La Iglesia de Inglaterra ofrece generosamente sus sagrados templos para la vacunación contra la enfermedad del virus coronado y para la realización de pruebas de detección del susodicho virus durante todo el año. Han dejado de celebrarse en sus iglesias y catedrales las ceremonias de culto religioso por razones sanitarias, y pasan así a convertirse en centros del culto masivo del nuevo ídolo: una salud que no consiste en la curación de un mal efectivo, sino en su prevención.
La Iglesia de Inglaterra justifica la medida como un gran acto de servicio a la comunidad, como si reconociera que, ante la urgencia de la situación, no se trata tanto ya del negocio de la salvación de las almas de los fieles sino de sus cuerpos, que son prioritarios y podrían contagiarse, enfermar y fallecer.
La argumentación que se ha seguido es la siguiente: La mayoría de los centros de vacunación que se están abriendo esperan pinchar (inmunizar, dicen ellos, siguiendo las últimas y capciosas recomendaciones lingüísticas de la OMS, que hace sinónimo este término de "vacunar", cuando es algo que está por demostrarse) a más de 1.000 personas diarias por lo que se necesitan grandes espacios que no sean necesarios para otros propósitos.
En las iglesias británicas, donde ya no se realizan ceremonias religiosas, se practica ahora la comunión de la salud. Los feligreses viven con ardorosa fe su creencia firme en el retorno a la normalidad, a pesar de que se les dice que las cosas no volverán ya nunca a ser lo que eran.
No es algo anecdótico o casual, sino profundamente significativo y simbólico: Las primeras personas en Inglaterra han sido inoculadas contra el virus coronado en la catedral de Lichfield, en el norte del país, y en la famosa catedral de Salisbury, en el sur, donde se acompañaba la eucaristía de la vacuna con el sonido de las notas del órgano que interpreta música sagrada.
Los feligreses siguen ahora las ceremonias religiosas en directo por telepantallas al no poder asistir a los templos. Siempre habían retransmitido las televisiones misas para los enfermos que no podían asistir a los oficios, encamados como estaban en hospitales o en sus propios hogares, pero ahora, con los confinamientos y la prohibición del culto, han aumentado considerablemente sus índices de audiencia.
La novedad es que ahora es toda la población la que se considera enferma, poco importa si tiene o no tiene síntomas, si enfermos reales o imaginarios. Los creyentes no pueden asistir a los templos más que a testarse, es decir, a someterse al control de una prueba (al famoso test, en la lengua del Imperio), o a vacunarse en espera de la siempre futura redención.
El Espíritu Santo, que de virtualidad sabe un rato, ha venido a salvar el "mercado" inoculando la fe de la que todos los "avispados" esperan sacar réditos aunque sea de forma más lenta que los accionistas de las farmaceúticas.
ResponderEliminarEl Espíritu Santo, sí, inocula la vacuna de la fe y la fe de la vacuna, una fe que vale lo mismo para sostener la existencia de Dios como la del Dinero, que viene a ser lo mismo: una falacia que es real como la realidad misma. Gracias por el comentario.
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