él, y un fascismo genérico mucho más amplio con el que se refiere a todo aquel que para ejercer el poder no tiene reparos en utilizar diversas formas de violencia a fin de reducir a los demás a una condición de sumisión.
Su reflexión de hace cincuenta años sigue plenamente vigente, aunque nos resulten obsoletas ya las expresiones de la 'sociedad de consumo' y los 'demócratas cristianos'; habría que sustituirlas por el 'estado de bienestar', la 'social democracia' o la 'democracia' sin más u otras expresiones análogas, para actualizarlas.
Hay fascistas en este último sentido que se indignarían si alguien les llama así, porque muchos, por no decir la mayoría, suelen considerarse antifascistas en el sentido propio de enemigos de un régimen político que ya no existe.
La reflexión de Pasolini me recuerda el dicho que se atribuye a Ennio Flaiano, y que en realidad se debe a su amigo Mino Maccari: "Los fascistas se dividen en dos categorías: fascistas y antifascistas". Cuando dice “los fascistas” como sujeto de la frase está usando el término en sentido genérico, pero cuando lo dice en el predicado, equiparándolo con antifascistas, se refiere a los fascistas propiamente dichos y a los antifascistas, que para definirse necesitan recrear el monstruo que van a combatir, como el bombero pirómano que necesita provocar el incendio que va a apagar.
La paradoja quizá pretendía aludir a la irrelevancia de tales autoproclamaciones. Cualquier autoproclamado 'antifascista' puede suscitar en nosotros cierto recelo fundado en las mismas razones del que proclama que no es racista o que no es machista. Tanto para Macari, como para Flaiano o Pasolini hay fascistas en sentido amplio incluso entre los antifascistas en el sentido más restringido del término: nadie puede considerarse inmune.
Os vacunaremos a todos (Acción antifascista que pretende vacunar a todo el mundo contra su voluntad)Hoy en día el comportamiento fascista en sentido amplio parece aumentar a un ritmo rápido, probablemente con una progresión geométrica: hay en la sociedad actual comportamientos fascistas generalizados, camuflados en los hábitos y comportamientos habituales.
Como dice Giorgio Agamben, hablando de la situación actual y ciñéndose a su país, pero puede extrapolarse a cualquier otro, en Italia se ha producido un auténtico golpe de Estado so pretexto de una crisis sanitaria. Pone como ejemplo el allí llamado Green Pass, que representa el modelo político de lo que se llama “libertad autorizada”, que no concede nuevos derechos a la ciudadanía, pero que autoriza el ejercicio de los ya existentes: salir de casa, ir a un restaurante, tomar un tren... El Estado de excepción se ha convertido en la regla: ese es el fascismo actual que algunos antifascistas no quieren ver.