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sábado, 27 de agosto de 2022

Los hijos metálicos de la tierra (y 2)

    El mito de los hijos metálicos de la tierra es el ejemplo ilustre de mentira noble, dentro de lo noble y bienintencionada que pueda ser una mentira, que Platón hace decir a Sócrates. Aparece hacia el final del libro tercero de la República (414b-c-d-e y 415) y se presenta como un cuento fenicio, es decir extranjero y de alguna manera bárbaro. Podría recordar muy vagamente, como se verá, a la leyenda de Cadmo, fenicio él mismo y fundador de Tebas, que, después de haber dado muerte al dragón que asolaba la comarca, sembró los dientes del monstruo en la tierra, y de esa simiente nacieron luego del seno de la tierra los 'espartos' (sembrados en griego), hombres adultos y armados.
 
    La leyenda de los hijos metálicos de la tierra justifica el concepto de autoctonía (αὐτόχθων autóchthon, en griego nacido de la tierra), cuya intención es fomentar la solidaridad patriótica o nacional entre las distintas clases o estamentos sociales, ya que todas son oriundas de la tierra en primera instancia. Todos, viene a decirnos el Sócrates de Platón, somos hijos de la tierra bien directa- o indirectamente, que moldeó y crió en su seno a nuestros primeros padres, y que, una vez formados, los dio a luz, por lo que ella es de una u otra forma nuestra madre y nodriza.
 
    

    Se afianza así el mito de la madre tierra o madre patria o más propiamente matria, que diría don Miguel de Unamuno antes que nuestros feministas, que estamos obligados a defender por ser nuestra progenitora, como estamos obligados a defender a nuestros congéneres, porque son nuestros hermanos. Sin embargo, no somos todos iguales, pese al origen común y a nuestra hermandad, porque hay una diferencia considerable en la formación de nuestra alma o, si se prefiere, de nuestra personalidad.     
 
    El dios o genio divino que nos ha creado ha utilizado diversos metales a la hora de fraguar nuestra identidad personal: oro a los que van a ser los Guardianes o gobernantes, filósofos capacitados para el ejercicio del poder, porque son los más valiosos, plata a los Auxiliares o soldados y policías, que van a ser los perros guardianes propiamente dichos del orden establecido tanto interior como exterior, y bronce y hierro a los Artesanos y a los Labradores, que son los más y los de menos valer.
Platón, John Holbo
 
    Lo normal es que cada cual engendre un hijo de su misma condición, a su imagen y semejanza, como dice nuestra paremia: de tal palo, tal astilla, o el clásico en latín: qualis pater, talis filius. Pero puede darse el caso de que de alguien de oro nazca un hijo de plata, y viceversa, y de modo análogo en los restantes casos. El dios o genio divino en estos casos ordena a los gobernantes que presten atención a su prole a fin de ver cuál es la mezcla preponderante en la formación de su alma. Si los descendientes de los gobernantes áureos nacen con mezcla de bronce o de hierro, no pueden llegar a gobernar como sus mayores. Estos no deben tener ningún miramiento ni compasión hacia sus hijos a la hora de educarlos dentro del gremio de los artesanos o de los labradores. Si de estos últimos naciera alguien, una vez tasado su valor, con algo de oro o de plata en su alma, debería ser promovido al rango de Auxiliar, pero nunca al de Guardián o gobernante, porque hay un oráculo que dice que el Estado sucumbirá si lo gobierna un Guardián con algo de hierro o de bronce.
 
 
 Mito de los metales, John Holbo
 
    Esta historia entronca directamente, con Hesíodo, en concreto con el mito de las edades de oro, de plata, de bronce y de hierro que este aplicaba a las diversas etapas para explicar el progreso degenerado de la humanidad (Trabajos y días, vv. 109-201) y el simbolismo de los metales relacionado con el valor de los hombres. Lo curioso de la utilización que hace Platón de este simbolismo es que los metales forman tanto las almas individuales como las clases sociales y que las barreras entre las clases o castas sociales no son infranqueables, sino que puede haber, como hemos visto, promoción o degradación de individuos según la composición de su alma.
 
    El objetivo de este mito queda claro enseguida: aceptar la jerarquía existente. Se trata de una mentira útil para el sostenimiento del orden establecido o status quo. La mentira útil es como un fármaco o medicamento que sólo pueden administrar los médicos, en nuestro caso los Guardianes o gobernantes. 
 
    Los Auxiliares de la Ciudad, es decir, las Fuerzas de Orden Público que se decía antaño y ahora Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado se encargarán, como diría Platón, de “reprimir mejor a las gentes de dentro, si alguien rehúsa obedecer a las leyes” y las Fuerzas Armadas de “defenderse contra los de fuera, si el enemigo viene como un lobo a echarse sobre el rebaño”, siempre a las órdenes de los Guardianes o dorados gobernantes.

viernes, 23 de julio de 2021

Policía por doquier, justicia por ningún lado

    Había publicado yo el otro día una fotografía, no mía sino tomada de la Red, cuyo origen desconozco, de una pintada mural que me hacía cierta gracia, despertando mi simpatía por lo acertado de su formulación, que decía: “Policía en todos los sitios. Justicia en ninguna parte”, y había puesto yo debajo el siguiente pie como comentario de mi cosecha: “Una pintada popular”. 

Versión inglesa de Bansky: Police everywhere, justice nowhere.
 

    Un lector anónimo de El Arcón me escribe y me dice que aunque es un eslogan que se oye mucho en las manifestaciones callejeras y se ve en muchas pintadas no es una frase popular, sino que es una cita del escritor francés Víctor Hugo, que pronunció el día 17 de julio de 1871 ante la Asamblea legislativa francesa, como diputado que era, oponiéndose al proyecto de ley constitucional que permitía al presidente Bonaparte permanecer en el poder.

    Agradezco la información, y compruebo la cita. Me gusta comprobar la exactitud de las citas porque hay mucha falsa atribución en la Red. Efectivamente. Las palabras exactas de Hugo, como consta en las actas, fueron: Toutes nos libertés prises au piège l’une après l’autre… la presse traquée, le jury trié, pas assez de justice et beaucoup trop de police.  Que podemos traducir como: Todas nuestras libertades atrapadas una tras otra... la prensa acosada, el jurado seleccionado, poca (o insuficiente) justicia y demasiada policía.

    Efectivamente, no es una frase popular, ni viene de mayo del 68, como sospechaba yo, ni tampoco una ocurrencia personal de Bansky, sino que es mucho más antigua. Su origen es la pluma de un escritor decimonónico francés, que actuaba como político profesional. Pero no doy mi brazo a torcer, como se suele decir, y sigo afirmando que no por ello deja de ser una frase popular, que cualquiera del pueblo puede sentir y hacer suya por el  descubrimiento de la mentira que conlleva, y que la mitología clásica ha reformulado de otras maneras, haciéndose eco también del común sentido de la gente.  


     Me refiero al mito de las Edades, tal como lo plantea, por ejemplo, Ovidio en las Metamorfosis, haciéndose eco de Hesíodo en la Teogonía. Tras la Edad de Oro, que corresponde al paraíso o jardín del Edén, en que no existían la propiedad privada ni el dinero, ni por lo tanto la sociedad de consumo que consume a los consumidores, valga la redundancia, ni la guerra ni la enfermedad ni la muerte, y en la tierra reinaba la justicia, vinieron la Edad de Plata, la de Bronce y la actual, la peor de todas, que es la de Hierro, que se caracterizan precisamente por la aparición paulatina de todas esas pestes y de la mayor de todas: el tiempo cronometrado y convertido por la alquimia en oro, es decir, en dinero: time is money.

    Dice el poeta Ovidio: De oro la edad se creó la primera, la cual, sin mandarlo / nadie, sin ley, cultivaba el deber y el bien de su grado. / Miedo y castigo no había, ni en bronce decretos grabados / se promulgaban tremendo ni el pueblo temía, postrado, / voz de su juez, sino que eran a salvo sin un mandatario. (Metamorfosis, Libro I vv. 89-93).

 

En el Paraíso, Max Švabinský (1918)

   La Edad de Oro no se caracterizaba porque hubiese cosas maravillosas que no hay ahora, sino porque no han hecho su aparición todavía en el mundo las realidades horribles que mueven a espanto, como la guerra y la política o la religión que la justifica, el tiempo cronometrado, con la imposición del futuro, que es la muerte, los gobiernos ni los Estados, ni el trabajo asalariado y la economía del mercado. Curiosamente en la Edad áurea el oro, pese a su nombre, no es un valor de cambio, porque no existe el dinero.

    La degeneración paulatina de la humanidad -en contra de la idea del progreso- nos ha conducido a la actual Edad de Hierro, donde lo más característico, aparte de la presencia de todos esos males citados, es la ausencia de la Virgen, Dice, Dicea (Δίκη Díke, “justicia” en griego), la personificación de la justicia en el mundo de los hombres. Según la Teogonía de Hesíodo era una de las Horas, hija de Zeus y de Temis. Mientras que Temis, su madre, representaba la justicia divina, Dice, como queda dicho, encarna la justicia humana. Según Hesíodo vigilaba los actos de los hombres y se lamentaba ante Zeus cada vez que un juez violaba la justicia: Y ella está, la virgen, de Zeus nacida, Justicia, / biengloriosa y honrada de los que están en Olimpo; / conque, en cuanto que uno la hiere en tuerto denuesto, / luégo echada a los pies de su padre Zeus el de Crono / grita la mala fe de los hombres, hasta que el pueblo / pague la malosadía de jueces que en negras ideas / juicios a mala parte desvían en tuerta sentencia. (Hesíodo, Trabajos y Días, vv. 256-262. traduc. A. García Calvo).

    Según el mito, Dice, vivió sobre la tierra durante la Edad de Oro y la Edad de Plata, pero con la introducción del Tiempo y de la degeneración, Dice enfermó y durante la Edad de Bronce abandonó definitivamente la Tierra, ascendiendo a los cielos, por lo que Ovidio la denomina Astrea, la Astral o Sideral, donde formó la constelación de Virgo, la Virgen, en un anticipo, se me ocurre pensar, de la ascensión a los Cielos o Asunción de la Virgen María dentro del cristianismo, mientras que la balanza que llevaba en sus manos se convirtió en la cercana constelación de Libra. ​ 

 

     En definitiva, nos encontramos con que la la Dice griega, la Iustitia latina, nuestra Justicia brilla por su ausencia en la Tierra según la leyenda, lo que concuerda con el sentir popular de que no hay justicia, pese a la existencia de los tribunales y ministerios de Justicia, que han usurpado su nombre para camuflar la injusticia esencial del sistema, y pese a la creación de la policía judicial y de la policía en general para el sostenimiento y mantención del status quo.

    Volviendo a la frase inicial: policía por doquier, justicia en ningún lado. Es una frase popular que, la haya dicho quien la haya dicho, responde a lo que en un determinado momento podemos sentir y expresar todos y cada uno de nosotros.