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martes, 25 de julio de 2023

Imagina... (La loca de la casa)

    Un corto que circula por la red social del pajarito azul que pía sin cesar y que reproduzco al final, titulado Imagina..., cuyo guion y dirección firma la actriz y directora de cine Lucía Álvarez, se presenta como: Imagina... Que el próximo domingo (se refiere al pasado 23 de julio, cuando se celebraron las elecciones generales) todas estas cosas se queden en nuestra imaginación. 

    El vídeo se abre con la espléndida actriz Charo López, interpretando uno de los peores papeles de su carrera, diciendo “Imagina que los cines están cerrados”, como si eso fuera algo que no ha sucedido nunca todavía, y pudiera pasar si los votos de las urnas se inclinaran hacia la diestra en lugar de inclinarse a la siniestra.

    No hace falta que lo imaginemos, porque ya pasó durante la pandemia, en la que el cine y el teatro  dejaron de ser un espectáculo público para convertirse en algo privado emitido por las plataformas de la pequeña pantalla en el seno del hogar, dulce hogar convertido de pronto en prisión domiciliaria.  

    Continúa el vídeo con la actriz Gracia Olayo, que dice lo que pone en el guión:  “Imagina que no te dejan pasear”, como si eso no fuera lo que pasó durante los confinamientos: no nos dejaban salir de paseo, a no ser que fuera para sacar al perro a hacer su necesidades. No tenemos que imaginarlo, ni tampoco que olvidarlo.


    Sólo se me ocurre lo desafortunado que es el vídeo tuitero porque la mayoría de esas cosas no necesitamos imaginárnoslas, ya las hemos vivido: los cines, los teatros y las galerías de arte estuvieron cerrados, por lo que no había exposiciones, como dice la propia directora del corto, Lucía Álvarez,   no nos dejaban pasear, no podíamos sonreír a los demás ni ver las sonrisas de los niños, porque teníamos que llevar obligatoriamente una mascareta, y no nos dejaban dar un beso sin quitárnosla. No nos dejaban pensar, ni sentir, ni querer, ni visitar a la abuela porque íbamos a matarla del disgusto del contagio, cuando nos hicieron creer a todos que éramos unos asesinos... aterrorizándonos día y noche con datos escalofriantes de muerte y desolación.   

      Y se podían haber dicho muchas más cosas, como, por ejemplo, imagina que no te dejan viajar, ni entrar a un restaurante, ni trabajar para ganarte el jornal, si previamente no te pones una inyección, que no es más que un amuleto, o dos, o tres, o cuatro dosis... o las que te manden para conseguir así el salvoconducto.  

    Supongo que la autora del guion y dirección quería manifestarse en contra de la censura, por el mensaje que aparece al final de STOP censura, pero la peor censura que hay es la autocensura de uno mismo, acrecentada por la espesa y opaca niebla mental persistente que surgió con la coronación del virus, que había venido para quedarse y persistir, y le impide ver y decir las cosas como son y cómo han sido, debido a la pérdida de memoria y déficit de atención,  así como dificultad para encontrar las palabras adecuadas.

    Pero insisto: No hay que imaginarlo porque todo esto, a poca memoria histórica cortoplacista que tengamos, resulta que ya ha pasado, y, por lo tanto, no habría que olvidarlo, como no habría que olvidar -imagínate que no hubiera sucedido, pero ya sabemos que la imaginación, como dijo santa Teresa, es la loca de la casa, por lo que no había que hacer "caso de ella más que de un loco"- que los niños no podían salir a jugar al parque con sus amigos ni al patio del colegio al recreo porque no había escuela, y no estaban de vacaciones precisamente, ni ver a sus abuelos porque, pobres angelitos, eran contagiosos y podían matar sin querer a la abuelita. Imagínate que todo esto lo envuelven ahora con manipuladora luz de gas para que creas que lo que has sufrido en tus propias carnes era una película de netflix.

    Alguien podría argumentar que las medidas draconianas y restrictivas estaban justificadas en su momento porque había científicos y expertos que nos aconsejaban que tomáramos esas medidas por nuestro propio bien, por precaución, aun a riesgo de poner el carro delante de los bueyes, ya que estaban en peligro nuestras vidas... 

    Pero imagínate que eso no era verdad, que el virus coronado no era tan fiero como nos lo pintaban, y que nos lo pintaron tan feroz, letal decían que era, para que obedeciéramos sumisamente e hiciéramos lo que nos mandaban no porque nos lo mandaban, sino porque nosotros mismos confiábamos, ingenuos de nosotros, que era lo mejor que podíamos hacer por nosotros mismos y por los demás. Y claro está, nos estaban engañando.  

martes, 7 de febrero de 2023

El tribunal del Santo Oficio (de la libertad de expresión).

    Hay libertad de expresión, dicen, siempre y cuando la expresión de nuestra libertad no falte al respeto de la vida privada y el honor de las personas, siempre que nuestra crítica no ofenda al Jefe del Estado  o las sagradas creencias de alguna comunidad religiosa, sea la que sea.   
 
    Hay libertad de expresión siempre que no hagamos uso de nuestra libertad para expresarnos libremente. Debemos contemplar la presunción de inocencia de los demás y evitar la calumnia, la difamación, las injurias… 
 
    Son tantas las excepciones a la regla que podría decirse que no hay regla, o sea, que no hay libertad de expresión sino una censura invisible, que aparentemente no existe porque ya no hay unos señores siniestros, los antiguos censores, encargados de poner en el índice libros y películas, pero omnipresente, poderosísima porque está en la propia conciencia de los creadores: es Pepito Grillo, el grillo parlante, que era el censor de Pinocho, es decir, de cualquiera de nosotros mismos, tan falsos que somos y reales.
 
Galileo ante la inquisición romana, Cristiano Banti (1857)
 
     El moderno tribunal del Santo Oficio de la Inquisición es la autocensura. Torquemada es el propio creador. No se ve correcto que un personaje literario fume, por ejemplo. No está bien que haya sexo sin preservativo si no es para condenarlo por inmoral. No está bien que se conduzca sin cinturón de seguridad o se monte en moto sin casco en un telefilme: los personajes, sean buenos o malos, deben comportarse cívicamente, políticamente correctos, deben reciclar sus basuras y no contaminar el planeta mostrando conductas ejemplares.
 
     El Tribunal de la Santa Inquisición, instalado en nuestra conciencia puritana, quema los libros antes de que sean escritos, y prohíbe las películas antes de que sean rodadas. Hoy hay más libros y películas prohibidas que nunca: lo que no se atreven a hacer sus autores.
 
 
    De cualquier forma, no esta mal que nos hagamos una pregunta: ¿De qué sirve la libertad de expresión que garantiza nuestra sacrosanta y venerada constitución española, que todos los años celebra su aniversario el día siguiente a las nonas de diciembre, dos días antes de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, cuando el pensamiento que expresa es un pensamiento único y esclavo? Y, además, ¿de qué sirve la libertad de pensamiento si no albergamos más que un pensamiento considerado correcto y por tanto corregido?