El Hostal Coridalós (así en castellano, mejor que Korydallós, la transcripción internacional del término griego con que suele aparecer escrito el nombre común de la alondra crestada, cogujada o totovía) estaba situado a medio camino entre Atenas y el santuario de Eleusis, que era un lugar sagrado de peregrinación e iniciación para los griegos donde se celebraban ritos mistéricos relacionados con la muerte y la resurrección en honor de la diosa madre Deméter y su hija Perséfone, Core, la Muchacha por excelencia de la antonomasia, a la que raptó Plutón, también llamado Hades, el invisible, para convertirla en su esposa sumiendo a su madre en honda tristeza y desesperación por la pérdida de su hija. Recurrió Deméter ante el soberano del Olimpo reclamando justicia y este sentenció en un juicio salomónico que la muchacha sería compartida sucesivamente por el raptor y por la madre en riguroso turno, estableciendo el mito del eterno retorno de las estaciones del año.
En realidad no se sabe cuál era el verdadero nombre del propietario del Hostal Coridalós. Unos lo llamaban Procrustes, otros Damastes, otros Polipemón, y alguno Procoptas. Ninguno de estos nombres, de hecho, era su verdadero nombre propio, que desconocemos, aunque parece que ha quedado consagrado el primero de ellos, de difícil pronunciación, por lo que tradicionalmente se ha simplificado en Procustes o Procusto por la dificultad de pronunciar en dos sílabas sucesivas una consonante oclusiva seguida de una vibrante. Todos ellos eran nombres comunes y parlantes, que revelan que tras ellos hay una historia: Procrustes quiere decir “machacador y alargador”, Damastes “domador”, Polipemón “muchos males”, y Procoptas “estirador”. Son nombres parlantes, propios de los cuentos populares, que quieren sugerir y describir el carácter de este siniestro personaje que, ofreciendo hospitalidad a los forasteros como era menester entre los griegos, era sin embargo un anfitrión obsesionado por hacer que el zapato encaje con la horma previa amoldándose perfectamente.
El hostal Coridalós brindaba a los peregrinos parada y fonda, pues era también un mesón que servía pitanza. Hemos de imaginar que las viandas eran sabrosas y que su vino, aderezado quizá con adormidera, invitaba al sueño reparador después del largo viaje. Nos da cuenta de la historia de este personaje el epítome de la Biblioteca de Apolodoro, o mejor dicho, del presunto autor de dicho libro, el pseudo-Apolodoro.
La posada, que estaba a la vera del camino, disponía de dos lechos, uno corto y otro largo, pero su atribución no era aleatoria; el anfitrión a los de baja estatura, una vez cenados y adormecidos, los acostaba en el largo, amarrándoles con unos grilletes de cada una de sus extremidades a las cuatro esquinas de la cama. Después de este ritual comenzaba a darles martillazos para estirar sus miembros so pretexto de igualarlos a la longitud del lecho, o colocándoles, según otra versión, unos yunques en los pies hasta que sus miembros, descoyuntados, alcanzaban el tamaño adecuado; y en cambio a los de elevada estatura los acostaba en el lecho diminuto y les amputaba las partes del cuerpo que sobresalían con un hacha afilada. El lecho que les ofrecía el propietario del hostal acababa siendo, como puede verse, el molde definitivo, un lecho conyugal donde el huésped contraía nupcias con la mismísima muerte después de una horrible sesión de tortura que sólo podía explicarse por el afán igualitario del anfitrión que aplicaba a todos sus huéspedes el mismo rasero que deformaba la realidad conformándola para que se adecuara a la idea previamente establecida.
Según Diodoro, sin embargo, el hostal Coridalós, sólo disponía de un único lecho ideal a modo de compartimento estanco que no se adaptaba por algún misterio inexplicable a la estatura, fuese cual fuese, de ningún forastero, por lo que el anfitrión siempre acababa o bien estirando a los bajos en el lecho que se convertía de pronto en un potro de tortura o bien acortando a los altos en el lecho convertido en guillotina, de manera que sus cuerpos respondieran al mismo patrón ideal, que era la media aritmética inexistente en la realidad. Obviamente este lecho no se adecuaba nunca a la estatura de los huéspedes, sino que eran estos los que eran cortados o alargados con enormes sufrimientos e instrumentos de tortura al previo patrón establecido.
Un día pasó por allí un tal Teseo, cuando viajaba de Trecén, en el Peloponeso, a Atenas. Teseo estaba abocado a ser un héroe que iba a matar al Minotauro en el más célebre de sus trabajos que más fama le daría. Cerca del hostal fluía el río Cefiso, que desemboca en el golfo Sarónico no lejos del puerto del Pireo. Pausanias en su Descripción de Grecia ha dejado escrito precisamente que “junto a este Cefiso mató Teseo a un ladrón llamado Polipemón, de sobrenombre Procrustes”.
Que Pausanias califique al dueño del hostal de ladrón no debe entenderse que fuera porque les diera a elegir a sus huéspedes si preferían entregarle la bolsa a cambio de la vida o la propia vida a cambio de la faldriquera, sino a que les arrebataba inexcusablemente ambas posesiones no sin grandes sufrimientos además, habida cuenta de su afán igualitario que sólo puede compararse con el rasero de la mismísima muerte, que a todos los seres iguala, a hombres y mujeres, a niños y viejos, a ricos y pobres, a los esclavos y a los libres.
Teseo dando muerte a Procrustes, ánfora ática de figuras rojas (470 a. C.)
Tenía Teseo el precedente heroico de Heraclés, que en su viaje a la corte de Busiris, legendario faraón de Egipto, fue arrestado y encadenado y, cuando iba a ser sacrificado como víctima propiciatoria como se hacía todos los años con el primer forastero que llegaba al país del Nilo para obtener una buena cosecha, logró desatarse haciendo uso de su hercúlea fuerza, y mató a Busiris. Con el modelo paradigmático de Heraclés, Teseo, después de la suculenta cena y del vino adormecedor que le ofreció el propietario del hostal Coridalós, no se rindió al sueño, sino que sobreponiéndose bien despierto y viendo lo que quería hacer con él, le sometió a la misma tortura que él aplicaba a sus clientes.
Hemos de suponer que el héroe hizo con el dueño del hostal lo mismo que él hacía con los forasteros: primeramente le colocó en el potro de torturas que alargaba sus miembros hasta dislocarlos y desmembrarlos, y finalmente le decapitó, pagándole con su misma moneda, sometiéndole como hacía él con sus víctimas al que acabó denominándose lecho de Procusto, y liberando a la humanidad de este modo de su letal amenaza igualitaria.
Prisión de Coridalós
Ya no está el Hostal Coridalós. Hoy, en su lugar, que conserva su nombre, hay modernos hoteles, pensiones y comercios. Coridalós es una localidad perteneciente a la unidad periférica de El Pireo, en la región del Ática, a donde se puede llegar en metro desde Atenas. Coridalós ya no es lo que era. Hoy es prácticamente un suburbio de la capital de Grecia y, sin embargo, sigue siendo lo mismo que fue y ha sido siempre. El río Cefiso, también llamado Mavros Potamós, o sea Río Negro, sigue fluyendo por allí. Durante quince quilómetros lo hace por debajo de la moderna autovía. El Hostal Coridalós estaba emplazado con bastante probabilidad en donde hoy se alza la prisión de máxima seguridad, la más importante de Grecia, la Cárcel de Coridalós, institución fundamental del Estado moderno, donde hay reclusos de ambos sexos privados de libertad. No ha vuelto a pasar por allí, desde entonces, ningún Teseo que encarcele al carcelero y libre a los internos de su condena.