miércoles, 24 de diciembre de 2025

¡Otra Nochebuena!

¡Corre, que viene la Nochebuena y, después, si Dios no lo remedia, la Navidad, que vuelve, que no te pille! Ya está, programada como está, instalada en casi todos los supermercados y hogares. Año tras año. Como siempre. Siempre la misma historia, la misma historia de siempre. Vienen anunciándola y anticipándola desde hace un par de meses por lo menos. Ya está aquí: derroche a pesar de la crisis de “lucecitas de colores, / que iluminan la ciudad, / rojas, verdes, amarillas: / ya llegó la Navidad”, escaparates despampanantes y rebosantes de artículos que son sucedáneos de la verdadera felicidad, que no existe, décimos de lotería para todos, comidas de empresa con los compañeros de trabajo y comilonas y reencuentros con la inevitable institución familiar de los seres queridos, muchedumbres masificadas que inundan los lugares de la compraventa, padres embaucando a sus tiernas criaturas, que escriben a Papá Noel y a los Reyes Magos y les piden el oro que cagó el moro… 
 No contéis con el menda, que no va a cumplir como Dios manda con lo que está mandado. A mí no me pilláis un año más. No estaría nada mal que también vosotros hicierais lo propio y os dejarais arrastrar por la desgana o la desidia y dejarais de obedecer el consabido programa de festejos reglamentarios, cenas y demás cotillones y jolgorios. 
 
¡Que lo celebren ellos, los grandes almacenes, los ayuntamientos, las empresas, los políticos y los banqueros, la familia real que os felicita las fiestas por estas fechas con el consabido discurso del monarca de Borbón y Babia y el papa de Roma y demás pontífices pederastas, los periódicos y la televisión, y el puto Papá Noel, Santa Claus o como quiera que se llame el engendro con gorro frigio de la Cocacola! 

 Que lo celebren los que obligan a los niños que nazcan a recitar el credo que toque. Y que no se hable mucho de aquel otro niño, cuyo nacimiento o natividad dicen celebrar, que ése decía algunas cosas que podrían considerarse subversivas todavía, cono no juzguéis y no seréis juzgados... Ya se encargarán las Iglesias de domesticar su mensaje para hacerlo respetuoso con la Sagrada Familia, con la fe y demás zarandajas. Que lo celebren, como dijo él, los que no saben lo que hacen, los que predican en medio del turrón,  cava o sidra achampanada la paz y el amor y se dedican a hacer la guerra y se consagran al becerro de oro del dinero. 
 
¿Y vamos a ser nosotros también de la misma Familia del Género Tonto, con las caras que se nos están poniendo de tanto obedecer? Lo voy a poner más claro: que lo celebren los que estén muy satisfechos consigo mismos, con la vida que llevan y han llevado ellos, sus padres y sus hijos, con la marcha del mundo y lo bonito que lo están dejando, con la ciencia y la educación y el progreso y la democracia y demás monsergas engañabobos… 
 
 
Si vosotros sois de ésos, pues nada: a celebrar el éxito y el triunfo de un año más en el calendario laboral -ya está preparado el del año que viene. Si no, si sois de los otros, ya nos encontraremos por ahí y nos reiremos un poco de estas fechas tan señaladas, y de nosotros mismos, que es bueno reírse de lo idiota que es uno mismo. Y no las celebraremos, que no pasa nada por no celebrarlas; sale hasta más barato en salud, en dinero y en amor, y por dejar de comprar las miserias que el dinero nos vende poniendo cara de tontos babeantes ante la pantalla televisual del ordenador, y por dejar de dar cuerda a la máquina del engaño. Hay que ser idiota para ser feliz en medio de este tinglado. Hay que ser idiota para ser feliz en Navidades. Festejemos, más bien, la no-navidad, o la navidad en la que nació el Niño Negativo, el Niño No, que es el verdadero nombre del Niño Jesús que todos llevamos dentro.
 
Sacamos por aquí hace unos días las Cien buenas razones para suicidarse ya de Roland Topor, -a las que podríamos añadir una más, la de huir de las navidades-, que incluían al final una docena de propuestas para escapar precisamente de las entrañables fiestas navideñas, cuyas ventajas e inconvenientes analizaba Topor concienzudamente deseándonos paradójicamente al final una feliz navidad si lográbamos huir de las navidades que todos nos deseamos que sean lo menos infelices, cosa harto difícil, que se pueda. 

(In)felices fiestas navideñas

No es que se lo desee a nadie, nada más lejos de mi intención. Yo lo que deseo es todo lo contrario: no sólo unas felices fiestas, como suelen desear amigos y enemigos por estas fechas, incluidos bancos y hasta el gobierno, sino que todos los días sean de algún modo una fiesta, y que todos sean felices, encontrando la dicha no en las grandes cosas ni en esas palabras que se escriben con mayúscula, sino en los nombres comunes, en las pequeñas cosas ordinarias de la vida cotidiana que parecen insignificantes.

Sin embargo, las cosas, querámoslo o no, suelen ser así: estas entrañables fiestas navideñas suelen ser bastante deprimentes y vomitivas, y no sólo por los excesos gastronómicos, sino también por los empalagos sentimentales, haciéndonos bastante infelices al común de los mortales, hundiéndonos más en la desgracia de la miseria, precisamente por la estúpida obligación reinante de ser o aparentar felicidad.

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