Días atrás
en la zona vieja de la bellísima ciudad donostiarra se produjo un
enfrentamiento entre un grupo de jóvenes, al parecer desordenados, y
la Ertzaintza que hizo acto de presencia, cargando casi hasta
medianoche. En un momento de gran tensión, el oficial al mando de un
grupo de diez policías, tras dar una serie de indicaciones a sus
subordinados, soltó la siguiente perla de la que hay constancia
grabada: “Vamos a tirar a dar, ¿vale?”.
Como lo de
“tirar a dar” suena un poco fuerte, enseguida el secretario
general del sindicato policial le ha quitado importancia
calificando la frase de “expresión coloquial”, y argumentando que la
"voluntariedad" -no la voluntad, ojo, que al parecer no es lo mismo-
de los agentes no era la de herir a los participantes en los
incidentes.
Que a
alguien le disparen un proyectil de “foam” de calibre 40 milímetros, peso de 220
gramos y alcance, al parecer, de una velocidad que llega a superar los
300 quilómetros por hora, supuestamente menos
letal que las pelotas de goma utilizadas hasta la fecha por los
antidisturbios, no le hará mucha o, más bien, ninguna gracia. Las pelotas de goma rebotaban y sus impactos eran impredecibles, mientras que estas nuevas balas de viscoelástica son bastante precisas y certeras, y dependen de la puntería del agente que dispara. Ahora
bien, si uno sabe que se dispara sin voluntad de herirle porque “ha
sido sin querer”, le deja a uno un poco más tranquilo, aunque le
reviente un ojo de la cara, por ejemplo.
Alguna vez
he visto algún programa televisivo de esos que graban el día a día
de los agentes de la policía durante su trabajo en su patrullar y
actuar diario. Resulta tranquilizador ver qué saber-estar y “savoir
faire” muestran estos agentes de ambos sexos previamente
seleccionados, con qué educación y profesionalidad se comportan,
qué temple exhiben, qué paciencia despliegan en su trabajo
cotidiano...ante las cámaras.
Reflejan
estos reportajes una imagen tan idealizada del policía que sabe que
está siendo grabado y visto por todo tipo de telespectadores que al
final uno casi acaba deseando que le detengan a uno mismo, que le
lleven al calabozo y, si se tercia, que le planten un par de hostias
bien dadas... ¿Por qué? ¿Cómo que por qué? Porque uno
seguramente se lo merece, y, porque, como decía el otro, algo habrá
hecho uno, aunque no sea muy consciente de ello...
Esos
programas venden un producto propagandístico: la imagen del poli
bueno, que encarna los ideales de perfección y rectitud de las
fuerzas de “orden público”, frente al ciudadano normal y
corriente que muestra poco civismo y representa la imperfección, la
torpeza y el desorden.
Estos programas deforman la realidad so pretexto de informar de ella. La observación modifica la realidad de lo observado,
configurando una nueva pero falsa realidad. De hecho puede afirmarse que la realidad se crea o
recrea en el acto mismo de la observación.
Pero cuando
alguien no es observado o cuando no sabe que hay una cámara oculta
grabando, es cuando se retrata de verdad, como se suele decir.
Bienvenida sea, en ese sentido, toda grabación que aporte luz mostrando el lado
oscuro de los que dicen velar por nuestra seguridad, una muestra que
solo puede obtenerse si no se percatan de que están siendo filmados.
De todo hay
en la viña del Señor. En la vida cotidiana, esa que no suele salir
por la televisión, uno se encuentra, sin embargo, con verdaderos y
vulgares mercenarios, portadores de placa, porra y pistola, con una
soberbia, chulanganería, violencia, impunidad y falta de escrúpulos
en exceso, y no pocos justifican la violencia policial escudándose
en que estaban cumpliendo órdenes que siempre vienen de arriba, de
los mandos, por lo que parece que no son responsables de su actuación.
Por supuesto
que también, afortunadamente, uno se encuentra con sujetos que, pese
a desempeñar esa profesión que les exige hacer uso de la fuerza,
saben comportarse y no llegan a utilizar nunca el arma reglamentaria
que el Estado pone en sus manos, como aquel guardia civil jubilado
que se enorgullecía de que nunca había hecho uso de su pistola... Pero hay polis buenos y malos...
El gran defecto del “poli bueno” es que excusa, protege y encubre
a menudo por corporativismo al “poli malo”.
“Vamos a
tirar a dar” no es una frase descontextualizada ni una frase hecha
o expresión coloquial. Es una declaración de intenciones en toda regla que retrata la violencia institucional intrínseca que encarnan los cuerpos y
fuerzas de seguridad del Estado. Ellos no manejan las armas que portan; las armas les manejan a ellos. El gatillo llama al dedo. El
problema es que algunos tienen, además de fácil el gatillo, muy buena puntería.