Una viñeta de Máximo publicada en El País el 30 de diciembre de 2006 sigue, pese al tiempo transcurrido, estando de rabiosa actualidad, como suele decirse. Trata sobre el futuro que siempre estamos empezando y que nos planteamos como si fuera una pista espacial que tenemos que recorrer para llegar a una meta u objetivo trazados previamente, y que por su parte nunca acaba de empezar. Descubro, al traducir el texto al latín, que no existe el sustantivo "futuro" como tal en la lengua de Virgilio.
Si quisiera decir la frase del llorado Máximo en latín ("Siempre estamos comenzando el futuro y el futuro no acaba de comenzar"), me enfrentaría a un pequeño problema. Nuestra lengua madre no dispone de un sustantivo correspondiente a nuestro futuro.
Había un adverbio "cras" y se creó un verbo "procrastinare" con el
sentido de dejar un asunto para el día siguiente, procrastinar, que la
Real Academia define como "diferir, aplazar".
El poeta Marcial
en un epigrama sustantivó este adverbio, tomándolo como
metalingüístico: Es el célebre V, 58, en traducción de José Guillén: ¿Vivirás
mañana? Dices que empezarás a vivir mañana, “mañana” dices, Póstumo,
siempre. Dime, ese “mañana”, Póstumo, ¿cuándo llega? ¡Qué lejos está ese
mañana! ¿Dónde está? ¿Adónde hay que ir a buscarlo? ¿Se oculta quizás
entre los partos y los armenios? Ese “mañana” tiene ya los años de
Príamo o de Néstor. Ese “mañana”, ¿por cuánto, dime, se puede comprar?
¿Vivirás mañana? Vivir hoy es ya ir con retraso. Persona sensata es,
Póstumo, quien vivió ayer.
Para hacer retroversión de nuestro futuro al latín debo recurrir a una forma adjetiva del verbo sum con género neutro, y usarla probablemente en plural para referirse no a una sola cosa sino a todas: futura: las cosas que van a ser, y de ahí el singular abstracto: lo que va a pasar. Es un participio de futuro avant la lettre que indica que algo que no es puede ser, y que revela el triunfo de la potencia aristotélica: como morituri, en aquel morituri te salutant (los que van a morir, los "morideros" te saludan, que le decían los gladiadores al César antes del combate) o nasciturus (el que va a nacer,
como se llama entre nosotros al que todavía no ha nacido). Es un
participio que sólo revela nuestro temor y nuestro deseo, pero no un
hecho empírico y constatable porque no hay, propiamente hablando, hechos futuros: lo hecho
hecho está y por eso mismo es pasado y no puede ser futuro ya ni puede
hacerse ni tampoco deshacerse.
Y es que el futuro no existe, o mejor dicho, no hay futuro, porque existir sí que existe y está, desgraciadamente muy presente en la agenda de nuestras vidas. Por eso lo llamamos porvenir, porque está siempre por venir, como el adviento que celebran año tras año los cristianos, pero por definición no llega nunca, como rezaba aquella copla flamenca: "Sentaíto en la escalera, / esperando el porvenir/, y el porvenir que no llega." Ya lo decían también a su manera nuestros clásicos: Quevedo en "Ah de la vida": Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está yendo sin parar un punto... Y nuestro Lope de Vega en su "Siempre mañana, y nunca mañanamos".
Esta otra viñeta recogida en la Red, cuya autoría desconozco, es una reflexión apropiada para el día de Año Nuevo, que es, por cierto, más
viejo todavía que Matusalén. De nuevo no tiene nada más que la pretensión de
serlo que le otorga sumar un dígito más en la cifra del cómputo de los años de la
era cristiana. Todos los años por estas mismas fechas empezamos un año
presuntamente nuevo, y no es ninguna novedad, prisioneros como vivimos
en la dictadura del reloj y el calendario y de la ilusión, falsa pero
real, del tiempo.
Este apotegma, que se hace eco de un dicho popular, lo denuncia: 2020 se disfraza de 2021: el mismo viejo perro con un collar nuevo que hace que parezca diferente; imposible pasar página por más que se empeñe el calendario.
La felicidad que nos deseamos a nosotros y a nuestros
seres queridos consistiría precisamente en el olvido de las campanadas
del tiempo cronometrado y en el descubrimiento de la falsedad de su
precisión matemática, porque un minuto bien contado, igual que un siglo y
un año, no hace falta decirlo, nunca se acaba de contar.
Subidos al móvil que nos lleva (y ahora con el tfno móvil de marras con más fuerza si cabe) con que satisfación celebramos esa aparente y ocurrente detención del móvil para repostar y que emocionados nos llena de orgullo para seguir siendo transportados.
ResponderEliminarPrecioso comentario, gracias por repostar aquí y dejarlo.
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