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sábado, 16 de marzo de 2024

"Mariposa en cenizas desatada"

    Escribía mi admirado Juan Manuel de Prada un artículo titulado Macaón en su columna Animales de Compañía, publicado en XLSemanal, donde confesaba que cuando era niño había sido coleccionista de mariposas, que cazaba durante sus vacaciones de verano en Verín (Orense). Recordando aquellos días de la infancia escribe con fervor sacramental: Eran veranos alumbrados por un sol eucarístico que se posaba sobre las mariposas y las transmutaba en joyas refulgentes de pedrería.

    Pero entre todas las mariposas había una, la Papilio Machaon, que era el cromo que siempre faltaba para completar la colección del álbum, la más difícil de conseguir, que compara, haciendo gala de otro símil religioso muy de su gusto, con una llama de Pentecostés, cuando los discípulos de Jesucristo fueron poseídos por el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego el quincuagésimo día después de la Pascua.

    Alguna vez -escribe- pude contemplar con detenimiento la majestad de una macaón en reposo: mientras libaba las flores, extendía su envergadura casi mitológica y mostraba los ocelos rojizos, ribeteados de azul cobalto, que ilustraban sus alas posteriores (...) Yo estaba convencido de que en aquellas alas rayadas de amarillo se cobijaba -añade en el trance de un arrebato místico- la indescifrable escritura de Dios. 

 


    Finalmente logró capturar una después de perseguirla, escribe, incansablemente por valles y montañas, entre retamas y malezas en las que acababa ahogándome (ella siempre sobrevolaba majestuosa), salvando barrancos donde más de una vez estuve a punto de despeñarme (ella los salvaba sin inmutarse, ajena a las leyes de la gravedad), internándome entre zarzamoras que siempre me cobraban un impuesto de arañazos. Recuerdo la belleza jeroglífica de sus alas sacudiéndose epilépticamente en la red, recuerdo los dedos de mi padre (que era quien se encargaba de ensartar las mariposas con un alfiler sobre el corcho) tiznados o alumbrados de aquel polvillo de levísimo oro, recuerdo la lenta agonía de la macaón (...).

      La preciada mariposa fue incorporada a la colección. Escribe De Prada que hoy, cuando contempla tantos años después la mariposa disecada presidiendo la colección de lepidópteros, colgando en la pared de su habitación en casa de sus padres, siente que allí quedó atrapada su infancia “atravesada para siempre también por un alfiler”.

    En la mitología griega, Macaon era hijo de Asclepio, el romano Esculapio, dios de la medicina, que tenía el don que había recibido de su padre de curar hasta las más graves heridas. Logró sanar las llagas de los héroes griegos, como la úlcera de Filoctetes. Según Virgilio, Macaón entró en la fortaleza de Troya metido en el caballo. Pero él, que había salvado de la muerte tantas vidas, no pudo evitar la hora de la verdad de la muerte propia. Según unos murió a manos de la amazona Pentesilea, según otros, víctima de Eurípilo. Murió como nuestra propia infancia, "mariposa en cenizas desatada", según la imagen del hendecasílabo falecio de Góngora, el poeta, que simboliza con ese símil la fugacidad de la belleza. 

     Vivir es sobrevivir a un niño muerto, como escribió Genet en alguna parte. Pero no olvidemos que esa muerte no es natural, ninguna muerte lo es -no hay tal cosa como muerte natural-, sino fruto de un asesinato. La macaón ha muerto atravesada por un alfiler, como el toro de lidia que recibe la mortal estocada en el ruedo de la plaza.

 

    Parafraseando al poeta vasco Joxean Artze (1939-2018), autor de uno de los poemas más bellos y breves que conozco, convertido en canción popular por la música que le puso Mikel Laboa, podemos decir: Si no la hubiera capturado y clavado el alfiler,  nunca habría sido mía, se me habría escapado. Pero así, disecada, ha dejado de ser mariposa que volaba. Y yo...  yo lo que amaba era su vuelo.

sábado, 16 de septiembre de 2023

La jaula y el pájaro

    El aforismo de Kafka núm. 16 dice : “Una jaula fue a buscar a un pájaro” ("Ein Käfig ging einen Vogel suchen"). Veo que a veces se traduce mal a nuestra lengua como “*Una jaula fue a buscar un pájaro”, que en castellano suena ambiguo porque parece que el sujeto de la frase es el pájaro y el objeto la jaula. Esta ambigüedad no existe en alemán donde el pájaro está en caso acusativo, como revela el artículo “einen”, y por lo tanto es el objeto de la frase. La traducción castellana, para ser exacta, debe contener la preposición “a”, que es un índice funcional negativo, como dicen los gramáticos estructuralistas, es decir, que sirve para dar a entender que lo que viene después no es el sujeto, sino otro elemento de la frase, en este caso el objeto. 

    Una vez establecida la traducción, llama la atención que el objeto (la jaula, el ser inanimado, la cosa) desempeñe la función del Sujeto gramatical, y que el sujeto (el pájaro, el ser animado, la no-cosa) sea el Objeto gramatical. He ahí la paradoja kafkiana: es la jaula la que va a buscar al pájaro y no el pájaro el que va a buscar la jaula. Sería más lógico que fuera al revés, bien porque el pájaro esté hambriento y sediento y haya visto que en su interior hay agua y comida, bien porque busque refugio, temeroso de la intemperie y del peligroso depredador que es el gato que acecha en el jardín, por ejemplo, y prefiere la seguridad a la libertad, ya que en su interior hay unos barrotes que impiden la intromisión de las garras del felino.


 

    La jaula, que hemos de suponer vacía y abierta, es una invitación al pájaro para que se adentre en ella. Pero lo que le gustaría realmente a la jaula es que el pájaro hubiera nacido en ella, porque el pájaro vernáculo nacido en cautividad no sabrá nunca volar ("El canario, enjaulado; / la jaula, abierta; / pero el pobre no sabe / volar que pueda"), y aunque permanezca abierta la puerta nunca saldrá probablemente de ella, como el preso que pudiendo evadirse de la prisión no lo hace, porque ¿a dónde va a ir él que mejor esté? A fin de cuentas, en el módulo penitenciario no le falta comida ni cama ni techo, y puede recibir con la debida autorización visitas del exterior de carácter íntimo. Fuera hay un mundo hostil donde hay que ganarse la vida perdiéndola en el intento.


 

    Lo que llama la atención del aforismo kafkiano es que se centra no en la libertad -el vuelo del pájaro- sino en la necesidad de la prisión -la jaula que lo contenga. Hay quien sugiere que la jaula es el cuerpo y el pájaro el alma que necesita encarnarse en ella. Puede ser, pero en este caso es el cuerpo el que quiere tener un alma, y no el alma la que quiere tener un cuerpo. En realidad, es una metáfora del sistema legislativo de represión vigente. La cárcel va a buscar al hombre para recordarle que no es libre y convertirlo en un presidiario que así se realiza por propia voluntad.


    Podría decirse que la jaula es una trampa que el pájaro se tiende a sí mismo. Podría decirse que la jaula es el gato que quiere capturar al pájaro. Y podría decirse, en definitiva, que la jaula es el pájaro mismo, como cantaba Agustín García Calvo en aquellos versos: De su jaula aletea y sangra / el pájaro desconocido. / Salir quiere y no puede:/ su jaula es él mismo. Y es que el mundo a veces, o casi siempre, por no decir siempre, es completamente distinto de lo que parece. 

 

    El poeta vasco Joxean Artze (1939-2018) es autor de uno de los poemas más bellos dentro de la brevedad que conozco, convertido enseguida a través de su versión cantada en poesía popular, porque acierta a formular con muy pocas palabras algo que todos sentimos y pensamos y a veces no acertamos a expresar, gracias sobre todo a la musicalización que Mikel Laboa (1934-2008) llevó a cabo y otros muchos después de él han cantado. Que viene a decirnos que la posesión mata las cosas, simbolizada en este caso no por la jaula sino por el hecho de amputarle las alas al pájaro. Txoria txori, en eusquera o, lo que es lo mismo, Pájaro, pajarito: Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no se me habría escapado. Pero así, / habría dejado de ser pájaro. Y yo... / yo lo que amaba era el pájaro.