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martes, 7 de mayo de 2024

Invitación a leer 'La Religión del Capital' de Paul Lafargue

    «El Capital no conoce ni patria, ni frontera, ni color, ni razas, ni edades, ni sexos; es el Dios internacional, el Dios universal; ¡someterá bajo su ley a todos los hijos de los hombres!». 
La Religion du Capital, Paul Lafargue, 1886. 
 
    Paul Lafargue (1842-1911) en La Religión del Capital, que se publicó en primer lugar por entregas en 1886 como folletón de Le Socialiste, y al año siguiente se editó en formato libro, le debe mucho a su suegro Carlos Marx, por supuesto, pero también a toda la literatura socialista y anarquista del siglo XIX, lo que también puede decirse al revés: que dicha literatura le debe mucho y no poco a Paul Lafargue, que, además, puede considerarse un clásico ya de la literatura francesa. Aunque el marxismo esté de capa caída en nuestro siglo XXI, su libro no ha perdido en lo esencial nada de su fuerza subversiva y revolucionaria, que consiste en cambiar nuestra óptica haciéndonos ver la íntima conexión que existe entre la teología y la economía, poniendo de relieve que Dios es el Dinero, la primera y última epifanía de todas las cosas, la que crea todas las demás, incluidas las personas. 
     Este panfleto, que puede leerse aquí en traducción española, se presenta como un conjunto de documentos ficticios que han caído en manos de Lafargue, que habrían sido elaborados en un misterioso congreso celebrado en Londres, al que hombres de todos los países civilizados, entre las lumbreras de la ciencia, la religión, la filosofía, las finanzas, el comercio y la industria, acuden para intentar poner freno al avance de las ideas socialistas, entendido este término en su significado más amplio.
 
    Al Congreso de Londres, que es el primer capítulo, le sigue El catecismo de los trabajadores, a imitación de los catecismos de la doctrina cristiana en los que se dan respuestas cerradas a preguntas también cerradas. A continuación, el capítulo tercero nos presenta El sermón de la cortesana, en el que una prostituta invita a todas las mujeres a prostituirse afirmándose que en nuestra sociedad no hay trabajo más decente que la prostitución, preferible al de las obreras o amas de casa que dependen del trabajo de su cónyuge. Se equipara en este capítulo la prostitución, considerada el oficio más viejo del mundo, con cualquier forma de trabajo, y viene a decirse que cualquier forma de trabajo es una prostitución. El capítulo cuarto lleva un título bíblico: El Eclesiastés o El libro del Capitalista y en forma de aforismos se plantea la cuestión de la naturaleza del Capital como dios, cómo el ser humano es el elegido para su encarnación, cuáles son los deberes del capitalista, y concluye con unas máximas de sabiduría divina y unas ultima verba. El capítulo quinto presenta una retahíla de oraciones capitalistas, con su Credo, Ave Miseria y Adoración del Oro. El libro concluye con las Lamentaciones de Job-Rothschild, el Capitalista, estableciéndose una comparación entre el libro bíblico y el personaje que encarna el capitalismo decimonónico, que sería Rothschild.  

In God we trust.
 
    El panfleto es una irónica mezcla de teología y de economía, formulando la nueva religión del nuevo y verdadero Dios, que es el Capital, o sea, el Dinero. Pese a ser una ficción literaria, los personajes que aparecen en él son todos reales, por ejemplo el legado del papa de la época y el marqués de Salisbury, miembro ilustre de la derecha conservadora británica, o Samuel Morley, uno de los cabecillas de la extrema izquierda radical, o el célebre liberal darwiniano Herbert Spencer... 
 
    El panfleto no ha perdido actualidad. Es más, la actualidad ha venido a corroborar que la religión universal es el Dinero, que exige que todo se convierta en mercancía, y que eso abarque a todo el mundo, habida cuenta de la globalización que hemos sufrido del capitalismo, que todavía en la época de Marx y de Lafargue, cuando se publicó el panfleto, no se había completado, y había lugares que podían decirse que escapaban de su dominio, pero ya se veía venir el triunfo de lo que Lafargue denominó «notre très sainte Église, l'Économie politique officielle», que es la que hoy reina, interconectada digitalmente, desde Silicon Valley hasta Wall Street y las bolsas de todo el universo. 
 

 
    De Paul Lafargue hemos traducido también El derecho a la pereza, que el lector curioso puede leer aquí mismo.

miércoles, 14 de febrero de 2024

Fascismo o democracia, una falsa elección

    Según unas estadísticas sacadas de la manga de las encuestas  -¡maldito vicio pedopsicagógico de hacer sondeos y rastrear no el sentido común, que es el menos común de los sentidos, sino la opinión personal mayoritaria o voto de cada átomo personal intransferible!- con que nos bombardean los medios masivos de (in)formación, y con que nos distraen de lo que realmente importa para que no nos demos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor,  y para la formación del espíritu nacional de nuestra conciencia democrática acrítica y aturdida,  a los chicos y chicas españoles de la franja de edad que va de los once a los quince años de edad, la democracia al parecer se la trae flojísima, muy floja. 

    En efecto, estos“-ceañeros”, vamos a llamarlos así, si se me permite la licencia del palabro, repudian esto de la democracia, y eso nos lo sirven los medios masivos a los mayores para que tratemos de educarlos llevándolos por el buen camino y de inculcarles los valores cívicos constitucionales propios del sistema de dominio vigente, a fin de que acaben entrando por el aro y empiecen  a ser cuanto antes ciudadanos de pleno derecho: fierecillas domadas, que cumplen religiosamente, en una época esencialmente laica, con las normas establecidas, es decir, como buenos contribuyentes y votantes, o sea, que se confiesan y le declaran amorosamente al Fisco las intimidades de sus bienes -olvidando que toda propiedad es un hurto o expropiación del común, si no un pecado-, y que son consumidores de ideologías políticas en conserva y de artilugios de látex políticamente correctos para el uirile membrum,  y, en definitiva, para que traguen sapos y culebras reales como la vida misma por un tubo a través del móvil que es ya un apéndice de la mano derecha que centra la atención de sus ojos, que no ven más allá de la pantalla y de lo que por ella les arrojan. A estos “-ceañeros” la sociedad quiere adulterarlos, o sea, hacerlos adultos, hombres y mujeres hechos y derechos como Dios manda.

Una falsa elección (de Miguel Brieva)
 
    Sólo una tercera parte, la más dócil y sumisa, de dichos “-ceañeros”,  cree que la democracia es insustituible, mientras que el resto considera que es igual un régimen que otro, uno democrático que uno autoritario, lo cual, si bien se mira, tiene más que visos de certeza. Pero si siempre ha sido doloroso soportar la jerarquía de los caudillos por la gracia de Dios, quizá sea más estúpido imponérsela uno eligiendo mayoritariamente al macho o marimacho, pues puede ser hembra, ya que da igual el sexo que llaman biológico o género adoptado, que rija los destinos de la manada, es decir, colaborar con el hecho de que siga habiendo mandamases y mandados, y que siga habiendo manadas. 

Estos jovencitos, además, sólo se identifican, y hacen bien, con su pueblo o ciudad y con sus gentes más cercanas e inmediatas, no con ideas, sino con las realidades tangibles más próximas:  ni con la idea de España (sólo un 14%), ni siquiera con la de su comunidad autónoma respectiva (sólo un 10%), ni muchísimo menos con la entelequia de Europa, cuya incidencia, pese a los esfuerzos de los políticos que nos llaman a votar cada cinco años, es prácticamente nula y anecdótica: un 2%.

Los medios masivos sacan la conclusión, apresurada a todas luces, de que les atraen las dictaduras, y que esto les pasa, claro, porque no han conocido y vivido en sus propias carnes la del Generalísimo F.F., por ejemplo, ni, remontándonos un poco más atrás, tampoco la del General Primo de Rivera, por supuesto.  Es cierto, han nacido bajo la férula de la democracia; casi, si se descuidan, ni siquiera han conocido las regencia socialista ni la popular. Todavía no habían nacido, angelicales criaturas perversas polimorfas, según el padre Freud.  No tienen la culpa de no haber venido antes al mundo -ellos a violarlas y ellas a ser violadas- y de no conocer más forma de dominio que esta que padecemos todos: la única que hay hoy por hoy en la realidad, la única que cuenta. 

     A ellos este régimen democrático, que es el único que conocen y padecen,  les parece malo. Y a nosotros, que no estamos precisamente en la edad del pavipollo, no nos parece bueno, es más: nos parece, como a ellos, malo, y de algún modo, el peor que hay, porque es el único que hay. El fascismo es solo un fantasma inexistente del pasado que se proyecta en el futuro para justificar el actual establecimiento.

 ¿Democracia? ¡No, gracias! Analicemos un poco el tinglado este del gobierno que dicen del pueblo, por el pueblo y para el pueblo según el cacareado dogma de fe vigente. Detengámonos en una pequeña cuestión gramatical, aparentemente inocua: el artículo determinado y determinante: “el” pueblo. Cabe preguntarse: ¿Qué pueblo?  No es lo mismo, en efecto, el pueblo español, que el vasco, que el bombardeado pueblo gazatí, que el sufrido pueblo ucraniano, que el pueblo ruso o americano, o más propiamente, estadounidense... No es lo mismo, porque todavía hay pueblos y pueblos. Los hay de primera, de segunda y de tercera división, todavía hay clases y categorías, como en la liga nacional del despotismo absoluto balompédico. Si analizamos el cotarro actual, un pueblo concreto impone sus decisiones a todos los demás, lo cual no parece muy democrático que digamos. No es lo mismo, pues, “el” pueblo, en general sin apellidos, que ”el pueblo de los Estados Unidos” en particular, que  es, ni falta hace decirlo,  el que corta en el universo mundo el bacalao político, económico, militar y cultural, que es lo mismo todo. 

 

Pero en EE.UU., esa rancia democracia, tampoco manda el pueblo: el pueblo, que es la encarnación de la vieja 'gracia de Dios' que legitimaba los gobiernos y monarquías, delega, no en su totalidad sino mayoritariamente, en un presidente del gobierno para que ejerza el poder de su despotismo sobre él. Frente a la monarquía hereditaria y dinástica del Ancien Régime, nos encontramos en los regímenes hodiernos con una monarquía electiva o gobierno de uno, no de carácter vitalicio, sino temporal, para un período de tiempo que va generalmente de los cuatro a los siete años, con posibilidad de reelección.  No se llama rey, claro, sino presidente del gobierno, pero es lo mismo. Luego,  tampoco es el pueblo el que gobierna en los EE.UU., sino un tyrannosaurus rex sufragado por la mayoría, que no totalidad, de ese pueblo. Este sistema de dominación es cuasiperfecto porque convierte al pueblo en electorado o clientela política y sólo permite que éste se subleve contra el poder que toca en ese momento, sustituyendo un gobierno por otro, un partido por otro, recambiando una pieza por otra, una marca por otra, un voto por otro,  por lo que habitualmente se alternan impunemente en el trono republicanos y demócratas, derechas e izquierdas, sin alterar para nada el sistema subyacente que permite la supervivencia del aparato del poder por encima o por debajo de la moda de cada gobierno de turno.

El antifascismo, que podría haber seguido siendo en la actualidad un movimiento de oposición al sistema de dominio vigente, a cualquier forma de poder, se ha convertido sin embargo en una corriente de adhesión inquebrantable al orden nuevo, al nuevo y último IV Reich instaurado democráticamente en el vastísimo universo mundial globalizado. ¿No es cierto, acaso, que, pese a la toma del palacio de invierno en 1917 y el derrocamiento del último emperador, sigue saliendo, valga como ejemplo, el zar en Rusia de las urnas? 

sábado, 17 de junio de 2023

¡Qué buenos son nuestros ministros y ministras!

    El Gobierno de las Españas decidió hace cinco años, como por otra parte no cabía esperar menos, invertir dice él -lo que traducido al lenguaje corriente quiere decir malgastar- 7.300 millones de euros de los fondos de las arcas públicas durante los próximos catorce años en la construcción de cinco fragatas F-110, que sustituirán a las obsoletas de la Clase Santa María que tenían ya 35 años de antigüedad, 348 vehículos blindados Dragón 8 por 8, que sustituirán a los viejos BMR, cuyo blindaje resultaba endeble para afrontar la amenaza de los explosivos enterrados a su paso en lugares del mundo tan remotos como Afganistán, donde no se nos ha perdido nada, y en la modernización de los 69 aviones de combate (y cuatro pendientes de recibir) cazabombarderos Eurofighter, que en la lengua del Imperio significa “Eurocombatiente”. Su nombre, sin embargo, no precisa ni especifica si lo de “Euro” se refiere a Europa o a la moneda de la llamada eurozona o, lo que es más probable, a ambas cosas a la vez. 

    Los Estados Unidos de América, por su parte, están al parecer muy satisfechos de que el Gobierno del doctor Pedro Sánchez haya aumentado -incrementado, dicen ellos, en lugar de excrementado- lo que se llama con eufemismo el gasto de defensa -es decir armamento para las Fuerzas Armadas- en un 2% sobre el PIB de nuestro país.

    Así lo decidió nuestro modernísimo Consejo de Ministros y de Ministras, que de esta forma ha asegurado nuestra defensa por tierra, mar y aire con lo que constituye paradójicamente una ofensa al sentido común. ¿Cómo nos venden esta bochornosa e impresentable moto nuestros gobernantes (y gobernantas, no se olvide ni invisibilice el importante papel desempeñado por las mujeres en esta chapuza) a los votantes y contribuyentes? Pues diciendo que la inversión generará nada más y nada menos que 8.500 puestos de trabajo, directos e indirectos, en los astilleros de Navantia en Ferrol, así como en otras muchas empresas, de los que 7.000 dependen de la construcción de las fragatas: quieren darnos más trabajo. ¡Qué buenos son nuestros mandatarios (y mandatarias)! 

    En este sentido la por entonces Ministra de Educación y portavoz del Gobierno de las Españas doña Isabel Celaá dijo a los periodistas en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros y Ministras que aprobó dicho despropósito: “El gasto en Defensa es, efectivamente, gasto social”. Y añadió sin que se le cayera o arrugara al menos de vergüenza la cara dura que tiene, ratificando así las palabras de la Ministra de Defensa doña Margarita Robles que había asegurado lo mismo con otras palabras en una entrevista radiofónica: “el gasto militar contribuye, aparte de la seguridad y la defensa, en la creación de puestos de trabajo”.



    Ya unos meses atrás el presidente del Gobierno, el mentado doctor Sánchez, justificó la venta de armas a Arabia Saudí diciendo que el contrato venía del anterior ejecutivo -eufemismo de Gobierno-, disculpando así que el nuevo que él preside tuviera que ejecutar dicho compromiso y no pudiera anularlo. Ya se sabe. No se cansa uno de repetirlo: Los que mandan son los más mandados. 

    Por su parte, el entonces Ministro de Asuntos Exteriores don Josep Borrell afirmó, sin que tampoco se le cayera el rostro de vergüenza ni le temblara siquiera la voz, que las armas que España vendía a Arabia Saudí sabían a quién tenían que matar... Él no lo dijo con estas palabras exactamente. Dijo, astuto como es, algo así como que eran unas armas "inteligentes", tanto que nunca se equivocaban en el blanco... ¡Qué maravilla! El problema de esta definición políticamente tan correcta es que,  como le advertía doña Lidia Falcón en una valiente carta abierta, donde se avergonzaba como ciudadana española, como mujer y como feminista, dirigida al señor ministro, y de paso al alcalde de Cádiz y a los trabajadores de Navantia: "Pero lo que no nos ha dicho usted es cuál es el blanco".

 

sábado, 13 de mayo de 2023

Última lección del curso: y 12. - Contra la Economía.

    Si la filosofía era antaño la ancilla theologiae, es decir, la sierva sumisa de la teología a la que debía subordinarse en la escolástica medieval, dando a entender así que la razón debía estar siempre supeditada a la fe religiosa, que era la condición indispensable del saber humano, hoy en día la política es la ancilla oeconomiae, o dicho, de otro modo, el poder político, democráticamente elegido, está al servicio de los mercados y las finanzas, del mismo modo que la economía está al servicio del poder político en recíproca correspondencia.

    La economía, aunque utiliza el lenguaje matemático de los números, no es una ciencia, sino una pseudo-ciencia y una religión, opio del pueblo, por lo tanto, que usa una jerga presuntamente especializada con la que pretende hacernos creer en sus dogmas de fe a pie juntillas. 

    Nos hace comulgar con ruedas de molino tales como las siguientes perlas, en palabras que recojo de José A. Tapia, profesor adjunto de Ciencias Políticas de la Universidad Drexel, de Filadelfia, en su introducción a la obra de Paul Mattick “Crisis económica y teorías de la crisis. Un ensayo sobre Marx y la ciencia económica”, publicada por Maia, Madrid, en 2014: que los mercados armonizan las necesidades de productores y consumidores en la sociedad; que los salarios que se ganan corresponden a lo que contribuye cada uno a la producción social de cosas útiles; que el fin de nuestro sistema económico de mercado y lo que lo hace funcionar es la producción de los bienes y servicios que demanda la sociedad; y que todas esas cosas hacen que la economía sea como un organismo en el que todas las partes sirven al todo armónicamente, de tal forma que los individuos que la forman hallan la mejor satisfacción posible de sus necesidades y deseos, dada la innegable escasez de muchas cosas y la imposibilidad de satisfacer las fantasías de todos...


    Estos “principios fundamentales” de la emprendeduría o emprendizaje, que no aprendizaje, son constantemente glosados, reelaborados y repetidos como mantras tibetanos por los políticos y economistas, tanto monta, y por los formadores de la opinión pública, y a fuerza de repetición se convierten en artículos de fe que nadie se atreve a discutir. Con ellos, además, se pretende educar a la juventud en valores financieros y bursátiles, como hemos ido denunciando aquí mismo a lo largo de once lecciones (con esta doce)  de economía,  inculcándole la idea de que el capitalismo, se quiera o no se quiera denominar así al poder del capital, es la mejor forma de organización de la sociedad, porque es la que de hecho está establecida como si hubiera surgido así motu proprio de la naturaleza, y no por el empeño que ponen las castas dominantes en que sea y siga siendo así por los siglos de los siglos.

    Estos son algunos de los principios fundamentales de la presunta ciencia o pseudo-ciencia que se enseña en nuestros Institutos de Educación (que no de Enseñanza, ay,) Secundaria, tras el desastre actual de la LOMCE. En el primer ciclo de la ESO se oferta la materia “Iniciación a la Actividad Emprendedora y Empresarial”, donde resulta curioso cómo se ha querido equiparar la actitud emprendedora con la empresarial, como si fueran cosas equivalentes, y en el segundo ciclo, que es el cuarto y último curso, en la modalidad de “enseñanzas académicas” se da a elegir Biología-y-Geología, Física-y-Química, Latín y Economía a los alumnos para que cursen dos de esas cuatro materias en función de sus intereses y estudios posteriores de Bachillerato, mientras que en la modalidad de “enseñanzas aplicadas”, orientadas hacia la Formación Profesional, se oferta “Iniciación a la Actividad Emprendedora y Empresarial”, equiparando otra vez al emprendedor con el empresario,  junto con “Ciencias aplicadas a la actividad empresarial” y Tecnología, de las que deben cursar dos.



    Antes ya de la nefasta LOMLOE (2020), la no menos perniciosa LOGSE (1990) había introducido por primera vez la Economía como materia troncal en el currículo educativo del primer curso del Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales. 
 
    Recuerdo que por aquel entonces no había profesores todavía especializados en esa materia en los institutos para impartirla y que se la disputaban los profesores de sociales y los de tecnología.  Antes de la LOGSE se estudiaba la economía, junto con la política, dentro de los currículos de Geografía e Historia, ligada a los conocimientos de estas ciencias sociales, pero a partir de ese momento se desgajan de ahí los contenidos económicos como si fueran eternos, independientes y ajenos al devenir de la historia humana,  y surgen los economistas y asimilados, que invaden nuestros institutos predicando la nueva fe, la religión laica de la consagrada hostia de la economía, precisamente cuando el sistema económico, político y social  hace aguas por numerosos flancos a finales del siglo XX, y suenan cada vez más huecas si no se repiten una y otra vez las cantilenas sobre su pretendido carácter estable, acorde con la naturaleza humana y dispensador de riqueza para todos, como si del mismísimo cuerno de la abundancia se tratase. 
 
    No dudo de que entre los profesores actuales de Economía puede haber, y los hay entre los colegas que he conocido en algunos institutos, críticos de la economía política y de la política económica a la que sirven las asignaturas que imparten, pero aquí no se está haciendo una crítica de los profesores en particular, líbreme Dios si puede de entrar en cuestiones personales, que son las que menos interés tienen, sino que se estaba criticando la Economía en general y se estaba tratando de su función adoctrinadora, mal que les pese a algunos economistas críticos, dentro del sistema educativo, que lo que hace es reforzar con su adoctrinamiento el sistema social, tanto política- como económicamente, lo que viene a ser lo mismo.

    El anteproyecto de LOMCE  había osado suprimir la Economía de primero de Bachillerato como materia de modalidad después de 20 años de vigencia a raíz de su creación gracias a la LOGSE, por lo que se protestó argumentando majaderías tales como la del profesor Carles Batlle, representante de la Confederación Estatal de Asociaciones de Profesorado de Economía en Secundaria (CEAPES), que defendía desde las páginas de El País el 5 de octubre de 2012 que eso nos llevaba literalmente a “una educación del siglo XIX en el siglo XXI”. 
 
    Como profesor de Economía el señor Batlle escribía que consideraba “que para entender el mundo que nos rodea es necesario saber cómo funciona una empresa o cómo crear la tuya propia (sic, como si cada uno pudiera crear su propia empresa y convertirnos todos de repente de la noche a la mañana en empresarios sin empleados, a no ser que nos autoempleáramos nosotros mismos cada uno en nuestra propia empresa). Como ciudadano, saber qué es un impuesto y su necesidad. Como trabajador, conocer la estructura de una nómina o las partes de un contrato laboral. O como consumidor, el funcionamiento de cosas tan “extrañas” como una tarjeta de crédito, una hipoteca, o qué es una “acción preferente”.

    Los profesores de Economía, creados ex nihilo por la LOGSE, existían de hecho ya en los centros educativos, desde hacía veinte años; su existencia era un hecho,  como se ha dicho, y se justificaba porque impartían una materia básica, la educación económico-financiera,  para la formación de cualquier ciudadano del siglo XXI, que estaba incluida en los planes de estudio de un Bachillerato que era precisamente el más demandado por los estudiantes españoles; argumentos que acabaron convenciendo al Ministerio, que accedió a las reivindicaciones de estos profesores e incluyó la Economía en primero de Bachillerato como materia troncal de opción y en segundo curso Economía de la Empresa. Triunfó así en esta España de María Santísima que es nuestro país  la educación en valores... bursátiles, que son los que supuestamente más dividendos nos dejan. ¡Toma Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales... 
 
    La enseñanza de la economía se considera uno de los pilares fundamentales del sistema educativo no universitario, ya que la economía no se sostiene sin el caldo de cultivo de una cultura económica que enseñe a las nuevas generaciones qué cosas son prima de riesgo, inflación, déficit público, deflación, PIB, Fondos Europeos, renta per capita, TAE, tasas de ocupación, desempleo, IPC, declaración de la renta, IVA, Euribor... y un larguísimo etcétera, que, como escribe una colega que lamenta lo malparada(?) que queda la economía en la LOMLOE vigente, aparecen “diariamente en todos los informativos y condicionan nuestro devenir cotidiano.”
 
    Es fundamental que las nuevas generaciones de jóvenes, escribe Toñi Espino, “puedan adquirir los conocimientos necesarios para desenvolverse en el mercado laboral o en su compromiso como consumidores sostenibles.” 
 
    Ahí se ve lo que se pretende hacer de la juventud: abocarla al mercado laboral, es decir, a la prostitución, y al capitalismo... sostenible, adjetivo este último con el que se pretende endulzar la vieja y acerba denominación de nuestra sociedad como "sociedad de consumo", para que el sistema pase por algo bueno o, al menos, un poco mejor: sociedad de consumo... sostenible.

sábado, 6 de mayo de 2023

Lecciones de economía: 9. - El poder del dinero y el dinero del Poder.

    ¿Hay dinero falso? ¿Se puede falsificar el dinero? No es una pregunta fácil de responder, porque lo primero que habría que desmentir es la dicotomía verdadero/falso aplicada al dinero con la que le otorgamos credibilidad, cuando en realidad todo el dinero que circula en el mundo, aunque de curso legal, es intrínsecamente falso.

    Lo mismo sucede con la creación de un “banco malo”, impulsada por los gobiernos. Crean un banco malo para que creamos que las entidades bancarias que hay son bondadosas y desinteresadas hermanitas de la caridad.

    Asimismo, la utilización de la expresión “mercado negro” conlleva una petición de principio: se presupone que frente al “mercado negro” existiría un “mercado blanco”, con las connotaciones de bondad, pureza y limpieza asociadas generalmente a este color. Sucede lo mismo con la expresión blanquear dinero. Del mismo modo cuando se habla de comercio justo se está justificando el comercio en último extremo. 

 
    Preguntémonos qué es lo que se blanquea cuando hablamos de blanquear dinero negro. Más que el dinero en sí, parece que la “negrura” se le contagia al vil metal por la ilegalidad de la mercancía o por el fraude de la transacción económica realizada, cuando en verdad esta otra dicotomía maniquea blanco/negro lo que hace es ocultar la realidad. Es como si se quisiera dar a entender que el dinero, el mercado, los bancos, el comercio son medios inocentes de los que se puede hacer un uso bueno o malo, que dependería de los usuarios, es decir, de las personas, y no es así. Cualquier uso financiero que se haga es intrínsecamente malicioso.

    Nuestro dinero sólo vale algo porque aceptamos que valga algo y que cuente. Dejaría de existir si no creyéramos en él, es decir, si no lo aceptásemos como medio de pago y endeudamiento. La cuestión se basa en la confianza que todos tenemos de que no ya con los billetes y las monedas, que no son más que calderilla barata, sino con el número de nuestra tarjeta de crédito/débito o simplemente con nuestra firma estampada en un cheque vamos a conseguir adquirir bienes y servicios. Las cosas no son así: con dinero no se puede comprar ninguna cosa buena, nada bueno, sólo sustitutos, simulacros, sucedáneos de las cosas buenas de verdad. El dinero reduce las cosas a futuro, y el futuro es un objeto de fe, un trampantojo que nos obnubila y esclaviza.
    ¡Cómo cambian los tiempos! Hablar de dinero, que antes se consideraba un síntoma de mala educación, que se evitaba pudorosamente en las conversaciones, es ahora objeto de la Educación Secundaria Obligatoria, y se llama fomento del espíritu financiero, económico, empresarial o, más neutro aparentemente,  emprendedor, y se incluye como asignatura troncal en el Bachillerato de Ciencias Sociales y de Humanidades con una formulación matemática y una jerga pseudocientífica y especializada que lo único que pretende es que no haya Dios ni Cristo que entienda sus manejos.

    ¿Qué da valor al dinero? Buena pregunta. La fe que tenemos depositada en él, una fe expresada numéricamente en forma de crédito. La nueva moneda no es una moneda física o real porque el dinero ya no es material, concreto, sino espiritual, virtual e ideal, abstracto, una especie de contrato que establecen los estados con las instituciones bancarias nacionales e internacionales. ¿En qué consiste ese contrato nupcial entre el Estado y el Capital? 

El atracador, el banco, viñeta de Forges.

    Los bancos crean el dinero y se lo “venden” a los estados a cambio de más dinero. Estado y Capital se lo venden a sus clientes y súbditos, que se endeudan de por vida, deuda que asegura la hegemonía de los grupos financieros y de los poderes político-económicos. El dinero, creado por los bancos ex nihilo, sin correspondencia con ningún recurso o riqueza material, es utilizado por los estados a cambio de una deuda aplicada con interés; el “nuevo dinero” creado de la nada adquiere valor a partir del previamente existente, que deberá forzosamente someterse a inflación; del latín inflatio, es la acción y el efecto de inflar: hinchazón sería un sinónimo, y una imagen gráfica: la de un globo inflado que se eleva como el alza sostenida de los precios al consumo. La población hace frente al pago de esa deuda trabajando como puta tras rastrojo, de modo  que la deuda, la inflación y la esclavitud humana en forma de trabajo asalariado quedan garantizados indefinidamente sine die.

    Los grupos financieros dan sentido y razón de ser a la clase política que, respaldada mejor que elegida democráticamente por la mayoría de la población, que nunca por la totalidad, porque la mayoría no somos todos, se encargará de aprobar leyes, regulaciones económicas, declarar guerras so pretexto de misiones humanitarias de defensa de la democracia y de los derechos humanos y de lucha contra el terrorismo o contra el virus, y –en definitiva- “tomar las medidas” que perpetúen el sistema.

    La gente se ve así forzada a trabajar para sobrevivir -no hablemos de vida, sino de supervivencia- porque estamos trocando nuestras posibilidades vitales por futuro, esa entelequia inalcanzable como el horizonte siempre lejano, que, cuando creemos haber conquistado, se nos escapa, y se convierte en un espejismo que vamos dejando atrás, por futuro, es decir, por dinero, que es deuda, una deuda que hay que satisfacer porque Dios, que es el propio Dinero, nuestro Padre Celestial, ya no perdona nuestras deudas “como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, como le rezábamos antes en el Padrenuestro, sino que exige su satisfacción inmediata so pena de embargo y de desahucio decretados por el poder judicial del Estado a su servicio.

    ¿Con qué se engaña a la gente en la trampa del dinero? ¡Con más dinero! El aumento del poder adquisitivo hace que la gente firme el contrato con el sistema monetario y solicite un préstamo, ignorante de que ese contrato es su condena al futuro, es decir, la sentencia de su muerte.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Algunas reflexiones políticas

    Elegir a alguien para que decida por ti es una inhibición o dejación cívica irresponsable. Si votas, tú decides... que otro decida por ti. Con tu voto legitimas esa impostura llamada democracia, que se basa en la mentira de que las personas saben lo que quieren y quieren que alguien las gobierne. 

    Es un acto de irresponsabilidad, desde mi punto de vista, otorgar a una camarilla de elegidos –listas jerárquicas y cerradas de un partido- nuestra capacidad de decisión sobre el mundo que nos rodea. Es candorosamente ilusorio suponer que depositar un voto en una urna no es lo mismo que tirarlo a una papelera, y que realmente importa quién gane, porque gane quien gane tú pierdes, el pueblo pierde porque ha hecho dejadez de su soberanía. 

    Votar sólo sirve para mantener el status quo con independencia de quien gobierne eventualmente, lo cual resulta anecdótico y hasta cierto punto trivial. El voto, pues, no es la solución sino la trampa en la que caemos cuando creemos que contamos para algo más que para depositar un papel en una papelera. 

    Recuerdo, por ejemplo, que en el año 2019 antes de la pandemia nos convocaron a las urnas por cuarta vez en cuatro años (aux urnes, citoyens!), porque los resultados de las anteriores consultas no habían permitido formar un gobierno mayoritario y democrático. Algunos periódicos, como El Periódico Global, que es la voz de su amo, uno de los partidos en liza, nos dicen que hay que “sobreponerse a la frustración y acudir masivamente a las urnas.” Pero ¿para qué? Lo normal sería que volvieran a repetirse los mismos resultados que la última vez. ¿Por qué volver a votar entonces? ¿Es que los españoles votaron mal? ¿Acaso votaron lo que les dio la gana y no lo que deberían y por eso mismo debían volver, castigados, a las urnas el diez de noviembre? 

    Frente a quienes piensan que hay que cambiar de gobierno o seguir con el mismo que está, quienes se fían de las promesas de los políticos profesionales y sus voceros, no está de más recordarnos un poco a todos que los acontecimientos que nos está tocando vivir no son sino los problemas que ellos mismos crean o han creado con su puro juego parlamentario de enfrentamiento y manipulación política. 

    En realidad, no hay (grandes) diferencias entre unos y otros partidos políticos y basta perder el tiempo leyendo cualquier programa electoral o escuchándolos hablar para darse cuenta de que sólo comentan banalidades, que a ellos no les interesan las cosas que nos preocupan a nosotros de verdad. 

    El pueblo, ese gran escéptico, sabe que los políticos no van a hacer nada, porque son unos vendidos y unos mandados, marionetas subordinadas al poder económico, ni siquiera van a poder cumplir o mantener las promesas que nos han hecho para granjearse nuestra simpatía traducida en votos. 

    Pero cuando la gente enciende la radio, o la televisión, omnipresente en todos los hogares, o lee algún periódico,  pero casi nadie lee ya periódicos, o en las redes sociales que en todas partes se habla de "democracia", "voto", "elección ciudadana", salen personajes y personajillos en la pequeña pantalla hablando de a quién votarán, y entonces uno se cree un bicho raro si no vota, un antisistema, y acaba yendo a votar para que no le acusen de terrorista y para que no le tapen la boca diciéndole que "luego no te quejes" y mil tópicos más. 

    Pero el pueblo sabe mejor que nadie y todos nosotros por lo bajo también por lo que tenemos de pueblo y de gente corriente que el mundo está en manos de una minoría mundial que está por encima de los estados, algunos lo han llamado Estado Profundo, no en manos de los políticos profesionales ni mucho menos de sus electores. Los políticos son sólo personajes de una obra de teatro escrita por los verdaderos amos de este planeta, que se ríen al ver la inconmensurable estupidez de un pueblo que sigue votando cada cuatro años siempre esperanzado, siempre pensando que algo va a cambiar, persiguiendo la zanahoria inalcanzable de un mundo mejor, un señuelo que mantiene a esta sociedad en un perpetuo estado de generalizada insatisfacción y frustración. 

    Pero nos han inculcado desde el colegio que sólo votando podemos participar en la colectividad y aportar algo de nosotros para cambiar el mundo, cuando votando lo único que hacemos es cambiar de gobierno o legitimar al que está para que las cosas sigan estando igual y, por lo tanto, no cambien. 

    Lo que los políticos hacen con nuestro voto es ceder en un noventa por ciento a las instancias superiores económicas, o sea al Capital o, lo mismo da, al Estado, y con el diez por ciento restante se ponen a redactar leyes, decretos y demás monsergas, cosas absolutamente superficiales que no cambian en nada la esencia de las cosas con las que sin embargo nos entretienen y complican la existencia, y los medios de comunicación son en parte responsables de esto.  



    Nos referimos a cosas como la prohibición de fumar o no fumar, legitimar o no las bodas homosexuales, subir o bajar los impuestos para aumentar los gastos sociales, el aborto, reformas educativas insignificantes, nacionalismos, inmigración, “seguridad”, tráfico, siempre temas acerca de los cuales cada partido toma una postura enfrentada, buscando la confrontación, pero cuyo resultado no afecta para nada al funcionamiento general de la gran máquina capitalista, que es indiferente. Y el mundo, entretanto, sigue girando en el espacio no en torno al Sol sino según los dictados de los grandes bancos, de los magnates de la comunicación, de los millonarios, de las empresas farmacéuticas, del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de la Organización Mundial de la Salud, que pretende ahora empoderarse más aún, y demás organismos y entidades totalmente ajenas a los estados y sus pequeñas decisiones. 

    En algunas ciudades, por ejemplo, está prohibido tocar la guitarra en la calle porque dicen que molesta a los vecinos ¡a las ocho de la tarde! Está prohibido beber alcohol en la calle, pero no en los bares. Dentro de poco nos van a prohibir respirar o que nos juntemos más de dos personas so pretexto de reunión ilegal -sólo parejas, ni siquiera tríos que son ménages à trois, o sea multitud- igual que en la época de la oprobiosa dictadura. También han puesto cámaras por todas partes, con un cartelito diciendo que es por nuestra seguridad. ¡Esta gente está enferma! ¡Les gusta espiarnos, tenernos controlados para que nos sintamos seguros! 

    Cuando un político te dice “tú decides”, tiene razón, pero no en el sentido en el que él lo dice de que uno decide votando a uno u otro partido, cuyo gobierno es indiferente, sino en el sentido de que si votas estás apostando porque todo siga igual, mientras que si quieres cambiar la vida, cambiar el mundo, tendrías que hacer otra cosa. No me preguntes qué. Yo no lo sé. Sólo puedo decirte que desde luego, lo que hay que hacer si uno quiere que algo cambie no es votar precisamente, sino alguna otra cosa que no sea esa, porque esa ya sabemos que sólo sirve para que todo siga igual, lo que de por sí no tiene nada de malo, si es lo que queremos. Pero habrá que hacer otra cosa si queremos que las cosas cambien.

domingo, 15 de enero de 2023

Desengaño de la política en general (y de la española en particular)

    A lo largo de estos años hemos visto los que ya peinamos más de una cana cómo se han sucedido en España dos regímenes políticos formalmente diferentes pero en el fondo iguales, la dictadura y la democracia, tres jefes de estado (el dictador, el ahora rey emérito que nombró el dictador y el hijo de ese rey, cuyas indignas posaderas se asientan sobre un trono que no debería ocupar nadie durante más de veinticuatro horas) y, ya en la democracia, varios presidentes del gobierno (Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero, Rajoy y Sánchez). Hemos podido ver cómo se disuelven y vuelven a constituir las cámaras del congreso y el senado, renovándose o perdurando sus componentes. 
 
   
    Hemos visto cómo se suceden los gabinetes ministeriales, cómo alguno de los gobiernos llegó a ser tan paritario (sic) que hubo tantas ministras como ministros, hasta el punto de que ya daba igual el timbre masculino o femenino de la voz de mando por aquello del "tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando", pero nadie debería montar más que nadie. Y hemos comprobado cómo sucede todo esto para nada, es decir, para que todo se mantenga igual; todo cambia aparentemente para que pueda permanecer lo esencial: la corrupción política inherente al sistema democrático de dominio vigente que, so pretexto de darle al pueblo su soberanía, se la arrebata inexorablemente en el mismo acto litúrgico de concedérsela supuestamente en los comicios electorales. Santa Rita Rita, la soberanía que la democracia le otorga al pueblo, el Estado a través de sus tres poderes constitutivos y a través del parlamento y gobierno se la quitan. 
 
 
    Rindo mi pequeño homenaje aquí, a propósito del desengaño de la política que hacen los políticos profesionales, al lúcido pensador y escritor peruano don Manuel González Prada que dejó escrito este agudo aforismo: “La soberanía popular y el régimen parlamentario se fundan en el axioma de que un asno más otro asno no parecen sumar dos borricos.” Lo reformulo del siguiente modo, glosándolo: El régimen democrático parlamentario se funda en el axioma de que el voto de un asno más el voto de otro asno forman la soberanía popular y no la voluntad de dos borricos.

sábado, 3 de diciembre de 2022

Democracia, ¡Qué falacia!

    Cuando uno elige entre los términos de una alternativa que se le plantea, está, aunque no quiera, sometiéndose a los términos que le formula dicha alternativa, y está también subordinándose a quien se la plantea: los que mandan pueden preguntar lo que quieran,  y el deber de los mandados es responder a lo que se les pregunta, por más que, por otra parte, los que mandan sean los más mandados en este mundo tan globalizado. 

     Si la dictadura es el régimen político que prohíbe las elecciones porque cambiarían el orden de las cosas, la democracia es el régimen que impone las elecciones para que no cambie el orden de las cosas.    Como dicen  que dijo Emma Goldman, "si votar sirviera para algo, lo harían ilegal". 

 

    Supongamos que se consulta mediante un referéndum al electorado o a la ciudadanía, como dicen ahora,  si prefiere un estado monárquico o republicano. Cualquier respuesta que se dé a esa cuestión, que es una pregunta cerrada en el espacio que abre y que incluye ya las respuestas correspondientes, resulta en el fondo indiferente y poco menos que trivial, porque lo que se pretende con la disyunción antes que elegir una u otra forma de estado es mantener el sistema vigente que padecemos, el establishment o establecimiento, cuya existencia misma no se cuestiona, sino que, antes bien, se fortalece con la consulta por una parte y con la elección, por otra, que hagamos al decantarnos hacia una u otra respuesta. Da igual lo que votemos, porque lo que estamos proclamando al participar en ese plebiscito es que “queremos un estado”, refrendando así, nunca mejor dicho, que haya Estado, que es lo que hay.
 
    Una vez elegida mayoritariamente la forma de estado, se acabará imponiendo la decisión de esa mayoría a la totalidad, y eso se hará pasar torticera- y democráticamente, dirán, confundiendo el demos con el kratos, el pueblo con el gobierno- por la expresión de la voluntad popular, como si el pueblo quisiera a toda costa ser gobernado, dirigido, regido, reglamentado. La única respuesta, sin embargo, de la voluntad auténticamente popular sería denunciar la mentira de la trampa de la pregunta y declarar que el sentir del pueblo no tiene por qué ser estabulado bajo ninguna forma de estado ni de patria. 



  Portada de Mortadelo y Filemón, F. Ibáñez

    Lo mismo sucede al elegir entre unos u otros candidatos de uno u otro partido político, que en el fondo, sean del signo que sean, resultan indiferentes todos, porque todos tienen la misma pretensión de alcanzar el poder y de gobernarnos. Nosotros, además, no hemos participado en la propuesta que se nos hace, simplemente nos limitamos a contestar si preferimos cocacola o pepsicola, sometiéndonos a esa disyunción y descartando, por lo tanto, un sinfín de posibilidades alternativas, desde no desear ninguno de esos dos refrescos gaseosos y azucarados norteamericanos, a preferir, por ejemplo, otras muy saludables y refrescantes alternativas, como una zarzaparrilla con sifón. 


     En conclusión, gozamos de libertad de elección, el famoso derecho a decidir, sí, cuando nuestra elección no puede perturbar lo más mínimo de ningún modo por lo baladí que es el funcionamiento del sistema. No nos engañemos con la engañifa de los comicios, con la falsa dicotomía de izquierda/derecha porque ahí radica la falacia de la democracia.
 

jueves, 29 de septiembre de 2022

Giro a la derecha

    Mucho se habla últimamente en los foros políticos de la vieja Europa del “giro a la derecha” que ha dado el pueblo italiano o, mejor dicho, el electorado de ese país que acudió a las urnas -no hay que confundir pueblo con electorado, porque no es lo mismo-, eligiendo a la candidata de la extrema derecha como futura presidente del gobierno.
 
    Se habla en definitiva de ascenso al poder de la derecha y aun de la extrema derecha, olvidando que los gobiernos, sean del partido y del signo político que sean, son todos, velis nolis, de derechas, quieran o no quieran reconocerlo. La derecha, pues, aunque no se reconozca con esa denominación, ya estaba gobernando en Italia antes de las últimas elecciones de hecho bajo el anterior y anteriores gobiernos. 
 
    Algunos se han llevado las manos a la cabeza y rasgado las vestiduras exclamando: ¡Socorro! ¡Que viene la derecha! Y más enfáticamente: ¡Que viene la extrema derecha! ¡Vuelve Benito Mussolini! Pero la derecha, extrema o no, no viene, no ha venido porque nunca ha dejado de estar en el poder. Por eso cuando despertó Italia, la derecha -el Gobierno- todavía estaba allí, igual que el dinosaurio del microrrelato de Augusto Monterroso.
 
 
 
    Dicen que hay que ponerle un cordón sanitario al auge de la extrema derecha. Pero a quien habría que ponerle uno de esos cordones es al gobierno en general, sea del signo que sea. Como ya denunció Pasolini, el moderno fascismo es la sociedad de consumo, no la trasnochada estantigua del fascismo histórico en Italia, el nazismo en Alemania o el nacionalcatolicismo en las Españas. 
 
    Hay un poema sarcástico de Bertolt Brecht, Die Lösung, ("La Solución"), escrito en 1954, poco después de la represión por el régimen comunista del levantamiento obrero del 17 de junio de 1953, que viene muy al caso, donde se propone ante lo que hoy llamaríamos la desafección política de los ciudadanos hacia sus  representantes democráticos no la disolución del parlamento y del gobierno, sino la disolución del pueblo: que el gobierno, en quien recae la soberanía nacional, disuelva al pueblo y elija otro pueblo a fin de gobernarlo:  Tras el levantamiento del 17 de Junio / el secretario de la Unión de Escritores / mandó repartir panfletos en la avenida Estalin / en los que se leía que el pueblo / había perdido la confianza del gobierno / y que sólo con redoblado esfuerzo / podría recuperarla. ¿Pero no sería / más simple que el gobierno / disolviera al pueblo y / que eligiera a otro?( Nach dem Aufstand des 17. Juni / ließ der Sekretär des Schriftstellerverbands / in der Stalinallee Flugblätter verteilen / auf denen zu lesen war, daß das Volk / das Vertrauen der Regierung verscherzt habe / und es nur durch verdoppelte Arbeit / zurückerobern könne. Wäre es da / nicht doch einfacher, die Regierung / löste das Volk auf und / wählte ein anderes?)

     
    Andrés Rábago, alias El Roto, acertó a expresar la indiferencia del sesgo político del gobierno en una viñeta genial que dice: "El que no haya derecha ni izquierda no significa que no haya arriba y abajo"; o, en aquella otra, en la que se lee: "Derecha e izquierda ya no sirven para orientarse. Hay que volver a los puntos cardinales", en el que aparece una brújula donde el Norte señala lo de "arriba" y el Sur lo de "abajo".



    O también, más expresiva, aquella otra viñeta que dice: "Utilizaban la izquierda y la derecha para frotarse las manos". Se utiliza aquí el frote de manos no para combatir el frío, sino como señal de expectativa positiva y satisfacción en el lenguaje corporal o no verbal ante el lucro o logro de algún beneficio en el sentido económico del término, por ejemplo el negocio rentable del Poder.
 
 
 

sábado, 16 de abril de 2022

Wake up, Spain! (¡Arriba España!)

    En el II Foro Económico Español, la pretendida versión nacional del WEF, acrónimo del World Economic Forum, o sea del Foro Económico Mundial de Davos, se congregaron “más de 200 líderes del mundo de la política, la empresa, la ciencia y la sociedad civil”. El Foro se llamaba Wake Up, Spain! en la lengua del Imperio, es decir, ¡Despierta, España!, como si los organizadores quisieran sacar de su siesta modorra y zarandear a ese vejestorio de señora llamada España para que espabile. Wake Up, Spain! podría también traducirse libremente muy a gusto por ¡Arriba España!, expresión que a los mayores nos trae recuerdos de otros tiempos que, por lo que se ve, no son tan otros en el fondo. 


    Leo en El Español, uno de los organizadores del evento, la noticia y subrayo la imperiosa necesidad de acción que infunden al discurso: “Bajo el paraguas del II Foro Económico Español 'Wake Up, Spain!', todos ellos (sc. los más de doscientos líderes) han hecho un llamamiento a la acción. A pasar de las palabras a los hechos para que este país despierte y se ponga a trabajar para salir de la crisis provocada por la guerra de Ucrania justo cuando empezábamos a recuperarnos de la Covid-19”.

     La crisis, se nos dice subrepticiamente, se debe a “esta terrible guerra que estamos sufriendo a las puertas de Europa”, de la que nos enteramos por la televisión y la prensa, aunque no veamos la caja tonta ni leamos la prensa, que miente, como se sabe, más que la Gaceta, que era el diario oficial del Gobierno, o sea, el BOE, porque la inmensa mayoría de la gente, que ve la tele y lee los papeles, habla siempre de lo mismo, de la pobre Ucrania, la dama ultrajada y vejada, y del hijoputa de Putin que la ha invadido y la está masacrando, lo que redunda en el alza de nuestros precios y la insuficienica de nuestros salarios para la vida cotidiana.

    En cuanto a la pandemia hay que decir que ha propiciado, y no tanto ella como la gestión que de ella han hecho nuestros gestores, que España sea el país más consumidor de benzodiazepinas, es decir, ansiolíticos, tranquilizantes y pastillas para dormir del mundo por segundo año consecutivo.

    Uno de esos más de doscientos CEOS, otro acrónimo anglosajón, este de 'Chief Executive Officer', como llaman ahora con neologismo flagrante a los nuevos Jefes, era el Presidente del Gobierno de las Españas, que en su alocución cacareaba: “España no va a perder la carrera de la tecnología más avanzada. Muy al contrario. El Gobierno de España quiere que nuestro país definitivamente sea y se sitúe a la vanguardia del progreso industrial y también del progreso tecnológico.”

La guerra devastadora de los hermanos Marx

    Anunciaba así el Jefe del Ejecutivo un nuevo PERTE (Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica) el pasado 4 de abril sobre microchips y semiconductores que iba a conllevar una inversión pública de una cifra astronómica para mí y para la mayoría de la gente, supongo, tanto que me cuesta imaginarla: 11.000 millones de euros, que no de las antiguas pesetas en las que solemos contar los viejos, cantidad que también sería una barbaridad.

    “La guerra como la pandemia exige de todos nosotros unidad.” Unidad, peroraba, para proteger a Ucrania y pararle los pies a Putin, y establecía la equiparación de Europa y Democracia. Al mismo tiempo, afirmaba que Europa no era inmune ni a las pandemias ni a las guerras, como se había demostrado, dándoles una buena coartada a los fabricantes de vacunas y a los traficantes de armas, que así reactivarían nuestra maltrecha economía. Apoyaba así, de hecho, la política belicista de la Unión Europea de suministrar ayuda humanitaria, es decir armamento, a Ucrania, a pesar de que dicho país no forma parte de la Unión ni de la OTAN. Dicha política es una clara subordinación a los dictados de Londres y de Guásinton, dos países que no forman parte efectiva tampoco de la Unión.

      

Escena de guerra de Sopa de Ganso (1933), hermanos Marx.

  El presidente justificaba el desembolso de una suma tan elevada para su nuevo proyecto económico, pese a la crisis actual, adobando las razones con huera palabrería. Hago notar la jerga grandilocuente que emplea para no decir nada a la hora de definir la importancia de la inversión en los susodichos microchips y semiconductores: “Creo -dice textualmente- que las razones son bien conocidas. Podemos todas intuirlos, intuirlas mejor dicho (creo que aquí se ha liado el presidente queriendo decir “podemos todos -nosotros- y todas -nosotras- intuirlas (sc. las razones), que seguramente es lo que tenía preparado), incluso también corroborarlo y es que los semiconductores son un elemento básico de todos los sectores energéticos, y, por tanto, adquieren una importancia que yo calificaría de geoestratégica mundial en un contexto de transformación digital tan profundo de nuestras economías”. El discurso no tiene desperdicio. La charlatanería campanuda con la que envuelve a los microchips y a los semiconductores es de traca.