El ataque contra el tiempo que propugnamos desde ¡ALTO! se materializa en primera instancia contra el reloj. Una de las primeras lecciones que le enseña la escuela al niño es la de
aprender a decir la hora que es y a someterse al mismo tiempo al horario escolar previo al laboral.
Como reconoció Albert Einstein en su libro Relativity: The Special and the General Theory (1916), el tiempo es lo que mide un reloj (“Time is what a clock measures”, en la lengua del Imperio). La realidad es que cada reloj registra su propia hora, por lo que la hora no es la misma que la que da otro, al no estar en el mismo entorno ni haber una exacta sincronización.
Estamos en contra de todo tipo de relojes o artilugios que computen el tiempo, pero nos oponemos principalmente a los llamados despertadores. Los hay antiguos con un sistema tosco y brutal de alarma. Y los hay mucho más sofisticados con música o noticias de actualidad, pero tanto unos como otros tienen la misma finalidad fatal: despertarnos bruscamente, al toque militar de diana, de nuestro sueño para obligarnos a comenzar “nuestras labores”, la jornada. Creemos que es un derecho humano fundamental el que nada ni nadie perturbe nuestro descanso: No queremos que nos despierten, queremos despertar.
Nuestra postura ante los cambios de hora que decreta porque no puede dejar de hacerlo el Consejo de Ministros y Ministras del Reyno, es de oposición frontal. El presidente del gobierno del Ruedo Ibérico ha propuesto al parecer oficialmente a la Unión Europea eliminar los cambios de hora estacionales a partir de 2026, argumentando que ya no tienen sentido, porque no ahorran energía y perjudican la salud basándose en encuestas ciudadanas y estudios científicos. Nosotros, por nuestra parte, no solo nos oponemos al cambio de hora, sino que también nos oponemos a qué se mantenga la actual, porque no es que no tenga sentido cambiar la hora dos veces al año, que no lo tiene, es que tampoco tiene ningún sentido mantenerla, siendo real como es y falsa por lo tanto.
Recordemos una fecha de finales del siglo decimonónico: el 15 de febrero del año del Señor de 1894. Era un día como otro cualquiera, uno de tantos en Londres. Entonces no había una Red Informática Universal como ahora, pero se acababa de inventar algo importante para el futuro de las naciones y el progreso tecnológico: un gran reloj que dividía la Tierra en distintos husos horarios y estandarizaba el control del ser humano sobre algo tan intangible y abstracto como es el tiempo (entiéndase esto del control humano en su doble sentido: el hombre controla el tiempo y el tiempo controla al hombre): El GMT "Greenwich Mean Time" se refería al tiempo solar medio en el Real Observatorio de Greenwich. Fijaba un horario universal para toda la esfera terrestre con sus correspondientes meridianos.
Por primera vez en la historia, el control del tiempo se volvía preciso, lógico y matemático, y, sobre todo, mortal de necesidad porque iba a reducir la vida a tiempo, es decir, a dinero, que es lo que cuenta y es lo que menos vale, por eso el joven francés de 26 años Martial Bourdin hizo detonar una bomba ese mismo día en el punto cero del meridiano, pensando tal vez que con su desesperada acción acabaría con la tiranía cronológica que iba a asentar un orden temporal en la Tierra, quedando los seres humanos atados para siempre a las manecillas de los relojes desde aquel día hasta el presente.
El propio Martial, que reconoció pertenecer al grupo anarquista Autonomie, falleció poco después de que el explosivo perforara su estómago y reventara sus piernas. No consiguió lo que pretendía. El atentado sirvió, por cierto, de inspiración para Joseph Conrad y su novela El agente secreto, en la que el protagonista Adolf Verloc encarna a Bourdin, quien es instigado por los rusos para destruir el Real Observatorio. Al igual que Bourdin, Verloc no logra su objetivo.
Nosotros nos proponemos llevar a cabo la acción de Bourdin no haciendo explotar una bomba sino prescindiendo del cronómetro en nuestra vida cotidiana en la confianza de que dicha acción no va a hacer que perdamos la vida, sino todo lo contrario, que la recuperemos.
Mucho antes que él, que no fue el único ni el primero en darse cuenta de que el verdadero fundamento y sustento de la sociedad capitalista dedicada a explotar recursos naturales y humanos era algo tan simple y obvio como las manecillas de un reloj, como narra Walter Benjamin en sus Tesis de filosofía de la historia, en julio del año del Señor de 1830 se produjo la Revolución de las Barricadas en Francia: Cuando llegó el anochecer del primer día de lucha, ocurrió que en varios sitios de París, independiente- y simultáneamente, se disparó sobre los relojes de las torres.
Pero el acto de los revolucionarios franceses y de Bourdin no es más que parte de un conjunto de acciones simbólicas por las que se intentó desbaratar el orden temporal –y económico: Time is Money y Money is Time- que impuso el capital a los seres humanos y que con la industrialización empezó a alcanzar su máximo apogeo, cuando como escribe John Zerzan en El malestar en el Tiempo (2008): El reloj descendió de la catedral, a los juzgados y tribunales, junto al banco y la estación de tren, y finalmente a la muñeca y el bolsillo de cada ciudadano decente. El tiempo debía volverse más "democrático" para colonizar verdaderamente la subjetividad.



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