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miércoles, 3 de julio de 2024

Sócrates torpedo

    En Cuestiones Académicas (I, 17), hablando de los seguidores de Platón y de Aristóteles, Cicerón escribe: Pero unos y otros (sc. académicos, y peripatéticos) (...)* abandonaron aquella costumbre socrática de discutir acerca de todas las cosas sirviéndose de la duda y sin emplear ninguna afirmación. Así se hizo (lo cual de ninguna manera Sócrates aprobaba) cierto arte de filosofía y un orden de materias y sistema de doctrina. 
 
    *Entre paréntesis decía que el abandono de la discusión y de la herramienta de la duda que hemos leído que proponía Sócrates, sus discípulos directos, Platón y demás, e indirectos, Aristóteles y los suyos, a través de Platón y de la Academia, vieron colmado el vacío que les había dejado Sócrates con la fecundidad de Platón, que desarrolló sus propias ideas -qui uarius et multiplex et copiosus fuit-, y compusieron una determinada forma de doctrina y esta ciertamente plena y completa, sistemática, diríamos hoy, muy alejada del quehacer y maestría del maestro). 
 
 
    La filosofía nació, según Cicerón, cuando se abandonó la costumbre socrática de discutir todas las cosas sin emplear ninguna afirmación. Alude aquí Cicerón probablemente a los primeros seguidores de Platón, a la llamada Antigua Academia, hasta Arcesilao, que combatía los dogmatismos. Y con la expresión 'sirviéndose de la duda',  el arpinate alude a la duda metódica de Sócrates, de la que da cuenta Platón en este pasaje, por ejemplo, del Menón (80-84), que reproduzco en traducción de F. J. Oliveri: 
 
Men.-¡Ah... Sócrates! Había oído yo, aun antes de encontrarme contigo, que no haces tú otra cosa que problematizarte y problematizar a los demás. Y ahora, según me parece, me estás hechizando, embrujando y hasta encantando por completo al punto que me has reducido a una madeja de confusiones. Y si se me permite hacer una pequeña broma, diría que eres parecidísimo, por tu figura como por lo demás, a ese chato pez marino, el torpedo*. También él, en efecto, entorpece al que se le acerca y lo toca, y me parece que tú ahora has producido en mí un resultado semejante. Pues, en verdad, estoy entorpecido de alma y de boca, y no sé qué responderte. Sin embargo, miles de veces he pronunciado innumerables discursos sobre la virtud, también delante de muchas personas, y lo he hecho bien, por lo menos así me parecía. Pero ahora, por el contrario, ni siquiera puedo decir qué es. Y me parece que has procedido bien no zarpando de aquí ni residiendo fuera: en cualquier otra ciudad, siendo extranjero y haciendo semejantes cosas, te hubieran recluido por brujo. 
 
 
Sóc. - Eres astuto, Menón, y por poco me hubieras engañado. 
 
Men. - ¿Y por qué, Sócrates? 
 
Sóc. - Sé por qué motivo has hecho esa comparación conmigo. 
 
Men. - ¿Y por cuál crees? 
 
Sóc. - Para que yo haga otra contigo. Bien sé que a todos los bellos les place el verse comparados -les favorece, sin duda, porque bellas son, creo, también las imágenes de los bellos-; pero no haré ninguna comparación contigo. En cuanto a mi, si el torpedo, estando él entorpecido, hace al mismo tiempo que los demás se entorpezcan, entonces le asemejo: y si no es así, no. En efecto, no es que no teniendo yo problemas, problematice sin embargo a los demás, sino que estando yo totalmente problematizado, también hago que lo estén los demás. Y ahora, «qué es la virtud», tampoco yo lo sé; pero tú, en cambio, tal vez sí lo sabías antes de ponerte en contacto conmigo, aunque en este momento asemejes a quien no lo sabe, No obstante, quiero investigar contigo e indagar qué es ella. 
 
    En efecto, el diálogo con el bello Menón trataba de definir qué era la virtud, y Sócrates torpedeaba cualquier intento de definición, reconociendo que él estaba entorpecido, y que no sabía qué era la virtud, a diferencia de su interlocutor que sí lo sabía, o creía saberlo antes de la conversación con Sócrates, y la llegada a la aporía -enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional, inviabilidad que etimológicamente es un callejón sin salida-. Platón juega en griego con el término eúporon 'no tener problemas' y aporein 'problematizar', de donde la aporía. 
 
 
    *torpedo, es voz latina derivada del verbo torpere 'estar aterido, paralizado, inmovilizado', por la parálisis que causa su contacto, que es propiamente el nombre de un pez, siendo figurada la acepción militar que se le dio en el siglo XX como máquina de guerra con carga explosiva para echar a pique un bote que choca con ella o que entra en su radio de acción.  El término griego que utiliza Platón, y Menón en el diálogo es νάρκη (nárke), nombre del pez torpedo o raya electrizante y del efecto de adormecimiento y entumecimiento que se dice que produce, de donde deriva narcótico.

viernes, 15 de diciembre de 2023

El caso Metroclés

    Se cuenta que Metroclés, que gozaba de una voz envidiable en el arte de la declamación, antes de emprender el camino de la filosofía en la antigua Grecia como acabaría haciendo, fue hombre de letras muy refinado, cultísimo y discreto. Una vez, haciendo una pausa solemne en medio de un recital público de poesía épica ante un auditorio selecto, se le escapó una ventosidad, que resonó estentóreamente, es decir, con la altisonancia de Esténtor, que ahogaba con su voz la de cincuenta hombres, según el divino Homero. El pedo fue motivo de irrisión general entre su audiencia, pública chacota y cachondeo. 
 
    Metroclés, por su parte, interrumpió, abochornado y rojo como un pimiento, la declamación y huyó apresurado, encerrándose en su casa a cal y canto, corrido de la vergüenza, con la intención de no volver a salir nunca más, pudriéndose en su encierro. 
 
    Cuando se enteró Crates, el filósofo cínico, por Hiparquia, la hermana de Metroclés y mujer, ya que no esposa, de Crates y, como Crates, también acólita de la secta de Antístenes y de Diógenes el Perro, se atiborró adrede de un buen cocido de chochos o altramuces del puchero. No hay una sola habichuela que sea inocua y que no cante, como dicen las gentes del pueblo, así que, ni corto ni perezoso, se presentó en casa de su atrabiliario cuñado, que hacía días que no salía ni quería recibir a nadie, y sólo deseaba que se abriera la tierra, se lo tragara y lo acogiera en su seno. 
 
 
  Crates de Tebas despreciando las riquezas (365-285 a. de C.)
 
    Hiparquia le había comentado a Crates que su hermano había iniciado además una huelga doble de hambre y de silencio con la insana intención de dejarse morir en el intento. Trató Crates en primer lugar, hablándole sin rebozo con palabras castizas y llamando llanamente a las cosas por su nombre, de persuadirlo de que no era nada vergonzoso dejar salir los gases de las mazmorras de las tripas para que camparan por sus respetos, sino la cosa más natural del mundo, con sofisticados razonamientos. Le repetía en todos los tonos que no había nada de malo en ventosear, que era algo a lo que había que dar carta de naturaleza, porque peerse no era algo reservado exclusivamente a la vida privada, sino que podía y debía hacerse en público y no debería considerarse una falta irreverente de respeto. 
 
    Instaba a su deprimido y lacónico cuñado a que hiciera caso omiso de las conveniencias sociales y ridículos prejuicios, ya que dejar salir las flatulencias era algo muy saludable y sano, al igual que los regüeldos, por lo que prohibían tajantemente su continencia los galenos. 
 
    -Se cuenta y yo lo sé de muy buena tinta -sentenció Crates- que las ventosidades reprimidas y contenidas en el calabozo de nuestros adentros se suben a la cabeza y provocan retortijones y mareos, y ha habido algunos, más tercos que las mulas, que por no querer soltar prenda, se han asfixiado y muerto... 
 

  Crates e Hiparquia, supuestamente, según pintura del siglo I del jardín de Villa Farnesia
 
 
    Pero como nada de lo que decía convenciera al abatido y silencioso Metroclés, comenzó Crates a soltar uno detrás de otro, a posta, con toda la intención y naturalidad del mundo, una ruidosa sarta de pedos, bien sonoros y nada disimulados, contundentes y bien fétidos. Los desembuchó, para que Metroclés se enterara de lo que le estaba diciendo y aprendiera, ya que no del sermón de sus palabras, de su ejemplo. Mezclaba así, con un alarde pedagógico moderno, la teoría en congruencia con la práctica del hecho. 
 
    Metroclés no sabía cómo reaccionar ante aquella actitud desafiante e irreverente de Crates que soltaba tantos y tamaños pestilentes vientos. Mostró en principio un semblante de rechazo, ira y contrariedad muy severo, pues era lacónico y bastante seco y no poco serio.
 
    Crates arrimó entonces el culo a la débil llama de la candela que iluminaba la lóbrega estancia, soltó un cuesco y se produjo tal llamarada que estuvo a punto, se diría, de provocar un incendio. 
 

 
    Metroclés rompió inesperadamente el silencio, se echó, agradecido, a reír como pocas veces en su vida a carcajada limpia y a mandíbula batiente había hecho, y con aquella risa franca y sincera, que le contagió a Crates, se le quitó la murria que le había entrado, se unió a su amigo y cuñado, y le hizo coro soltando por su parte un par de cuescos. Según se peían ambos se partían de la risa, como suele decirse, los pechos, igual que un par de niños traviesos que competían a ver quién desencadenaba, en medio de la común flatulencia, la furia liberadora del gas de mayor estruendo. 
 
    Desde entonces se hizo Metroclés íntimo de Crates y otro más, como su cuñado y su hermana de los seguidores del divino Diógenes, el Perro. Emprendió así el camino liberador de la filosofía, que le resultó tan provechoso, ya que le libró de la depresión de la congoja, por lo que hizo pronto en ese campo muchísimos progresos. 
 
    Así como por el humo se sabe donde hay fuego y por los celos dónde reside el amor verdadero, no hay mejor prueba de intimidad y de confianza, que soltar delante de algún conocido, familiar o amigo, dos rotundos pedos; no uno solo, que uno no es ninguno, sino algo tan singular que puede pasar desapercibido como si se tratara de un incidente aislado, o sea que puede ningunearse o hacer como que no se ha oído, sino dos o tres estruendosos por lo menos. 
 
 
Sopla, capricho 69, Francisco de Goya (1799)
 
    A nadie le huelen mal los suyos, dice la voz popular a propósito del pedo, pero sí, por el contrario, y mucho, los ajenos. Cuanto más sonoro sea, además, más habrá de ofendernos. No hieren tanto la sensibilidad ajena los zullones o follones, que son las ventosidades mudas y discretas que nacen sordas y degolladas, a decir de don Francisco de Quevedo, aunque no huelan precisamente a rosas e incienso, sino los vientos atronadores y aparatosos, que a veces son los más inodoros, porque lo que nos ofende no es tanto el cuesco en sí como su carácter ajeno. 
 
    L´enfer c´est les autres, que dijo Sartre, lo que viene a decir algo así como que los otros y no uno mismo, él sabrá por qué hace tanta diferencia entre uno y otros, son el infierno. 

viernes, 18 de agosto de 2023

Miseria de la filosofía después de Sócrates

    En el tratado Cuestiones académicas, libro I, 27 de Cicerón, que como filósofo no aportó gran cosa a la filosofía pero que nos transmitió por la vía latina gran parte del legado filosófico griego, se habla de las dos grandes escuelas filosóficas de la antigüedad posteriores a Sócrates, que sirve como punto de inflexión en la historia de la filosofía, dividiéndola en un antes (pre-socráticos) y un después (post-socráticos), al igual que Jesucristo parte en dos la historia universal de la humanidad y el cómputo de los años y los siglos en un antes y un después. Estas dos grandes escuelas fueron los académicos y los peripatéticos, que, aunque con distinto nombre, coincidían en lo fundamental, que es en su raigambre platónica, dado que Aristóteles no deja de ser un heredero de Platón, aunque se aparte de él en muchos aspectos. 


 La escuela de Atenas, Rafael Sanzio (1508-1511)

    (En el fresco de Rafael La escuela de Atenas ambos filósofos ocupan el centro de la escena: Platón señala hacia arriba, al mundo de las ideas, mientras que Aristóteles, más materialista, señala las cosas de aquí abajo). La escuela fundada por Platón era la Academia, que así se llamaba por el nombre del gimnasio donde se reunían y conversaban sus miembros. La que fundó Aristóteles era el Liceo, otro gimnasio donde el estagirita y sus secuaces gozaban de una avenida arbolada que regalaba su sombra al maestro y a sus discípulos durante sus conferencias, por lo que se les denominó peripatéticos, que en griego significa “paseantes”.

    Ambas escuelas, académicos y peripatéticos, afirma Cicerón, fundaron una determinada filosofía sistemática imbuidos de la fecundidad de Platón (sed utrique Platonis ubertate completi certam quandam disciplinae formulam composuerunt), y esta filosofía era en verdad consistente y completa, sistemática diríamos nosotros, (et eam quidem plenam ac refertam), mas abandonaron aquella costumbre socrática de discutir incansablemente acerca de todas las cosas sirviéndose de la duda y sin hacer ninguna afirmación positiva (illam autem Socraticam dubitanter de omnibus rebus et nulla adfirmatione adhibita consuetudinem disserendi reliquerunt). Así se hizo, lo que de ninguna manera Sócrates aprobaba, un cierto tipo de filosofía y un orden de materias y sistema de doctrina. (Ita facta est, quod minime Socrates probabat, ars quaedam philosophiae et rerum ordo et descriptio disciplinae).

    La filosofía postsocrática, según Cicerón, dejó de cuestionarse todas las cosas y de poner en duda la verdad de la realidad,  sin asentar nunca nada positivo como definitivo, como hacía el maestro. Es decir, dicho en pocas palabras, dejó la duda fuera porque en sus sistemáticas doctrinas, que afirmaban cosas como la inmortalidad del alma humana, por ejemplo, de un modo dogmático que no admitía discusión, no cabía la más mínima duda. La duda socrática que consistía según el arpinate (Conversaciones en Túsculo, libro I, XLII) en mantener hasta el límite (tenet ad extremum) aquello suyo (de Sócrates) de no afirmar nada (suum illud, nihil ut adfirmet), no cabía ni en la Academia ni en el Liceo, como no cabe tampoco en las modernas instituciones educativas, en nuestras academias y liceos, en nuestros institutos, universidades y escuelas,  que siguen, muchas de ellas, llevando sin querer los nombres de las viejas escuelas atenienses. 


    A diferencia de Platón y de Aristóteles, Sócrates, según el arpinate, (opere citato I, 16),   discurre de tal manera que él mismo no afirma nada (ita disputat ut nihil adfirmet ipse), refuta a otros (refellat alios), dice que no sabe nada salvo esto mismo, (nihil se scire dicat nisi id ipsum), y que aventaja a los demás por el hecho de que ellos creen saber lo que ignoran (eoque praestare ceteris quod illi quae nesciant scire se putent), mientras que él mismo sólo sabe esto solo, que no sabe nada, (ipse se nihil scire, id unum sciat), y que por esta razón juzga que fue considerado el hombre más sabio de todos por el oráculo de Apolo de Delfos (ob eamque rem se arbitrari ab Apolline omnium sapientissimum esse dictum), porque toda la sabiduría era esto solo, solo esto: no creer que uno sabe lo que ignora (quod haec esset una omnis sapientia, non arbitrari se scire quod nesciat).
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viernes, 19 de mayo de 2023

En las paredes de Atenas (El arte de los graffiti, y 2ª parte)

Todos somos esclavos.
 (El adjetivo "ólos", que queire decir "todo" se aspiraba en griego antiguo, donde se decía "hólos"; de ahí deriva una palabra como "holocausto" -nombre del sacrificio en el que se quema entera a la víctima del sacrificio-, "holístico", y otra como "católico", donde se ha perdido la -h- intercalada que conservan otras lenguas como el inglés (catholic), y que significa "universal". δούλος, dulos, es la forma clásica de decir "esclavo, siervo, lacayo, sirviente". Decir que en nuestro mundo, donde oficialmente está abolida la esclavitud, "todos somos esclavos", significa que a pesar de ello no somos libres todavía).
 
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  Despenalizad el libre pensamiento.
(Pensamiento se dice en griego "skepsi", que también significa "reflexión, meditación", de ahí que el adjetivo "skeptikós", origen de nuestro "escéptico", signifique etimológicamente "reflexivo, meditabundo, pensativo". Toda una lección de humildad etimológica para los dogmáticos que se creen en posesión de la verdad. El escepticismo es la mejor vacuna contra el fanatismo y el dogmatismo. Debajo de la pintada un cartel de "se vende", algo completamente normal en una época y una sociedad en la que todo se compra y se vende sometido a las reglas del mercado).
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¿Acaso hay vida antes de la muerte?
(Vida y muerte; zoé y thánatos. A veces nos preguntamos si habrá vida después de la muerte.  La pintada griega nos pregunta, al revés, encarecidamente, habida cuenta de sus cuatro signos de interrogación (;;;;), si hay vida antes de la muerte. De tánato: eutanasia, tanatorio. De zoe, que es sinónimo de "bios", deriva la zoología, que es el estudio de los seres vivos, mientras que de "bios" procede la "biología" o estudio de la vida en general. Resulta curioso que haya dos palabras para lo que nosotros llamamos 'vida' en griego: zoé es la vida biológica, zoológica, diríamos mejor, en el sentido de animal, que como dice Giorgio Agamben compartimos con el resto de los seres vivos, mientras que bíos es la vida social de los seres humanos estructurada en una comunidad política).  
oOo

Se vende miedo.
(Uno de los rótulos que más se ve en estos tiempos de crisis paseando por la ciudad de Atenas y también por nuestras ciudades españolas, no nos engañemos,  es "políte" (se vende), forma pasiva del verbo clásico "poléo, que significa "poner a la venta", y que resuena en nuestro monopolio. La expresión cervantina de "el patio de Monipodio", con la que denomina al hampa sevillana en su novela Rinconete y Cortadillo,  es una alteración del helenismo "monopolio".  La gracia de esta pintada es que lo que se vende no es ningún local, propiedad o negocio, sino el "fobos" es decir, el miedo que alimenta todas nuestras fobias).


oOo


El sistema de enseñanza es la enseñanza del sistema.
(Crítica del sistema educativo, que es correa de transmisión de los valores que justifican el propio sistema socio-económico de dominio del hombre por el hombre, en esta pintada antisistema. Y buen ejemplo del carácter flexivo que conserva todavía la lengua griega. Prestad atención a la alternancia nominativo/genitivo: to sístima / tu sistímatos, un neutro de la tercera declinación, y un femenino de la primera i didascalía / tis didaskalías).

oOo


¡No es nuestro mundo éste!
(Precisamente mundo se dice en griego "cosmos", de donde surge el "microcosmos" que somos cada uno de nosotros dentro del "macrocosmos" que es la sociedad entera. Algo sin embargo se rebela dentro de nosotros y nos hace decir que ese mundo no es nuestro mundo, el que llevamos dentro de nosotros, el que todos deseamos en el fondo de nuestro corazón).

oOo



Vida, no supervivencia.
(La palabra vida -zoé- se proclama como reivindicación, en contra de lo que el sistema nos ofrece: epi-biosi (super-vivencia): lo que queremos es vida de verdad, no lo que tenemos a cambio: mera supervivencia).
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(En la lengua del Imperio, para que entiendan los turistas que visitan la ciudad de Atenea en qué consiste el tópico horaciano del "carpe diem" : Cuando todo el mundo vive en el futuro, el presente ¡au revoir!)
 
oOo 
 
Ο  ΚΟΣΜΟΣ  ΣΑΣ  ΕΝΑΣ ΚΟΣΜΟΣ  ΠΟΥ  ΑΓΑΠΑ  ΟΤΙ  ΜΙΣΕΙ,  
Ο  ΚΟΣΜΟΣ  ΜΑΣ  ΑΛΛΟΣ.
Vuestro mundo es un mundo que ama lo que odia; 
nuestro mundo es otro.
ΚΑΘΕ ΟΙΚΤΟΣ ΓΙΑ ΤΟΥΣ ΕΧΘΡΟΥΣ ΤΗΣ ΕΛΕΥΘΕΡΙΑΣ ΕΙΝΑΙ ΑΝΑΝΘΡΩΠΟΣ
Toda compasión por los enemigos de la libertad es inhumana.
ΟΙ ΑΡΝΗΣΕΙΣ ΤΡΕΦΟΥΝ ΤΗΝ ΟΜΟΡΦΙΑ ΜΑΣ
 Los rechazos alimentan nuestra belleza.
ΤΟ ΧΑΟΣ  ΕΙΝΑΙ  ΦΙΛΟΣ ΣΟΥ
El caos es tu amigo. 
ΤΑ ΠΛΟΥΤΗ ΤΟΥΣ  ΕΙΝΑΙ ΤΟ ΑΙΜΑ ΜΑΣ
Su riqueza es nuestra sangre.
ΤΑ ΦΡΑΓΚΑ ΣΟΥ ΕΙΝΑΙ ΤΟ ΕΙΣΗΤΗΡΙΟ ΣΟΥ ΓΙΑ ΤΟ ΠΟΥΘΕΝΑ
Tus monedas son tu billete hacia la nada. 
Libertad para los sueños. 

jueves, 18 de mayo de 2023

En las paredes de Atenas (El arte de los graffiti, 1ª parte)

    La poesía y la filosofía anónimas y populares están en las calles y muros de la capital griega, como en casi todas las ciudades del mundo, y nos interpelan. Son la expresión de la voz del pueblo, o, si se prefiere, de la gente común y corriente que nos asalta y sorprende a cada vuelta que damos para llamar nuestra atención, conmovernos y hacernos pensar con su insolente libertad de expresión y belleza desgarrada. 

    He aquí una pequeña muestra, personal y subjetiva como todas, de las pintadas que me han salido al paso mostrándome que las viejas palabras de la lengua de Homero siguen más vivas que nunca todavía en las lenguas modernas: filosofía, escepticismo, caos, estética,   el miedo (phóbos),  el cosmos, la vida (zoé, bíos), la muerte (thánatos)... 

Atenas tiene estilo.
(Atenas, en plural era el nombre de la ciudad, mientras que Atena en singular era el de la diosa Atenea, patrona de la ciudad a la que regaló el olivo que según se cuenta crece todavía en la acrópolis no lejos del Partenón, el templo consagrado a la diosa virgen, párthenos, en griego). De su nombre deriva el de nuestros modernos centros culturales llamados "ateneos", dado que Atenea era diosa de la sabiduría. La palabra "styl" es un préstamo del latín "stilus", que en principio era el nombre del punzón que servía para escribir y de ahí pasó a significar "manera o arte de escribir" en particular y en general "modo de ser y de comportarse, personalidad" y por ende también "moda, elegancia", hasta el punto de que como dijo el conde de Buffon: el estilo es el hombre mismo).  

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Filosofía a las calles.
(Filosofía es palabra griega compuesta de "filo" amante y "sofía" sabiduría, amor que desde Sócrates se reduce a preguntarse por todo sin conformarnos nunca con las respuestas que nos satisfacen y acallan las preguntas silenciándolas de una vez por todas para siempre.  La pintada reivindica que la filosofía debe volver al ágora dialéctica donde nació, salir de los libros polvorientos de las bibliotecas y ocupar las calles. ¡Lástima que entre nosotros corra el peligro de desaparecer hasta del Bachillerato si nos descuidamos!)  

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Caos.
(En principio según la Teogonía de Hesíodo fue el "caos", el espacio inmenso y tenebroso anterior a la creación del mundo, el gran bostezo del aburrimiento divino del que surgió el "cosmos". ¿No es este mundo precisamente con su obsesión por el orden el mayor de todos los caos? ¿No es caótico el llamado orden -más bien desorden- establecido?)

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 Estética.
(En principio "estético" es lo que es susceptible de percibirse por los sentidos; de ahí que, con prefijo privativo an-, surja la "anestesia" o carencia o privación de sensibilidad: lo que nos insensibiliza. El adjetivo "estético" pasó a significar "relativo a lo bello o artístico").  

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 Nuestra patria toda la tierra.
(La pintada dice que nuestra "patria" es toda la tierra, es decir, Gea, la Madre Tierra. Y recuerda a la respuesta que dio Diógenes, el cínico, es decir, el Perro -en el mejor sentido de la palabra, como amigo del hombre y como ser libre, callejero y sin dueño- cuando le preguntaron que de dónde era: Respondió "cosmopolia", esto es, "ciudadano del mundo", inventando una palabra que ha perdido parte de su subversiva fuerza originaria y que se ha trivializado mucho, pero que sigue viva contra todos los nacionalismos y patriotismos tanto de alta como de baja intensidad. El verdadero patriotismo, como dijo el otro, además, consiste en odiar todas las patrias).

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El trabajo es alegría sólo para los jefes.
(Curiosa la palabra que se usa en griego moderno para denominar al trabajo: "duliá", que deriva de la clásica "dulía", que significaba y significa todavía "esclavitud". En griego clásico el verbo δουλεύω, pronunciado duleuo, significaba 'ser esclavo', y en griego moderno, pronunciado dulevo, quiere decir 'trabajar'; lo que sugiere que la moderna forma de esclavitud es el trabajo asalariado. De alguna manera el trabajo se interpreta como una maldición bíblica, como una condena a la esclavitud y a la servidumbre, lo contrario que decían los campos de exterminio nazis: Arbeit macht frei: el trabajo libera). Recordemos además la etimología latina del trabajo: tripalium, un instrumento de tortura consistente en tres palos cruzados a los que se ataba el reo para, por ejemplo, asarlo a fuego lento o cualquier otra sevicia que se le ocurriera al torturador  . 

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 La felicidad  se escribe con "e" y no con "€"
(En griego moderno felicidad se dice "eftijía", que es un compuesto del prefijo "eu-" que tenemos en eutanasia, euforia, eufemismo,  y que quiere decir "bien, bueno" y de "tyche" que es propiamente la "suerte"; por lo que la palabra felicidad en griego empieza, efectivamente, por épsilon, pero no por la € de euro. Prestad atención a la forma pasiva gráfetai (pronunciada gráfete) del verbo gráfo, que como sabéis significa escribir. Por lo demás el significado de la pintada salta a la vista: el dinero no da la felicidad, sino todo lo contrario: la compra como si se tratara de un artículo de consumo, y nos quita la poca dicha que podíamos tener llenándonos de preocupaciones). 

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Os dejo como música de fondo esta bellísima canción de Luis Eduardo Aute dedicada a Atenas: Atenas en llamas, de su album Intemperie, lanzado en 2010.

 

sábado, 4 de marzo de 2023

Vita activa y vita contemplativa

    Leo una cita en francés atribuida a Pitágoras que dice: «El espectáculo de la guerra se parece al de los juegos olímpicos: unos hacen caja a costa de él, otros pagan con sus vidas y otros se contentan con mirar». 
 
    Llama mi atención enseguida que Pitágoras establezca una comparación entre la guerra y el deporte y me pongo a investigar la fuente de ese dicho que se le atribuye, y encuentro que, como sospechaba, podría muy bien proceder del anecdotario de las Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres, de Diógenes Laercio, pero compruebo enseguida que la cita está adultera, porque lo que compara Pitágoras en ese texto con una celebración como podían ser los juegos olímpicos no es la guerra, sino la vida en general (VIII, 8).
 
Pitágoras, detalle de La Escuela de Atenas, Rafael Sanzio (1509-1511)
 
     Pero es significativo y nada disparatado por otra parte que alguien al transmitir la cita haya sustituido inconscientemente «la vida» por «la guerra», por aquello de que la vida no deja de ser una 'lucha por la vida' (struggle of life), y por aquello otro que escribió Heraclito de que la guerra era el padre de todas las cosas o, quizá mejor, entre nosotros, la madre, habida cuenta del género gramatical femenino de la palabra 'guerra' en castellano que difiere del masculino del término griego πόλεμος pólemos que emplea Heraclito. 
 
    Así es el mundo (y la vida del hombre, y la guerra consustancial a él): unos buscan la fama compitiendo con los demás, otros el dinero, y otros ambas cosas, que no dejan de estar íntimamente relacionadas, mientras que la inmensa mayoría se dedica a contemplar el espectáculo que se monta.
 
    Será Cicerón, quien muchos años después en sus Conversaciones en la villa de Túsculo (V, 3), presente la anécdota de Pitágoras y Leonte, el tirano de Fliunte, mucho más elaborada que el griego. Traduzco el texto y lo parafraseo añadiendo algún comentario propio: admirado Leonte del talento y elocuencia de Pitágoras, le preguntó que a qué se dedicaba, a lo que él respondió que a nada en particular, que era filósofo. Leonte, asombrado y quizá deslumbrado por el uso de aquella palabra que nunca antes había oído, le preguntó que quiénes eran esos filósofos entre los que él se contaba, y qué era lo que les diferenciaba del resto del común de los mortales. A lo que Pitágoras respondió que a él la vida de los hombres le parecía semejante a ese tipo de ferias y festivales tales como los Juegos Olímpicos (o los ístmicos de Corinto o los píticos de Delfos o los nemeos de Nemea), que se celebraban con gran asistencia de público venido de todos los rincones de lo que entonces se llamaba Grecia, una Grecia dispersa por el Mediterráneo y no reducida a lo que hoy se conoce como tal, con un grandísimo despliegue de eventos deportivos y culturales: pues, del mismo modo que allí unos trataban de alcanzar la gloria de la fama con la victoria en las competiciones, otros eran atraídos por el negocio que se establecía allí y el lucro de la compraventa, había una tercera categoría, que era la de aquellos del público que no buscaban ni el aplauso ni el dinero, sino que llegaban allí simplemente para ver y observar con atención.
 
Pitagóricos celebrando el amanecer,
Fiodor Bronnikov (1869)
 
     De ese mismo modo, le explicaba Pitágoras al tirano, nosotros también, como si fuéramos forasteros que acudimos a la celebración, hemos venido a esta vida desde otra vida y otra naturaleza anteriores diferentes. Aludía con esta comparación el matemático a su doctrina de la metempsicosis o transmigración de las ánimas, que se reencarnaban. Pero al final todos hemos acudido al mismo espectáculo, donde unos servimos -en el sentido etimológico del término servir 'ser esclavo'- a la gloria, otros al dinero, otros a ambas cosas que no siempre pueden deslindarse, y otros, la inmensa mayoría, al espectáculo, entre los que hay unos pocos, poquísimos en verdad, que, tenidas en nada las demás cosas, se dedican con pasión a examinar la naturaleza de la realidad, y a estos es a los que él llamaba propiamente amantes de la sabiduría, que es lo que significa filósofos, entre los que se contaba.
 
    Daba a entender el amateur de sabio, que no sabio profesional, que esos no existen, al tirano que la vita contemplativa superaba a la vita activa. Pero no perdamos de vista nosotros, nacidos en plena sociedad del espectáculo, que la mayoría de los espectadores, el público en general, que decimos hoy, no se limita a contemplar los eventos, sino que participa además activamente en ellos aplaudiendo o abucheando a los deportistas y comprándoles chucherías a los mercachifles. El público, de hecho, es parte también fundamental del espectáculo, tan fundamental que sin él no habría espectáculo posible. 
 
Pitágoras, el primero que se definió como 'filósofo' y acuñó el término.
 
     Y entre el personal del público pueden estar, muy pocos a la sazón, los filósofos como Pitágoras, los amantes de la sabiduría, una dama tan esquiva que su amor es imposible, ya que no se deja poseer en exclusiva, un amor que nunca será correspondido. Pero la mayoría de la humanidad está condenada al espectáculo de la vita contemplativa, y no por ello podemos considerar a la mayoría filósofos, ni muchísimo menos, sino solo a aquellos que como Pitágoras denuncian el espectáculo, revelando su condición, y rebelándose contra él no participando activamente.

jueves, 11 de marzo de 2021

La paradoja de la nave de Teseo

Es conocida por cualquier alumno de Bachillerato de Humanidades la historia de Teseo, hijo del rey Egeo, soberano de Atenas,  que, tras abatir al Minotauro, logró salir del Laberinto de Creta con ayuda del hilo de Ariadna,  y regresar sano y salvo a su ciudad de origen. Es sabido que se le olvidó cambiar las velas de la nave. Su padre le había dicho que arriara las velas negras que llevaba si volvía a salvo de su misión, y que izara en su lugar unas blancas, olvido que acarreó el suicidio de su padre,  que se precipitó al mar que lleva su nombre.  

 
Hay, según quien lo cuente, muchas versiones sobre la causa de este olvido. Para Plutarco es la alegría de la hazaña heroica; para Diodoro, Apolodoro, Pausanias e Higino, la pena que lo embargó de añoranza por la pérdida de Ariadna. Para Catulo se trata de un castigo divino de Júpiter como venganza por el abandono de Ariadna. Podemos incluso llegar a pensar, siguiendo a Sigmund Freud, que se trata de un ajuste de cuentas: el olvido del héroe no sería un acto involuntario, sino la afloración del deseo inconsciente de matar al padre que todo hijo lleva consigo debido al complejo de Edipo. En efecto, al desembarcar en el Ática el príncipe heredero, una vez fallecido el monarca, sería coronado rey él mismo: a rey muerto, rey puesto.
El caso es que, leyendo la biografía de Teseo que escribió Plutarco, que traza un paralelismo con la de Rómulo, nos encontramos con un sorprendente hallazgo: la célebre paradoja de la nave de Teseo.  Los atenienses habrían conservado esta nave desde tiempos inmemoriales. Suponemos que esta era la nave que los ciudadanos de Atenas enviaban a la isla de Delos todos los años en procesión como agradecimiento al dios Apolo, que había nacido allí, por haberse salvado Teseo y sus compañeros, los siete muchachos y las siete doncellas que viajaron con él a la isla del rey Minos como ofrenda sacrificial del Minotauro, y haber librado a la ciudad de su tributo de sangre humana.

Cedamos la palabra a Platón, que nos cuenta en el Fedón: “Esta es la nave, según cuentan los atenienses, en la que zarpó Teseo antaño hacia Creta llevando a las famosas siete parejas, y los salvó y se salvó a sí mismo. Así que le hicieron a Apolo la promesa entonces, según se refiere, de que si se salvaban, cada año llevarían una procesión a Delos. Y la envían, en efecto, continuamente, año tras año, hasta ahora en honor al dios… El comienzo de la procesión es cuando el sacerdote de Apolo corona la popa de la nave”.

La víspera del día del juicio en que Sócrates fue condenado a muerte por la democracia ateniense comenzó la procesión de la nave de Teseo a Delos, donde se hallaba uno de los principales santuarios del dios. Durante ese tiempo no se puede ejecutar públicamente a nadie hasta que no haya regresado la nave de vuelta a Atenas, lo que a veces tardaba mucho tiempo, treinta días en el caso de Sócrates, que murió en el 399 antes de Cristo. La nave seguiría existiendo hasta los tiempos de Demetrio de Falero, según cuenta Plutarco, es decir, al menos unos ochenta y dos años más de los que tenía entonces.

Pero, en este punto, debemos preguntarnos: ¿Era la misma nave? He aquí la paradoja de la nave de Teseo, una paradoja que, como veremos, afecta a todas las cosas y personas, incluidos también nosotros mismos, por muy extraño que nos parezca a simple vista. Cedamos la palabra a Plutarco, que así escribió en la lengua de Homero en Vidas paralelas, Teseo, 23: τὸ δὲ πλοῖον ἐν ᾧ μετὰ τῶν ἠϊθέων ἔπλευσε καὶ πάλιν ἐσώθη, τὴν τριακόντορον, ἄχρι τῶν Δημητρίου τοῦ Φαληρέως χρόνων διεφύλαττον οἱ Ἀθηναῖοι, τὰ μὲν παλαιὰ τῶν ξύλων ὑφαιροῦντες, ἄλλα δὲ ἐμβάλλοντες ἰσχυρὰ καὶ συμπηγνύντες οὕτως ὥστε καὶ τοῖς· φιλοσόφοις εἰς τὸν αὐξόμενον λόγον ἀμφιδοξούμενον παράδειγμα τὸ πλοῖον εἶναι, τῶν μὲν ὡς τὸ αὐτό, τῶν δὲ ὡς οὐ τὸ αὐτὸ διαμένοι λεγόντων.



Y su traducción  dice aproximadamante lo siguiente: Y la nave en la que (Teseo) navegó con los jóvenes y regresó a salvo, la de treinta remeros,  la conservaron los atenienses hasta los tiempos de Demetrio de Falero (gobernador de Atenas entre 317 y 307 a. de Cristo),   quitándole las tablas deterioradas de la madera y poniéndole otras sólidas y resistentes de modo que  la nave también les servía a los filósofos como ejemplo del  muy discutido argumento de la renovación por sustitución (auxómenos logos), ya que unos decían que seguía siendo la misma y otros que no.    

Los atenienses conservaron la embarcación de Teseo eliminando tablas estropeadas y reemplazándolas por otras nuevas según se iban deteriorando. El  barco se convirtió así  en un paradigma filosófico sobre la identidad de las cosas que cambian, sobre la necesidad incluso, diríamos, de que las cosas cambien para poder seguir igual.

Recordemos aquí la célebre paradoja que formuló Giuseppe di Lampedusa en su novela Il Gatopardo, puesta en boca del príncipe Fabrizio Salina, llevada magistralmente a la gran pantalla por Luchino Visconti en la película homónima: Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi.   "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie".

¿Hasta qué punto seguía siendo la misma nave si se iban reemplazando cada una de las tablazones, cuadernas o costillas del casco,  varengas, remos y mástiles? Si las partes de ese todo que es la nave van cambiando gradualmente una tras otra ¿cómo se mantiene la unidad del conjunto, o la identidad de la propia nave?
 
 
De manera similar en todo ser vivo se producen cambios fisiológicos y aun psicológicos. Hagamos un pequeño experimento filosófico poniéndonos frente a un espejo, consistente en una simple pregunta: ¿Somos nosotros mismos? ¿O somos otros? Estamos formulando el principio de identidad A=A, pero con el solo hecho de formularlo lo estamos contradiciendo: ¿Cómo va a ser la primera A, la de la izquierda de la ecuación,  igual a la segunda A, la de la derecha, si ni siquiera son una sola A, si estamos escribiendo y pronunciando dos aes? ¿Cómo voy a ser yo mismo igual a la imagen que me refleja en el espejo, si una cosa soy yo y otra muy distinta, aunque se me parezca,  mi reflejo?

No vamos a decantarnos por una respuesta unívoca y única, vamos a dar una respuesta contradictoria como la misma paradoja, es decir, una respuesta que no anule la contradicción, sino que la mantenga  viva.
 
La respuesta fácil, apelando a Heraclito y su famoso río en el que uno no puede bañarse dos veces seguidas, porque ni el hombre ni el agua del río serán los mismos la segunda vez, sería que somos otros, que hemos cambiado. El río es, sin embargo,  siempre el mismo río, aunque sus aguas no dejen nunca de fluir y no vuelvan nunca a bañarnos. Y, como el río, también nosotros, que nos bañamos en sus aguas, somos, a pesar de nuestros cambios fisiológicos y psicológicos, los mismos cada vez que entramos en él.   

Sin embargo, la otra mitad del sentido común que todos albergamos, pese al dicho de que el sentido común es el menos común de todos los sentidos, nos dice que todo cambia, también nosotros mismos. Machado corrigió el "todo fluye" que suele atribuirse a Heraclito añadiéndole un segundo término que lo contradecía: "Todo pasa y todo queda". 

Si no somos el mismo personaje que nació hace unos años, si estamos cambiando cada dos por tres, ¿por qué ese empeño e insistencia en seguir siendo el mismo y en seguir llamándonos igual y en adscribirnos un número en el DNI, en hacer las mismas cosas, en repetir la misma historia una y otra vez, en responsabilizarnos de nuestros actos y culpabilizarnos incluso por ellos? No es una pregunta ingenua. No debería escapársenos el hecho bastante importante desde un punto de vista político, sí, político y no sólo metafísico y filosófico, de que existe la imposición de que sigamos siendo nosotros mismos, de que cambiemos para seguir siendo los mismos, de que todo cambie periódicamente para que permanezca igual a sí mismo, como la nave de Teseo.