viernes, 21 de noviembre de 2025
Día Mundial de la Filosofía con Zizek
miércoles, 1 de enero de 2025
La ausencia de vida verdadera
miércoles, 3 de julio de 2024
Sócrates torpedo
miércoles, 28 de febrero de 2024
De la demerastia, a propósito de Alcibíades
jueves, 16 de noviembre de 2023
Etcétera (De esto, lo otro y lo de más allá).
El auténtico seductor, escribe Marguerite Yourcenar, no es Alcibíades sino Sócrates. Alcibíades, como se sabe, era un joven efebo aristócrata ateniense, bellísimo al parecer, mientras que Sócrates era un viejo y caduco pederasta en el sentido más noble del término, al que le gustaba rodearse de los jóvenes por lo que ellos tienen de rebeldía contra el futuro, y si había algo en él que sonaba a canto de las sirenas era el reconocimiento de su ignorancia y el cuestionamiento de todas las certezas. Por eso Sócrates es el auténtico corruptor de la juventud, decimos nosotros, en el sentido más profundo y no sólo sexual de la palabra, porque parafraseando a la divina Marguerite, el órgano sexual más erótico no es el cuerpo -Alcibíades- sino el alma, la cabeza que anima a ese cuerpo –Sócrates.
sábado, 9 de septiembre de 2023
"Solo sé que no sé nada"
Escribe Fernando Savater en su libro Las preguntas de la vida (2008) a propósito de la frase más famosa que se le atribuye a Sócrates (479-399 a. de C.):
«Sólo sé que no sé nada», comenta Sócrates, y se trata de una afirmación que hay que tomar -a partir de lo que Platón y Jenofonte contaron acerca de quien la profirió- de modo irónico.
«Sólo sé que no sé nada» debe entenderse como: «No me satisfacen ninguno de los saberes de los que vosotros estáis tan contentos. Si saber consiste en eso, yo no debo saber nada porque veo objeciones y falta de fundamento en vuestras certezas. Pero por lo menos sé que no sé, es decir que encuentro argumentos para no fiarme de lo que comúnmente se llama saber. Quizá vosotros sepáis verdaderamente tantas cosas como parece y, si es así, deberíais ser capaces de responder mis preguntas y aclarar mis dudas. Examinemos juntos lo que suele llamarse saber y desechemos cuanto los supuestos expertos no puedan resguardar del vendaval de mis interrogaciones. No es lo mismo saber de veras que limitarse a repetir lo que comúnmente se tiene por sabido. Saber que no se sabe es preferible a considerar como sabido lo que no hemos pensado a fondo nosotros mismos. Una vida sin examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen para las preguntas esenciales ni trata de responderlas personalmente, no merece la pena de vivirse.»
O sea que la filosofía, antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja. Antes de ofrecer las respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos. Aún más importante que establecer conocimientos es ser capaz de criticar lo que conocemos mal o no conocemos aunque creamos conocerlo: antes de saber por qué afirma lo que afirma, el filósofo debe saber al menos por qué duda de lo que afirman los demás o por qué no se decide a afirmar a su vez. Y esta función negativa, defensiva, crítica, ya tiene un valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y aunque en el mundo de los que creen que saben el filósofo sea el único que acepta no saber pero conoce al menos su ignorancia.
Sería interesante buscar el origen de esta falsa atribución, dado que, como dijimos en Sócrates visto por Quino, el hijo de la partera nunca dijo eso, sino lo más parecido, en todo caso, según nuestras fuentes literarias que son Jenofonte y Platón: no creo saber lo que no sé.
Quizá haya que rastrear el origen del dicho en Cicerón, como escribíamos en Miseria de la filosofía después de Sócrates, quien utiliza en Cuestiones Académicas (I,16) la fórmula nihil se scire dicat nisi id ipsum: que dice que él (Sócrates) nada sabe excepto eso mismo, pero el propio Cicerón nos ha comentado que lo característico de Sócrates era discurrir sin llegar a afirmar nunca nada positivo (ita
disputat ut nihil adfirmet ipse), por lo que ese "excepto eso mismo" quiere decir anafóricamente "no sé", y no algo positivo como "sé que no sé". Quizá ahí esté el origen de la famosa paradoja socrática.
Copio la traducción de Julio Pimentel Álvarez: Éste, en casi todos los diálogos que fueron escritos en forma variada y copiosa por los que lo oyeron, de tal manera disputa que nada afirma él mismo, refuta a otros, dice que no sabe nada, excepto eso mismo, y que aventaja a los demás en el hecho de que éstos juzgan que saben lo que ignoran, mientras él mismo sólo sabe esto: que nada sabe y que él juzga que por Apolo fue llamado el más sabio de todos porque ésta es la única sapiencia: no juzgar que uno sabe lo que ignora.
El empeño socrático consistía según
el arpinate (Conversaciones en Túsculo, libro I, XLII) en mantener hasta
el límite (tenet ad extremum) aquello suyo (de Sócrates) de no afirmar
nada (suum illud, nihil ut adfirmet). Mal se aviene esto con la afirmación contradictoria de que sabía que no sabía, que según Savater sólo podría entenderse, si lo hubiera dicho alguna vez, como muestra de la socrática ironía.
viernes, 18 de agosto de 2023
Miseria de la filosofía después de Sócrates
En el tratado Cuestiones académicas, libro I, 27 de Cicerón, que como filósofo
no aportó gran cosa a la filosofía pero que nos transmitió por la vía latina
gran parte del legado filosófico griego, se habla de las dos grandes escuelas filosóficas
de la antigüedad posteriores a Sócrates, que sirve como punto de inflexión en la
historia de la filosofía, dividiéndola en un antes (pre-socráticos) y un después
(post-socráticos), al igual que Jesucristo parte en dos la historia universal de la
humanidad y el cómputo de los años y los siglos en un antes y un después. Estas
dos grandes escuelas fueron los académicos y los peripatéticos, que, aunque con
distinto nombre, coincidían en lo fundamental, que es en su raigambre
platónica, dado que Aristóteles no deja de ser un heredero de Platón, aunque se
aparte de él en muchos aspectos.
lunes, 1 de mayo de 2023
Lecciones de economía: 7. -¿Quién es el rico y quién el pobre?
miércoles, 4 de enero de 2023
Una mente abierta (y 2)
Escribe Marco Aurelio en sus Meditaciones VI. 21 (en traducción de Ramón Bach Pellicer): Si alguien puede refutarme y probar de modo concluyente que pienso o actúo incorrectamente, de buen grado cambiaré de proceder. Pues persigo la verdad, que no dañó nunca a nadie; en cambio sí se daña el que persiste en su propio engaño e ignorancia.
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Se pueden rastrear algunos ecos de Sócrates en este pensamiento y actitud de Marco Aurelio, por ejemplo en la expresión “busco la verdad”, que hay que entenderlo en sentido negativo: no la poseo, por eso la persigo en una búsqueda interminable a lo largo de la vida. Los ecos socráticos también incluyen la idea subyacente de que la gente actúa mal por error y nadie obra mal a sabiendas. Es, por lo tanto, ventajoso que alguien pueda demostrarme que estoy equivocado, porque lo que daña a la gente no es la verdad, sino la persistencia en la ignorancia, como se ve en la Apología de Platón donde se habla de la búsqueda de la verdad que emprende Sócrates cuando se le dice que la pitonisa de Delfos había proclamado que él era el hombre más sabio del mundo, lo que no dejaba de ser una opinión falsa como cualquier otra:
¿Qué dice realmente el dios y qué indica en enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho . ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito.» Y durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir. Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios, en la idea de que, si en alguna parte era posible, allí refutaría el vaticinio y demostraría al oráculo: «éste es más sabio que yo y tú decías que lo era yo.» Ahora bien, al examinar a éste -pues no necesito citarlo con su nombre, era un político aquel con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era.

A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio pero que no lo era. A consecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes. Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo. A continuación me encaminé hacia otro de los que parecían ser más sabios que aquél y saqué la misma impresión, y también allí me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes.
El propio Marco Aurelio nos habla de la conveniencia de cambiar uno de mentalidad y de tener una mente abierta si se le demuestra el error (IV, 12) (...cambiar de actitud, caso de que alguien se presente a corregirte y disuadirte de alguna de tus opiniones), y también en (VI, 30), donde se dice a sí mismo: No te conviertas en un César o No te cesarices, por así decirlo, que es lo que suele pasar. Y donde se pone como ejemplo a su predecesor Antonino Pío: “Y recuerda cómo él no habría omitido absolutamente nada sin haberlo previamente examinado a fondo y sin haberlo comprendido con claridad (…) y su capacidad de soportar a los que se oponían sinceramente a sus opiniones y de alegrarse, si alguien le mostraba algo mejor”.
martes, 29 de noviembre de 2022
El mito de la caverna
Resulta muy útil visualmente el esquema de Adam que reproduzco de la caverna de Platón para entender el mito:

La línea jk de puntos es la entrada de la caverna (εἴσοδος).
El punto i es el fuego o foco luminoso (φῶς), que arde detrás de los prisioneros a cierta distancia y a cierta altura.
La línea ef es el camino de los portadores (ὁδός), una senda escarpada que se halla entre el fuego y los cautivos, por donde desfilan los cargadores, unos hablando y otros en silencio, portando toda clase de figuras y utensilios de hombres o animales de piedra, de madera y de diversas clases y formatos.
La línea gh es el tabique (τειχίον) construido de lado a lado, una especie de mampara o biombo como los que levantan los titiriteros delante del público, para mostrar por encima sus simulacros.
La línea ab la configuran los prisioneros (δεσμῶται), unos hombres que están en la caverna desde niños, encadenados por las piernas y el cuello, de modo que tienen que permanecer en el mismo lugar y mirar únicamente hacia delante, incapaces de mover en torno la cabeza, a causa de las cadenas que la sujetan.
La línea cd
es la pared del fondo (καταντικρύ)
que actúa a modo de pantalla donde el fuego proyecta las sombras, en
frente de los prisioneros. Para esos
cavernícolas que somos nosotros mismos, no nos engañemos, no hay más realidad que las sombras de los objetos y simulacros
fabricados y proyectados a modo de fotogramas de una película sonora, pues atribuirían las voces de los portadores a las sombras proyectadas. La pared del fondo no deja de ser una moderna pantalla de una sala de cine donde se proyecta la película de la realidad, esencialmente ficticia y, por lo tanto, falsa.
¿Qué pasaría, imaginemos, si alguien liberase a los cautivos de sus cadenas, se pusieran en pie, volvieran el cuello y vieran lo que tenían detrás? ¿No se deslumbrarían sus ojos? ¿No creerían acaso más verdadero lo que antes veían que lo que ahora se les muestra? ¿Qué sucedería si alguien sacara a uno de esos cautivos de la caverna y lo llevara por la áspera y escarpada subida a la luz del sol? ¿No se llenarían sus ojos de un resplandor que no les permitiría ver ni una sola de las cosas que actualmente llamamos verdaderas? ¿No tendría que acostumbrarse poco a poco a ver las sombras exteriores y a contemplar por la noche los astros y el cielo mismo, fijando su mirada en la luz de las estrellas y la luna? ¿No podría ver, una vez que amaneciera, la luz del sol, no ya reflejada en las aguas, sino en el propio cielo?
Imagínate que ese hombre que ha sido liberado de la caverna se acordara de sus antiguos compañeros de esclavitud y de la experiencia que tenían de la realidad, ¿no crees que se felicitaría del cambio y sentiría lástima de ellos?
Si este hombre volviera a entrar en la caverna, esa enorme sala de cine, y ocupara de nuevo su antiguo asiento ¿no se le llenarían los ojos de tinieblas, viniendo como viene, así, de repente, de la región del sol iluminada?
Si ese hombre les contara a sus antiguos compañeros de esclavitud lo que ha visto arriba ¿no creerían que estaba loco, y no se reirían de él y dirían que por haber subido a las alturas ha vuelto con los ojos estragados, y no pensarían que ni siquiera vale la pena la ascensión? Y no es verdad que si alguien pretendiera desatarles y conducirlos a lo alto, ¿no lo matarían esos trogloditas si pudieran echarle mano y darle muerte, como hicieron los atenienses condenando a muerte a Sócrates, su verdadero libertador?





















