Había publicado yo el
otro día una fotografía, no mía sino tomada de la Red, cuyo origen
desconozco, de una pintada mural que me hacía cierta gracia,
despertando mi simpatía por lo acertado de su formulación, que decía: “Policía en todos los
sitios. Justicia en ninguna parte”, y había puesto yo debajo el
siguiente pie como comentario de mi cosecha: “Una pintada popular”.
Versión inglesa de Bansky: Police everywhere, justice nowhere.
Un lector anónimo de El
Arcón me escribe y me dice que aunque es un eslogan que se oye mucho
en las manifestaciones callejeras y se ve en muchas pintadas no es
una frase popular, sino que es una cita del escritor francés Víctor
Hugo, que pronunció el día 17 de julio de 1871 ante la Asamblea
legislativa francesa, como diputado que era, oponiéndose al proyecto
de ley constitucional que permitía al presidente Bonaparte
permanecer en el poder.
Agradezco la
información, y compruebo la cita. Me gusta comprobar la exactitud de
las citas porque hay mucha falsa atribución en la Red. Efectivamente. Las palabras
exactas de Hugo, como consta en las actas, fueron: Toutes
nos libertés prises au piège l’une après l’autre… la presse
traquée, le jury trié, pas assez de justice et beaucoup
trop de police. Que podemos traducir como: Todas
nuestras libertades atrapadas una tras otra... la prensa acosada, el
jurado seleccionado, poca (o insuficiente) justicia y demasiada
policía.
Efectivamente, no es una
frase popular, ni viene de mayo del 68, como sospechaba yo, ni tampoco una ocurrencia personal de Bansky, sino que
es mucho más antigua. Su origen es la pluma de un escritor
decimonónico francés, que actuaba como político profesional. Pero no doy mi brazo a torcer, como se suele decir, y sigo afirmando que
no por ello deja de ser una frase popular, que cualquiera del pueblo
puede sentir y hacer suya por el descubrimiento de la mentira que conlleva, y que la mitología clásica ha
reformulado de otras maneras, haciéndose eco también del común sentido de la gente.
Me refiero al mito de
las Edades, tal como lo plantea, por ejemplo, Ovidio en las
Metamorfosis, haciéndose eco de Hesíodo en la Teogonía.
Tras la Edad de Oro, que corresponde al paraíso o jardín del Edén,
en que no existían la propiedad privada ni el dinero, ni por lo tanto la sociedad de consumo que consume a los consumidores, valga la redundancia, ni la guerra
ni la enfermedad ni la muerte, y en la tierra reinaba la justicia,
vinieron la Edad de Plata, la de Bronce y la actual, la peor de
todas, que es la de Hierro, que se caracterizan precisamente por la
aparición paulatina de todas esas pestes y de la mayor de todas: el
tiempo cronometrado y convertido por la alquimia en oro, es decir, en
dinero: time is money.
Dice el poeta Ovidio: De oro la edad se creó la
primera, la cual, sin mandarlo / nadie, sin ley, cultivaba el deber y
el bien de su grado. / Miedo y castigo no había, ni en bronce
decretos grabados / se promulgaban tremendo ni el pueblo temía,
postrado, / voz de su juez, sino que eran a salvo sin un mandatario.
(Metamorfosis, Libro I vv. 89-93).
En el Paraíso, Max Švabinský (1918)
La Edad de Oro no
se caracterizaba porque hubiese cosas maravillosas que no hay ahora,
sino porque no han hecho su aparición todavía en el mundo las
realidades horribles que mueven a espanto, como la guerra y la
política o la religión que la justifica, el tiempo cronometrado,
con la imposición del futuro, que es la muerte, los gobiernos ni los
Estados, ni el trabajo asalariado y la economía del mercado.
Curiosamente en la Edad áurea el oro, pese a su nombre, no es un
valor de cambio, porque no existe el dinero.
La degeneración
paulatina de la humanidad -en contra de la idea del progreso- nos ha
conducido a la actual Edad de Hierro, donde lo más característico,
aparte de la presencia de todos esos males citados, es la ausencia de
la Virgen, Dice, Dicea (Δίκη Díke,
“justicia” en griego), la personificación de la justicia en el
mundo de los hombres. Según la Teogonía
de Hesíodo era una de las Horas, hija de Zeus y de Temis. Mientras
que Temis, su madre, representaba la justicia divina, Dice, como
queda dicho, encarna la justicia humana. Según Hesíodo vigilaba
los actos de los hombres y se lamentaba ante Zeus cada vez que un juez
violaba la justicia: Y ella está, la virgen, de Zeus
nacida, Justicia, / biengloriosa y honrada de los que están en
Olimpo; / conque, en cuanto que uno la hiere en tuerto denuesto, /
luégo echada a los pies de su padre Zeus el de Crono / grita la mala
fe de los hombres, hasta que el pueblo / pague la malosadía de
jueces que en negras ideas / juicios a mala parte desvían en tuerta
sentencia. (Hesíodo, Trabajos
y Días, vv. 256-262. traduc. A.
García Calvo).
Según el mito, Dice,
vivió sobre la tierra durante la Edad de Oro y la Edad de Plata,
pero con la introducción del Tiempo y de la degeneración, Dice
enfermó y durante la Edad de Bronce abandonó definitivamente la
Tierra, ascendiendo a los cielos, por lo que Ovidio la denomina
Astrea, la Astral o Sideral, donde formó la constelación de Virgo,
la Virgen, en un anticipo, se me ocurre pensar, de la ascensión a
los Cielos o Asunción de la Virgen María dentro del cristianismo,
mientras que la balanza que llevaba en sus manos se convirtió en la
cercana constelación de Libra.

En definitiva, nos
encontramos con que la la Dice griega, la Iustitia latina, nuestra
Justicia brilla por su ausencia en la Tierra según la leyenda, lo
que concuerda con el sentir popular de que no hay justicia, pese a la
existencia de los tribunales y ministerios de Justicia, que han
usurpado su nombre para camuflar la injusticia esencial del sistema, y pese a la creación
de la policía judicial y de la policía en general para el
sostenimiento y mantención del status quo.
Volviendo a la frase
inicial: policía por doquier, justicia en ningún lado. Es una frase
popular que, la haya dicho quien la haya dicho, responde a lo que en
un determinado momento podemos sentir y expresar todos y cada
uno de nosotros.