No se trata de contraponer aquí el policía bueno al policía malo, sino de denunciar que “malo” y “bueno” son dos caras de la misma moneda, dos adjetivos, en este caso de la policía, que es el sustantivo, lo sustancial, y que, como si se tratara de un Jano bifronte, en determinadas ocasiones puede presentar su faceta más amable y en otras la cara más brutal. De hecho, desde un punto de vista político, que etimológicamente es lo mismo que policial, porque ambas palabras derivan de πόλις (polis), el nombre griego del Estado, son dos modos complementarios de actuación.
La palabra policía, en español, derivada del latín politia, préstamo griego de πολιτεîα "organización política, gobierno", se usaba ya en 1399 con el significado de "política" y "buena crianza" (cf. inglés policy); es a comienzos del siglo XIX cuando comienza a usarse como "cuerpo encargado de velar por el mantenimiento de la seguridad de los ciudadanos, a las órdenes de las autoridades políticas" y también como miembro de ese cuerpo (inglés police). No se han perdido en castellano, sin embargo, los significados anteriores de urbanidad en el trato y costumbres, aunque sea poco usual, y limpieza y aseo, y "buen orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno".
Según la inevitable Güiquipedia, "fue la necesidad de dotar a las ciudades españolas de una estructura de seguridad moderna, lo que determinó que en 1824, el rey Fernando VII dictase la Real Cédula en la que se creaba la Policía General del Reino"
Ordinariamente suele ser más efectivo el poli bueno, que consigue las cosas por las buenas, que el malo, que las consigue por las bravas y las malas, porque el primero levanta menos suspicacias y cuenta con el apoyo benevolente y el aplauso encendido de la mayoría democrática de la ciudadanía. Pero no hay polis buenos ni polis malos. Lo que hay, en realidad, son técnicas de poli bueno y de poli malo.
Es de sobra conocida su táctica. Mientras éste te presiona y te tortura para sacarte hasta los hígados, aquel se muestra afable, comprensivo y te ruega que colabores con él, por tu propio bien, pero ambos, eso lo sabemos todos, tienen el mismo objetivo. No se trata de dos policías distintos, sino de dos tácticas policiales complementarias utilizadas según requiera la ocasión. Uno establece amenazante y violento tu culpabilidad incuestionable, y el otro hace lo mismo pero procurando que seas tú mismo, con el señuelo de la comprensión, educación y buenas maneras, quien reconozcas sinceramente tu culpabilidad y te ates la cuerda al cuello, hasta con cierto alivio.
El poli malo tiene un perfil
autoritario y violento, mientras que el poli bueno encarna la
concepción de una policía civil y moderna, que mira por nuestra
protección, más acorde con los tiempos que vivimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario