domingo, 24 de enero de 2021

Del sufragio universal

A Alexis Henri Charles Clérel, vizconde de Tocqueville, más conocido como Alexis de Tocqueville (1805-1859), famoso pensador político, historiador y escritor francés, célebre por sus análisis de la Revolución francesa y de la evolución de las democracias occidentales en general, se le atribuye una cita apócrifa que circula por la Red y que muy bien podría ser la divisa de todos los poderosos, tanto política- como económicamente hablando, que viene a destruir como por arte de magia lo que se ha dado en llamar el encantamiento de la ilusión democrática. Dice así: “No le tengo miedo al sufragio universal, la gente votará como se le diga” (Je ne crains pas le suffrage universel; les gens voteront comme on leur dira). 

Es muy común encontrarse con frases hechas como esta que cita todo el mundo atribuyéndoselas a algún autor conocido para revestirlas de su magisterio y autoridad magistral, adquiriendo así el prestigio de que son indiscutibles artículos de fe, por el criterio del magister dixit,  lo ha dicho el Maestro y lo que él ha dicho no se discute porque es irrebatible. Pero la cita es casi con toda seguridad espuria. En la obra más conocida de Alexis de Tocqueville, que es la “Democracia en América” y que he rastreado someramente por encima, no figura ni con esas palabras ni con otras parecidas. Habría que rebuscar en su obra completa para encontrarla, si es el caso, y dotarla de un contexto del que, citada en abstracto como suele hacerse, carece por completo, tarea que dejo para otros más interesados en los derechos de autor de la frase que en lo que quiere decir.

Más interesa preguntarse quién es ese “yo” que habla en primera persona y dice que no le tiene miedo al sufragio universal. No tiene mucho sentido que sea el propio vizconde de Tocqueville que analiza el funcionamiento de los sistemas democráticos modernos. Tendría mucho más fundamento si pusiera esa cita en boca de algún poderoso elegido democráticamente, por ejemplo en el presidente de la República francesa. 

Retrato de Alexis de Tocqueville, Théodore Chassériau (1850)
 
Pero ¿quiénes son exactamente los poderosos? ¿Los políticos profesionales elegidos democráticamente? ¿Los banqueros que dirigen grandes grupos financieros y los grandes empresarios de las multinacionales? ¿Los responsables de la manipulación de la información y de los medios de creación de la opinión pública? Son todos ellos en general y ninguno solo en particular porque en realidad son inseparables, son los tres vértices de un triángulo equilátero. Políticos/economistas, capitalistas y periodistas comparten el mismo modo de vida, los mismos valores, el mismo mundo... Forman una familia inseparable. Y no temen al sufragio universal, sino todo lo contrario: lo desean fervientemente porque legitima y justifica la gobernanza a la que aspiran o que ostentan.

Además, si ponemos la frase atribuida al vizconde al día, “la gente” puede sustituirse por “la opinión pública” y el “se” de “se le diga” representa, obviamente, al poder político y económico, es decir a quienes lo ejercen, y de alguna manera refleja a quien está hablando y diciendo que no le teme al sufragio universal en que un hombre (y una mujer también, por supuesto) es un voto con fecha de caducidad de cuatro o cinco años, y nada más que eso.

La gente votará lo que se le mande, pero no nos engañemos: lo primero que se le manda es que vote. Todos los candidatos insisten en la importancia de acudir a las urnas, porque lo que salga de ahí y que legitimará su poder personal en el fondo es indiferente. Con esta maniobra se convierte al pueblo en electorado. 

La elección que haga la gente mediante el sufragio universal es absolutamente irrelevante porque nunca va a servir para que cambien las cosas de verdad, el sistema, sino, en todo caso, para que cambien superficialmente en su apariencia y puedan maquilladamente seguir en el fondo igual, que es lo que importa.

No perdamos de vista que en latín el verbo suffragari significaba en sentido figurado “apoyar a alguien, favorecerle” y en concreto “apoyar una candidatura y, por consiguiente, votar a favor de ella”. El diccionario de nuestra academia recoge, sin embargo, como primera acepción de sufragar “costear, satisfacer” y como segunda “ayudar o favorecer”.

¿Cómo se explica que la palabra “suffragium” que era sinónima de “voto electoral” acabe significando suma de dinero u otro soborno o prebenda que se daba a cambio de él? Se explica porque el voto no era algo gratuito, tenía un precio, lo que se ve en las modernas campañas electorales de los partidos políticos, que necesitan subvenciones millonarias para costearlas. 

El fenómeno histórico arranca de la república romana y los comienzos del imperio, relacionado con la institución del patronazgo o patrocinio, que en principio era la protección o defensa de los patricios respecto a los plebeyos, convertidos en clientes de aquellos, a cambio de su voto. 

"Patrocinar" acabó queriendo decir “apoyar o financiar una actividad, normalmente con fines publicitarios”, dada la necesidad de los votos para la adquisición del poder político. La clientela estaba obligada a votar a su patrono a cambio de su protección económica, una protección que en principio era un sustento alimenticio, la espórtula, por el nombre de la cestilla o espuerta, donde se llevaba. El voto, pues, tenía un precio. Los votos valen dienro, ya que eran imprescindibles para alcanzar el poder. Se ve, con esto, la íntima y antigua relación entre la política y la economía, entre el poder y el dienro, entre el Estado y el capital.

Sucede lo mismo con el término "cliente", que en primer término es actualmente “Persona que compra en una tienda, o que utiliza con asiduidad los servicios de un profesional o empresa”, es decir, que establece una relación económica, pero también “persona que está bajo la protección o tutela de otra”, o, lo que es lo mismo persona que se halla en una determinada relación política de subordinación.

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