Elegir
a alguien para que decida por ti es una inhibición o dejación cívica
irresponsable. Si votas, tú decides... que otro decida por ti. Con tu
voto legitimas esa impostura llamada democracia, que se basa en la
mentira de que las personas saben lo que quieren y quieren que alguien
las gobierne.
Es
un acto de irresponsabilidad, desde mi punto de vista, otorgar a una
camarilla de elegidos –listas jerárquicas y cerradas de un partido-
nuestra capacidad de decisión sobre el mundo que nos rodea.
Es candorosamente ilusorio suponer que depositar un voto en una urna no
es lo mismo que tirarlo a una papelera, y que realmente importa quién
gane, porque gane quien gane tú pierdes, el pueblo pierde porque ha
hecho dejadez de su soberanía.
Votar sólo sirve para mantener el status quo
con independencia de quien gobierne eventualmente, lo cual resulta
anecdótico y hasta cierto punto trivial. El voto, pues, no es la
solución sino la trampa en la que caemos cuando creemos que contamos
para algo más que para depositar un papel en una papelera.
Recuerdo, por ejemplo, que en el año 2019 antes de la pandemia nos convocaron a las urnas por cuarta vez en cuatro años (aux urnes, citoyens!),
porque los resultados de las anteriores consultas no habían permitido
formar un gobierno mayoritario y democrático. Algunos periódicos, como
El Periódico Global, que es la voz de su amo, uno de los partidos en
liza, nos dicen que hay que “sobreponerse a la frustración y acudir
masivamente a las urnas.” Pero ¿para qué? Lo normal sería que volvieran
a repetirse los mismos resultados que la última vez. ¿Por qué volver a
votar entonces? ¿Es que los españoles votaron mal? ¿Acaso votaron lo que
les dio la gana y no lo que deberían y por eso mismo debían volver,
castigados, a las urnas el diez de noviembre?
Frente
a quienes piensan que hay que cambiar de gobierno o seguir con el mismo
que está, quienes se fían de las promesas de los políticos
profesionales y sus voceros, no está de más recordarnos un poco a todos
que los acontecimientos que nos está tocando vivir no son sino los
problemas que ellos mismos crean o han creado con su puro juego
parlamentario de enfrentamiento y manipulación política.
En
realidad, no hay (grandes) diferencias entre unos y otros partidos
políticos y basta perder el tiempo leyendo cualquier programa electoral o
escuchándolos hablar para darse cuenta de que sólo comentan
banalidades, que a ellos no les interesan las cosas que nos preocupan a
nosotros de verdad.
El
pueblo, ese gran escéptico, sabe que los políticos no van a hacer nada,
porque son unos vendidos y unos mandados, marionetas subordinadas al
poder económico, ni siquiera van a poder cumplir o mantener las promesas
que nos han hecho para granjearse nuestra simpatía traducida en votos.
Pero
cuando la gente enciende la radio, o la televisión, omnipresente en
todos los hogares, o lee algún periódico, pero casi nadie lee ya
periódicos, o en las redes sociales que en todas partes se habla de
"democracia", "voto", "elección ciudadana", salen personajes y
personajillos en la pequeña pantalla hablando de a quién votarán, y
entonces uno se cree un bicho raro si no vota, un antisistema, y acaba
yendo a votar para que no le acusen de terrorista y para que no le tapen
la boca diciéndole que "luego no te quejes" y mil tópicos más.
Pero
el pueblo sabe mejor que nadie y todos nosotros por lo bajo también por
lo que tenemos de pueblo y de gente corriente que el mundo está en
manos de una minoría mundial que está por encima de los estados, algunos lo han llamado Estado Profundo, no en
manos de los políticos profesionales ni mucho menos de sus electores.
Los políticos son sólo personajes de una obra de teatro escrita por los
verdaderos amos de este planeta, que se ríen al ver la inconmensurable
estupidez de un pueblo que sigue votando cada cuatro años siempre
esperanzado, siempre pensando que algo va a cambiar, persiguiendo la
zanahoria inalcanzable de un mundo mejor, un señuelo que mantiene a esta
sociedad en un perpetuo estado de generalizada insatisfacción y
frustración.
Pero
nos han inculcado desde el colegio que sólo votando podemos participar
en la colectividad y aportar algo de nosotros para cambiar el mundo,
cuando votando lo único que hacemos es cambiar de gobierno o legitimar
al que está para que las cosas sigan estando igual y, por lo tanto, no
cambien.
Lo
que los políticos hacen con nuestro voto es ceder en un noventa por
ciento a las instancias superiores económicas, o sea al Capital o, lo
mismo da, al Estado, y con el diez por ciento restante se ponen a
redactar leyes, decretos y demás monsergas, cosas absolutamente
superficiales que no cambian en nada la esencia de las cosas con las que
sin embargo nos entretienen y complican la existencia, y los medios de
comunicación son en parte responsables de esto.
Nos
referimos a cosas como la prohibición de fumar o no fumar, legitimar o
no las bodas homosexuales, subir o bajar los impuestos para aumentar los
gastos sociales, el aborto, reformas educativas insignificantes,
nacionalismos, inmigración, “seguridad”, tráfico, siempre temas acerca
de los cuales cada partido toma una postura enfrentada, buscando la
confrontación, pero cuyo resultado no afecta para nada al funcionamiento
general de la gran máquina capitalista, que es indiferente. Y el mundo,
entretanto, sigue girando en el espacio no en torno al Sol sino según
los dictados de los grandes bancos, de los magnates de la comunicación,
de los millonarios, de las empresas farmacéuticas, del Banco Mundial,
del Fondo Monetario Internacional, de la Organización Mundial de la Salud, que pretende ahora empoderarse más aún, y demás organismos y entidades
totalmente ajenas a los estados y sus pequeñas decisiones.
En
algunas ciudades, por ejemplo, está prohibido tocar la guitarra en la
calle porque dicen que molesta a los vecinos ¡a las ocho de la tarde!
Está prohibido beber alcohol en la calle, pero no en los bares. Dentro
de poco nos van a prohibir respirar o que nos juntemos más de dos
personas so pretexto de reunión ilegal -sólo parejas, ni siquiera tríos
que son ménages à trois, o sea multitud- igual que en la época de
la oprobiosa dictadura. También han puesto cámaras por todas partes,
con un cartelito diciendo que es por nuestra seguridad. ¡Esta gente está
enferma! ¡Les gusta espiarnos, tenernos controlados para que nos
sintamos seguros!
Cuando
un político te dice “tú decides”, tiene razón, pero no en el sentido en
el que él lo dice de que uno decide votando a uno u otro partido, cuyo
gobierno es indiferente, sino en el sentido de que si votas estás
apostando porque todo siga igual, mientras que si quieres cambiar la
vida, cambiar el mundo, tendrías que hacer otra cosa. No me preguntes
qué. Yo no lo sé. Sólo puedo decirte que desde luego, lo que hay que
hacer si uno quiere que algo cambie no es votar precisamente, sino
alguna otra cosa que no sea esa, porque esa ya sabemos que sólo sirve
para que todo siga igual, lo que de por sí no tiene nada de malo, si es
lo que queremos. Pero habrá que hacer otra cosa si queremos que las
cosas cambien.
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