martes, 7 de febrero de 2023

El tribunal del Santo Oficio (de la libertad de expresión).

    Hay libertad de expresión, dicen, siempre y cuando la expresión de nuestra libertad no falte al respeto de la vida privada y el honor de las personas, siempre que nuestra crítica no ofenda al Jefe del Estado  o las sagradas creencias de alguna comunidad religiosa, sea la que sea.   
 
    Hay libertad de expresión siempre que no hagamos uso de nuestra libertad para expresarnos libremente. Debemos contemplar la presunción de inocencia de los demás y evitar la calumnia, la difamación, las injurias… 
 
    Son tantas las excepciones a la regla que podría decirse que no hay regla, o sea, que no hay libertad de expresión sino una censura invisible, que aparentemente no existe porque ya no hay unos señores siniestros, los antiguos censores, encargados de poner en el índice libros y películas, pero omnipresente, poderosísima porque está en la propia conciencia de los creadores: es Pepito Grillo, el grillo parlante, que era el censor de Pinocho, es decir, de cualquiera de nosotros mismos, tan falsos que somos y reales.
 
Galileo ante la inquisición romana, Cristiano Banti (1857)
 
     El moderno tribunal del Santo Oficio de la Inquisición es la autocensura. Torquemada es el propio creador. No se ve correcto que un personaje literario fume, por ejemplo. No está bien que haya sexo sin preservativo si no es para condenarlo por inmoral. No está bien que se conduzca sin cinturón de seguridad o se monte en moto sin casco en un telefilme: los personajes, sean buenos o malos, deben comportarse cívicamente, políticamente correctos, deben reciclar sus basuras y no contaminar el planeta mostrando conductas ejemplares.
 
     El Tribunal de la Santa Inquisición, instalado en nuestra conciencia puritana, quema los libros antes de que sean escritos, y prohíbe las películas antes de que sean rodadas. Hoy hay más libros y películas prohibidas que nunca: lo que no se atreven a hacer sus autores.
 
 
    De cualquier forma, no esta mal que nos hagamos una pregunta: ¿De qué sirve la libertad de expresión que garantiza nuestra sacrosanta y venerada constitución española, que todos los años celebra su aniversario el día siguiente a las nonas de diciembre, dos días antes de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, cuando el pensamiento que expresa es un pensamiento único y esclavo? Y, además, ¿de qué sirve la libertad de pensamiento si no albergamos más que un pensamiento considerado correcto y por tanto corregido?

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