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martes, 12 de marzo de 2024

Un idiota, dos idiotas, diez mil idiotas

    En la telaraña informática se le atribuye unánimemente al escritor checo Franz Kafka (1883-1924), cuyo centenario se celebra este año a bombo y platillo, el siguiente y afortunado aforismo: “Un idiota es un idiota. Dos idiotas son dos idiotas. Diez mil idiotas son un partido político”. 
 
 
    Me extraña la atribución kafkiana de la cita por dos motivos, porque, lector de Kafka desde hace muchos años, nunca había leído dicha frase ni en sus relatos ni en su diario, y por el origen exclusivamente internetesco del aforismo. Abundan, en efecto, muchas frases espurias en la Red que se asignan a personajes de renombre universal (Sócrates, Borges, Séneca, Platón, Nietzsche...) sin citar nunca su fuente, para darles un aura de magisterio y prestigio intelectual, como si así, afirmando que lo dijo Fulano de Tal, un genio reconocido, fuéramos a hacer más caso del dicho y a prestarle más atención dado que no sería una ocurrencia privada de cualquiera, o lo que es lo mismo, una idiotez.
 
 
     Descartado el origen literario del aforismo, cabría pensar que Kafka le hubiera dicho a alguien esa frase, aunque no fuera originalmente suya, haciéndose eco de ella porque le hubiera hecho gracia, por ejemplo a su amigo Max Brod, al que le ordenó quemar toda su obra, pero no consta en los dos libros que le dedicó al autor, ni en su biografía de 1937 ni en la obra a su pensamiento y enseñanzas de 1948. 
 
    Buscando en internet la frase en su lengua original, que era la de Goethe “Ein Idiot ist ein Idiot. Zwei Idioten sind zwei Idioten. Zehntausend Idioten sind eine politische Partei”, es verdad que se cita en algunos sitios, pero muy pocos a la sazón, y en ninguno de ellos se aporta la fuente de la que habría salido. 
 
     Según lo que leo en el aforismario, que es una página italiana donde se recopilan citas erróneas, no hay constancia fidedigna por ahora de que Kafka haya escrito ni dicho públicamente nunca esa ocurrencia. Sin embargo, leo allí, sí que podemos encontrar una formulación parecida en el autor italiano (políticamente incorrecto por sus simpatías con el fascismo) Leo Longanesi, quien en su obra de 1947, que Kafka no pudo llegar a leer,  Parliamo dell'elefante escribe: Fanfare, bandiere, parate. Uno stupido è uno stupido. Due stupidi sono due stupidi. Diecimila stupidi sono una forza storica ("Fanfarrias, banderas, desfiles. Un estúpido es un estúpido. Dos estúpidos son dos estúpidos. Diez mil estúpidos son una fuerza histórica").  
 
     Ciertamente hay muchas coincidencias entre el aforismo que se atribuye a Kafka y el de Longanesi, aunque sea preferible la formulación supuestamente kafkiana, con la expresión 'partido político' en vez de 'fuerza histórica', mucho más vaga, y con el término 'idiota' en vez de “estúpido”, por la etimología griega del término “idiota” (mejor que cretino o tonto o imbécil).
 
    La palabra griega ἰδιώτης (idiṓtēs), en efecto, significaba “aquel que es incapaz de ocuparse de los asuntos comunes”, o dicho de otro modo, “que solo se ocupa de los asuntos personales propios”, y cuando hablamos de “asuntos comunes” no nos referimos a la política ni a las organizaciones políticas (asociaciones, partidos, sindicatos o fuerzas históricas de Longanesi...), dado que la misma frase descarta esa posibilidad (un partido, una fuerza o una organización política no deja de ser la suma de sus elementos individuales, de los idiotas o autistas), sino a lo que nos es común a todos, que no son las ideas o ideologías personales (la idíē phrónēsis de Heraclito) que tenemos o que, mejor dicho, nos tienen a nosotros, sino el lógos, la razón que nos es común y que, como el sentido común parece a veces lo menos común que poseemos por nuestra pretensión de individualidad. 
 
 

sábado, 16 de septiembre de 2023

La jaula y el pájaro

    El aforismo de Kafka núm. 16 dice : “Una jaula fue a buscar a un pájaro” ("Ein Käfig ging einen Vogel suchen"). Veo que a veces se traduce mal a nuestra lengua como “*Una jaula fue a buscar un pájaro”, que en castellano suena ambiguo porque parece que el sujeto de la frase es el pájaro y el objeto la jaula. Esta ambigüedad no existe en alemán donde el pájaro está en caso acusativo, como revela el artículo “einen”, y por lo tanto es el objeto de la frase. La traducción castellana, para ser exacta, debe contener la preposición “a”, que es un índice funcional negativo, como dicen los gramáticos estructuralistas, es decir, que sirve para dar a entender que lo que viene después no es el sujeto, sino otro elemento de la frase, en este caso el objeto. 

    Una vez establecida la traducción, llama la atención que el objeto (la jaula, el ser inanimado, la cosa) desempeñe la función del Sujeto gramatical, y que el sujeto (el pájaro, el ser animado, la no-cosa) sea el Objeto gramatical. He ahí la paradoja kafkiana: es la jaula la que va a buscar al pájaro y no el pájaro el que va a buscar la jaula. Sería más lógico que fuera al revés, bien porque el pájaro esté hambriento y sediento y haya visto que en su interior hay agua y comida, bien porque busque refugio, temeroso de la intemperie y del peligroso depredador que es el gato que acecha en el jardín, por ejemplo, y prefiere la seguridad a la libertad, ya que en su interior hay unos barrotes que impiden la intromisión de las garras del felino.


 

    La jaula, que hemos de suponer vacía y abierta, es una invitación al pájaro para que se adentre en ella. Pero lo que le gustaría realmente a la jaula es que el pájaro hubiera nacido en ella, porque el pájaro vernáculo nacido en cautividad no sabrá nunca volar ("El canario, enjaulado; / la jaula, abierta; / pero el pobre no sabe / volar que pueda"), y aunque permanezca abierta la puerta nunca saldrá probablemente de ella, como el preso que pudiendo evadirse de la prisión no lo hace, porque ¿a dónde va a ir él que mejor esté? A fin de cuentas, en el módulo penitenciario no le falta comida ni cama ni techo, y puede recibir con la debida autorización visitas del exterior de carácter íntimo. Fuera hay un mundo hostil donde hay que ganarse la vida perdiéndola en el intento.


 

    Lo que llama la atención del aforismo kafkiano es que se centra no en la libertad -el vuelo del pájaro- sino en la necesidad de la prisión -la jaula que lo contenga. Hay quien sugiere que la jaula es el cuerpo y el pájaro el alma que necesita encarnarse en ella. Puede ser, pero en este caso es el cuerpo el que quiere tener un alma, y no el alma la que quiere tener un cuerpo. En realidad, es una metáfora del sistema legislativo de represión vigente. La cárcel va a buscar al hombre para recordarle que no es libre y convertirlo en un presidiario que así se realiza por propia voluntad.


    Podría decirse que la jaula es una trampa que el pájaro se tiende a sí mismo. Podría decirse que la jaula es el gato que quiere capturar al pájaro. Y podría decirse, en definitiva, que la jaula es el pájaro mismo, como cantaba Agustín García Calvo en aquellos versos: De su jaula aletea y sangra / el pájaro desconocido. / Salir quiere y no puede:/ su jaula es él mismo. Y es que el mundo a veces, o casi siempre, por no decir siempre, es completamente distinto de lo que parece. 

 

    El poeta vasco Joxean Artze (1939-2018) es autor de uno de los poemas más bellos dentro de la brevedad que conozco, convertido enseguida a través de su versión cantada en poesía popular, porque acierta a formular con muy pocas palabras algo que todos sentimos y pensamos y a veces no acertamos a expresar, gracias sobre todo a la musicalización que Mikel Laboa (1934-2008) llevó a cabo y otros muchos después de él han cantado. Que viene a decirnos que la posesión mata las cosas, simbolizada en este caso no por la jaula sino por el hecho de amputarle las alas al pájaro. Txoria txori, en eusquera o, lo que es lo mismo, Pájaro, pajarito: Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no se me habría escapado. Pero así, / habría dejado de ser pájaro. Y yo... / yo lo que amaba era el pájaro.

lunes, 17 de octubre de 2022

Me parece a mí (VI)

26.- Un individuo encontró un día una lámpara caminando por el desierto. La frotó y salió un genio encerrado en ella: -Pídeme un deseo. -Le dijo éste, contento de haber sido liberado al fin de la maldición que pesaba sobre él. -¡Lo que quieras! -Añadió. -¡Ojalá que se borre de mi vida todo lo que me impide ser feliz! -Dijo el individuo. El genio caviló un momento frotándose la barbilla. Y, acto seguido, asintió e hizo con su varita mágica que el individuo desapareciera de la faz de la tierra para siempre.

27.- Suele llamarse “diálogo” a un intercambio de palabras, pareceres u opiniones personales necias entre personas que tienen los oídos impermeables. A palabras tontas (o idiotas, es decir, particulares), oídos sordos. Recuérdese lo que reza el refrán: que no hay peor sordo que el que no quiere oír. No oímos las palabras del otro porque sólo oímos las que salen de nuestra boca, nuestro propio eco, las que creemos que son nuestras. “Tú tienes tu opinión y yo la mía”, así suelen zanjarse, es decir, abortarse muchas discusiones. El diálogo se convierte, de esta guisa, en una suma de dos monólogos sordos. ¿Para qué vamos a discutir nuestros puntos de vista si cada uno es como es y cada cual tiene el suyo propio y todos son igualmente respetables? 

                                            Pero no es cierto: no somos nosotros los que tenemos una opinión personal o una ideología, es la ideología u opinión personal la que nos tiene a nosotros, la que se encarna en nosotros para desbancar a la razón y al sentido comunes. Lo mejor que podríamos hacer con las opiniones personales es desembarazarnos de ellas, pero el hecho de considerarlas respetables hace que nos mantengamos firmes en nuestras posiciones, enrocados en nuestras defensas previas, atrincherados en su respeto, lo que constituye una falta de respeto hacia el sentido y la razón comunes. El auténtico diálogo modifica a los interlocutores, que podrán ser los mismos pero no idénticos a sí mismos, porque los libera de la carga de ideas y opiniones personales preconcebidas que albergaban antes de empezar a hablar: han cambiado sus pareceres, han destruido sus certezas, han caído, ídolos de barro, sus ideas u opiniones personales: el diálogo nos hace un poco más libres.

28.- Deberíamos más que intentar ser nosotros mismos, que eso ya lo somos sin querer ni poner demasiado empeño en ello, tratar de ser libres, libres sobre todo de ser lo que somos, libres incluso de la obligación de ser nosotros mismos y de ser fieles a nosotros mismos. En este sentido, no deberíamos buscar ningún paraíso perdido o por encontrar, sino simplemente huir de este infierno, como el jinete de Kafka cuya meta es, simplemente, huir. No sabe a dónde irá, pero si sabe de dónde se va. 

29.- Diógenes con un candil a plena luz del día. -¿Qué andas buscando, Diógenes? ¿No vas a decirme como hace dos mil años que vas en pos del hombre, eh? A lo que el filósofo contestó: -No, ya no busco al ser humano en abstracto; ahora te voy buscando a ti mismo, a ti y sólo a ti. Pero como no te veo, llevo el candil en la mano.

30.- Aunque diga que quiero disolver el “ego”, estoy con el mismo acto de decirlo, ipso facto, fortaleciéndolo, porque estoy diciendo: “(yo) quiero”. Al decir que quiero desintegrar el átomo de mi personalidad, resulta que estoy paradójicamente potenciándolo, inflando el globo de la identidad: el “yo” es un callejón sin salida. No sé lo que haría sin mí. Sería, acaso, feliz. El Yo, aunque yo no quiera, es egoísta, egocéntrico y ególatra por esencia. A veces yo desaparezco y me vuelvo invisible como por arte de magia e inexistente: sólo en esos momentos es, por cierto, cuando me encuentro conmigo mismo. ¡Muera, pues, el Yo, a fin de que yo pueda vivir! ¡Muera el Ego, para que yo viva!


jueves, 17 de marzo de 2022

"Fuera (y lejos) de aquí, esa es mi meta"

 Di la orden de ir a buscar mi caballo al establo. El criado no me comprendió. Fui yo mismo al establo, ensillé el caballo y lo monté. A lo lejos oí sonar una trompeta; le pregunté qué significaba. No sabía nada y no había oído nada. Junto al portón me detuvo y preguntó: 

–¿Adónde vas con el caballo, señor? 
–No lo sé –dije yo–, sólo fuera de aquí, sólo fuera de aquí. Continuamente fuera de aquí, sólo así puedo alcanzar mi meta. 
–¿Luego conoces tu meta? 
–Sí –respondí yo–, lo acabo de decir: “Fuera-de-aquí”, ésa es mi meta.  
Fuera de aquí (De La Partida de Kafka).





    A veces uno, como el jinete kafkiano, no sabe adónde ir, sólo sabe que quiere dirigirse hacia lo desconocido, que su meta es una terra incógnita en la que nunca ha estado, y que no hay camino señalado que lleve a ella, que el camino lo tiene que hacer e inventar uno mismo sobre la marcha. 
 
Estudio para avión de papel, Gabriel Pérez-Juana
 
     "No sabemos lo que queremos, pero sí lo que no queremos" decía una pintada parisina de mayo del 68. 
 
Pintada en cubo de basura del poeta neorrabioso.
 
    Un impulso irrefrenable como corcel alazán al galope nos empuja fuera y lejos de aquí. En esos momentos sólo sabemos que tenemos que huir a toda costa y sin más contemplaciones de la vieja mansión que está ardiendo -es la parábola budista de la casa en llamas-, de lo malo conocido, porque lo que conocemos es lo malo, en busca de lo bueno que está por conocer y que es lo desconocido que nos aguarda a la vuelta de la esquina y es muchísimo mejor, porque peor que esto no puede ser.
 
 

martes, 1 de marzo de 2022

'La Trasformación' de Kafka

    Discutíamos el otro día en tertulia sobre la traducción de Die Verwandlung de Franz Kafka. En opinión de algunos críticos como Jordi Llovet, debería haberse sido “La Trasformación” (él escribe 'traNsformación'), y no “La Metamorfosis” como parece que ha quedado definitivamente. La discusión surgió a propósito del artículo de Ignacio Vidal Folch, publicado en El País el 28 de septiembre de 1988 titulado precisamente que un tertuliano sacó a relucir “La metamorfosis” fue mal traducida, donde se critica la mala costumbre de traducir al español a escritores alemanes según traducciones existentes en otras lenguas más asequibles, inglesas o francesas, y no directamente del alemán. 
 
 
    Al parecer Borges, que hizo una versión de la obra al castellano, también pensaba que debía haberse titulado “La TraNsformación”, aunque su editor prefirió mantener “La Metamorfosis”. Kafka, en efecto, pudo haber titulado su narración Die Metamorphose, que es palabra culta de raíz griega de la que también dispone la lengua alemana en la que escribe, pero prefirió Die Verwandlung, que es vocablo del más corriente alemán.

    La palabra alemana “Verwandlung”, cuyo campo semántico es el cambio en el sentido de mutación, puede traducirse tanto por "trasformación", que tiene un significado más genérico, como por "metamorfosis", que apunta por un lado al lenguaje de la mitología clásica, pensemos en Las metamorfosis de Ovidio, por ejemplo, y por el otro al de la zoología, como en el caso de la mutación del renacuajo en rana o de la oruga en mariposa.

   Quizá sea La Trasformación mejor traducción que La Metamorfosis, por ese valor genérico que tiene en castellano la palabra latina transformatio pero en todo caso no deja de ser una discusión un tanto bizantina de esas a las que se entregan los tertulianos ociosos cuando no tienen otra cosa mejor que discutir. Si la palabra alemana significa ambas cosas, la elección a la hora de traducir es una cuestión meramente literaria o de preferencia personal. Y ya se sabe que traduttore, traditore, como dicen los italianos, o sea que todo traductor a la hora de hacer una traducción comete, muy a su pesar, una traición. 

Ilustración de José Hernández para La Metamorfosis
 

    A mí personalmente me gusta más "La trasformación" como traducción de "die Verwandlung", porque me parece una palabra más nuestra, más trasparente, más de andar por casa, ya que es un término patrimonial castellano, mientras que "metamorfosis" es una palabra culta, un helenismo del ámbito de la zología y la mitología clásica. Pero es una cuetión de gusto personal. 

    De todas formas, se quedará para siempre, me temo, con el título de "La metamorfosis" porque la primera versión española del relato en la célebre Revista de Occidente eligió esa traducción, evocando así "Las metamorfosis" de Ovidio, un poema didáctico que tiene muchísima solera literaria sobre trasformaciones mitológicas de personajes legendarios  como, por ejemplo, la de Narciso, un joven muy bello que se enamora de su propia imagen reflejada en un lago y cuando va a besarla se precipita al agua y se ahoga, trasformándose en un narciso, la flor que crece junto a los estanques. O la de Aracné, más cercana de la narración kafkiana, de la joven que castigada por la diosa Minerva por su soberbia desafiante, se convirtió en araña, encogiéndosele brazos y piernas y alargándosele los dedos a la vez que se hinchaba su cuerpo y quedaba recubierto por una capa de pelo corto y negro, condeanda a vivir colgada de un hilo toda su vida prisionera de la telaraña que ella misma tejería. Por seguir la tradición este título ovidiano se ha mantenido hasta la fecha.


    La primera frase de la novela de Kafka acaba precisamente utilizando el verbo verwandln, de donde deriva el sustantivo que da título a la novela: Als Gregor Samsa eines Morgens aus unruhigen Träumen erwachte, fand er sich in seinem Bett zu einem ungeheuren Ungeziefer verwandeltEn la versión de Jorge Luis Borges se traduce por 'convertir': Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto. Una traducción más literal es la de Carlos Fortea (editorial Octaedro): Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de una noche llena de sueños inquietos, se encontró en su cama, convertido en un bicho monstruoso. (Nótese la diferencia entre el "monstruoso insecto" de Borges y el "bicho monstruoso" de Fortea para ungeheuren Ungeziefer.)

    Según Joseph Gabel, el protagonista de la novela, Gregor o Gregorio Samsa, como se prefiera, que sabe que es hombre, y a quien sus semejantes rechazan como a una mala bestia, diríamos nosotros, es el símbolo trasparente del judío en busca de asimilación. Pero quizá no haga falta ir tan lejos en las interpretaciones. ¿Acaso no nos hemos sentido todos alguna vez, como el protagonista de la narración kafkiana, un 'bicho raro'?

sábado, 24 de julio de 2021

Fuera (y lejos) de aquí

    La tecla Esc que tienen los ordenadores sirve para salir de algún programa en el que estamos inmersos que nos causa problemas y del que no podemos salir de otro modo porque nos bloquea. Corresponde al inglés "escape", esto es, fuga, huida, evasión y también en castellano escapatoria, escape. Escape es, según la docta Academia, "acción de escapar o escaparse, especialmente de una situación de peligro". Escapar procede el término vulgar latino *ex-cappare, con el sentido de alejarse, salirse -valor centrífugo del prefijo ex- de un estorbo -el sustantivo cappa "capa", porque el capote con el que uno se cubre dificulta el movimiento-. Escapar, pues, etimológicamente es quitarse la capa que nos abriga y, a la vez, nos embaraza. 

oOo

Ordené que sacaran a mi caballo del establo. El criado no me entendió. Yo mismo fui al establo, ensillé al caballo y me monté. Oí cómo sonaba una trompeta en la lejanía, le pregunté qué significaba aquello. Él no sabía nada, no había oído nada. Me detuvo en la puerta y me preguntó: —¿Hacia dónde se dirige, amo?

 —No lo sé —le respondí—, pero lejos de aquí, ante todo lejos de aquí, siempre lejos de aquí, sólo así podré alcanzar mi meta.

—¿Entonces conoce su meta? —preguntó. 

—Sí —respondí—, ya te lo he dicho, «lejos-de-aquí», ésa es mi meta. 

—Pero no lleva reservas de comida —dijo. 

—No las necesito —dije yo—, el viaje es tan largo que moriré de hambre si no consigo algo en el camino. Ninguna reserva de comida me puede salvar. Por suerte se trata de un viaje realmente exorbitante.

       (La Partida de Franz Kafka, trad. José Rafael Hernández Arias).





(A veces uno, como el jinete kafkiano, no sabe adónde ir, sólo sabe que quiere dirigirse hacia lo desconocido, que su meta es una terra incognita en la que nunca ha estado, y que no hay camino señalado que lleve a ella, que el camino lo tiene que hacer e inventar uno mismo. "No sabemos lo que queremos, pero sí lo que no queremos" decía una pintada parisina de mayo de 1968. Un impulso irrefrenable como caballo al galope nos empuja fuera y lejos de aquí. En esos momentos sólo sabemos que tenemos que huir a toda costa y sin más contemplaciones de la vieja casa que está ardiendo -es la vieja parábola budista de la casa en llamas-, de lo malo conocido, porque lo que conocemos es lo malo, en busca de lo bueno que está por conocer aguardándonos a la vuelta de la esquina y es muchísimo mejor, porque peor que esto no puede ser).