En
las Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres de
Diógenes Laercio, libro IX 3, leemos a propósito del desprecio por la política entendida como el gobierno del Estado de Heraclito de Éfeso que: Retirándose al
templo de Ártemis, se puso a jugar a los dados con los niños; y a
los efesios que hacían corro en torno de él, les dijo: “¿De qué os admiráis, villanos?
¿Acaso no es mejor esto que hacer política y colaborar con vosotros en el gobierno de la ciudad?”
La
vida religiosa de Efeso giraba precisamente en torno al santuario y al culto de una diosa de
orígenes prehelénicos, asimilada luego al panteón griego con el
nombre de Ártemis o Artemisa y al romano con el de Diana, la hermana gemela de Apolo. En dicho templo depositó para su publicación Heraclito su libro.
Al culto del templo de la diosa estaban vinculados fuertes
intereses económicos, como revela el hecho de que, según se lee en el Nuevo Testamento, un tal Demetrio quinientos años después de Heraclito, junto con los plateros que forjaban y vendían imágenes
del templo y de la diosa, expulsaron al cristiano Pablo de Tarso y a sus discípulos que habían ido a evangelizarlos echándolos del teatro con gran alboroto y gritándoles: "!Grande es la diosa de los efesios!". El motivo del altercado era que los cristianos, que combatían el culto pagano de la diosa, arruinaban la fuente de sus ganancias.
Grabado del templo de Éfeso, Philip Schaff (1819-1893)
Este templo, por cierto, era considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. De él no nos ha quedado prácticamente nada. Fue destruido por un tal Heróstrato, que quería lograr la fama a cualquier precio y pasar así a la posteridad por haber realizado algo digno de mención. Todavía hoy los psicagogos recuerdan su nombre y hablan de erostratismo, denominando así a la manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre, y consecuentemente del complejo de Eróstrato, que también afectaría a los niños que rompen sus juguetes.
Que Heraclito jugara a las tabas o a los dados y que lo hiciera
con los niños parece ser una anécdota fraguada sobre las palabras
del fragmento 52 de la edición de Diels-Kranz, donde se habla del
tiempo como de un niño que juega al castro o tres-en-raya, y que
consigue la corona y proclama, poniendo las tres tabas en línea, “¡Castro-hecho-y-bien-derecho!”, pero también sobre el fragmento 121, donde
Heraclito declara que los efesios mayores de edad deberían
ahorcarse todos y dejar su ciudad en manos de los menores.
Al
final, llegó a odiar a los hombres y se retiró a vivir en los
montes, comiendo verduras y hierbas; pero como de resultas de
ello enfermó de hidropesía, bajó a la ciudad y preguntó a los
médicos, hablando por enigma, si podían producir sequedad de la humedad extrema; como ellos no lo entendieron, se enterró en un establo de bueyes,
esperando que el calor del estiércol evaporase el agua de su cuerpo.
Pero como tampoco así consiguió nada, concluyó su vida a los
sesenta años.
Ya mayor, abominaría tanto del trato de sus
compatriotas, que se retiraría a los montes donde pasaba su vida como un misántropo anacoreta comiendo verduras y hierbas, lo que nos recuerda, como comenta
Cappelletti, en su traducción de los fragmentos de Heraclito, a
aquellos versos de Calderón de la Barca, de La vida es sueño:
“Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, /
que solo se alimentaba / de unas hierbas que cogía.”
Demócrito (optimista) y Heraclito (pesimista), de Rubens (1603)
Lo de que enfermó de hidropesía a causa de su
retiro y alimentación es sin duda un cuento malintencionado, una falsa noticia de su muerte, y también un intento de matarlo con ella a él y todo lo que significaba, una leyenda negra en todo caso forjada a partir de
uno de los fragmentos
originales de su libro, el 126,
donde dice algo aparentemente tan trivial y de sentido común como:
Las cosas frías se calientan, lo
caliente se enfría, lo húmedo se seca, lo árido se moja. Esto dio pie seguramente a la leyenda burlesca de la enfermedad de la
hidropesía que padecería el pensador efesio, a consecuencia de la
cual se le haría fallecer.
Pero sigamos
leyendo su biografía: Hermipo,
en cambio, dice que preguntó a los médicos si alguien podía
evacuar la humedad rebajando las tripas; y como le dijeron que no, se
puso al sol y ordenó a los criados embadurnarlo de estiércol; así
tendido, murió al segundo día y fue enterrado en la plaza.
Hermipo
de Esmirna fue un filósofo e historiador que vivió en la segunda
mitad del siglo III antes de nuestra era, discípulo de Calímaco de
Alejandría, autor de una serie de biografías muy utilizadas por los
autores de la época siguiente. Si la noticia de que fue enterrado en
el ágora que proporciona este autor fuera cierta, demostraría que
los efesios apreciaban a Heraclito, a pesar de sus desaires y
críticas.
Neantes
de Cícico dice que, no pudiendo quitarse de encima el estiércol,
allí quedó y, hecho irreconocible por tal mudanza, fue pasto de los
perros.
Sin
embargo, según Neantes de Cícico, historiador y filósofo también,
que vivió en el mismo siglo III, de cuyas obras no quedan sino
fragmentos que recogen otros autores antiguos, como aquí Diógenes
Laercio, Heraclito habría muerto abandonado por sus conciudadanos,
que no pudieron reconocer su cuerpo recubierto de estiércol ni
rendirle sepultura, y que resultó finalmente devorado por los
perros. Los ofendidos efesios echaban así mierda literalmente sobre el cadáver del sabio tenebroso que había osado proclamar la igualdad de todos los contrarios: de la vida y la muerte, del bien y del mal, así como del frío y del calor, de la humedad y la sequía.
La noticia
en todo caso de su muerte fue fraguada, como dice García Calvo, como
burla del pensador que había osado plantearles aquel
enigma y como “pena del blasfemo adecuada a su pecado”,
pues decidió curarse a sí mismo enterrándose en una boyera, creyendo que la humedad de su cuerpo se evaporaría por el
calor animal de la boñiga poniéndose a desecar al sol, cosa que no sucedió y que le ocasionó una muerte sin duda horrible, pero falsa.