Que a alguien le disparen un proyectil de “foam” de calibre 40 milímetros, peso de 220 gramos y alcance, al parecer, de una velocidad que llega a superar los 300 quilómetros por hora, supuestamente menos letal que las pelotas de goma utilizadas hasta la fecha por los antidisturbios, no le hará mucha o, más bien, ninguna gracia. Las pelotas de goma rebotaban y sus impactos eran impredecibles, mientras que estas nuevas balas de viscoelástica son bastante precisas y certeras, y dependen de la puntería del agente que dispara. Ahora bien, si uno sabe que se dispara sin voluntad de herirle porque “ha sido sin querer”, le deja a uno un poco más tranquilo, aunque le reviente un ojo de la cara, por ejemplo.
Reflejan estos reportajes una imagen tan idealizada del policía que sabe que está siendo grabado y visto por todo tipo de telespectadores que al final uno casi acaba deseando que le detengan a uno mismo, que le lleven al calabozo y, si se tercia, que le planten un par de hostias bien dadas... ¿Por qué? ¿Cómo que por qué? Porque uno seguramente se lo merece, y, porque, como decía el otro, algo habrá hecho uno, aunque no sea muy consciente de ello...
Esos programas venden un producto propagandístico: la imagen del poli bueno, que encarna los ideales de perfección y rectitud de las fuerzas de “orden público”, frente al ciudadano normal y corriente que muestra poco civismo y representa la imperfección, la torpeza y el desorden.
Estos programas deforman la realidad so pretexto de informar de ella. La observación modifica la realidad de lo observado, configurando una nueva pero falsa realidad. De hecho puede afirmarse que la realidad se crea o recrea en el acto mismo de la observación.
De todo hay en la viña del Señor. En la vida cotidiana, esa que no suele salir por la televisión, uno se encuentra, sin embargo, con verdaderos y vulgares mercenarios, portadores de placa, porra y pistola, con una soberbia, chulanganería, violencia, impunidad y falta de escrúpulos en exceso, y no pocos justifican la violencia policial escudándose en que estaban cumpliendo órdenes que siempre vienen de arriba, de los mandos, por lo que parece que no son responsables de su actuación.
Por supuesto que también, afortunadamente, uno se encuentra con sujetos que, pese a desempeñar esa profesión que les exige hacer uso de la fuerza, saben comportarse y no llegan a utilizar nunca el arma reglamentaria que el Estado pone en sus manos, como aquel guardia civil jubilado que se enorgullecía de que nunca había hecho uso de su pistola... Pero hay polis buenos y malos... El gran defecto del “poli bueno” es que excusa, protege y encubre a menudo por corporativismo al “poli malo”.
“Vamos a
tirar a dar” no es una frase descontextualizada ni una frase hecha
o expresión coloquial. Es una declaración de intenciones en toda regla que retrata la violencia institucional intrínseca que encarnan los cuerpos y
fuerzas de seguridad del Estado. Ellos no manejan las armas que portan; las armas les manejan a ellos. El gatillo llama al dedo. El
problema es que algunos tienen, además de fácil el gatillo, muy buena puntería.
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