La que podría pasar desapercibida entre tantas noticias sin importancia, la regulación de la palabra 'cáncer' aprobada mayoritariamente por el Congreso de Diputados y Diputadas del reyno de las Españas a instancias de una proposición no-de-ley del grupo socialista tiene, sin embargo, su enjundia porque se trata de proscribir desde arriba un término de uso común y corriente en el lenguaje de la gente por considerarlo ominoso y políticamente incorrecto.
Según la propuesta, no se trata de prohibir, sino de promover «un uso responsable y empático del término, evitando que se utilice como insulto o descalificación». Se argumenta que «no es aceptable emplear la palabra cáncer como metáfora de lo peor, de lo que corrompe o de lo que destruye, porque el cáncer no es eso: es una enfermedad grave, sí, pero también cada vez más tratable, más comprensible y, en muchos casos, curable».
La mayoría del congreso que ha votado a favor de esta delirante propuesta, que es la práctica totalidad, parece que ignora que cáncer es, además de la enfermedad que no debe ser nombrada, el cuarto signo del zodíaco y el nombre del trópico enclavado en el hemisferio norte del planeta, y un cultismo derivado del latín cancer, cancri, que era el nombre del 'cangrejo', cuyo acusativo 'cancrum' ha dado origen a la palabras patrimoniales prácticamente en desuso 'cancro' y 'cangro', cuyo diminutivo 'cangrejo' remonta al castellano del siglo XIII.
Parece que sus señorías ignoran, además, que hay sinónimos como tumor y carcinoma, derivado este último del griego καρκίνος (karkinos), que además de significar 'cangrejo', como el latín 'cancer', tomó la acepción de 'tenazas e instrumento de tortura' por similitud con las pinzas del artrópodo crustáceo. Precisamente 'cancer' fue la traducción al latín del griego καρκίνος que aparecía en la obra de Hipócrates, el padre de la medicina.
El uso como enfermedad aparece numerosas veces en Aulo Cornelio Celso, el Hipócrates latino, que en el siglo I de nuestra era escribió en buen latín De medicina en ocho libros. Allí, donde aparece innumerables veces como traducción del griego, cancer designa una úlcera o una llaga que se extendía como las patas de un cangrejo por la superficie del cuerpo. No se trataba del cáncer en sentido moderno de tumor maligno con metástasis, que eso todavía no había sido descubierto por la Ciencia y, por lo tanto, no existía, sino más bien de lesiones ulcerosas crónicas, infecciones graves o tumores visibles que se asemejaban a un cangrejo por su aspecto o por cómo se aferraban al cuerpo.

Cuando la sanidad pública agoniza, lo prioritario para las altas instancias del Estado es regular el uso de la palabra cáncer que, reservada para el ámbito médico sanitario, no debe emplearse como insulto fuera de ese contexto, como si la enfermedad desapareciera por arte de magia y encantamiento, curándose simplemente los pacientes con dejar de nombrarla. Y se le prohíbe, además, decir al pueblo, con una autoridad que ya quisiera para sí la docta Academia, que diga cosas que son verdad como que el gobierno, cualquier gobierno, y los partidos políticos todos ellos son un cáncer maligno para el pueblo, o como escribía el otro día Savater en su columna de The objective titulada La solución final refiriéndose al gobierno actual: "Suicídense, ustedes son el cáncer totalitario de este país".
He aquí un éxito más de la tentación totalitaria de la neolengua (newspeak) orgüeliana, que declara lo que es correcto y lo incorrecto, un intento de gobernar el lenguaje de la gente que no solo se limita a llamar a lo malo bueno y viceversa trafulcando el sentido de las cosas, sino a proscribir el uso de determinadas palabras consideradas políticamente incorrectas, como la que nos ocupa, debilitando
el discurso político al meter miedo o culpa a quien se atreva a usar
una metáfora poderosa y legítima.
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