Mostrando entradas con la etiqueta metamorfosis. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta metamorfosis. Mostrar todas las entradas

viernes, 15 de julio de 2022

El mito de las edades y el progreso

 Edad de Oro:


    En el libro primero de las Metamorfosis, versos 89-150, recoge Ovidio el mito de las edades, que había tomado del poeta griego Hesíodo, según el cual la historia de la humanidad no avanza en un sentido de progreso hacia mejoría, sino en una degeneración caracterizada por su progresivo, nunca mejor dicho, empeoramiento.
 
    La Edad de Oro no se caracteriza porque haya maravillas que ahora no hay, sino porque no hay todavía en el mundo las realidades que mueven a espanto, como la economía de los mercados –curiosamente en la Edad de Oro el oro no era un valor de cambio, porque no existe el dinero todavía-, las guerras y las políticas que las justifican, los gobiernos ni los Estados. Tampoco existen los jueces ni las leyes, porque hay Justicia y no hace falta por lo tanto que existan tribunales que dictaminen lo que es justo y lo que no... Es decir, la Edad de Oro es una Arcadia idílica donde no existen gobiernos, ejércitos ni trabajo asalariado. No se ha inventado la navegación, por lo que no se ha iniciado el comercio. Se trata de un paraíso terrenal en el que reina Saturno, es decir, la anarquía.
 
  De oro la edad se creó la primera, la cual, sin mandarlo
nadie, sin ley, cultivaba el deber y el bien de su grado. 
Miedo y castigo no había ni en bronce decretos grabados
se promulgaban tremendos ni el pueblo temía, postrado
voz de su juez, sino que eran a salvo sin un mandatario.
Pino talado no había aún de sus montes bajado
ni uno a las olas marinas a ver el mundo a lo largo, 
ni otras costas ajenas sabían los seres humanos. 
No todavía ceñía ciudades un foso escarpado, 
no broncirrecto clarín ni corneta de bronce curvado
hubo, no cascos ni espadas: sin necesidad de soldados
iban las gentes viviendo la cómoda paz a resguardo.
Todo lo daba la tierra también de balde, y sin rastro
de un azadón, por sí misma, ni herida de reja de arado, 
y es que, pagados con frutos nacidos sin nadie plantarlos,
bayas de arbusto cogían y fresas silvestres del campo,
guindas y moras en los espinosos zarzales colgando, 
y las bellotas caídas del árbol de Júpiter ancho. 
Era sin fin primavera y mecían los céfiros plácidos
flores nacidas sin siembra con brisas de aire templado; 
luego la tierra ofrecía su fruto además sin trabajo, 
y encanecía la mies sin barbecho de espigas y granos: 
ríos ya iban de leche, de néctar ya ríos manando, 
e iba en verde encina la rubia miel chorreando.

Edad de Plata

 
    La Edad de Plata es la edad de Júpiter, que se ha hecho con el poder destronando a Saturno, es una degeneración de la edad anterior que se caracteriza por la aparición de las cuatro estaciones. Se acabó la primavera idílica inicial y comienza su andadura el tiempo cronometrado de los ciclos de la naturaleza. Los seres humanos comienzan a resguardarse del cambio climático adquiriendo conciencia del clima en viviendas que en principio fueron grutas. Del mismo modo, comienza el trabajo con el desarrollo de la agricultura y de la ganadería que no eran necesarias en la etapa anterior.

Luego que el mundo, echando a Saturno al lóbrego Tártaro,
era de Júpiter, hubo la raza de plata llegado
que era más vil que la de oro, más noble que el bronce arrubiado.
Jove restó duración al vernal buen tiempo de antaño, 
y entre inviernos y estíos y otoños desigualados
y una fugaz primavera, partió en cuatro tramos el año.
Pronto entonces el aire ardió, del fuego abrasado, 
tórrido, y hielo quedó congelado del viento en carámbanos:
pronto entonces entraron en casas: fueron los antros
casas, matas espesas, follaje a corteza enlazado; 
fueron pronto entonces semillas de Ceres en largos
surcos sembradas, y uncidos al yugo los bueyes bramaron. 

 Edades de Bronce y de Hierro


La Edad de Bronce se caracteriza por la aparición de las armas, y, por lo tanto, de la guerra hasta entonces inexistente.

Vino al cabo después, la tercera, la raza bronceña, 
más de carácter atroz y pronta a las armas horrendas,
 no aún criminal:

    Finalmente hace su aparición la Edad de Hierro, que es la peor de todas y que es, huelga decirlo, la nuestra. Aparecen ahora todos los males que conocemos: la propiedad privada, la sangre, la mentira, el arte de la navegación y el comercio, la división de la tierra, y el dinero que lo pone todo en venta, a las cosas y a las personas, cosificándolas. Como consecuencia de la aparición del dinero, la Justicia, representada como una doncella que hasta entonces había reinado en la Tierra, huye de este mundo y se convierte mediante un catasterismo en una constelación sideral: Virgo.

...de hierro durísimo es la postrera. 
Pronto irrumpió en la edad más vil de la férrea vena
 todo mal, y huyeron deber, verdad y vergüenza;
 y en su lugar surgieron engaños, estratagemas, 
trampas, sangre y afán criminal de bienes y hacienda. 
Velas echaban al viento, sin que el marinero supiera
 de él, y las quillas que habían crecido siempre en cimeras
 cumbres saltaron en olas de desconocidas mareas.
 Y, antes común como luz del sol y el aire, la tierra
 la dividió agrimensor sagaz con larga lindera.
 No le exigían tan sólo al rico terruño cosecha
 y el merecido alimento, sino que en su entraña se adentran
 y esos tesoros que había guardado y metido en sus negras
 minas profundas, botín de malvados, ya desentierran;
 y hubo surgido el vil hierro, y peor, el oro, que en venta
 pone: surgió la que lucha con uno y con otro, la guerra,
 y hace blandir las armas fragosas con mano sangrienta.
 Viven a saco: ni fía el huésped de aquél que lo hospeda,
 ni suegro de yerno, y es rara también la avenencia fraterna.
 Trama el fin de su esposa el marido, del cónyuge aquella:
 mezclan venenos amortajadores madrastras siniestras; 
antes de tiempo el hijo la edad pregunta paterna.
 Yace vencida Piedad, y abandona la Virgen, postrera
 diosa, la tierra manchada de sangre, y se vuelve sidérea.

   Desaparece la justicia de la faz del mundo cuando se impone paradójicamente la Justicia, es decir el poder judicial con sus tribunales  que dictaminan lo que es justo y lo que no, y con sus penas de privación de libertad que nos hacen creer a los que estamos fuera de los centros penitenciarios que, por contraposición a los reclusos, somos libres.
 
      Que este paraíso no exista ni haya existido nunca en la realidad no significa que no pueda haberlo. La Edad de Oro no se da en ningún lugar concreto como Mesopotamia entre el Tigris y el Éufrates (pero puede darse en cualquiera, sin embargo, por ejemplo aquí mismo, no importa dónde) ni en ningún tiempo (ni pasado, como creen los primitivistas y los antropólogos, que siempre encuentran alguna tribu que se había librado del progreso hasta el momento de su descubrimiento, y como sugiere el propio mito, que parece situarse en una idílica pre-historia y se desarrolla cronológicamente, ni futuro, como el Cielo de los cristianos o el edén islámico de las virginales huríes, ni presente tampoco (pero sí puede darse ahora mismo; aquí y ahora, por lo tanto, es posible que se dé con tal de que haya olvido de la realidad, que es lo que existe). 
     
 
Tomo como ilustración de los versos de Ovidio tres imágenes del artista alemán del siglo XVII, Johann Wilhelm Bauer, que dibujó 150 escenas de las Metamorfosis, con una breve descripción en latín y en alemán cada una. 

martes, 1 de marzo de 2022

'La Trasformación' de Kafka

    Discutíamos el otro día en tertulia sobre la traducción de Die Verwandlung de Franz Kafka. En opinión de algunos críticos como Jordi Llovet, debería haberse sido “La Trasformación” (él escribe 'traNsformación'), y no “La Metamorfosis” como parece que ha quedado definitivamente. La discusión surgió a propósito del artículo de Ignacio Vidal Folch, publicado en El País el 28 de septiembre de 1988 titulado precisamente que un tertuliano sacó a relucir “La metamorfosis” fue mal traducida, donde se critica la mala costumbre de traducir al español a escritores alemanes según traducciones existentes en otras lenguas más asequibles, inglesas o francesas, y no directamente del alemán. 
 
 
    Al parecer Borges, que hizo una versión de la obra al castellano, también pensaba que debía haberse titulado “La TraNsformación”, aunque su editor prefirió mantener “La Metamorfosis”. Kafka, en efecto, pudo haber titulado su narración Die Metamorphose, que es palabra culta de raíz griega de la que también dispone la lengua alemana en la que escribe, pero prefirió Die Verwandlung, que es vocablo del más corriente alemán.

    La palabra alemana “Verwandlung”, cuyo campo semántico es el cambio en el sentido de mutación, puede traducirse tanto por "trasformación", que tiene un significado más genérico, como por "metamorfosis", que apunta por un lado al lenguaje de la mitología clásica, pensemos en Las metamorfosis de Ovidio, por ejemplo, y por el otro al de la zoología, como en el caso de la mutación del renacuajo en rana o de la oruga en mariposa.

   Quizá sea La Trasformación mejor traducción que La Metamorfosis, por ese valor genérico que tiene en castellano la palabra latina transformatio pero en todo caso no deja de ser una discusión un tanto bizantina de esas a las que se entregan los tertulianos ociosos cuando no tienen otra cosa mejor que discutir. Si la palabra alemana significa ambas cosas, la elección a la hora de traducir es una cuestión meramente literaria o de preferencia personal. Y ya se sabe que traduttore, traditore, como dicen los italianos, o sea que todo traductor a la hora de hacer una traducción comete, muy a su pesar, una traición. 

Ilustración de José Hernández para La Metamorfosis
 

    A mí personalmente me gusta más "La trasformación" como traducción de "die Verwandlung", porque me parece una palabra más nuestra, más trasparente, más de andar por casa, ya que es un término patrimonial castellano, mientras que "metamorfosis" es una palabra culta, un helenismo del ámbito de la zología y la mitología clásica. Pero es una cuetión de gusto personal. 

    De todas formas, se quedará para siempre, me temo, con el título de "La metamorfosis" porque la primera versión española del relato en la célebre Revista de Occidente eligió esa traducción, evocando así "Las metamorfosis" de Ovidio, un poema didáctico que tiene muchísima solera literaria sobre trasformaciones mitológicas de personajes legendarios  como, por ejemplo, la de Narciso, un joven muy bello que se enamora de su propia imagen reflejada en un lago y cuando va a besarla se precipita al agua y se ahoga, trasformándose en un narciso, la flor que crece junto a los estanques. O la de Aracné, más cercana de la narración kafkiana, de la joven que castigada por la diosa Minerva por su soberbia desafiante, se convirtió en araña, encogiéndosele brazos y piernas y alargándosele los dedos a la vez que se hinchaba su cuerpo y quedaba recubierto por una capa de pelo corto y negro, condeanda a vivir colgada de un hilo toda su vida prisionera de la telaraña que ella misma tejería. Por seguir la tradición este título ovidiano se ha mantenido hasta la fecha.


    La primera frase de la novela de Kafka acaba precisamente utilizando el verbo verwandln, de donde deriva el sustantivo que da título a la novela: Als Gregor Samsa eines Morgens aus unruhigen Träumen erwachte, fand er sich in seinem Bett zu einem ungeheuren Ungeziefer verwandeltEn la versión de Jorge Luis Borges se traduce por 'convertir': Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto. Una traducción más literal es la de Carlos Fortea (editorial Octaedro): Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de una noche llena de sueños inquietos, se encontró en su cama, convertido en un bicho monstruoso. (Nótese la diferencia entre el "monstruoso insecto" de Borges y el "bicho monstruoso" de Fortea para ungeheuren Ungeziefer.)

    Según Joseph Gabel, el protagonista de la novela, Gregor o Gregorio Samsa, como se prefiera, que sabe que es hombre, y a quien sus semejantes rechazan como a una mala bestia, diríamos nosotros, es el símbolo trasparente del judío en busca de asimilación. Pero quizá no haga falta ir tan lejos en las interpretaciones. ¿Acaso no nos hemos sentido todos alguna vez, como el protagonista de la narración kafkiana, un 'bicho raro'?

sábado, 19 de junio de 2021

De la metamorfosis

 

     ὅτε ἤμην νήπιος, ἐλάλουν ὡς νήπιος, ἐφρόνουν ὡς νήπιος, ἐλογιζόμην ὡς νήπιος· ὅτε γέγονα ἀνήρ, κατήργηκα τὰ τοῦ νηπίου.  

    cum essem paruolus, loquebar ut paruolus, sapiebam ut paruolus, cogitabam ut paruolus. quando autem factus sum uir, euacuaui quae erant paruoli.

    Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser hombre, me despojé de las niñerías. (Epístola primera a los corintios, san Pablo, 13, 11)

Es decir he sufrido una metamorfosis. Entré por el aro de la sociedad adulta. Enterré a mi niño muerto. Vivir es sobrevivir a un niño muerto, como escribió Jean Genet en alguna parte. Esa fue mi trans-formación: he cambiado de oruga a mariposa, y sin embargo soy el mismo. O eso dice mi carné de identidad, que me asigna un número y un nombre y apellidos. Y me confiere una nacionalidad. Esa es la realidad. Ahora bien, se impone la pregunta crucial: ¿Será verdad que soy el mismo? ¿Será verdad la realidad?