sábado, 20 de diciembre de 2025

¿Hombres de poca fe?

Escribe Giorgio Agamben en su página habitual una interesante reflexión Creer y no creer a propósito de una profecía de Ivan Illich que en 1973 escribía que en muy poco tiempo -y ya ha pasado desde entonces medio siglo y algunos años más- la población iba a perder la confianza en las instituciones dominantes haciéndose evidente su carácter ilusorio, lo que daría paso a una nueva era tras el “colapso general del modo de producción industrial”. 
 
Lo que dice Agamben a propósito de eso es que ciertamente el modo de producción industrial y el poder que lo acompaña han perdido toda respetabilidad y credibilidad, como pronosticó Illich, entre la gente, pero el sistema, pese a eso, se mantiene y no se ha visto afectado. Los hombres de poca fe -Agamben recoge el término griego evangélico 'oligopistos'- han perdido la poca que albergaban, pero no por eso se ha derrumbado el sistema, basado como está en la apistía -neologismo de factura helénica para la incredulidad o falta de fe que no recoge todavía el diccionario de la docta Academia española de la lengua. 
  
Y escribe Agamben recordando a Marx: “El dinero funciona no porque se crea en él, sino precisamente porque es la forma misma de la falta de fe (como Marx había intuido, precisamente esta ausencia de fe constituye el carácter teológico de la mercancía: no se puede tener fe en lo que se puede vender y comprar). Sustituyendo a la Iglesia, los bancos administran sabia e irresponsablemente la falta de fe que define nuestro mundo, son los levitas y los sacerdotes de la nueva irreligión de la humanidad”
 
El sistema es un enemigo difícil de combatir porque cree en su propia incredulidad. Al final de su escrito Agamben alude a Stavrogin, un personaje de la novela Los Demonios de Dostoyesqui, que “si cree, no cree que cree, y si no cree, no cree que no cree”, es decir, que no está seguro de lo que cree ni tampoco de lo que no cree. 
 
Creer que no se cree, concluye Agamben, es la peor de las mentiras en la que "quien la profiere no puede sino quedar preso. Y es esta mentira —y no, como sugería Illich, el hecho de que los hombres ya no crean en él— la que llevará al sistema a la ruina". 

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