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domingo, 18 de agosto de 2024

Disiecta membra (I)

Lo que Hélena le dijo a Paris.- Pocos poetas como Ovidio han sabido prestarle su voz al sexo femenino. Aquí la legendaria reina Hélena de Troya le ruega a Paris que haga el amor y no la guerra, que se olvide del combate, algo que hoy resulta muy trivial pero que no lo era tanto en la antigüedad, donde prevalecía el ideal viril heroico  y beligerante. Los versos -un dístico elegíaco de hexámetro y pentámetro dactílicos-  son el 255 y 256 de la la Heroida 17, que es una tierna epístola amorosa de la amada a su príncipe bienquisto.

Helena y Paris, detalle, Slava Fokk (1976-...)

apta magis Veneri quam sunt tua corpora Marti.
bella gerant fortes;    tu, Pari, semper ama!
 
Más apropiado resulta tu cuerpo a Venus que a Marte.*
Vaya el fuerte a luchar;        tú haz, Paris, siempre el amor.

(O bien: *Más apropiado resulta tu cuerpo al amor que a la guerra)

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¿Democracia electiva? A propósito de las numerosas elecciones a las que nos convocan periódicamente las instituciones para sostenerse -municipales, autonómicas, nacionales y europeas-, conviene recordar lo que pensaban los griegos del sistema electoral.  Pedro Olalla en su libro Grecia en el aire (Barcelona, mayo 2015) escribe que hoy día nadie se plantea cubrir por sorteo los puestos de responsabilidad política o cargos públicos como se hacía en la Atenas democrática de Periclés (y como se hace, digo yo, en muchas comunidades de vecinos), pero resulta que filósofos de la talla de Platón y Aristóteles sostuvieron que eso era lo más democrático. Es más, Aristóteles llegó a decir que el sorteo crea democracia, mientras que la elección genera oligarquía (el gobierno -arquía-  de unos pocos -oligo-, los representantes, sobre la mayoría de sus representados).

"Y afirmo, por ejemplo, que parece ser democrático que los cargos se den por sorteo, y oligárquico que por elección" (Aristóteles, Política, 1294b 8ss).

Dice Pedro Olalla comparando la democracia directa ateniense con las pseudodemocracias parlamentarias actuales: "Entonces no existía la oposición entre gobierno y ciudadanos: los ciudadanos eran el gobierno. El último poder de decisión no estaba en representantes o líderes, sino en el conjunto de los ciudadanos. No existían partidos con estructuras jerárquicas, listas cerradas, disciplinas de voto y hombres de paja al servicio de intereses; existía una amplia asasmblea sin sitio para marionetas y encargada de definir constantemente el bien común. Entonces no había profesionalización de la política (...). Entonces no había elecciones cada cuatro años y referenda (sic) escasos y no vinculantes, sino una implicación continua del pueblo en la toma de decisiones" (pág. 180).   

oOo

La peor clase de ignorancia (V.O.S. Platón,  El sofista 229c) Asistamos a una breve escena del interesante diálogo entre el extranjero venido de Elea, la patria de Zenón, y Teeteto, alumno del matemático Teodoro de Cirene. La filosofía, como la banda sonora del cine, hay que escucharla en versión original. En primer lugar, en griego clásico; debajo, con subtítulos en español oficial contemporáneo.

EXTRANJERO. -Me parece por cierto ver clara una gran y terrible especie de ignorancia, equivalente a todas las demás por sí misma.
TEETETO.- ¿Cuál es?
EXTRANJERO.- El creer que sabemos algo que no sabemos; por esto es probable que en nosotros surjan los errores todos con los que nos engaña el pensamiento

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Os dejo con un minuto y medio de música sublime. Se trata del maravilloso dueto de las flores de la ópera francesa Lakmé de Léo Delibes:

jueves, 23 de noviembre de 2023

El viento del norte y la doncella

    El mito del viento que persigue enamorado a la doncella fue tratado por Ovidio en sus Metamorfosis VI, 675-721: Bóreas, que era el nombre del viento del norte, frío y tormentoso heraldo del invierno, se enamoró perdidamente de la princesa Oritía, hija de los reyes de Atenas, en la que no podía dejar de pensar a todas las horas del día y de la noche desde que la vio. Bóreas se presentó en palacio y fue a pedirle amablemente con buenas maneras y palabras la mano de su hija al monarca ateniense. El rey Erecteo, sin embargo, rechazó al pretendiente, pese a las nobles intenciones del apuesto y afable galán, porque no quería perder a su hija. Sabía que si se iba con el viento, nunca más volvería a verla. La negativa, lejos de hacer que Bóreas desistiera, avivó más aún la llama del deseo del audaz pretendiente. El viento, que ese día había soplado suavemente sobre el Ática conteniendo su natural impulso, se enfureció en vista de que no había conseguido lo que quería, y  recurrió a la fuerza que lo caracteriza y el vendaval arrebató en una de sus poderosas ráfagas a la que era el objeto de su inequívoco deseo sin su consentimiento  ni tampoco el de su padre.





    Dos bellos hexámetros ovidianos lo narran así: uerrit humum pauidamque metu caligine tectus / Orithyian amans fuluis amplectitur alis: barre la tierra y velado en la niebla a Oritía de miedo / llena la abraza amoroso entre sus alas doradas. La arrebató y se la llevó volando por los aires a su país, la fría Tracia, en alas de la pasión de su deseo, donde la convirtió en su esposa y madre de dos gemelos que sacaron la belleza de su madre y a los que, andando el tiempo, les fueron creciendo las alas de su padre a los flancos como a los pájaros. 

 Bóreas raptando a Oritía, J.F. Lancrenon (1822)

    El mito, como han señalado algunos estudiosos, encuentra un tratamiento literario moderno en el romance Preciosa y el aire, inserto en el Romancero gitano de Federico García Lorca: Su luna de pergamino / Preciosa tocando viene./ Al verla se ha levantado / el viento que nunca duerme. / San Cristobalón desnudo, / lleno de lenguas celestes, / mira a la niña tocando / una dulce gaita ausente. / Niña, deja que levante / tu vestido para verte. / Abre en mis dedos antiguos / la rosa azul de tu vientre. / Preciosa tira el pandero / y corre sin detenerse. / El viento-hombrón la persigue / con una espada caliente. (…) / ¡Preciosa, corre, Preciosa, / que te coge el viento verde! / ¡Preciosa, corre, Preciosa! / ¡Míralo por dónde viene! / Sátiro de estrellas bajas / con sus lenguas relucientes. 

 Bóreas y Oritía, Rubens (c.1620)

    En el romance lorquiano, Preciosa consigue huir del viento-hombrón que la persigue. En el folclore popular hay una creencia de que el viento podía dejar embarazadas a las mujeres: No vayas solita al campo / cuando sopla el aire recio; / porque las niñas son flores / que hasta las deshoja el viento. 

    Diferentes autores clásicos, por su parte, nos transmiten el mito de las yeguas lusitanas de Olisipo, que eran preñadas por el viento Céfiro o Favonio y engendraban unos potros muy veloces como el propio vendaval pero de corta vida.
 
Bóreas y Oritía, Heinrich Lossow (1880)
 


    En el folclore infantil encontramos también un tratamiento de este tema con tinte escatológico resaltado por la rima consonante en la conocida retahíla de Este es el cuento de María Sarmiento, que fue a cagar y se la llevó el viento. En efecto, el nombre parlante “Sarmiento”, que rima con "cuento" y con “viento”, nos sugiere la delgadez de María, que era el nombre propio de todas las mujeres. Esta doncella tan delgada fue arrebatada por el viento, que se la llevó por los aires... cuando se agachó para hacer sus necesidades fisiológicas. 

    Son todos ellos tratamientos de un mismo tema que podríamos glosar como el rapto amoroso de la doncella en el marco de la naturaleza. 

 
 Bóreas, J.W. Waterhouse (1903)

    Entre los muchos tratamientos pictóricos, de los que puede ser el canónico el de Rubens (un anciano pero robusto Bóreas abduce entre varios Erotes o Cupidos que simbolizan el amor a Oritía, cuya blanca desnudez contrasta con el rojo manto), destaca la versión desmitificadora de J. W. Waterhouse donde Bóreas no aparece personificado ni como un joven galán ni como un viejo canoso entrado en años, sino como la fuerza de la naturaleza que es: el viento arrebatador que sopla de espaldas empuja a la joven a la naturaleza.

viernes, 15 de julio de 2022

El mito de las edades y el progreso

 Edad de Oro:


    En el libro primero de las Metamorfosis, versos 89-150, recoge Ovidio el mito de las edades, que había tomado del poeta griego Hesíodo, según el cual la historia de la humanidad no avanza en un sentido de progreso hacia mejoría, sino en una degeneración caracterizada por su progresivo, nunca mejor dicho, empeoramiento.
 
    La Edad de Oro no se caracteriza porque haya maravillas que ahora no hay, sino porque no hay todavía en el mundo las realidades que mueven a espanto, como la economía de los mercados –curiosamente en la Edad de Oro el oro no era un valor de cambio, porque no existe el dinero todavía-, las guerras y las políticas que las justifican, los gobiernos ni los Estados. Tampoco existen los jueces ni las leyes, porque hay Justicia y no hace falta por lo tanto que existan tribunales que dictaminen lo que es justo y lo que no... Es decir, la Edad de Oro es una Arcadia idílica donde no existen gobiernos, ejércitos ni trabajo asalariado. No se ha inventado la navegación, por lo que no se ha iniciado el comercio. Se trata de un paraíso terrenal en el que reina Saturno, es decir, la anarquía.
 
  De oro la edad se creó la primera, la cual, sin mandarlo
nadie, sin ley, cultivaba el deber y el bien de su grado. 
Miedo y castigo no había ni en bronce decretos grabados
se promulgaban tremendos ni el pueblo temía, postrado
voz de su juez, sino que eran a salvo sin un mandatario.
Pino talado no había aún de sus montes bajado
ni uno a las olas marinas a ver el mundo a lo largo, 
ni otras costas ajenas sabían los seres humanos. 
No todavía ceñía ciudades un foso escarpado, 
no broncirrecto clarín ni corneta de bronce curvado
hubo, no cascos ni espadas: sin necesidad de soldados
iban las gentes viviendo la cómoda paz a resguardo.
Todo lo daba la tierra también de balde, y sin rastro
de un azadón, por sí misma, ni herida de reja de arado, 
y es que, pagados con frutos nacidos sin nadie plantarlos,
bayas de arbusto cogían y fresas silvestres del campo,
guindas y moras en los espinosos zarzales colgando, 
y las bellotas caídas del árbol de Júpiter ancho. 
Era sin fin primavera y mecían los céfiros plácidos
flores nacidas sin siembra con brisas de aire templado; 
luego la tierra ofrecía su fruto además sin trabajo, 
y encanecía la mies sin barbecho de espigas y granos: 
ríos ya iban de leche, de néctar ya ríos manando, 
e iba en verde encina la rubia miel chorreando.

Edad de Plata

 
    La Edad de Plata es la edad de Júpiter, que se ha hecho con el poder destronando a Saturno, es una degeneración de la edad anterior que se caracteriza por la aparición de las cuatro estaciones. Se acabó la primavera idílica inicial y comienza su andadura el tiempo cronometrado de los ciclos de la naturaleza. Los seres humanos comienzan a resguardarse del cambio climático adquiriendo conciencia del clima en viviendas que en principio fueron grutas. Del mismo modo, comienza el trabajo con el desarrollo de la agricultura y de la ganadería que no eran necesarias en la etapa anterior.

Luego que el mundo, echando a Saturno al lóbrego Tártaro,
era de Júpiter, hubo la raza de plata llegado
que era más vil que la de oro, más noble que el bronce arrubiado.
Jove restó duración al vernal buen tiempo de antaño, 
y entre inviernos y estíos y otoños desigualados
y una fugaz primavera, partió en cuatro tramos el año.
Pronto entonces el aire ardió, del fuego abrasado, 
tórrido, y hielo quedó congelado del viento en carámbanos:
pronto entonces entraron en casas: fueron los antros
casas, matas espesas, follaje a corteza enlazado; 
fueron pronto entonces semillas de Ceres en largos
surcos sembradas, y uncidos al yugo los bueyes bramaron. 

 Edades de Bronce y de Hierro


La Edad de Bronce se caracteriza por la aparición de las armas, y, por lo tanto, de la guerra hasta entonces inexistente.

Vino al cabo después, la tercera, la raza bronceña, 
más de carácter atroz y pronta a las armas horrendas,
 no aún criminal:

    Finalmente hace su aparición la Edad de Hierro, que es la peor de todas y que es, huelga decirlo, la nuestra. Aparecen ahora todos los males que conocemos: la propiedad privada, la sangre, la mentira, el arte de la navegación y el comercio, la división de la tierra, y el dinero que lo pone todo en venta, a las cosas y a las personas, cosificándolas. Como consecuencia de la aparición del dinero, la Justicia, representada como una doncella que hasta entonces había reinado en la Tierra, huye de este mundo y se convierte mediante un catasterismo en una constelación sideral: Virgo.

...de hierro durísimo es la postrera. 
Pronto irrumpió en la edad más vil de la férrea vena
 todo mal, y huyeron deber, verdad y vergüenza;
 y en su lugar surgieron engaños, estratagemas, 
trampas, sangre y afán criminal de bienes y hacienda. 
Velas echaban al viento, sin que el marinero supiera
 de él, y las quillas que habían crecido siempre en cimeras
 cumbres saltaron en olas de desconocidas mareas.
 Y, antes común como luz del sol y el aire, la tierra
 la dividió agrimensor sagaz con larga lindera.
 No le exigían tan sólo al rico terruño cosecha
 y el merecido alimento, sino que en su entraña se adentran
 y esos tesoros que había guardado y metido en sus negras
 minas profundas, botín de malvados, ya desentierran;
 y hubo surgido el vil hierro, y peor, el oro, que en venta
 pone: surgió la que lucha con uno y con otro, la guerra,
 y hace blandir las armas fragosas con mano sangrienta.
 Viven a saco: ni fía el huésped de aquél que lo hospeda,
 ni suegro de yerno, y es rara también la avenencia fraterna.
 Trama el fin de su esposa el marido, del cónyuge aquella:
 mezclan venenos amortajadores madrastras siniestras; 
antes de tiempo el hijo la edad pregunta paterna.
 Yace vencida Piedad, y abandona la Virgen, postrera
 diosa, la tierra manchada de sangre, y se vuelve sidérea.

   Desaparece la justicia de la faz del mundo cuando se impone paradójicamente la Justicia, es decir el poder judicial con sus tribunales  que dictaminan lo que es justo y lo que no, y con sus penas de privación de libertad que nos hacen creer a los que estamos fuera de los centros penitenciarios que, por contraposición a los reclusos, somos libres.
 
      Que este paraíso no exista ni haya existido nunca en la realidad no significa que no pueda haberlo. La Edad de Oro no se da en ningún lugar concreto como Mesopotamia entre el Tigris y el Éufrates (pero puede darse en cualquiera, sin embargo, por ejemplo aquí mismo, no importa dónde) ni en ningún tiempo (ni pasado, como creen los primitivistas y los antropólogos, que siempre encuentran alguna tribu que se había librado del progreso hasta el momento de su descubrimiento, y como sugiere el propio mito, que parece situarse en una idílica pre-historia y se desarrolla cronológicamente, ni futuro, como el Cielo de los cristianos o el edén islámico de las virginales huríes, ni presente tampoco (pero sí puede darse ahora mismo; aquí y ahora, por lo tanto, es posible que se dé con tal de que haya olvido de la realidad, que es lo que existe). 
     
 
Tomo como ilustración de los versos de Ovidio tres imágenes del artista alemán del siglo XVII, Johann Wilhelm Bauer, que dibujó 150 escenas de las Metamorfosis, con una breve descripción en latín y en alemán cada una. 

martes, 1 de marzo de 2022

'La Trasformación' de Kafka

    Discutíamos el otro día en tertulia sobre la traducción de Die Verwandlung de Franz Kafka. En opinión de algunos críticos como Jordi Llovet, debería haberse sido “La Trasformación” (él escribe 'traNsformación'), y no “La Metamorfosis” como parece que ha quedado definitivamente. La discusión surgió a propósito del artículo de Ignacio Vidal Folch, publicado en El País el 28 de septiembre de 1988 titulado precisamente que un tertuliano sacó a relucir “La metamorfosis” fue mal traducida, donde se critica la mala costumbre de traducir al español a escritores alemanes según traducciones existentes en otras lenguas más asequibles, inglesas o francesas, y no directamente del alemán. 
 
 
    Al parecer Borges, que hizo una versión de la obra al castellano, también pensaba que debía haberse titulado “La TraNsformación”, aunque su editor prefirió mantener “La Metamorfosis”. Kafka, en efecto, pudo haber titulado su narración Die Metamorphose, que es palabra culta de raíz griega de la que también dispone la lengua alemana en la que escribe, pero prefirió Die Verwandlung, que es vocablo del más corriente alemán.

    La palabra alemana “Verwandlung”, cuyo campo semántico es el cambio en el sentido de mutación, puede traducirse tanto por "trasformación", que tiene un significado más genérico, como por "metamorfosis", que apunta por un lado al lenguaje de la mitología clásica, pensemos en Las metamorfosis de Ovidio, por ejemplo, y por el otro al de la zoología, como en el caso de la mutación del renacuajo en rana o de la oruga en mariposa.

   Quizá sea La Trasformación mejor traducción que La Metamorfosis, por ese valor genérico que tiene en castellano la palabra latina transformatio pero en todo caso no deja de ser una discusión un tanto bizantina de esas a las que se entregan los tertulianos ociosos cuando no tienen otra cosa mejor que discutir. Si la palabra alemana significa ambas cosas, la elección a la hora de traducir es una cuestión meramente literaria o de preferencia personal. Y ya se sabe que traduttore, traditore, como dicen los italianos, o sea que todo traductor a la hora de hacer una traducción comete, muy a su pesar, una traición. 

Ilustración de José Hernández para La Metamorfosis
 

    A mí personalmente me gusta más "La trasformación" como traducción de "die Verwandlung", porque me parece una palabra más nuestra, más trasparente, más de andar por casa, ya que es un término patrimonial castellano, mientras que "metamorfosis" es una palabra culta, un helenismo del ámbito de la zología y la mitología clásica. Pero es una cuetión de gusto personal. 

    De todas formas, se quedará para siempre, me temo, con el título de "La metamorfosis" porque la primera versión española del relato en la célebre Revista de Occidente eligió esa traducción, evocando así "Las metamorfosis" de Ovidio, un poema didáctico que tiene muchísima solera literaria sobre trasformaciones mitológicas de personajes legendarios  como, por ejemplo, la de Narciso, un joven muy bello que se enamora de su propia imagen reflejada en un lago y cuando va a besarla se precipita al agua y se ahoga, trasformándose en un narciso, la flor que crece junto a los estanques. O la de Aracné, más cercana de la narración kafkiana, de la joven que castigada por la diosa Minerva por su soberbia desafiante, se convirtió en araña, encogiéndosele brazos y piernas y alargándosele los dedos a la vez que se hinchaba su cuerpo y quedaba recubierto por una capa de pelo corto y negro, condeanda a vivir colgada de un hilo toda su vida prisionera de la telaraña que ella misma tejería. Por seguir la tradición este título ovidiano se ha mantenido hasta la fecha.


    La primera frase de la novela de Kafka acaba precisamente utilizando el verbo verwandln, de donde deriva el sustantivo que da título a la novela: Als Gregor Samsa eines Morgens aus unruhigen Träumen erwachte, fand er sich in seinem Bett zu einem ungeheuren Ungeziefer verwandeltEn la versión de Jorge Luis Borges se traduce por 'convertir': Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto. Una traducción más literal es la de Carlos Fortea (editorial Octaedro): Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de una noche llena de sueños inquietos, se encontró en su cama, convertido en un bicho monstruoso. (Nótese la diferencia entre el "monstruoso insecto" de Borges y el "bicho monstruoso" de Fortea para ungeheuren Ungeziefer.)

    Según Joseph Gabel, el protagonista de la novela, Gregor o Gregorio Samsa, como se prefiera, que sabe que es hombre, y a quien sus semejantes rechazan como a una mala bestia, diríamos nosotros, es el símbolo trasparente del judío en busca de asimilación. Pero quizá no haga falta ir tan lejos en las interpretaciones. ¿Acaso no nos hemos sentido todos alguna vez, como el protagonista de la narración kafkiana, un 'bicho raro'?

viernes, 23 de julio de 2021

Policía por doquier, justicia por ningún lado

    Había publicado yo el otro día una fotografía, no mía sino tomada de la Red, cuyo origen desconozco, de una pintada mural que me hacía cierta gracia, despertando mi simpatía por lo acertado de su formulación, que decía: “Policía en todos los sitios. Justicia en ninguna parte”, y había puesto yo debajo el siguiente pie como comentario de mi cosecha: “Una pintada popular”. 

Versión inglesa de Bansky: Police everywhere, justice nowhere.
 

    Un lector anónimo de El Arcón me escribe y me dice que aunque es un eslogan que se oye mucho en las manifestaciones callejeras y se ve en muchas pintadas no es una frase popular, sino que es una cita del escritor francés Víctor Hugo, que pronunció el día 17 de julio de 1871 ante la Asamblea legislativa francesa, como diputado que era, oponiéndose al proyecto de ley constitucional que permitía al presidente Bonaparte permanecer en el poder.

    Agradezco la información, y compruebo la cita. Me gusta comprobar la exactitud de las citas porque hay mucha falsa atribución en la Red. Efectivamente. Las palabras exactas de Hugo, como consta en las actas, fueron: Toutes nos libertés prises au piège l’une après l’autre… la presse traquée, le jury trié, pas assez de justice et beaucoup trop de police.  Que podemos traducir como: Todas nuestras libertades atrapadas una tras otra... la prensa acosada, el jurado seleccionado, poca (o insuficiente) justicia y demasiada policía.

    Efectivamente, no es una frase popular, ni viene de mayo del 68, como sospechaba yo, ni tampoco una ocurrencia personal de Bansky, sino que es mucho más antigua. Su origen es la pluma de un escritor decimonónico francés, que actuaba como político profesional. Pero no doy mi brazo a torcer, como se suele decir, y sigo afirmando que no por ello deja de ser una frase popular, que cualquiera del pueblo puede sentir y hacer suya por el  descubrimiento de la mentira que conlleva, y que la mitología clásica ha reformulado de otras maneras, haciéndose eco también del común sentido de la gente.  


     Me refiero al mito de las Edades, tal como lo plantea, por ejemplo, Ovidio en las Metamorfosis, haciéndose eco de Hesíodo en la Teogonía. Tras la Edad de Oro, que corresponde al paraíso o jardín del Edén, en que no existían la propiedad privada ni el dinero, ni por lo tanto la sociedad de consumo que consume a los consumidores, valga la redundancia, ni la guerra ni la enfermedad ni la muerte, y en la tierra reinaba la justicia, vinieron la Edad de Plata, la de Bronce y la actual, la peor de todas, que es la de Hierro, que se caracterizan precisamente por la aparición paulatina de todas esas pestes y de la mayor de todas: el tiempo cronometrado y convertido por la alquimia en oro, es decir, en dinero: time is money.

    Dice el poeta Ovidio: De oro la edad se creó la primera, la cual, sin mandarlo / nadie, sin ley, cultivaba el deber y el bien de su grado. / Miedo y castigo no había, ni en bronce decretos grabados / se promulgaban tremendo ni el pueblo temía, postrado, / voz de su juez, sino que eran a salvo sin un mandatario. (Metamorfosis, Libro I vv. 89-93).

 

En el Paraíso, Max Švabinský (1918)

   La Edad de Oro no se caracterizaba porque hubiese cosas maravillosas que no hay ahora, sino porque no han hecho su aparición todavía en el mundo las realidades horribles que mueven a espanto, como la guerra y la política o la religión que la justifica, el tiempo cronometrado, con la imposición del futuro, que es la muerte, los gobiernos ni los Estados, ni el trabajo asalariado y la economía del mercado. Curiosamente en la Edad áurea el oro, pese a su nombre, no es un valor de cambio, porque no existe el dinero.

    La degeneración paulatina de la humanidad -en contra de la idea del progreso- nos ha conducido a la actual Edad de Hierro, donde lo más característico, aparte de la presencia de todos esos males citados, es la ausencia de la Virgen, Dice, Dicea (Δίκη Díke, “justicia” en griego), la personificación de la justicia en el mundo de los hombres. Según la Teogonía de Hesíodo era una de las Horas, hija de Zeus y de Temis. Mientras que Temis, su madre, representaba la justicia divina, Dice, como queda dicho, encarna la justicia humana. Según Hesíodo vigilaba los actos de los hombres y se lamentaba ante Zeus cada vez que un juez violaba la justicia: Y ella está, la virgen, de Zeus nacida, Justicia, / biengloriosa y honrada de los que están en Olimpo; / conque, en cuanto que uno la hiere en tuerto denuesto, / luégo echada a los pies de su padre Zeus el de Crono / grita la mala fe de los hombres, hasta que el pueblo / pague la malosadía de jueces que en negras ideas / juicios a mala parte desvían en tuerta sentencia. (Hesíodo, Trabajos y Días, vv. 256-262. traduc. A. García Calvo).

    Según el mito, Dice, vivió sobre la tierra durante la Edad de Oro y la Edad de Plata, pero con la introducción del Tiempo y de la degeneración, Dice enfermó y durante la Edad de Bronce abandonó definitivamente la Tierra, ascendiendo a los cielos, por lo que Ovidio la denomina Astrea, la Astral o Sideral, donde formó la constelación de Virgo, la Virgen, en un anticipo, se me ocurre pensar, de la ascensión a los Cielos o Asunción de la Virgen María dentro del cristianismo, mientras que la balanza que llevaba en sus manos se convirtió en la cercana constelación de Libra. ​ 

 

     En definitiva, nos encontramos con que la la Dice griega, la Iustitia latina, nuestra Justicia brilla por su ausencia en la Tierra según la leyenda, lo que concuerda con el sentir popular de que no hay justicia, pese a la existencia de los tribunales y ministerios de Justicia, que han usurpado su nombre para camuflar la injusticia esencial del sistema, y pese a la creación de la policía judicial y de la policía en general para el sostenimiento y mantención del status quo.

    Volviendo a la frase inicial: policía por doquier, justicia en ningún lado. Es una frase popular que, la haya dicho quien la haya dicho, responde a lo que en un determinado momento podemos sentir y expresar todos y cada uno de nosotros.

jueves, 15 de octubre de 2020

SPECVLVM MENDAX

El adjetivo latino MENDAX -ACIS, derivado de MENDVM y/o MENDA “defecto, falta, error”, significa en principio “que tiene defectos, defectuoso”, y por restricción del significado “embustero, es decir, que no dice la verdad, por ejemplo en la expresión “speculum mendax” de Ovidio, el espejo mentiroso. Tenemos en castellano el derivado culto “mendaz”, que la Academia define escuetamente como “mentiroso”. Relacionados con esta raíz están los compuestos enmendar, remendar/remiendo, y también mendigo.

Veamos el contexto en que aparece la expresión ovidiana. Está en Tristia III, 7, vv. 33-38, tres parejas de dísticos elegíacos de hexámetro y pentámetro dactílicos que hablan sobre la llegada de la vejez y la pérdida de la hermosura: ista decens facies longis uitiabitur annis, / rugaque in antiqua fronte senilis erit, / inicietque manum formae damnosa senectus, / quae strepitum passu non faciente uenit; / cumque aliquis dicet fuit haec formosa dolebis, / et speculum mendax esse querere tuum.

Me atrevo a traducirlos en versión rítmica castellana aproximada así: Ese tu rostro gentil se ajará al correr de los años / y una arruga saldrá a noble tu frente, senil, / y meterá mano ya a tu belleza vejez perniciosa, / que se acerca con un paso que no oyes venir; / y sufrirás cuando alguien afirme “¡qué guapa era!” / y has de quejarte de que es falso el espejo que ves. 

El espejo falso, R. Magritte (1828)

¿Por qué califica el poeta de falso al espejo? La respuesta es simple: porque lo que dice, la realidad que enuncia, es falsa, siendo con todo real. La arruga que le ha salido en la frente a la joven hermosa es real como ella misma, como le muestra el espejo; pero algo le dice en su interior que ella, la joven que un día fue hermosa y ya no lo es, no es tampoco la imagen que muestra el espejo, la realidad.

Esto me recuerda a un poema de Karmelo C. Irribaren (1959- ) titulado "Los espejos", que contrapone el espejo doméstico propio, que nos dice lo que queremos oír, y por lo tanto miente, con los otros espejos, los espejos públicos, que nos dicen la verdad. 

 
En la Oda de Horacio (IV, 10), que es su tributo a la lírica pederástica alejandrina, dedicada a un tal Ligurino, aparece también el tema del espejo. El muchacho ve que la flor de la edad se aja y marchita, y no se reconoce en el espejo, viendo a otro en él, literalmente: o crudelis adhuc et Veneris muneribus potens, / insperata tuae cum ueniet pluma superbiae / et, quae nunc umeris inuolitant, deciderint comae, / nunc et qui color est puniceae flore prior rosae / mutatus Ligurinum in faciem uerterit hispidam, / dices “heu,” quotiens te speculo uideris alterum, / “quae mens est hodie, cur eadem non puero fuit, / uel cur his animis incolumes non redeunt genae?”

Dice más o menos así en nuestra lengua e idéntico esquema rítmico de asclepiadeos mayores: ¡Oh hasta ahora crüel y en el amor dueño de gracias mil, / cuando sin esperar salga el primer bozo a tu presunción / y caído el mechón se haya, a volar que echa en tus hombros hoy, / y el color que hoy es más puro que flor púrpura de un rosal, / Ligurino la faz te haya, al mudar, vuelto rugosa, “ay” / al espejo dirás viéndote tú otro que no eres tú: / “¿Por qué no tuve yo, siendo chaval, el pensamiento de hoy? / ¿Por qué tersa la piel no vuelve a ser con lo que siento yo?”

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Aumento, augurio y augusto.

Dos dísticos elegíacos de Ovidio, incluidos en el libro primero de los Fastos, versos 609-612, nos aportan una interesante relación etimológica entre los términos latinos augustus -a -um, augurium y el verbo augere, que es el origen de nuestro “aumentar”.

Así dicen los versos en versión original: sancta uocant augusta patres, augusta uocantur / templa sacerdotum rite dicata manu; / huius et augurium dependet origine uerbi, / et quodcumque sua Iuppiter auget ope.

Que podemos traducir rítmicamente más o menos así: Llama el patricio “augusto” a lo santo, y el templo que mano / sacerdotal consagró llámase augusto también; / tiene el “augurio” también su origen en esta palabra, / y lo que con su poder Júpiter hace aumentar.

La raíz indoeuropea *aug- la hallamos en el verbo augere que propiamente significa crecer y hacer crecer; con el sufijo de agente masculino -tor, se forma *aug-tor, que evoluciona a auc-tor, el que hace que algo crezca, de donde derivan nuestro autor, autoría, autoridad, autoritario, autoritarismo, etc. Sobre este auctor con el significado añadido de “garante” y “vendedor” se formaría en latín vulgar *auctoricare, que explica nuestro otorgar.

Al verbo augere en latín tardío se le añadió el sufijo -ment- y se convirtió en augmentare, de donde procede nuestro aumentar, y el francés augmenter.

Señala también Ovidio en sus versos el término augurium, que por la vía culta conservamos en castellano como augurio, y que por evolución oral desembocó en agüero y agorero. Es probable que el saludo vascuence agur derive también de este término. El augurio era la observación e interpretación de los presagios que hacía el augur, lo que en latín se decía augurare, de donde proceden nuestro vulgar agorar y el culto augurar y su compuesto inaugurar.

 

Finalmente llegamos al adjetivo augustus -a -um, que significaba consagrado por los augurios y emprendido con augurios favorables, por lo que acabó siendo sinónimo de santo, venerable, majestuoso... Y fue el título que el senado le dio a Octaviano, por lo que se convirtió en un nombre propio que escribimos con inicial mayúscula, Augusto, origen también de otro nombre, el de san Agustín,  y que fue el nombre que recibió un mes del año en honor del emperador: agosto.

miércoles, 8 de julio de 2020

Polémico Ovidio

Estos versos, tomados del Ars amatoria o Arte de amar, libro I, 673-680, del poeta Publio Ovidio Nasón, son sin duda polémicos: uim licet appelles: grata est uis ita puellis; /  quod iuuat, inuitae saepe dedisse volunt. / quaecumque est Veneris subita uiolata rapina, / gaudet, et inprobitas muneris instar habet. at quae, cum posset cogi, non tacta recessit, / ut simulet uoltu gaudia, tristis erit. / uim passa est Phoebe, uis est allata sorori; / et gratus raptae raptor uterque fuit. Aunque lo llames violencia, a ellas les va esa violencia. / Quieren darse a pesar suyo a menudo a placer. /  Toda mujer violada en un pasional arrebato goza, / y tal vejación tiene el cariz del favor. / Mas la que pudo haber sido forzada e intacta saliera, / aunque simule en su faz gozo, se entristecerá. / Febe violencia sufrió, violencia se le hizo a su hermana; / uno y otro raptor grato a su víctima fue.   (Alude el poeta aquí a Febe e Hilaíra, las hijas de Leucipo, que fueron raptadas y forzadas por sus primos los Dioscuros, los hijos de Zeus y de Leda,  Cástor y Pólux).   

La traducción en prosa de  Vicente Cristóbal López publicada por Gredos dice así:  "Aunque le des el nombre de violencia: a las mujeres les gusta esa clase de violencia; lo que les produce placer, desean darlo muchas veces obligadas por la fuerza. Todas se alegran de haber sido violadas en un arrebato imprevisto de pasión y consideran como un regalo esa desvergüenza. Por el contrario la que, pudiendo haber sido forzada, se retira intacta, aunque finja alegría en su rostro, estará triste. Febe sufrió violencia y violencia le fue hecha a su hermana, pero ambos violadores resultaron del agrado de las violadas". 

Rapto de las hijas de Leucipo, Peter Paul Rubens (1616)

Según Ovidio en esos cuatro dísticos elegíacos toda mujer que ha sido forzada en un pasional arrebato, o, literalmente, en “súbito rapto de Venus”, como dice él, donde la mención de la diosa alude a la pasión sexual o afrodisíaca que infunde, experimenta placer -gaudet, goza-, y siente la vejación (inprobitas, en latín, con la negación in- incorporada, es decir, la falta de bondad, el deshonor o la deshonra que se le ha infligido) como si se le hiciera un favor, a modo de regalo u homenaje. Y la que pudiendo haber sido violada no lo fue, aunque finja alegría, estará triste en el fondo de su alma. En el primer verso deja claro que esa violencia les es grata a las mujeres: "grata est uis ita puellis".

Pero es aquí donde se produce un conflicto: por un lado se dice que la víctima de la violación goza físicamente, y por otro lado se califica esa violación, ese rapto de Venus -que conlleva violencia del violador y sumisión de la víctima- como una in-probitas, es decir, una deshonra, un hecho moralmente reprobable. 

¿Está justificando Ovidio la violación de la mujer? ¿El hecho de que la mujer forzada goce justifica moralmente la violación? Hay algo más importante que el goce físico, que es la "probitas", la moralidad que lo censura como severo juez y lo califica de inmoral. El goce no justifica la violación, cuando ese disfrute puede ser muchísimo más gozoso si no es arrebatado, y no media la violencia. 

El rapto de las sabinas, Picasso (1963)

Se trata, efectivamente, de un caso ejemplar, un tanto extremo, si se quiere, pero revelador del horror que esconde la normalidad: todos somos víctimas de un sistema que nos obliga a negar el placer y a trabajar, por ejemplo, para ganarnos la vida, entrando por el aro del orden establecido como fierecillas domadas, reprimiendo nuestros deseos, cosa que solemos hacer de dos maneras: aceptando sin rechistar la realidad, e incluso hallando cierto gozo masoquista en la sumisión, o rebelarnos contra ella. Pero tanto en uno como en otro caso la violación, la violencia ejecutora del Poder es intolerable, y nuestra sumisión no la legitima. 

En 1925, Sigmund Freud publica un artículo títulado «La negación», “Die Verneinigung” en la lengua de Goethe, donde plantea una tesis sencilla: «La negación», afirma Freud, «es una forma de alzar constancia de lo reprimido». Es decir que si la mujer dice que no quiere, eso no significa que no lo desee, sino que, secretamente está deseándolo. Todo «no» es, de algún modo, un «sí». Y a la inversa. En cada «sí» que pronunciamos, hay un «no» protectoramente camuflado.

¿Qué les sucedió a Febe y a Hilaíra, las hijas de Leucipo, después de raptadas por los gemelos? Pues que se enamoraron -amor caecus est- de sus primos Cástor y Pólux. Esta actitud de “amistad con el agresor” tiene sin duda algo que ver con el llamado síndrome de Estocolmo del que hablan los curanderos de almas, en el que la víctima del secuestro acaba comprendiendo, perdonando y aun queriendo a su secuestrador.