1.- Han desaparecido de nuestro mundo todas las imágenes sagradas, pero se han sacralizado, como contrapartida, todas las imágenes merced a su reproducción y divulgación masiva: ahora cualquier retrato profano, cualquier daguerrotipo adquiere enseguida el rango sacrosanto de un ícono venerable, al que se le rinde culto por el mero hecho de ser una imagen. Las imágenes, que han sido tradicionalmente un método de adoctrinamiento del vulgo, colocadas en las iglesias para inculcar la conciencia religiosa a las masas analfabetas incapaces de leer los libros sagrados, siguen teniendo igual función hoy en día, sólo que no aparecen en los templos tanto como en las pantallas: esos sagrarios laicos con los que comulgamos todos los días, en detrimento de nuestra propia imaginación que se atrofia a fuerza de imágenes.
2.- El viajero de verdad, a diferencia del turista, no sabe a dónde va: no va a La Meca, ni a Santiago, como Dios manda, ni a Roma, aunque todos los caminos lleven a la Ciudad Eterna. El verdadero peregrino ignora su destino.
3.- Caminar, nadar, montar en bicicleta o correr son actividades lúdicas, que se hacen libremente, o sea con mente libre. Practicar la natación, el ciclismo o el atletismo es convertir esas mismas actividades en deporte: ideología, competitividad y sufrimiento. Llegamos así a las aberraciones de las cintas y las bicicletas estáticas. Esta última hubiera horrorizado al inventor de la Laufsmachine, el barón alemán Karl Christian Ludwig Drais von Sauerbronn. ¿No es lo mejor del velocípedo la sensación del aire fresco en la cara, la embriaguez de los aromas o el paisaje en movimiento, y lo peor el pedaleo, por muy deportivo, sano y gimnástico que sea?
4.- Cara o cruz. La imagen del rey o emperador en la cara de la moneda fomenta el culto a la personalidad del monarca. Pero no nos engañemos: la auténtica monarquía la encarna la propia moneda, el vil metal contante y sonante. No es, como intuyó nuestro Quevedo, que Don Dinero sea un poderoso caballero, es que es más: es el más poderoso de todos los caballeros, y aun más: el único y existente Dios verdadero.
Apolo y Dafne, atribuido a Piero del Pollaiolo (1441-1496)
5.- El que la sigue, pese al refrán, no la consigue. Apolo no logra beneficiarse de la ninfa de carne y hueso que lo enamoraba, a la que acosó infatigablemente día y noche. Cuando la alcanzó, ella ya no era la que era a la sazón: La ninfa, Dafne, o sea, Laura, se había convertido en su nombre propio, o sea, en el laurel, que pasaría a ser el símbolo perenne de su paradójica victoria.
6.- La pareja, algo bueno tenía que tener, nos saca de las casillas egoístas de nosotros mismos y del narcisismo ególatra del amor propio, contra el que es el mejor antídoto.
7.- Una prueba de que la identidad no es más que un fetiche, esto es, un hechizo, o sea, algo ficticio, como revela la etimología del vocablo, es que el parlamento de una comunidad autónoma española va a destinar este año que entra una partida presupuestaria de muchos miles de euros a fomentar la suya propia. Si es preciso incentivar esa identidad, subvencionándola económicamente, es que no se sostiene en pie sin el crédito por sí sola. Esto nos hace pensar que tal vez el dominio no sea absoluto ni perfecto, que quizá Dios no sea todopoderoso, que quizá haya alguna esperanza de que se resquebraje la esencial homogeneidad del ser, que diría Mairena, aquel precursor de todo lo contrario, porque, si no fuera así, el corsé de la identidad se impondría per se sin más, sin necesidad de que nada ni nadie la fomentara económicamente.
8.- Este mundo todo, es decir, eso que se llama la realidad, ha sido puesto delante de nuestros propios ojos a guisa de venda para ocultarnos la verdad.
9.- Políticos y científicos de diverso pelaje se rasgan las vestiduras por el nacimiento de Eva, la primera niña clonada. Pero Eva no es, a pesar de las resonancias bíblicas de su nombre propio, el primer clon humano: Todos y cada uno de nosotros somos perfectos ejemplares equiparables como dos gotas de agua que tienen la pretensión de ser distintos y originales; todos somos clones.
10.- Dios no es más que un pretexto o una disculpa que tiene mucha gente, incluidos los que se consideran ateos, para creer en algo.
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