Mostrando entradas con la etiqueta Fernando Savater. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fernando Savater. Mostrar todas las entradas

lunes, 15 de abril de 2024

"Fumar es un placer genial, sensual"

    El incombustible Fernando Savater, después de su despido fulminante de El Periódico Global, alias El País, publica en The Objective el artículo “Fumando espero”, su particular panegírico del tabaco y confiesa que: Fumar es un placer y a mi edad ya no me quedan tantos como para menospreciarlo con el pretexto de «cuidar» mi salud. ¿Para qué quiero salud sino para seguir fumando? 
 
      Y allí escribe que "los prebostes" -es decir aquellos que hemos puesto (-pósiti)  democráticamente al frente (prae-) haciéndonos la ilusión de que somos libres porque hemos elegido a nuestros rabadanes, aclaro yo etimológicamente- "que nos pastorean" intentan prohibir todo lo que pueden desde el día que toman posesión de su cargo, erigiéndose en guardianes de las buenas costumbres y de nuestra salud, porque lo hacen por nuestro propio bien, como si no supiéramos procurarnos nosotros mismos nuestro bienestar. Y formula el siguiente y acertado aforismo de raigambre ácrata, debido seguramente a su pasado libertario: el poder se demuestra -y se ejerce- prohibiendo, permitir está al alcance de cualquiera. Pero como no pueden cumplir su ideal totalitario, que sería prohibirlo absolutamente todo, se dedican a hacerlo parcial- y paulatinamente, tratando de convencernos de que lo hagamos por nuestra propia voluntad, sin tener que llegar a obligarnos, como sucedió con la vacunación contra el virus coronado, por ejemplo. Prohibir, a fin de cuentas, no está muy bien visto, y algunos seguimos todavía defendiendo el viejo eslogan de aquella primavera parisina de 1968: prohibido prohibir. Como no pueden prohibirlo todo, quieren que hagamos lo que pretenden o que dejemos de hacerlo por nuestra propia voluntad, esgrimiendo la "evidencia científica" como hacía el otro día la ministra sanitaria apelando a la "calidad de vida" en su lucha quijotesca contra el tabaquismo para demonizar cosas tan variopintas como el consumo de bebidas azucaradas, las grasas saturadas, el alcohol, la carne roja o cualquier cosa que se les ocurra.
 
    Ahora le toca el turno al vicio de fumar, cuyo uso ha sido bastante restringido ya en nombre de nuestra salud y de la del planeta que se quiere libre de humos, pero, como razona Savater en el citado artículo: Si fumar no fuese aún negocio para grandes multinacionales, habríamos perdido el vicio hace bastante. Y negocio también para el Estado, añado yo, que se lucra de ello, dándose la paradoja de que pese a haber menos fumadores en el Reino de las Españas, el precio de las cajetillas sube tanto que los ingresos son ahora mayores que antes, cuando fumaba mucha más gente.
 

 
    Cuenta Savater que empezó a fumar en pipa a los dieciséis años. De ahí, tras su estancia en la cárcel de Carabanchel, que nos recuerda su pasado antifranquista, se pasó a los cigarrillos negros, aquellos Habanos, que yo también he fumado, fabricados con tabaco cubano de Vuelta Abajo "según se leía en la cajetilla, entonces aún libre de calaveras y amenazas de muerte". Pero reconoce que nunca se acostumbró a los pitillos,  por lo que no renunció a la pipa y finalmente pasó a los puros -ejemplo eximio del adjetivo que acaba suplantando al sustantivo "cigarros", en este caso-, y con ellos, confiesa, descubrió el auténtico deleite de fumar. 
 
   No le recomienda fumar a nadie pero, como acertadamente escribe, no hay que hacer como "quien vive como si estuviera gravemente enfermo por miedo a llegar a estarlo". Y como buen liberal que es ahora después de haber sido libertario en su mocedad, dice que lo que no quiere es que le impongan lo bueno porque cuando lo bueno se impone deja de ser bueno.
 
    Concluye su artículo irónicamente constatando que ahora fuman más las mujeres que los hombres: A pesar de las prohibiciones y de la subida de precio del tabaco, hay un rasgo social que nos hace concebir esperanzas a los amigos del vicio. Por la calle se ve a seis o siete mujeres fumando por cada hombre humeante. Cualquier cosa apoyada por el sexo antes irónicamente llamado «débil» creo que tiene el futuro asegurado…

lunes, 20 de noviembre de 2023

El discurso del filósofo institucional del reino

    Resultaba emocionante y, al mismo tiempo, patético para los que hemos admirado a Fernando Savater alguna vez escuchar el otro día al filósofo oficial del reino, en Cibeles, dándose un baño de multitudes ante miles de personas que ondeaban banderas nacionales rojigualdas, él que se había rebelado en su juventud contra todas las patrias y en su madurez contra los nacionalismos periféricos, entregado ahora al nacionalismo central y español en la villa y en la corte. 
 
    Comenzó el exordio recordando a Agustín Ibarrola, "un gran español, un gran vasco,  un gran artista", dijo, que había muerto el día anterior, y que había ayudado a muchos “a seguir luchando como el luchó toda su larga vida”, con lo que consiguió arrancar los primeros todavía algo tímidos aplausos del público. 
 
 
    A continuación hizo un elogio de la diversidad de España, que era patrimonio de todos los españoles, afirmando que no hay países homogéneos “más que en la imaginación de algunos totalitarios”, y a continuación matizó: “Pero una cosa es que en España reine -y está muy bien- el derecho a la diferencia, (...), una cosa es el derecho a la diferencia y otra cosa es la diferencia de derechos: que se inventen derechos distintos para los españoles y que haya unos españoles de primera, unos españoles de segunda, unos españoles con más derechos que otros... eso es lo que no se puede tolerar.” Arrancaba así unos aplausos más entregados y acordes con el acto. 
 
    Pero quizá el momento en que el público se le entregó sin condiciones fue cuando afirmó que había cosas, una sola cosa, especificó, en la que estaba de acuerdo con el gobierno, y que iba a decir: que era que quería ponerle una escolta al prófugo de la justicia: “Y a mí me parece bien. Yo creo que hay que escoltar a Puigdemont, llevarlo a Alcalá Meco y dejarlo allí bien escoltado unos cuantos años. Eso es precisamente lo que hay que hacer.” Lograba así el filósofo sus quince minutos de fama entre el público devoto y en olor de multitud.
 
    A continuación planteó el tema de la amnistía con la que el gobierno ha logrado el apoyo de los independentistas catalanes para su investidura, preguntándose a quién había que creer, si a los expertos (juristas, jueces, abogados, fiscales diplomáticos...) o “a lo que dicen el señor Bolaños y los editoriales de El País? La puya lanzada contra el periódico incondicional del gobierno y del Régimen, que tantas veces había acogido sus artículos, fue muy aplaudida por el público asistente. 
 
 
    A continuación dijo solemne que había llegado la hora de la verdad, y que esa manifestación era el primer paso de una resistencia que tenía que continuar... Me recordaron aquí sus palabras a las de Agustín García Calvo frente a los indignados del 15M en la Puerta del Sol, animándoles a continuar, a no desistir, a hacer que aquello durara. Decía Savater, recordando las palabras de su antiguo maestro: “Aquello en que confía el gobierno es en el aburrimiento, en el cansancio, en el decir: bueno, están ahora así pero ya se les pasará, y dentro de unas semanas se habrán aburrido y estarán en otra cosa.” Pero frente a eso el filósofo animaba a luchar contra la propia cobardía y el aburrimiento. 
 
    La única cosa que me gustó de su discurso es la referencia satánica al Non seruiam, el “no seré siervo” que se atribuye a Lucifer, que con esas palabras expresó su rechazo a servir a Dios en el reino de los cielos. Y frente al concepto de “obediencia debida” contrapuso Savater el de “desobediencia debida”, pero no estaba haciendo  un elogio de la rebeldía en general, como el Savater juvenil, que escribió un Panfleto contra el Todo, y acabó tragando con (casi) todo por un tubo,  dado que ahora predicaba  la obediencia a la constitución y a las leyes, y la desobediencia sólo  ante “cualquier persona que manipule a su antojo la constitución y las leyes.” 
 
    Fernando Savater, que había publicado un libro Contra las patrias, (1984) se había decantado por un nuevo patriotismo: el patriotismo constitucional de Jürgen Habermas, que ahora defendía a capa y espada en esta España nuestra, en esta democracia remasterizada, como dice un amigo,que ya cuenta con un avatar de Unamuno para hacer más tragicómica y "rehistórica" la dcramática zarzuela española.
  

     Acababa su discurso con la peroración de “no lo dejéis, no os aburráis, no os canséis”, y una frase de la que se han hecho eco muchos medios: “No toleréis lo intolerable, porque quien tolera lo intolerable termina viviendo de una manera miserable.” 
 
    La traca final fue: "De modo que, adelante todos nosotros: ¡Viva España! ¡Viva la Constitución! ¡Viva el Rey!" No era extraño que lanzara en su epílogo, como filósofo institucional del reino de las Españas, vivas a las instituciones: a España, a la Constitución, y al Rey -él que fue ácrata en su juventud y en su madurez se había decantado tantas veces republicano-, vivas que eran coreados por el fiel auditorio entregado.
 

jueves, 28 de septiembre de 2023

El Ejército español se defiende contratacando (I)

    Resulta paradójico y también muy sintomático que el Ministerio de la Guerra, vamos a llamar a las cosas por su nombre, haya publicado recientemente un documento, Las Claves del porqué, con el que intenta justificar socialmente su propia existencia y la del incremento del gasto militar, un gasto desproporcionado que no ha hecho más que progresar en el peor sentido de la palabra, si tiene alguno bueno, con este gobierno progresista. El documento peca de aquello de que el que se excusa de algo, se incrimina a sí mismo de ello:  excusatio non petita, accusatio manifesta.

   La crítica contra el Ejército que emprendemos aquí la hacemos desde el antimilitarismo y no desde la no violencia o el mero e ingenuo pacifismo -la pax Romana, o la paz del cementerio no nos conmueve en absoluto- y no excluye sino todo lo contrario a los cuerpos policiales, cada vez más espectacularmente militarizados y especializados en el mantenimiento del “orden público” y en luchar contra el “enemigo interior”, “hostis intus” o “enemy within”, como diría la señora Thatcher, que condenó nuestro mundo a no tener alternativa.

    El documento se divide en doce cuestiones conceptuales: Las cinco primeras son redundantes. Son especialmente perversas las cuestiones tercera y cuarta. Empecemos por esta última que dice que el gasto militar español es absurdo porque pertenecemos a la OTAN. Justamente es la OTAN la que por permanecer a ella nos obliga a aumentar nuestro gasto militar. 

       Cuando algunos Estados, como el Reino de las Españas, habían disminuido su gasto militar, viene la OTAN/NATO en la que nos metieron de cabeza con el consentimiento de una mayoría asustadiza y adoctrinada, pero nunca de la totalidad, y nos dice que tenemos que ampliar el presupuesto para sufragar la guerra de Ucrania, por ejemplo, que por otro lado han atizado para eso con tal finalidad. 

    Maquiavélica es la tercera cuestión, que sólo puede entenderse desde una óptica belicista, y que dice: que nuestros sistemas de defensa son inútiles porque “no se emplean en guerras y llegan a ser obsoletos sin haber sido utilizados realmente”. ¡Lo que nos faltaba! No entienden nuestros mílites que la obsolescencia de los juguetes de guerra mueve dinero y la obligación de estar siempre al día y de reponer los cacharros inutilizados, pero parece que de lo que se quejan los militares es de no poder estrenarlos en algún conflicto que otro.

       Las otras razones, que pueden reducirse al argumento de "o cañones o mantequilla", son las siguientes: (1ª) Las inversiones en defensa van en detrimento de las correspondientes a sanidad y educación; (2ª) la inversión para la adquisición de los nuevos vehículos blindados 8x8 detrae recursos para gasto social; y (5ª) Con el importe de un Carro de Combate Leopardo podrían adquirirse 440 respiradores.

 

    El 17 de enero de 1936, el ministro de propaganda hitleriano Joseph Goebbels, citando a Hermann Göring, señaló que había que gastar más en cañones, «pues estos nos harán más fuertes, mientras que la mantequilla sólo nos hará más gordos». (Göring no estaba precisamente delgado). A su vez, Benito Mussolini, llegó a imprimir carteles en la Italia fascista justificando que en tiempos de guerra había poca mantequilla, por el gasto militar, con el expresivo texto de que había que elegir entre «burro (mantequilla) o cannoni (cañones)». 

     Los economistas como el premio Nobel Paul Samuelson reutilizan esta expresión para endilgarnos la teoría del "coste de oportunidad", que nos presenta una elección entre cañones y mantequilla y nos plantea el dilema, dado que los recursos de un Estado cualquiera son limitados, de dónde es preferiblemente invertir en armamento o en otras cosas (como garantizar una sanidad suficiente y gratuita a toda la población, resolver el problema del hambre en el mundo, o destinar a educación..., siempre y cuando no consista en adoctrinamiento en valores militares, como se hace en la actualidad en casi todos los centros públicos, subvencionados y privados, convirtiéndose así la educación de las futuras generaciones, es decir, el adoctrinamiento, en un arma poderosa cargada de futuro). 

 

    Es evidente que el dinero dedicado a submarinos o tanques no va a invertirse en hospitales, escuelas, respiradores o gasto social. Con el agravante añadido, además, de que su destino final es la destrucción por activa y por pasiva o, en el mejor de los casos, la obsolescencia programada. Así que no nos detenemos mucho en estas consideraciones peregrinas que caen por su propio peso.

    Lo cierto es que no hay progreso, paso hacia delante, sino que estamos dando pasos hacia atrás: los presupuestos militares aumentan en la medida que la inseguridad y el belicismo se hacen protagonistas en el escenario internacional al tiempo que el mismo problema desaparece de los debates en la política nacional.

    Especialmente espinosa es la cuestión sexta: El Ejército no puede vencer pandemias ni evitar catástrofes, pero colabora humanitariamente en dichas tareas. El argumentario por así llamarlo se ilustra con una fotografía de un militar vacunando a una señora, como si la vacuna sirviera para luchar contra el virus y no favoreciera precisamente la propagación de la pandemia.

    No es el Ejército español el que se defiende en este documento, sino el Ministerio de la Guerra: la misión del Ejército español no es la defensa, sino el ataque. 

    Hacía Fernando Savater en Las razones del antimilitarismo (1984, edit. Anagrama) la siguiente reflexión: Hoy todavía se nos presenta como el mayor mérito de las banderas el que mucha gente ha dado su vida por ellas y pocos se atreven a ver precisamente ahí la mejor razón para detestarlas. Paso a paso, el papel de los ejércitos nacionales ha ido aumentando no sólo hasta convertirse en símbolos, guardianes y encarnación más propia de la patria, sino también en la finalidad principal del Estado al que supuestamente vertebran. Los Estados modernos, incluso los más pacíficos, viven y trabajan para sus ejércitos. "Toda actividad humana y social no se justifica si no prepara la guerra", decía el brutal Lüdendorff en 'La guerra total' (...)"

sábado, 9 de septiembre de 2023

"Solo sé que no sé nada"

    Escribe Fernando Savater en su libro Las preguntas de la vida (2008) a propósito de la frase más famosa que se le atribuye a Sócrates (479-399 a. de C.): 

    «Sólo sé que no sé nada», comenta Sócrates, y se trata de una afirmación que hay que tomar -a partir de lo que Platón y Jenofonte contaron acerca de quien la profirió- de modo irónico

     «Sólo sé que no sé nada» debe entenderse como: «No me satisfacen ninguno de los saberes de los que vosotros estáis tan contentos. Si saber consiste en eso, yo no debo saber nada porque veo objeciones y falta de fundamento en vuestras certezas. Pero por lo menos sé que no sé, es decir que encuentro argumentos para no fiarme de lo que comúnmente se llama saber. Quizá vosotros sepáis verdaderamente tantas cosas como parece y, si es así, deberíais ser capaces de responder mis preguntas y aclarar mis dudas. Examinemos juntos lo que suele llamarse saber y desechemos cuanto los supuestos expertos no puedan resguardar del vendaval de mis interrogaciones. No es lo mismo saber de veras que limitarse a repetir lo que comúnmente se tiene por sabido. Saber que no se sabe es preferible a considerar como sabido lo que no hemos pensado a fondo nosotros mismos. Una vida sin examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen para las preguntas esenciales ni trata de responderlas personalmente, no merece la pena de vivirse.» 

    O sea que la filosofía, antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja. Antes de ofrecer las respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos. Aún más importante que establecer conocimientos es ser capaz de criticar lo que conocemos mal o no conocemos aunque creamos conocerlo: antes de saber por qué afirma lo que afirma, el filósofo debe saber al menos por qué duda de lo que afirman los demás o por qué no se decide a afirmar a su vez. Y esta función negativa, defensiva, crítica, ya tiene un valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y aunque en el mundo de los que creen que saben el filósofo sea el único que acepta no saber pero conoce al menos su ignorancia.

    Sería interesante buscar el origen de esta falsa atribución, dado que, como dijimos en Sócrates visto por Quino, el hijo de la partera nunca dijo eso, sino lo más parecido, en todo caso, según nuestras fuentes literarias que son Jenofonte y Platón: no creo saber lo que no sé

 

    Quizá haya que rastrear el origen del dicho en Cicerón, como escribíamos en Miseria de la filosofía después de Sócrates, quien utiliza en Cuestiones Académicas (I,16) la fórmula nihil se scire dicat nisi id ipsum: que dice que él (Sócrates) nada sabe excepto eso mismo, pero el propio Cicerón nos ha comentado que lo característico de Sócrates era discurrir sin llegar a afirmar nunca nada positivo (ita disputat ut nihil adfirmet ipse), por lo que ese "excepto eso mismo" quiere decir anafóricamente "no sé", y no algo positivo como "sé que no sé". Quizá ahí esté el origen de la famosa paradoja socrática.

     Copio la traducción de Julio Pimentel Álvarez: Éste, en casi todos los diálogos que fueron escritos en forma variada y copiosa por los que lo oyeron, de tal manera disputa que nada afirma él mismo, refuta a otros, dice que no sabe nada, excepto eso mismo, y que aventaja a los demás en el hecho de que éstos juzgan que saben lo que ignoran, mientras él mismo sólo sabe esto: que nada sabe y que él juzga que por Apolo fue llamado el más sabio de todos porque ésta es la única sapiencia: no juzgar que uno sabe lo que ignora.

     El empeño socrático consistía según el arpinate (Conversaciones en Túsculo, libro I, XLII) en mantener hasta el límite (tenet ad extremum) aquello suyo (de Sócrates) de no afirmar nada (suum illud, nihil ut adfirmet). Mal se aviene esto con la afirmación contradictoria de que sabía que no sabía, que según Savater sólo podría entenderse, si lo hubiera dicho alguna vez,  como muestra de la socrática ironía.  


martes, 20 de junio de 2023

Invectiva contra Fernando Savater

 El filósofo oficial de todas las Españas,

el joven que escribió un panfleto contra el todo

y que acabó tragando por un tubo todo

aquello contra lo que ayer despotricara,

el intelectual orgánico y constitucional

y democrático, Fernando Savater,


que vota y recomienda el voto a progresistas

o a los conservadores, según gobiernen unos

o bien los otros, alternando en el poder,

denominó en su día despectivamente

a los indignados que acamparon en las plazas,

"hatajo", es decir, minúsculo rebaño,

"de mastuerzos", o, lo que es lo mismo, majaderos,

-otros decían perroflautas andrajosos-,

 argumentando con su ilógica verborrea

que eran muy poco representativos, ya

que no representaban, Dios los libre, a nadie

y no admitían que ni Dios los represente.

 

  Se indignaba así el ilustre catedrático

con los que se indignaban con lo que él encarna:

el conformismo con el orden establecido

y con el régimen democrático vigente

de dominación, el mal que dicen necesario

corroborando la necesidad del mal,

que él defiende como estómago agradecido

cebado por el Estado y por el Capital.