Para entender el dicho español, ya pasado de moda desde que entramos en el euro, de que nadie da duros a cuatro pesetas, que nuestros mileniales no entenderán, hay que tener en cuenta que el duro era una moneda española que valía cinco pesetas. Hoy diríamos "nadie da euros a ochenta céntimos".
Leo sobre el origen del dicho español “Nadie da duros a cuatro pesetas”, lo que Andrés Rodríguez Amayuelas escribe en El Viejo Topo el 2 de abril de 2017: Cuentan que un político español de provincias, de finales del XIX, se presentaba a las elecciones provinciales. Para garantizarse el voto en el medio rural, decidió comprar su voto dándoles 4 pesetas a cada persona. Otro candidato, que ya era diputado, se enteró de la maniobra y, no queriendo perder su acta, decidió tomar cartas en el asunto. Se dirigió a quienes habían recibido el dinero del otro candidato y les dijo que a quienes le entregaran el dinero recibido y le votaran, les daría un duro… y así lo hicieron, quedando agradecidos por la generosidad del diputado.
La anécdota, no sé si cierta, aunque un tanto imprecisa porque no menciona los nombres de los políticos, explicaría muy bien el origen del dicho. Ambos políticos compran el voto: el primero por cuatro pesetas, el segundo lo hace por una sola, dado que les da a sus electores un duro a cambio de cuatro pesetas, sí, y ahí está la picaresca española, y de su voto, que le resulta más barato que al anterior diputado, que había pagado 4 pesetas y perdido las elecciones... Se non è vero, como dicen los italianos, è ben trovato.
Parece, sin embargo, que el pintor y escritor catalán Santiago Rusiñol, si no inventó la frase, sí protagonizó una anécdota relacionada con ella, al apostar con sus amigos que se ponía en la calle a vender duros a cuatro pesetas y a que nadie se los compraba, y en efecto, salió a la calle y vociferó o puso un cartel que decía: Vendo duros a cuatro pesetas. Nadie le hizo caso porque pensaban que quería darles monedas falsas, el gato por la liebre, o, simplemente, engañarles. Ganó la apuesta porque no vendió ni un solo duro ya que todo el mundo pensaba, con más razón seguramente de la que creían, que los duros eran falsos. Me explico: no eran falsos, porque eran de curso legal, pero sí eran falsos porque la gente no entendía que hubiera duros que pudieran valer cuatro pesetas, cuando el valor establecido era el de cinco pesetas.
Escribe M. Martín Ferrand en ABC (22/04/2001): Santiago Rusiñol, parapetado tras su barba solemne y sus mostachos modernistas, fue un espléndido pintor, un aceptable escritor y un humorista en estado puro. En su tertulia barcelonesa de «Els quatre gats», especialmente con Casas, Utrillo y Regoyos, perpetraba bromas divertidísimas que luego ponía en práctica para demostrar empíricamente las notas de la condición humana. Muy cerca de la cervecería que le daba nombre a la tertulia, junto al edificio neogótico de Puig y Cadafalch, un buen día de finales del XIX Rusiñol instaló un tenderete, lo cubrió de auténticos duros de plata y, sentado frente a él, se puso a pregonar: «¡Duros a cuatro pesetas!». No vendió ni uno solo y les demostró así a sus contertulios la ineficacia de la verdad predicada en la calle, sin avales y garantías acreditativas. Los españoles desconfiamos, más que de ninguna otra cosa, de la verdad clara y limpiamente formulada. Los transeúntes le miraban y, en el mejor de los casos, esbozaban una sonrisa al tiempo que apretaban el paso para darse a la fuga.
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