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lunes, 11 de octubre de 2021

Añoranza de la paz del campo sin compraventa

    En la comedia de Aristófanes Los Acarnienses o Los carboneros Diceópolis, nombre parlante del protagonista, es decir nombre común ascendido a la categoría de Nombre Propio, que podemos traducir, por Buenciudadano o Buenvecino, como hace Agustín García Calvo en su versión, se dirige al público en el monólogo del exordio desolado porque es el primero en llegar a la Asamblea donde se va a tratar el tema de la guerra que asola la ciudad y no hay nadie todavía. Maldice la ciudad y añora su pueblo acaba de llegar evocando la Edad de Oro primigenia, típica de su pueblo de Acarna, el más vasto de los municipios de la región griega del Ática, del que ha tenido que salir huyendo para refugiarse entre los muros de la ciudad. No hay nadie en la Asamblea, pero no dejan de oírse los gritos de los mercaderes del ágora de Atenas que instan a los viandantes a comprar, comprar y comprar. Echa de menos el silencio de Acarna, donde el aprovisionamiento de los bienes de consumo no estaba subordinado a las reglas de compraventa del mercado, y añora un mundo mejor, libre de la guerra y del tráfago comercial. Son los versos 28-36, que Agustín García Calvo traduce así en su versión rítmica:

Oh país, país.

Y yo el primero siempre a la Asamblea vengo

del pueblo, aquí me siento, y viéndome aquí solo,

suspiro, me desperezo, bostezo, pedorreo,

en la arena escribo, arranco pelos, echo cuentas,

mirando allá hacia el campo, en amores de la paz,

en odio de la ciudad, añorando aquel mi pueblo,

que nunca oyó pregón de “¡Compren el carbón!”

ni “Aceite” ni “Vinagre”, ni de comprar sabía,

sino que él de todo daba, y ¡fuera intermediarios!

 

 

 

     He aquí el texto original en griego antiguo, sobre el que destaco en negrita algunas palabras que son importantes por su trascendencia etimológica, es decir, porque seguimos usándolas todavía en las lenguas modernas formando parte de muchas de nuestras palabras derivadas de ellas, y seguimos hablando griego sin ser conscientes de ello:

πόλις πόλις.

ἐγὼ δ᾽ ἀεὶ πρώτιστος εἰς ἐκκλησίαν
νοστῶν κάθημαι· κᾆτ᾽ ἐπειδὰν ὦ μόνος,
  στένω κέχηνα σκορδινῶμαι πέρδομαι,
ἀπορῶ γράφω παρατίλλομαι λογίζομαι,
ἀποβλέπων ἐς τὸν ἀγρὸν εἰρήνης ἐρῶν,
στυγῶν μὲν ἄστυ τὸν δ᾽ ἐμὸν δῆμον ποθῶν,
ὃς οὐδεπώποτ᾽ εἶπεν, ἄνθρακας πρίω,
 οὐκ ὄξος οὐκ ἔλαιον, οὐδ᾽ ᾔδει ‘πρίω,’
ἀλλ᾽ αὐτὸς ἔφερε πάντα χὠ πρίων ἀπῆν.

   En la traducción en prosa del llorado Luis Gil Fernández, recientemente fallecido, resuenan así los mismos versos: ¡Oh ciudad! ¡Oh ciudad! Yo, sin embargo, llego siempre antes que nadie a la asamblea y me siento. Luego, aburrido de estar solo, suspiro, bostezo, me estiro, me peo, no sé qué hacer, dibujo en el suelo, me arranco pelos, hago mis cuentas, con la mirada puesta en mi tierra, deseoso de paz, aborreciendo la ciudad, añorando mi pueblo, que jamás pregonó “compra carbones”, ni “compra vinagre, ni “compra aceite”, y ni siquiera conocía eso de “compra”, pues por sí mismo producía de todo y no había allí quien te aserrara el oído diciendo “compra”.

 

    Encontramos en el texto que Aristófanes pone en boca del bueno de Diceópolis la doble dicotomía de la ciudad y el campo por un lado, y por el otro de la guerra y la paz: las primeras víctimas de la guerra fueron los ciudadanos forzados a abandonar sus tierras y a establecerse dentro de los muros de la ciudad. Diceópolis es un representante de estos campesinos urbanizados por causa de la guerra, lo que explica su añoranza del campo y de la paz. La idea de la conquista de la paz y del regreso al bienamado y añorado campo está aquí enfatizada por la alusión mítica a la Edad de Oro, en la que la tierra producía de suyo todos los bienes para la humanidad y no existía el trabajo, como la evocó Hesíodo en su obra Trabajos y Días cuando los hombres vivían igual que los dioses, sin preocupaciones, libres de esfuerzos y trabajos, y la tierra les ofrecía todos sus frutos sin tasa de balde.

viernes, 30 de julio de 2021

La Edad de Oro según Léo Ferré

    Con una economía admirable de palabras y bellísimas metáforas, el cantante Léo Ferré recreó el mito de la edad de oro en una canción de 1959 en lengua francesa que puede considerarse todo un clásico de la chanson, aunque no sea de las más conocidas suyas como Avec le temps, Les anarchistes, La vie d'artiste, Ni Dieu ni maître...

    El primer verso de cada pequeña estrofa comienza con un verbo en futuro: tendremos, y cada una se centra en una palabra: el pan, el vino, la sangre, lechos, frutos, picoazules -sea lo que sea lo que quiere sugerir “bec d'azur”-, el mar, el invierno, y finalmente el amor. La canción se cierra con un “je t'aime” que pondrá fin a todos los discursos, y con un deseo de que venga la Edad de Oro. Léo Ferré está evocando en esta canción la aurea aetas que soñaron los poetas antiguos desde Hesíodo a Ovidio, que llega hasta don Miguel de Cervantes y el inolvidable discurso de don Quijote ante los cabreros hablándoles de aquella edad legendaria en que no se habían inventando las palabras “mío” y “tuyo”.

    He aquí la letra original, y mi versión rítmica que convierte los pentasílabos agudos franceses en hexasílabos castellanos, pero conserva los heptasílabos. Es todo lo fiel que ha podido ser, aunque no mucho, porque a veces, para conservar la rima, hay que hacer alguna traición a la letra. 

 

LÉO FERRÉ L' Âge d'Or.

Nous aurons du pain, / doré comme les filles / sous les soleils d'or. / Nous aurons du vin, / de celui qui pétille / même quand il dort. / Nous aurons du sang / dedans nos veines blanches / et, le plus souvent, / Lundi sera Dimanche. / Mais notre âge alors / sera l'âge d'or. 

Nous aurons des lits / creusés comme des filles / dans le sable fin. /  Nous aurons des fruits, / les mêmes qu'on grappille / dans le champ voisin. / Nous aurons, bien sûr, / dedans nos maisons blêmes, / tous les becs d'azur / qui là-haut se promènent. / Mais notre âge alors, / sera l'âge d'or. 

Nous aurons la mer / à deux pas de l'étoile / les jours de grand vent. /  Nous aurons l'hiver / avec une cigale / dans ses cheveux blancs. /  Nous aurons l'amour / dedans tous nos problèmes / et tous les discours / finiront par "je t'aime". /  Vienne, vienne alors, / vienne l'âge d'or. 

 



Tendremos un pan / moreno como chicas / bajo soles de oro. /  Vino correrá / chispeante que brilla /  aun si está en reposo. / Y tendremos sangre / en nuestras venas blancas. / Y no habrá ya martes, / domingos ni semana. / Pero nuestra edad / la de oro será. 

Y tendremos lechos / mullidos como chicas / en la fina arena. / Y frutos tendremos / los mismos que se pillan / en vecina huerta. /  Tendremos así / en nuestras casas mustias / picoazules mil / que en lo alto deambulan. / Pero nuestra edad / la de oro será.

Y la mar tendremos / a un paso de una estrella / cuando el viento brama. / Tendremos invierno / con la cigarra vieja / que ya peina canas. / Tendremos amor / en los problemas nuestros / y todo sermón / acabará en “Te quiero”. / Venga pues la edad / de oro, venga ya.

viernes, 23 de julio de 2021

Policía por doquier, justicia por ningún lado

    Había publicado yo el otro día una fotografía, no mía sino tomada de la Red, cuyo origen desconozco, de una pintada mural que me hacía cierta gracia, despertando mi simpatía por lo acertado de su formulación, que decía: “Policía en todos los sitios. Justicia en ninguna parte”, y había puesto yo debajo el siguiente pie como comentario de mi cosecha: “Una pintada popular”. 

Versión inglesa de Bansky: Police everywhere, justice nowhere.
 

    Un lector anónimo de El Arcón me escribe y me dice que aunque es un eslogan que se oye mucho en las manifestaciones callejeras y se ve en muchas pintadas no es una frase popular, sino que es una cita del escritor francés Víctor Hugo, que pronunció el día 17 de julio de 1871 ante la Asamblea legislativa francesa, como diputado que era, oponiéndose al proyecto de ley constitucional que permitía al presidente Bonaparte permanecer en el poder.

    Agradezco la información, y compruebo la cita. Me gusta comprobar la exactitud de las citas porque hay mucha falsa atribución en la Red. Efectivamente. Las palabras exactas de Hugo, como consta en las actas, fueron: Toutes nos libertés prises au piège l’une après l’autre… la presse traquée, le jury trié, pas assez de justice et beaucoup trop de police.  Que podemos traducir como: Todas nuestras libertades atrapadas una tras otra... la prensa acosada, el jurado seleccionado, poca (o insuficiente) justicia y demasiada policía.

    Efectivamente, no es una frase popular, ni viene de mayo del 68, como sospechaba yo, ni tampoco una ocurrencia personal de Bansky, sino que es mucho más antigua. Su origen es la pluma de un escritor decimonónico francés, que actuaba como político profesional. Pero no doy mi brazo a torcer, como se suele decir, y sigo afirmando que no por ello deja de ser una frase popular, que cualquiera del pueblo puede sentir y hacer suya por el  descubrimiento de la mentira que conlleva, y que la mitología clásica ha reformulado de otras maneras, haciéndose eco también del común sentido de la gente.  


     Me refiero al mito de las Edades, tal como lo plantea, por ejemplo, Ovidio en las Metamorfosis, haciéndose eco de Hesíodo en la Teogonía. Tras la Edad de Oro, que corresponde al paraíso o jardín del Edén, en que no existían la propiedad privada ni el dinero, ni por lo tanto la sociedad de consumo que consume a los consumidores, valga la redundancia, ni la guerra ni la enfermedad ni la muerte, y en la tierra reinaba la justicia, vinieron la Edad de Plata, la de Bronce y la actual, la peor de todas, que es la de Hierro, que se caracterizan precisamente por la aparición paulatina de todas esas pestes y de la mayor de todas: el tiempo cronometrado y convertido por la alquimia en oro, es decir, en dinero: time is money.

    Dice el poeta Ovidio: De oro la edad se creó la primera, la cual, sin mandarlo / nadie, sin ley, cultivaba el deber y el bien de su grado. / Miedo y castigo no había, ni en bronce decretos grabados / se promulgaban tremendo ni el pueblo temía, postrado, / voz de su juez, sino que eran a salvo sin un mandatario. (Metamorfosis, Libro I vv. 89-93).

 

En el Paraíso, Max Švabinský (1918)

   La Edad de Oro no se caracterizaba porque hubiese cosas maravillosas que no hay ahora, sino porque no han hecho su aparición todavía en el mundo las realidades horribles que mueven a espanto, como la guerra y la política o la religión que la justifica, el tiempo cronometrado, con la imposición del futuro, que es la muerte, los gobiernos ni los Estados, ni el trabajo asalariado y la economía del mercado. Curiosamente en la Edad áurea el oro, pese a su nombre, no es un valor de cambio, porque no existe el dinero.

    La degeneración paulatina de la humanidad -en contra de la idea del progreso- nos ha conducido a la actual Edad de Hierro, donde lo más característico, aparte de la presencia de todos esos males citados, es la ausencia de la Virgen, Dice, Dicea (Δίκη Díke, “justicia” en griego), la personificación de la justicia en el mundo de los hombres. Según la Teogonía de Hesíodo era una de las Horas, hija de Zeus y de Temis. Mientras que Temis, su madre, representaba la justicia divina, Dice, como queda dicho, encarna la justicia humana. Según Hesíodo vigilaba los actos de los hombres y se lamentaba ante Zeus cada vez que un juez violaba la justicia: Y ella está, la virgen, de Zeus nacida, Justicia, / biengloriosa y honrada de los que están en Olimpo; / conque, en cuanto que uno la hiere en tuerto denuesto, / luégo echada a los pies de su padre Zeus el de Crono / grita la mala fe de los hombres, hasta que el pueblo / pague la malosadía de jueces que en negras ideas / juicios a mala parte desvían en tuerta sentencia. (Hesíodo, Trabajos y Días, vv. 256-262. traduc. A. García Calvo).

    Según el mito, Dice, vivió sobre la tierra durante la Edad de Oro y la Edad de Plata, pero con la introducción del Tiempo y de la degeneración, Dice enfermó y durante la Edad de Bronce abandonó definitivamente la Tierra, ascendiendo a los cielos, por lo que Ovidio la denomina Astrea, la Astral o Sideral, donde formó la constelación de Virgo, la Virgen, en un anticipo, se me ocurre pensar, de la ascensión a los Cielos o Asunción de la Virgen María dentro del cristianismo, mientras que la balanza que llevaba en sus manos se convirtió en la cercana constelación de Libra. ​ 

 

     En definitiva, nos encontramos con que la la Dice griega, la Iustitia latina, nuestra Justicia brilla por su ausencia en la Tierra según la leyenda, lo que concuerda con el sentir popular de que no hay justicia, pese a la existencia de los tribunales y ministerios de Justicia, que han usurpado su nombre para camuflar la injusticia esencial del sistema, y pese a la creación de la policía judicial y de la policía en general para el sostenimiento y mantención del status quo.

    Volviendo a la frase inicial: policía por doquier, justicia en ningún lado. Es una frase popular que, la haya dicho quien la haya dicho, responde a lo que en un determinado momento podemos sentir y expresar todos y cada uno de nosotros.