En las Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres de Diógenes Laercio, libro IX 3, leemos a propósito del desprecio por la política entendida como el gobierno del Estado de Heraclito de Éfeso que: Retirándose al templo de Ártemis, se puso a jugar a los dados con los niños; y a los efesios que hacían corro en torno de él, les dijo: “¿De qué os admiráis, villanos? ¿Acaso no es mejor esto que hacer política y colaborar con vosotros en el gobierno de la ciudad?”
La vida religiosa de Efeso giraba precisamente en torno al santuario y al culto de una diosa de orígenes prehelénicos, asimilada luego al panteón griego con el nombre de Ártemis o Artemisa y al romano con el de Diana, la hermana gemela de Apolo. En dicho templo depositó para su publicación Heraclito su libro.
Al culto del templo de la diosa estaban vinculados fuertes intereses económicos, como revela el hecho de que, según se lee en el Nuevo Testamento, un tal Demetrio quinientos años después de Heraclito, junto con los plateros que forjaban y vendían imágenes del templo y de la diosa, expulsaron al cristiano Pablo de Tarso y a sus discípulos que habían ido a evangelizarlos echándolos del teatro con gran alboroto y gritándoles: "!Grande es la diosa de los efesios!". El motivo del altercado era que los cristianos, que combatían el culto pagano de la diosa, arruinaban la fuente de sus ganancias.
Este templo, por cierto, era considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. De él no nos ha quedado prácticamente nada. Fue destruido por un tal Heróstrato, que quería lograr la fama a cualquier precio y pasar así a la posteridad por haber realizado algo digno de mención. Todavía hoy los psicagogos recuerdan su nombre y hablan de erostratismo, denominando así a la manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre, y consecuentemente del complejo de Eróstrato, que también afectaría a los niños que rompen sus juguetes.
Que Heraclito jugara a las tabas o a los dados y que lo hiciera con los niños parece ser una anécdota fraguada sobre las palabras del fragmento 52 de la edición de Diels-Kranz, donde se habla del tiempo como de un niño que juega al castro o tres-en-raya, y que consigue la corona y proclama, poniendo las tres tabas en línea, “¡Castro-hecho-y-bien-derecho!”, pero también sobre el fragmento 121, donde Heraclito declara que los efesios mayores de edad deberían ahorcarse todos y dejar su ciudad en manos de los menores.
Al final, llegó a odiar a los hombres y se retiró a vivir en los montes, comiendo verduras y hierbas; pero como de resultas de ello enfermó de hidropesía, bajó a la ciudad y preguntó a los médicos, hablando por enigma, si podían producir sequedad de la humedad extrema; como ellos no lo entendieron, se enterró en un establo de bueyes, esperando que el calor del estiércol evaporase el agua de su cuerpo. Pero como tampoco así consiguió nada, concluyó su vida a los sesenta años.
Ya mayor, abominaría tanto del trato de sus compatriotas, que se retiraría a los montes donde pasaba su vida como un misántropo anacoreta comiendo verduras y hierbas, lo que nos recuerda, como comenta Cappelletti, en su traducción de los fragmentos de Heraclito, a aquellos versos de Calderón de la Barca, de La vida es sueño: “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que solo se alimentaba / de unas hierbas que cogía.”
Lo de que enfermó de hidropesía a causa de su retiro y alimentación es sin duda un cuento malintencionado, una falsa noticia de su muerte, y también un intento de matarlo con ella a él y todo lo que significaba, una leyenda negra en todo caso forjada a partir de uno de los fragmentos originales de su libro, el 126, donde dice algo aparentemente tan trivial y de sentido común como: Las cosas frías se calientan, lo caliente se enfría, lo húmedo se seca, lo árido se moja. Esto dio pie seguramente a la leyenda burlesca de la enfermedad de la hidropesía que padecería el pensador efesio, a consecuencia de la cual se le haría fallecer.
Pero sigamos
leyendo su biografía: Hermipo,
en cambio, dice que preguntó a los médicos si alguien podía
evacuar la humedad rebajando las tripas; y como le dijeron que no, se
puso al sol y ordenó a los criados embadurnarlo de estiércol; así
tendido, murió al segundo día y fue enterrado en la plaza.
Hermipo de Esmirna fue un filósofo e historiador que vivió en la segunda mitad del siglo III antes de nuestra era, discípulo de Calímaco de Alejandría, autor de una serie de biografías muy utilizadas por los autores de la época siguiente. Si la noticia de que fue enterrado en el ágora que proporciona este autor fuera cierta, demostraría que los efesios apreciaban a Heraclito, a pesar de sus desaires y críticas.
Neantes de Cícico dice que, no pudiendo quitarse de encima el estiércol, allí quedó y, hecho irreconocible por tal mudanza, fue pasto de los perros.
Sin embargo, según Neantes de Cícico, historiador y filósofo también, que vivió en el mismo siglo III, de cuyas obras no quedan sino fragmentos que recogen otros autores antiguos, como aquí Diógenes Laercio, Heraclito habría muerto abandonado por sus conciudadanos, que no pudieron reconocer su cuerpo recubierto de estiércol ni rendirle sepultura, y que resultó finalmente devorado por los perros. Los ofendidos efesios echaban así mierda literalmente sobre el cadáver del sabio tenebroso que había osado proclamar la igualdad de todos los contrarios: de la vida y la muerte, del bien y del mal, así como del frío y del calor, de la humedad y la sequía.
La noticia en todo caso de su muerte fue fraguada, como dice García Calvo, como burla del pensador que había osado plantearles aquel enigma y como “pena del blasfemo adecuada a su pecado”, pues decidió curarse a sí mismo enterrándose en una boyera, creyendo que la humedad de su cuerpo se evaporaría por el calor animal de la boñiga poniéndose a desecar al sol, cosa que no sucedió y que le ocasionó una muerte sin duda horrible, pero falsa.
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