San Roque, a pesar de ser un santo extensamente venerado desde finales de la Edad Media como demuestra el auge por toda Europa de las numerosas cofradías que llevan su nombre, no fue canonizado hasta que el papa Gregorio XIII incluyó a Roque de Montpellier en 1584 en el martirologio de la Iglesia, acto litúrgico-administrativo que no supuso propiamente la canonización, pero sí la proclamación oficial de su culto por la suprema autoridad de la Iglesia, un culto que exteendido entre el pueblo desde el siglo XIV había llegado ya hasta el Nuevo Mundo.
Por otra parte, nada se sabe a ciencia cierta sobre este personaje, ni siquiera su lugar de nacimiento y muerte, o las fechas en que vivió. Otro papa, Urbano VIII, volvió a confirmar el culto a san Roque en 1629 al aprobar los textos litúrgicos de la misa y del oficio divino de la fiesta de san Roque.
Leo en un periódico francés de 1885 (L' union monarchique du Finistère) la siguiente noticia: En Salon (Bouches du Rhône) se produjo una manifestación enteramente popular que llevaba triunfalmente una estatua de San Roque en reconocimiento por el fin del cólera. Quince días antes, en plena epidemia, había tenido lugar una ceremonia para pedir el fin de la peste sin que interviniera la policía, pero en esta ocasión las mujeres, que llevaban la imagen del santo, fueron increpadas por los agentes de la autoridad, lo que provocó que la multitud se indignara. Unas tres mil pesonas participaban en la manifestación. Las portadoras de la imagen oponen resistencia a los agentes. Finalmente se apoderan de la imagen del santo, y la multitud indignada protesta gritando: ¡Viva san Roque!
Asimismo leo en otro periódico francés de 21 de agosto de 1896 (Le gaulois) la noticia “Una procesión civil” sucedida en Ajaccio (Córcega). Dice así (traduzco literalmente):
“Una viva agitación reinó en nuestra ciudad durante la jornada del 16 de agosto como consecuencia del disentimiento entre el obispo de Ajaccio y la cofradía de san Roque.
Tuvo lugar la procesión del santo y su estatua fue llevada en triunfo a pesar de la prohibición de Monseñor de la Foata y la ausencia del clero.
Durante toda la jornada del domingo, detonaciones de cajas, tiradas sobre la plaza del oratorio de san Roque, han resonado. Una muchedumbre considerable toma parte en el desfile que comienza a las seis; la estatua de san Roque, desapareciendo bajo los ramos y los ornamentos, es rodeada por una guardia de honor; hombres del pueblo se disputan el privilengio de llevarla a hombros.
Llegada ante la iglesia parroquial cuyas puertas se cierran por orden ante la aparición de la estatua. Esta medida exaspera a la multitud que amenaza con derribar las puertas de la iglesia y entrar allí por la fuerza, pero acaban prevaleciendo consejos de prudencia y la procesión regresa a su punto de partida; san Roque se reintegra a su capilla, saludado por las campanas que sonaban a todo vuelo. Estallan los aplausos: “Viva san Roque” y se deshacen en diatribas contra el clero.
En definitiva, hemos asistido a una procesión civil: hay que conocer la vivacidad del sentimiento religioso en este país para explicarse una anomalía semejante. De buena fe los miembros de la cofradía creyeron que defendían así los derechos de su corporación y la libertad de conciencia. (...)”.
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