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miércoles, 3 de julio de 2024

Sócrates torpedo

    En Cuestiones Académicas (I, 17), hablando de los seguidores de Platón y de Aristóteles, Cicerón escribe: Pero unos y otros (sc. académicos, y peripatéticos) (...)* abandonaron aquella costumbre socrática de discutir acerca de todas las cosas sirviéndose de la duda y sin emplear ninguna afirmación. Así se hizo (lo cual de ninguna manera Sócrates aprobaba) cierto arte de filosofía y un orden de materias y sistema de doctrina. 
 
    *Entre paréntesis decía que el abandono de la discusión y de la herramienta de la duda que hemos leído que proponía Sócrates, sus discípulos directos, Platón y demás, e indirectos, Aristóteles y los suyos, a través de Platón y de la Academia, vieron colmado el vacío que les había dejado Sócrates con la fecundidad de Platón, que desarrolló sus propias ideas -qui uarius et multiplex et copiosus fuit-, y compusieron una determinada forma de doctrina y esta ciertamente plena y completa, sistemática, diríamos hoy, muy alejada del quehacer y maestría del maestro). 
 
 
    La filosofía nació, según Cicerón, cuando se abandonó la costumbre socrática de discutir todas las cosas sin emplear ninguna afirmación. Alude aquí Cicerón probablemente a los primeros seguidores de Platón, a la llamada Antigua Academia, hasta Arcesilao, que combatía los dogmatismos. Y con la expresión 'sirviéndose de la duda',  el arpinate alude a la duda metódica de Sócrates, de la que da cuenta Platón en este pasaje, por ejemplo, del Menón (80-84), que reproduzco en traducción de F. J. Oliveri: 
 
Men.-¡Ah... Sócrates! Había oído yo, aun antes de encontrarme contigo, que no haces tú otra cosa que problematizarte y problematizar a los demás. Y ahora, según me parece, me estás hechizando, embrujando y hasta encantando por completo al punto que me has reducido a una madeja de confusiones. Y si se me permite hacer una pequeña broma, diría que eres parecidísimo, por tu figura como por lo demás, a ese chato pez marino, el torpedo*. También él, en efecto, entorpece al que se le acerca y lo toca, y me parece que tú ahora has producido en mí un resultado semejante. Pues, en verdad, estoy entorpecido de alma y de boca, y no sé qué responderte. Sin embargo, miles de veces he pronunciado innumerables discursos sobre la virtud, también delante de muchas personas, y lo he hecho bien, por lo menos así me parecía. Pero ahora, por el contrario, ni siquiera puedo decir qué es. Y me parece que has procedido bien no zarpando de aquí ni residiendo fuera: en cualquier otra ciudad, siendo extranjero y haciendo semejantes cosas, te hubieran recluido por brujo. 
 
 
Sóc. - Eres astuto, Menón, y por poco me hubieras engañado. 
 
Men. - ¿Y por qué, Sócrates? 
 
Sóc. - Sé por qué motivo has hecho esa comparación conmigo. 
 
Men. - ¿Y por cuál crees? 
 
Sóc. - Para que yo haga otra contigo. Bien sé que a todos los bellos les place el verse comparados -les favorece, sin duda, porque bellas son, creo, también las imágenes de los bellos-; pero no haré ninguna comparación contigo. En cuanto a mi, si el torpedo, estando él entorpecido, hace al mismo tiempo que los demás se entorpezcan, entonces le asemejo: y si no es así, no. En efecto, no es que no teniendo yo problemas, problematice sin embargo a los demás, sino que estando yo totalmente problematizado, también hago que lo estén los demás. Y ahora, «qué es la virtud», tampoco yo lo sé; pero tú, en cambio, tal vez sí lo sabías antes de ponerte en contacto conmigo, aunque en este momento asemejes a quien no lo sabe, No obstante, quiero investigar contigo e indagar qué es ella. 
 
    En efecto, el diálogo con el bello Menón trataba de definir qué era la virtud, y Sócrates torpedeaba cualquier intento de definición, reconociendo que él estaba entorpecido, y que no sabía qué era la virtud, a diferencia de su interlocutor que sí lo sabía, o creía saberlo antes de la conversación con Sócrates, y la llegada a la aporía -enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional, inviabilidad que etimológicamente es un callejón sin salida-. Platón juega en griego con el término eúporon 'no tener problemas' y aporein 'problematizar', de donde la aporía. 
 
 
    *torpedo, es voz latina derivada del verbo torpere 'estar aterido, paralizado, inmovilizado', por la parálisis que causa su contacto, que es propiamente el nombre de un pez, siendo figurada la acepción militar que se le dio en el siglo XX como máquina de guerra con carga explosiva para echar a pique un bote que choca con ella o que entra en su radio de acción.  El término griego que utiliza Platón, y Menón en el diálogo es νάρκη (nárke), nombre del pez torpedo o raya electrizante y del efecto de adormecimiento y entumecimiento que se dice que produce, de donde deriva narcótico.

miércoles, 28 de febrero de 2024

De la demerastia, a propósito de Alcibíades

    Platón, haciendo uso de la enorme plasticidad que le permitía la lengua griega que manejaba, inventó el neologismo 'demerasta' -griego δημεραστής, a partir de δῆμος (dêmos) puebloἐραστής (erastés) enamorado, amante, a imagen y semejanza de 'pederasta' (amante o enamorado del niño), y lo puso en boca de Sócrates en su diálogo Alcibíades (1 132 a), donde el maestro que reconocía su ignorancia  le aconsejaba al niño bonito que era Alcibíades (al que Cornelio Nepote le dedicó los adjetivos latinos luxuriosus, dissolutus, libidinosus, intemperans, que no necesitan mucha traducción) y del que estaba por otra parte enamorado (sus dos grandes pasiones, según confiesa, fueron Alcibíades y la filosofía) que no se convirtiera en un demerasta o, si se quiere, populista, con palabra de raigambre latina y, como suele decirse, de más rabiosa actualidad:


 Sócrates reprochando a Alcibíades, Anton Peter (1819)

    Y de ahora en adelante, si no te dejas corromper por el pueblo de los atenienses y no llegas a envilecerte, yo no te abandonaré (καὶ νῦν γε ἂν μὴ διαφθαρῇς ὑπὸ τοῦ Ἀθηναίων δήμου καὶ αἰσχίων γένῃ, οὐ μή σε ἀπολίπω). Pues lo que yo temo muy mucho es que convertido en amante del pueblo te eches a perder (τοῦτο γὰρ δὴ μάλιστα ἐγὼ φοβοῦμαι, μὴ δημεραστὴς ἡμῖν γενόμενος διαφθαρῇς), lo que a muchos de los atenienses ya también les ha pasado (πολλοὶ γὰρ ἤδη καὶ ἀγαθοὶ αὐτὸ πεπόνθασιν Ἀθηναίων) . 
 
Sócrates y Alcibíades,  Christoffer Wilhelm Eckersberg (1816).

    ¿Qué hay de malo en ser un amante del pueblo, un demerasta, un populista? En principio no tendría por qué ser algo negativo, sino todo lo contrario, ya que se trata de una forma de amor amparada bajo la protección del dios Eros. El problema reside en que no es un amor desinteresado, sino que en los sistemas de gobierno democráticos como era el ateniense y son la mayoría de los que hoy padecemos ese amor es interesado: busca los votos del pueblo para legitimar el gobierno unipersonal y tiránico que se ejercerá sobre el propio pueblo con su consentimiento.

    Ya un historiador tan penetrante como Tucídides vio que la democracia ateniense de Periclés que tanto se ha ponderado y ensalzado en los tiempos modernos como logro de la humanidad y modelo de democracia directa... no dejaba de ser una tiranía. En efecto, el historiador griego dejó escrito en el libro segundo 65, 9, de La Guerra del Peloponeso,  y hablando de Periclés, que fue el tutor por cierto del joven Alcibíades: Era una democracia de palabra (en teoría), pero de hecho (en la práctica) era el gobierno del primer ciudadano. ἐγίγνετό τε λόγῳ μὲν δημοκρατία, ἔργῳ δὲ ὑπὸ τοῦ πρώτου ἀνδρὸς ἀρχή. 

Sócrates y Alcibíades, Édouard-Henri Avril (1906)

    Contrapone Tucídides la palabra, “logo” λόγῳ, con la tozuda realidad de los hechos, “ergo” ἔργῳ: bajo el nombre de democracia oficialmente gobernaba el pueblo, pero en realidad el que mandaba era el presidente del gobierno, diríamos hoy con flagrante anacronismo, elegido por el pueblo.

    Se revela así que la democracia no deja de ser la perfección de la dictadura, dado que el déspota, dictador, tirano, sátrapa o como quiera llamarse está legitimado por el amor del pueblo traducido en votos. Para lograr esos votos el aspirante al puesto de presidente del gobierno debe amar y halagar hasta la hez al pueblo, convertirlo en electorado, y ser un populista o demerasta. Se trata de un amor interesado, porque es fruto de la ambición de poder. Si quieres llegar a ser el primer ciudadano, es decir, presidente del gobierno, debes ser un demerasta, un populista, y, por lo tanto, un demagogo.
 
    Frente a ese amor interesado, podría haber un amor libre y desinteresado por el pueblo y por lo popular, no por el pueblo definido en naciones o unidades estatales, sino por el pueblo indefinido en general, ese que no quiere que se ejerza sobre él ninguna soberanía, ya que él, o sea nadie por encima de él, es su único soberano, pero no era el caso evidentemente de Alcibíades que nos ocupa. Y ese amor no tendría nada de malo o censurable, sino todo lo contrario.

jueves, 16 de noviembre de 2023

Etcétera (De esto, lo otro y lo de más allá).

    El auténtico seductor, escribe Marguerite Yourcenar, no es Alcibíades sino Sócrates. Alcibíades, como se sabe, era un joven efebo aristócrata ateniense, bellísimo al parecer,  mientras que Sócrates era un viejo y caduco pederasta en el sentido más noble del término, al que le gustaba rodearse de los jóvenes por lo que ellos tienen de rebeldía contra el futuro, y si había algo en él que sonaba a canto de las sirenas era el reconocimiento de su ignorancia y el cuestionamiento de todas las certezas. Por eso Sócrates es el auténtico corruptor de la juventud, decimos nosotros, en el sentido más profundo y no sólo sexual de la palabra,  porque parafraseando a la divina Marguerite, el órgano sexual más erótico no es el cuerpo -Alcibíades- sino el alma,  la cabeza que anima a ese cuerpo –Sócrates.


 Sócrates y Alcibíades, Ch.  W. Eckersberg  (c.1813-1816)
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    El lenguaje no es machista ni feminista de por sí, el que es machista o feminista es el hablante de un idioma, independientemente del idioma que hable. En inglés no existen los géneros gramaticales: el adjetivo es invariable. Da igual que hablemos de ellos o de ellas, si queremos decir que están contentos no hace falta decir la consabida gilipollez feminista de contentos y contentas (en español en realidad tampoco, porque el masculino es el género no marcado que vale también por el femenino, pero los feministas se empeñan en redundar en femenino), porque se dice de la misma manera: happy (sin variación de género ni de número). Y de eso no se puede concluir que la lengua inglesa sea menos machista o más feminista que la española, ni los angloparlantes tampoco por supuesto.
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 ¿Hay vida después de la muerte? ¿La hay acaso antes?
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    Nuestro idioma es mejor que otros (póngase aquí cualquier otro idioma que no sea el nuestro, por ejemplo el árabe) porque el nuestro se entiende fácilmente, sin necesidad de estudiarlo, mientras que el otro no. Si lo oímos hablar, no entendemos ni papa. ¡Qué gran engaño! Y lo peor de todo es que el idioma conforma un nacionalismo cerril no menos odioso, falso y patriótico que el político. ¡Qué gran negocio para los nacionalistas es que los nacidos en una nación hablemos por lo general el mismo idioma!
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    El siglo XX, bárbaro y brutal, ha sido testigo de un cambio espectacular: la imagen ha avasallado las sociedades humanas, la imagen se ha apoderado del lenguaje humano, supeditando el texto escrito o literario y el sonido de la voz y la música, que están a su servicio, creando una verdadera “realidad virtual imaginaria”.  Hemos pasado del culto a las imágenes exclusivamente sagradas,  a la sacralización o consagración de todas las imágenes. Somos esclavos de las imágenes, a las que rendimos un culto divino: iconodulía. La imagen se ha convertido en el elemento determinante de los medios de comunicación y formación de masas de individuos, sustituyendo a la voz y la palabra. Ello ha servido tanto para impulsar la expansión del mercado, como para garantizar la gobernabilidad de las distintas sociedades democráticas, las dictaduras más perfectas que hay.
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    La conciencia tribal, que ha sido exaltada a la condición de conciencia nacional, y que nos está destruyendo, lejos de trascender el ego, lo que hace es robustecerlo, darle unas nuevas y vigorosas alas a modo de señas de identidad, por eso somos antinacionalistas.
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    La idea de autosuperación a través de gurús y manuales de autoayuda  es una vía errónea: solo provoca inflación egocéntrica, hinchazón y egolatría.
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    Siempre que hay un proyecto, hay un conflicto entre lo que es y lo que creemos que debería ser. No habría que plantearse la lucha entre lo que es y lo que debe ser, sino dejar de tener empeño en ser y dejar de hacer planes para el futuro inexistente esencialmente.
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sábado, 9 de septiembre de 2023

"Solo sé que no sé nada"

    Escribe Fernando Savater en su libro Las preguntas de la vida (2008) a propósito de la frase más famosa que se le atribuye a Sócrates (479-399 a. de C.): 

    «Sólo sé que no sé nada», comenta Sócrates, y se trata de una afirmación que hay que tomar -a partir de lo que Platón y Jenofonte contaron acerca de quien la profirió- de modo irónico

     «Sólo sé que no sé nada» debe entenderse como: «No me satisfacen ninguno de los saberes de los que vosotros estáis tan contentos. Si saber consiste en eso, yo no debo saber nada porque veo objeciones y falta de fundamento en vuestras certezas. Pero por lo menos sé que no sé, es decir que encuentro argumentos para no fiarme de lo que comúnmente se llama saber. Quizá vosotros sepáis verdaderamente tantas cosas como parece y, si es así, deberíais ser capaces de responder mis preguntas y aclarar mis dudas. Examinemos juntos lo que suele llamarse saber y desechemos cuanto los supuestos expertos no puedan resguardar del vendaval de mis interrogaciones. No es lo mismo saber de veras que limitarse a repetir lo que comúnmente se tiene por sabido. Saber que no se sabe es preferible a considerar como sabido lo que no hemos pensado a fondo nosotros mismos. Una vida sin examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen para las preguntas esenciales ni trata de responderlas personalmente, no merece la pena de vivirse.» 

    O sea que la filosofía, antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja. Antes de ofrecer las respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos. Aún más importante que establecer conocimientos es ser capaz de criticar lo que conocemos mal o no conocemos aunque creamos conocerlo: antes de saber por qué afirma lo que afirma, el filósofo debe saber al menos por qué duda de lo que afirman los demás o por qué no se decide a afirmar a su vez. Y esta función negativa, defensiva, crítica, ya tiene un valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y aunque en el mundo de los que creen que saben el filósofo sea el único que acepta no saber pero conoce al menos su ignorancia.

    Sería interesante buscar el origen de esta falsa atribución, dado que, como dijimos en Sócrates visto por Quino, el hijo de la partera nunca dijo eso, sino lo más parecido, en todo caso, según nuestras fuentes literarias que son Jenofonte y Platón: no creo saber lo que no sé

 

    Quizá haya que rastrear el origen del dicho en Cicerón, como escribíamos en Miseria de la filosofía después de Sócrates, quien utiliza en Cuestiones Académicas (I,16) la fórmula nihil se scire dicat nisi id ipsum: que dice que él (Sócrates) nada sabe excepto eso mismo, pero el propio Cicerón nos ha comentado que lo característico de Sócrates era discurrir sin llegar a afirmar nunca nada positivo (ita disputat ut nihil adfirmet ipse), por lo que ese "excepto eso mismo" quiere decir anafóricamente "no sé", y no algo positivo como "sé que no sé". Quizá ahí esté el origen de la famosa paradoja socrática.

     Copio la traducción de Julio Pimentel Álvarez: Éste, en casi todos los diálogos que fueron escritos en forma variada y copiosa por los que lo oyeron, de tal manera disputa que nada afirma él mismo, refuta a otros, dice que no sabe nada, excepto eso mismo, y que aventaja a los demás en el hecho de que éstos juzgan que saben lo que ignoran, mientras él mismo sólo sabe esto: que nada sabe y que él juzga que por Apolo fue llamado el más sabio de todos porque ésta es la única sapiencia: no juzgar que uno sabe lo que ignora.

     El empeño socrático consistía según el arpinate (Conversaciones en Túsculo, libro I, XLII) en mantener hasta el límite (tenet ad extremum) aquello suyo (de Sócrates) de no afirmar nada (suum illud, nihil ut adfirmet). Mal se aviene esto con la afirmación contradictoria de que sabía que no sabía, que según Savater sólo podría entenderse, si lo hubiera dicho alguna vez,  como muestra de la socrática ironía.  


viernes, 18 de agosto de 2023

Miseria de la filosofía después de Sócrates

    En el tratado Cuestiones académicas, libro I, 27 de Cicerón, que como filósofo no aportó gran cosa a la filosofía pero que nos transmitió por la vía latina gran parte del legado filosófico griego, se habla de las dos grandes escuelas filosóficas de la antigüedad posteriores a Sócrates, que sirve como punto de inflexión en la historia de la filosofía, dividiéndola en un antes (pre-socráticos) y un después (post-socráticos), al igual que Jesucristo parte en dos la historia universal de la humanidad y el cómputo de los años y los siglos en un antes y un después. Estas dos grandes escuelas fueron los académicos y los peripatéticos, que, aunque con distinto nombre, coincidían en lo fundamental, que es en su raigambre platónica, dado que Aristóteles no deja de ser un heredero de Platón, aunque se aparte de él en muchos aspectos. 


 La escuela de Atenas, Rafael Sanzio (1508-1511)

    (En el fresco de Rafael La escuela de Atenas ambos filósofos ocupan el centro de la escena: Platón señala hacia arriba, al mundo de las ideas, mientras que Aristóteles, más materialista, señala las cosas de aquí abajo). La escuela fundada por Platón era la Academia, que así se llamaba por el nombre del gimnasio donde se reunían y conversaban sus miembros. La que fundó Aristóteles era el Liceo, otro gimnasio donde el estagirita y sus secuaces gozaban de una avenida arbolada que regalaba su sombra al maestro y a sus discípulos durante sus conferencias, por lo que se les denominó peripatéticos, que en griego significa “paseantes”.

    Ambas escuelas, académicos y peripatéticos, afirma Cicerón, fundaron una determinada filosofía sistemática imbuidos de la fecundidad de Platón (sed utrique Platonis ubertate completi certam quandam disciplinae formulam composuerunt), y esta filosofía era en verdad consistente y completa, sistemática diríamos nosotros, (et eam quidem plenam ac refertam), mas abandonaron aquella costumbre socrática de discutir incansablemente acerca de todas las cosas sirviéndose de la duda y sin hacer ninguna afirmación positiva (illam autem Socraticam dubitanter de omnibus rebus et nulla adfirmatione adhibita consuetudinem disserendi reliquerunt). Así se hizo, lo que de ninguna manera Sócrates aprobaba, un cierto tipo de filosofía y un orden de materias y sistema de doctrina. (Ita facta est, quod minime Socrates probabat, ars quaedam philosophiae et rerum ordo et descriptio disciplinae).

    La filosofía postsocrática, según Cicerón, dejó de cuestionarse todas las cosas y de poner en duda la verdad de la realidad,  sin asentar nunca nada positivo como definitivo, como hacía el maestro. Es decir, dicho en pocas palabras, dejó la duda fuera porque en sus sistemáticas doctrinas, que afirmaban cosas como la inmortalidad del alma humana, por ejemplo, de un modo dogmático que no admitía discusión, no cabía la más mínima duda. La duda socrática que consistía según el arpinate (Conversaciones en Túsculo, libro I, XLII) en mantener hasta el límite (tenet ad extremum) aquello suyo (de Sócrates) de no afirmar nada (suum illud, nihil ut adfirmet), no cabía ni en la Academia ni en el Liceo, como no cabe tampoco en las modernas instituciones educativas, en nuestras academias y liceos, en nuestros institutos, universidades y escuelas,  que siguen, muchas de ellas, llevando sin querer los nombres de las viejas escuelas atenienses. 


    A diferencia de Platón y de Aristóteles, Sócrates, según el arpinate, (opere citato I, 16),   discurre de tal manera que él mismo no afirma nada (ita disputat ut nihil adfirmet ipse), refuta a otros (refellat alios), dice que no sabe nada salvo esto mismo, (nihil se scire dicat nisi id ipsum), y que aventaja a los demás por el hecho de que ellos creen saber lo que ignoran (eoque praestare ceteris quod illi quae nesciant scire se putent), mientras que él mismo sólo sabe esto solo, que no sabe nada, (ipse se nihil scire, id unum sciat), y que por esta razón juzga que fue considerado el hombre más sabio de todos por el oráculo de Apolo de Delfos (ob eamque rem se arbitrari ab Apolline omnium sapientissimum esse dictum), porque toda la sabiduría era esto solo, solo esto: no creer que uno sabe lo que ignora (quod haec esset una omnis sapientia, non arbitrari se scire quod nesciat).
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lunes, 1 de mayo de 2023

Lecciones de economía: 7. -¿Quién es el rico y quién el pobre?

    Sócrates no escribió nada. Platón y Jenofonte son los principales autores que escribieron sobre él. Es difícil distinguir en sus obras cuándo nos están hablando del Sócrates histórico y cuando el Sócrates del que nos hablan no es más que un personaje literario detrás del que se parapetan ellos mismos para dar más autoridad a su discurso. En lo que ambos autores coinciden es en el carácter oral de las enseñanzas del maestro y en la práctica del diálogo, y en concreto en la formulación de la pregunta fundamental que plantea Sócrates a sus interlocutores: ¿qué es?. 
 
    Con esta pregunta se consiguen dos cosas contrarias: por un lado se intenta saber lo que es una cosa, la pregunta es un deseo, digamos, de sabiduría (filo-sofía); pero, por otro lado, el hecho mismo de preguntar revela que uno no sabe muy bien qué es aquello que pregunta, por lo que quiere definirlo mejor de lo que está: no está claro el significado de la cosa y por eso se pregunta por ella, para aclararlo. 
 
    Si se habla como vamos a hacer aquí de una idea definida como la de riqueza en términos económicos, por ejemplo, se habla contra ella, porque hablar de una idea cualquiera es ponerla en tela de juicio, revelar su imperfección, y desactivarla como tal idea al mostrar sus contradicciones.

 Sócrates, dibujo de Esteban Navarro Galán

    En los diálogos que escribió Platón en su juventud (incluyendo la Apología, que no es propiamente un diálogo sino el discurso de defensa de Sócrates en el juicio donde fue condenado a muerte) es donde es más fiel probablemente al Sócrates histórico: en ellos Sócrates se pregunta por diversas cosas sin llegar nunca a una conclusión definitiva, porque el razonamiento no conoce cierre, es sin fin, un preguntarse constantemente por la realidad de las cosas,  lo que denuncia así la falsedad, por su propia pretensión,  de cierre: la pregunta no puede tener respuesta definitiva, tiene que estar siempre en el aire, corriendo de boca en boca.

    Jenofonte en este discurso titulado “Económico”, que es el primer tratado escrito de economía en nuestro mundo, utiliza la figura de Sócrates como intermediario para formular sus propias ideas sobre economía (término griego que nos llega a través del latín oeconomia y que literalmente significa administración, "-nomía",  del "oikos", es decir, de la casa o hacienda).

    Es posible que en este breve fragmento de la conversación que mantienen Sócrates y Critobulo resuene la voz auténtica de Sócrates, no del Sócrates jenofóntico, que es el alter ego del autor, bajo cuya identidad se parapeta y esconde, sino del Sócrates histórico. (La traducción que copio es la de Juan Zaragoza, Edit. Gredos Madrid 1993, y corresponde a la obra de Jenofonte Económico): 

Busto de Jenofonte

Un diálogo entre Sócrates y Critobulo

(Habla Critobulo) - ...¿O es que ya has decidido que somos suficientemente ricos y piensas que no necesitamos más dinero?
 
 -Por mi parte, dijo Sócrates, si también te estás refiriendo a mí, creo que no necesito más riquezas, sino que tengo el dinero suficiente. Tú, en cambio, Critobulo, me pareces absolutamente pobre y a veces, ¡por Zeus!, siento una gran lástima de ti. 
 
Critobulo, soltando una carcajada, dijo: -¿Y cuánto dinero, Sócrates, ¡por los dioses! crees que sacarías vendiendo tus bienes y cuánto por los míos?
 
 -Por mi parte, dijo Sócrates, creo que si consiguiera un buen comprador sacaría muy fácilmente por todos mis bienes cinco minas, incluida la casa. En cambio, de los tuyos sé con certeza que conseguirías cien veces más.

    No podemos estimar la cantidad de la fortuna de Sócrates. Él la tasa en cinco minas. Lo que sí sabemos es que la mina equivalía a 100 dracmas, moneda que ha estado vigente en Grecia hasta la implantación del euro, por lo tanto su fortuna ascendía a 500 dracmas en el mejor de los casos, incluida su vivienda, si encontraba un buen comprador, como él dice, porque las cosas no tienen un precio fijo y definitivo, valen no lo que valen sino lo que alguien esté dispuesto a pagar por ellas. Para hacernos una idea lo más aproximadamente cabal de esta cifra, salvando las distancias insalvables, y teniendo en cuenta que algunos economistas establecieron la paridad de la dracma del siglo V a. de C. con 25 dólares norteamericanos del año 1990, -que se convierten casi en el doble en 2016, al aplicarles la tasa de inflación, más o menos 48,43 dólares-, podemos conjeturar que la fortuna de Sócrates ascendería aproximadamente a unos 24.000 dólares actuales, lo que vendría a ser, grosso modo, unos 20.578 euros de hoy. Según Antonio Tovar en su Vida de Sócrates, el filósofo mantenía una renta anual de unas 200 dracmas, lo que no era mucho para su tiempo. Hoy serían 9.600 dólares, es decir, 8.232 euros.

    ¿Quién es el rico y quién el pobre? Aparentemente a los ojos de cualquiera, Critobulo es el rico y Sócrates más bien pobre. Sin embargo, Sócrates considera que él es el rico y Critobulo el pobre, por el que incluso siente lástima. Lo que critica Sócrates es que la riqueza se cuantifique en dinero. Según el criterio económico, Critobulo sería cien veces más rico que Sócrates, pero según el baremo que aplica Sócrates Critobulo es más pobre que él, lo que le produce la risa en forma de carcajada a su interlocutor, que se considera más rico que el filósofo, aunque no tanto como quisiera. 
 
     No es rico el que más tiene sino el que se conforma con lo que tiene y no desea más. La riqueza no consiste exactamente en tener gran cantidad de bienes; se puede ser rico con bienes escasos si estos son más que suficientes para satisfacer las necesidades básicas. Tal opinión ha dado lugar al dicho popular de que no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita, que formula Séneca en latín escribiendo: Nōn quī parum habet, sed quī  plūs cupit pauper est: No es pobre el que tiene poco, sino el que desea más.

    El dinero no proporciona la felicidad, sino todo lo contrario: suele ser la causa de la desdicha y la fuente de casi todos nuestros males y problemas. La dicha no está en la posesión de bienes, sino en su usufructo. Es más, la posesión suele matar el usufructo o disfrute de los bienes. La felicidad que los griegos llamaban eudaimonía, no puede comprarse con dinero porque no está a la venta, no es un objeto de consumo, y no está a la venta porque no es algo definido como todos los productos que están a la venta en el mercado. En primer lugar,  habría que definir qué es.

    Con motivo de las protestas del 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol de Madrid, la poetisa Isabel Escudero quema un billete, como hicieron algunas anarquistas durante la guerra civil española. Los manifestantes, que corean la cantilena infantil  Cuatro banqueros / se balanceaban / sobre la tela de una araña; / como veían / que no se caían, /  fueron a llamar a otro banquero... aplauden el gesto revolucionario. 


    Cualquiera de nosotros sería capaz de prender fuego en un momento dado a un billete de cinco o de diez euros, que son peccata minuta, pero, me pregunto yo, si tuviéramos entre las manos ahora mismo por ejemplo uno de 500 euros, el de mayor valor entre los de curso legal en la zona euro en la actualidad,  uno de esos que la gente dice que son como Dios, porque, aunque existan, no son manejables ni siquiera visibles para el común de los mortales, ¿haríamos lo mismo?

    Así son siempre las cosas: o las tienes o las gozas. Son incompatibles, en contra de lo que creemos habitualmente y nos inculcan, tener y gozar, la posesión de las cosas, que es lo que nos da el dinero, porque sin dinero no hay privada propiedad ni identidad tampoco, y el usufructo o disfrute de ellas. Para algunos, en el colmo del enrevesamiento, el único goce que hay es la posesión, el dinero. Pero el dinero no nos da más que la posesión legal y propiedad de las cosas, no su disfrute, que es lo bueno de ellas. Decir de alguien que no disfruta de lo que tiene no es hacerle ningún reproche o crítica, sino reconocer lo que habitualmente nos pasa a todos y cada uno de nosotros: no podemos disfrutar de lo que poseemos, porque la propiedad y el disfrute están íntimamente reñidos.

miércoles, 4 de enero de 2023

Una mente abierta (y 2)

    Escribe Marco Aurelio  en sus Meditaciones VI. 21 (en traducción de Ramón Bach Pellicer): Si alguien puede refutarme y probar de modo concluyente que pienso o actúo incorrectamente, de buen grado cambiaré de proceder. Pues persigo la verdad, que no dañó nunca a nadie; en cambio sí se daña el que persiste en su propio engaño e ignorancia.

Mente abierta, Víctor García Guillén (2018)
 

    Se pueden rastrear algunos ecos de Sócrates en este pensamiento y actitud de Marco Aurelio, por ejemplo en la expresión “busco la verdad”, que hay que entenderlo en sentido negativo: no la poseo, por eso la persigo en una búsqueda interminable a lo largo de la vida. Los ecos socráticos también incluyen la idea subyacente de que la gente actúa mal por error y nadie obra mal a sabiendas. Es, por lo tanto, ventajoso que alguien pueda demostrarme que estoy equivocado, porque lo que daña a la gente no es la verdad, sino la persistencia en la ignorancia, como se ve en la Apología de Platón donde se habla de la búsqueda de la verdad que emprende Sócrates cuando se le dice que la pitonisa de Delfos había proclamado que él era el hombre más sabio del mundo, lo que no dejaba de ser una opinión falsa como cualquier otra:

    ¿Qué dice realmente el dios y qué indica en enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho . ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito.» Y durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir. Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios, en la idea de que, si en alguna parte era posible, allí refutaría el vaticinio y demostraría al oráculo: «éste es más sabio que yo y tú decías que lo era yo.» Ahora bien, al examinar a éste -pues no necesito citarlo con su nombre, era un político aquel con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era. 

    A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio pero que no lo era. A consecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes. Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo. A continuación me encaminé hacia otro de los que parecían ser más sabios que aquél y saqué la misma impresión, y también allí me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes.

 

Estatua ecuestre de Marco Aurelio.
 

    El propio Marco Aurelio nos habla de la conveniencia de cambiar uno de mentalidad y de tener una mente abierta si se le demuestra el error (IV, 12) (...cambiar de actitud, caso de que alguien se presente a corregirte y disuadirte de alguna de tus opiniones), y también en (VI, 30), donde se dice a sí mismo: No te conviertas en un César o No te cesarices, por así decirlo, que es lo que suele pasar. Y donde se pone como ejemplo a su predecesor Antonino Pío: “Y recuerda cómo él no habría omitido absolutamente nada sin haberlo previamente examinado a fondo y sin haberlo comprendido con claridad (…) y su capacidad de soportar a los que se oponían sinceramente a sus opiniones y de alegrarse, si alguien le mostraba algo mejor”.

martes, 29 de noviembre de 2022

El mito de la caverna

  Resulta muy útil visualmente el esquema de Adam que reproduzco de la caverna de Platón para entender el mito:

La línea jk de puntos es la entrada de la caverna (εἴσοδος).

El punto i es el fuego o foco luminoso (φῶς), que arde detrás de los prisioneros a cierta distancia y a cierta altura.

La línea ef es el camino de los portadores (ὁδός), una senda escarpada que se halla entre el fuego y los cautivos, por donde desfilan los cargadores, unos hablando y otros en silencio, portando toda clase de figuras y utensilios de hombres o animales de piedra, de madera y de diversas clases y formatos.

La línea gh es el tabique (τειχίον) construido de lado a lado, una especie de mampara o biombo como los que levantan los titiriteros delante del público, para mostrar por encima sus simulacros.

La línea ab la configuran los prisioneros (δεσμῶται), unos hombres que están en la caverna desde niños, encadenados por las piernas y el cuello, de modo que tienen que permanecer en el mismo lugar y mirar únicamente hacia delante, incapaces de mover en torno la cabeza, a causa de las cadenas que la sujetan. 

Fotograma de "Clockwork orange" de S. Kubrick (1971)
 

La línea cd es la pared del fondo (καταντικρύ) que actúa a modo de pantalla donde el fuego proyecta las sombras, en frente de los prisioneros. Para esos cavernícolas que somos nosotros mismos, no nos engañemos, no hay más realidad que las sombras de los objetos y simulacros fabricados y proyectados a modo de fotogramas de una película sonora, pues atribuirían las voces de los portadores a las sombras proyectadas. La pared del fondo no deja de ser una moderna pantalla de una sala de cine donde se proyecta la película de la realidad, esencialmente ficticia y, por lo tanto, falsa.

  

La caverna de Platón, Jan Sanraedan (1604)

    ¿Qué pasaría, imaginemos, si alguien liberase a los cautivos de sus cadenas, se pusieran en pie, volvieran el cuello y vieran lo que tenían detrás? ¿No se deslumbrarían sus ojos? ¿No creerían acaso más verdadero lo que antes veían que lo que ahora se les muestra? ¿Qué sucedería si alguien sacara a uno de esos cautivos de la caverna y lo llevara por la áspera y escarpada subida a la luz del sol? ¿No se llenarían sus ojos de un resplandor que no les permitiría ver ni una sola de las cosas que actualmente llamamos verdaderas? ¿No tendría que acostumbrarse poco a poco a ver las sombras exteriores y a contemplar por la noche los astros y el cielo mismo, fijando su mirada en la luz de las estrellas y la luna? ¿No podría ver, una vez que amaneciera, la luz del sol, no ya reflejada en las aguas, sino en el propio cielo?

La caverna de Platón, E. Lechevallier-Sevignard (1855)
 

    Imagínate que ese hombre que ha sido liberado de la caverna se acordara de sus antiguos compañeros de esclavitud y de la experiencia que tenían de la realidad, ¿no crees que se felicitaría del cambio y sentiría lástima de ellos?

    Si este hombre volviera a entrar en la caverna, esa enorme sala de cine, y ocupara de nuevo su antiguo asiento ¿no se le llenarían los ojos de tinieblas, viniendo como viene, así, de repente, de la región del sol iluminada?

    Si ese hombre les contara a sus antiguos compañeros de esclavitud lo que ha visto arriba ¿no creerían que estaba loco, y no se reirían de él y dirían que por haber subido a las alturas ha vuelto con los ojos estragados, y no pensarían que ni siquiera vale la pena la ascensión? Y no es verdad que si alguien pretendiera desatarles y conducirlos a lo alto, ¿no lo matarían esos trogloditas si pudieran echarle mano y darle muerte, como hicieron los atenienses condenando a muerte a Sócrates, su verdadero libertador?  

viernes, 23 de septiembre de 2022

Sócrates visto por Quino

 


 
Sócrates: Sólo sé que no sé nada.

Hoplita: ¡¡Queriendo desprestigiar nuestro sistema educativo, eéeeh? 
 
    Según la historieta de Quino, a Sócrates lo mataron por desprestigiar el sistema educativo tras haber pronunciado su famosa frase, “sólo sé que no sé nada”, que nunca pronunció, como veremos enseguida.
 
    Sabemos que su muerte no fue exactamente como la pinta el inconfundible dibujante argentino, aunque en cierto sentido no vaya muy descaminado. A Sócrates, en efecto, no lo mataron a flechazos los hoplitas, sino que murió condenado a beber una pócima de veneno letal después de un juicio democrático, en el que fue acusado de los cargos de corromper a la juventud y de no creer en los dioses en los que creía la ciudad, o sea, el Estado. 
 
    No obstante, decía, Quino no iba muy descaminado: Sócrates corrompe a la juventud haciendo que someta a la crítica de la razón las creencias en las que sus conciudadanos depositaban su fe y que a los jóvenes les habían inculcado, es decir, haciendo que la juventud descrea de la educación o ideas recibidas. En ese sentido se oponía a la pretensión de cualquier sistema educativo de creer que se sabe lo que no se sabe. 
 
    Que se sepa, Sócrates nunca dijo “Sólo sé que no sé nada”, según los testimonios de Platón y de Jenofonte, sino que él, a diferencia de la mayoría, que no sabe pero cree saber, no creía saber lo que ignoraba. Fue el oráculo de Delfos, consultado por su amigo Querefonte, el que dijo que Sócrates era el hombre más sabio del mundo, como él mismo nos cuenta en su discurso de defensa ante el jurado ateniense, pero el primer sorprendido fue el propio Sócrates, que nunca había alardeado de su supuesta sabiduría.
 
    οὗτος μὲν οἴεταί τι εἰδέναι οὐκ εἰδώς, ἐγὼ δέ, ὥσπερ οὖν οὐκ οἶδα, οὐδὲ οἴομαι· ese cree saber algo que no sabe, mientras que yo lo que no sé no creo que lo sé.

miércoles, 2 de marzo de 2022

A vueltas con Sócrates

    Frente al silogismo clásico que dice “Todos los hombres son mortales, Sócrates es un hombre, luego Sócrates es mortal”, que opera como una sentencia efectiva de muerte que condena a Sócrates a morir una y otra vez siempre que se formula, Sexto Empírico nos transmite un razonamiento que libra a Sócrates, como veremos, de morir y deja que de alguna manera siga vivo. Dice así: Por ejemplo, Sócrates muere o cuando es o cuando no es. Son, en efecto, dos momentos distintos: uno en el que es y está vivo, y otro en el que ya no es sino que ha fallecido; por lo que debe morir necesariamente en uno de los dos. Pues bien, cuando es y está vivo, no muere, puesto que vive sin duda; pero cuando ha muerto no muere otra vez, ya que estaría muriendo dos veces, lo cual es absurdo. Por tanto, Sócrates no muere. (*)

    Sexto Empírico desarrolla este razonamiento basándose en el argumento contra el movimiento que atribuye a Diodoro Crono, y que este tomó del presocrático Zenón de Elea, en, donde negándose el movimiento se niega también la muerte, lo que nos libera a también a todos los mortales de morir. Dice así: En efecto, lo que se mueve o bien se mueve en el lugar en que está o bien en el que no está; pero ni lo primero ni lo segundo; por lo tanto nada se mueve. Y si nada se mueve de ello se sigue que nada se destruye. Pues así como nada se mueve, ya que no se mueve en el lugar en que está ni tampoco en el que no está, del mismo modo el ser vivo no muere ni en el momento en que está vivo ni tampoco en el que no lo está, y en consecuencia no muere nunca. Y si esto es así, viviendo siempre según él (sc. Diodoro) «seguiremos viviendo».(**) 


     ¿Cómo podemos resolver esta contradicción de que Sócrates, como dice el silogismo aristotélico perfecto, sea mortal y por lo tanto haya muerto como tal personaje histórico que fue, y sin embargo no muera y siga vivo de alguna manera según el razonamiento que Sexto Empírico le atribuye a Diodoro Crono?

    Pues la manera de resolverla es renunciando a hacerlo y planteándola una y otra vez. Sócrates, como nombre propio de un personaje histórico, fue condenado a muerte en Atenas por un tribunal democrático en el año 339 antes de Cristo y murió bebiendo la cicuta, como sabemos, pero sin embargo “sócrates”, convertido en nombre común, con minúscula, sigue vivo y no puede morir nunca, cada vez que alguien haga como él y haga caso a su demonio interior que le dice que diga que no y se pregunte qué son las cosas, o sea las ideas, poniéndolas siempre en tela de juicio.

Estatua de Sócrates en la Academia de Atenas
 

(*): οἷον ὁ Σωκράτης ἤτοι ὢν θνήσκει ἢ μὴ ὤν. δύο γὰρ οὗτοι χρόνοι, εἷς μὲν ὁ καθ' ὃν ἔστι καὶ ζῇ, ἕτερος δὲ καθ' ὃν οὐκ ἔστιν ἀλλ' ἔφθαρται· διόπερ ἐξ ἀνάγκης ὀφείλει κατὰ τὸν ἕτερον τούτων θνήσκειν. ὅτε μὲν οὖν ἔστι καὶ ζῇ, οὐ θνήσκει· ζῇ γὰρ δήπουθεν· θανὼν δὲ πάλιν οὐ θνήσκει, ἐπεὶ δὶς ἔσται θνήσκων, ὅπερ ἄτοπον. οὐ τοίνυν θνήσκει Σωκράτης. (Sexto Empírico, Aduersus physicos o Contra los dogmáticos I, 269).

(**)τὸ γὰρ κινούμενον ἤτοι ἐν ᾧ ἔστι τόπῳ κινεῖται ἢ ἐν ᾧ μὴ ἔστιν· οὔτε δὲ τὸ πρῶτον οὔτε τὸ δεύτερον· οὐκ ἄρα κινεῖταί τι. τῷ| δὲ μηδὲν κινεῖσθαι τὸ μηδὲν φθείρεσθαι ἀκολουθεῖ. ὡς γὰρ διὰ τὸ μήτε ἐν ᾧ ἔστι τόπῳ κινεῖσθαι τι μήτε ἢ ἐν ᾧ μὴ ἔστιν οὐδὲν κινεῖται, οὕτως ἐπεὶ τὸ ζῶον οὔτε ἐν ᾧ ζῇ χρόνῳ ἀποθνήσκει οὔτε ἐν ᾧ μὴ ζῇ, οὐδέποτε ἄρα ἀποθνήσκει. εἰ δὲ τοῦτο, ἀεὶ ζῶντες κατ' αὐτὸν καὶ αὖθις γενησόμεθα. (Sexto Empírico, Aduersus mathematicos o Contra los profesores I, 311).

viernes, 25 de febrero de 2022

Vargas Llosa y la muerte de Sócrates

    Publicaba nuestro ilustre premio Nobel don Mario Vargas Llosa el domingo 20 de febrero de 2022 en El País una tribuna titulada La muerte de Sócrates. Decía que había leído recientemente el libro de Antonio Tovar La vida de Sócrates, que había comprado en los años ochenta porque le dijeron que era un libro magnífico, que lo es, pero que no había leído hasta ahora porque también le advirtieron de que su autor era “un franquista”, que probablemente lo fue. 

    A raíz de la reciente lectura de este libro,   se aprovecha nuestro premio Nobel para publicar en el periódico oficial del Régimen un artículo donde reivindica la dignidad de la muerte de Sócrates. En el subtítulo que le pone sentencia de un plumazo que lo único que importa de Sócrates no es su vida, ni qué es lo que defendía o atacaba el filósofo griego, sino su suicidio, dejándonos perplejos a sus lectores.

    En primer lugar, hay que decir que Sócrates no se suicidó. Fue condenado a muerte por un tribunal democrático en el año 339 antes de Cristo. Sentencia Vargas Llosa que su muerte es más importante que su vida, y que de Sócrates lo que queda es su ejemplo. Lo repite varias veces en su penoso artículo: Lo realmente ejemplar en él tuvo que ver más con su muerte que con su vida. Ese es el mayor ejemplo que nos ha dejado. Al final lamenta, no sé si haciendo uso de la ironía socrática, que no hayan seguido ese ejemplo muchos dictadores que en el mundo han sido, aunque se me escapa por completo la comparación de Sócrates con los déspotas de este mundo.

    Sócrates había vivido setenta años cuando fue juzgado en Atenas de los cargos de corromper a los jóvenes y de no creer en los dioses de la ciudad. Se había dedicado toda su vida a preguntarse qué son las cosas, una pregunta que cuestiona la realidad y que cuando afecta a la política y al gobierno puede resultar muy molesta a los gobernantes, independientemente del régimen político. 

    La pregunta socrática de ¿qué es...? inicia un diálogo interminable con el que no se trata de responder al problema que plantea y dar por zanjado el asunto llegando a una conclusión y anulando la preguntacon el cierre en falso de la respuesta, sino haciendo que la interrogación viva y se renueve constantemente. Practicaba un diálogo filosófico, lo cual quiere decir que perseguía apasionadamente la verdad que no poseía y que, en consecuencia, tampoco creía poseer, lo que resultaba una provocación pública cuando chocaba como hacía habitualmente con los numerosos creyentes poseedores de ella.

    Es cierto que una vez pronunciada la sentencia  que lo condenaba a la pena capital podía haberse zafado de la muerte. Tuvo la oportunidad de recurrir y proponer una contrapropuesta consistente en pagar una elevada multa aceptando el dinero que le ofrecían sus jóvenes discípulos a los que, a diferencia de los sofistas, que eran los intelectuales de su época, nunca había cobrado un céntimo. Prueba de ello era su pobreza.

    Ya Jenofonte, que es una de las fuentes junto con Platón que tenemos sobre su vida, nos dice que Sócrates comparaba a los sofistas con prostitutos que vendían su sabiduría por dinero, lo que le parecía poco decente, tan poco honroso como vender la hermosura por dinero, como hacían algunos efebos, cuando lo decoroso era que un muchacho se entregara a su amante gratis et amore. No me entretengo ahora en el tema de la pederastia homosexual ateniense.

    Sócrates, pues, rechazó el dinero de sus acaudalados discípulos en aquel trance como lo había rechazado durante toda su vida. El jurado seguramente lo hubiera aceptado. Pero él, en su discurso de apelación, proclamó que la ciudad, en cambio, debería  pagarle una pensión como agradecimiento por sus servicios, lo que a la mayoría le pareció una provocación intolerable. Finalmente, se avino, para evitar la condena, a pagar una multa acorde con sus haberes, que eran pocos y que resultaba, por lo tanto, ridícula a oídos de sus jueces. La segunda y definitiva votación arrojó una mayoría mucho más aplastante que la primera a favor de la pena de muerte.

 

La muerte de Sócrates, Jacques-Louis David (1787)

    Todavía en la cárcel, pues trascurrió un mes entre la sentencia de muerte y la ejecución consistente en la bebida de una pócima de cicuta, Sócrates siguió recibiendo a sus discípulos y charlando con ellos como si no pasara nada, preguntándose interminablemente por las cosas. Y claro está, preguntándose, cómo no, qué era la muerte a la que sus conciudadanos lo habían condenado, y reconociendo que “aquello que no sé tampoco creo saberlo”, como bien dice en su discurso de defensa ante el jurado que nos ha trasmitido Platón.

    Conviene, por cierto, desmentir aquí aquello que todos hemos oído alguna vez que dijo Sócrates de “Sólo sé que no sé nada”. Comparándose con otros conciudadanos suyos, como, por ejemplo, con algún prestigioso sofista que cobraba y mucho por sus enseñanzas, Sócrates decía, que era probable que ninguno de los dos, ni él ni el otro, supiese nada de provecho “pero ése se cree que lo sabe, no sabiéndolo. Mientras que yo, así como no lo sé, tampoco me lo creo.” En ese pequeño punto podría decirse que Sócrates era el hombre más sabio, como había proclamado el oráculo de Delfos, no porque supiera mucho, ni siquiera porque sólo supiera,  como se ha hecho proverbial, que no sabía nada, sino porque, sencillamente, no creía saber lo que no sabía. Saber, incluso que uno no sabe nada, es mucha presunción sapiencial. Por eso, en su último discurso ante el jurado, cuando ya conoce la sentencia condenatoria de los jueces, sus últimas palabras fueron: “Pero, sí, ya es hora de que nos marchemos, yo a morir, vosotros a vivir; pero cuáles de nosotros vamos a mejor negocio, cosa es oscura para todo ser, salvo si acaso para el dios”.

    Sócrates, pues, no se suicidó. Su muerte, obligado a suicidarse, fue una ejecución. No puede ser, pues, ningún ejemplo para nadie. Afirma Vargas Llosa que sus ideas no convencerían a nuestros contemporáneos, pero ¿qué ideas tenía Sócrates, alguien que cuestionaba constantemente todas las ideas?, sin embargo todos, prosigue nuestro ilustre Nobel, reverencian cómo murió. Esa reverencia, señor Vargas Llosa, es una manera de renovar su condena a muerte, y solo sirve para certificar su defunción y desentenderse de su vida, que es lo único que importa.

    

     Parece que está disponible en Youtube la espléndida  película que Roberto Rossellini rodó en 1970 para la RAI sobre el proceso y la muerte de Sócrates, que le recomendaría ver al señor Vargas Llosa si no la ha visto. Hasta la fecha sólo disponíamos de la versión original italiana (nunca estrenada en España, a pesar de haber sido rodada en un pueblecito de Madrid, Patones de Arriba), pero ahora podemos verla en V.O. subtitulada en español. 

    También le ofrezco, por mi parte, aunque usted no va a leer esto probablemente porque tendrá cosas mucho más importantes que leer, el dossier que preparé en su día para los alumnos de segundo curso de bachillerato sobre la figura de Sócrates, donde aparece entre otros materiales el oportunísimo texto "¡Viva Sócrates!" que Agustín García Calvo publicó en El País en 1999, en el que, al contrario que usted, pretendía reivindicar la vida y no la muerte del último de los presocráticos.