El auténtico seductor, escribe Marguerite Yourcenar, no es Alcibíades sino Sócrates. Alcibíades, como se sabe, era un joven efebo aristócrata ateniense, bellísimo al parecer, mientras que Sócrates era un viejo y caduco pederasta en el sentido más noble del término, al que le gustaba rodearse de los jóvenes por lo que ellos tienen de rebeldía contra el futuro, y si había algo en él que sonaba a canto de las sirenas era el reconocimiento de su ignorancia y el cuestionamiento de todas las certezas. Por eso Sócrates es el auténtico corruptor de la juventud, decimos nosotros, en el sentido más profundo y no sólo sexual de la palabra, porque parafraseando a la divina Marguerite, el órgano sexual más erótico no es el cuerpo -Alcibíades- sino el alma, la cabeza que anima a ese cuerpo –Sócrates.
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jueves, 16 de noviembre de 2023
Etcétera (De esto, lo otro y lo de más allá).
Sócrates y Alcibíades, Ch. W. Eckersberg (c.1813-1816)
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El lenguaje no es machista ni feminista de por
sí, el que es machista o feminista es el hablante de un idioma,
independientemente del idioma que hable. En inglés no existen los géneros
gramaticales: el adjetivo es invariable. Da igual que hablemos de ellos o de
ellas, si queremos decir que están contentos no hace falta decir la consabida gilipollez
feminista de contentos y contentas (en español en realidad tampoco, porque el
masculino es el género no marcado que vale también por el femenino, pero los
feministas se empeñan en redundar en femenino), porque se dice de la misma
manera: happy (sin variación de género ni de número). Y de eso no se puede
concluir que la lengua inglesa sea menos machista o más feminista que la
española, ni los angloparlantes tampoco por supuesto.
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¿Hay vida después de la muerte? ¿La hay acaso antes?
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Nuestro idioma es mejor que otros (póngase
aquí cualquier otro idioma que no sea el nuestro, por ejemplo el árabe)
porque el nuestro se entiende fácilmente, sin necesidad de estudiarlo, mientras
que el otro no. Si lo oímos hablar, no entendemos ni papa. ¡Qué gran engaño! Y
lo peor de todo es que el idioma conforma un nacionalismo cerril no menos
odioso, falso y patriótico que el político. ¡Qué gran negocio para los
nacionalistas es que los nacidos en una nación hablemos por lo general el mismo
idioma!
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El siglo XX, bárbaro y brutal, ha sido testigo
de un cambio espectacular: la imagen ha avasallado las sociedades humanas, la
imagen se ha apoderado del lenguaje humano, supeditando el texto escrito o
literario y el sonido de la voz y la música, que están a su servicio, creando
una verdadera “realidad virtual imaginaria”. Hemos pasado del culto a las
imágenes exclusivamente sagradas, a la sacralización o consagración de
todas las imágenes. Somos esclavos de las imágenes, a las que rendimos un culto
divino: iconodulía. La imagen se ha convertido en el elemento determinante de
los medios de comunicación y formación de masas de individuos, sustituyendo a
la voz y la palabra. Ello ha servido tanto para impulsar la expansión del mercado, como para
garantizar la gobernabilidad de las distintas sociedades democráticas, las
dictaduras más perfectas que hay.
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La conciencia tribal,
que ha sido exaltada a la condición de conciencia nacional, y que nos está
destruyendo, lejos de trascender el ego, lo que hace es robustecerlo, darle
unas nuevas y vigorosas alas a modo de señas de identidad, por eso somos
antinacionalistas.
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La idea de
autosuperación a través de gurús y manuales de autoayuda es una vía errónea: solo provoca inflación egocéntrica, hinchazón y egolatría.
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Siempre que hay un proyecto, hay un conflicto entre lo que es y lo que creemos que
debería ser. No habría que plantearse la lucha entre lo que es y lo que debe
ser, sino dejar de tener empeño en ser y dejar de hacer planes para el
futuro inexistente esencialmente.
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