En época de epidemias y desde el siglo XIV se pintaba en las puertas de las casas de muchos pueblos del sur de Francia y del norte de España las tres letras V S R, que eran las iniciales de “Vive saint Roch” y de “Viva san Roque” a modo de conjuro para que la peste no entrara por la puerta. Y es que el santo, según la devoción popular, curaba pavorosas enfermedades como la lepra o la peste, que se consideraban castigos de Dios.
Hay una copla anónima y popular castellana donde se le promete a la amada (llamada “niña”) librarla de la peste, siguiendo la tradición que tiene al santo francés como abogado contra la pestilencia. Se trata de una seguidilla de cuatro versos en pareja de heptasílabo y pentasílabo, con rima en este caso consonante en los pentasílabos: Arrímate a mí, niña, / que soy san Roque, / por si viene la peste / que no te toque. Y una segunda que repite los motivos anteriores omitiendo el de la peste: Que no te toque, niña, / que no te toque. / Arrímate a mí, niña, / que soy san Roque.
La copla popular, como puede verse, no propone la distancia social de un metro y medio para evitar la plaga como las hodiernas autoridades sanitarias, sino justamente lo contrario: arrimarse a fin de beneficiarse de la inmunidad que proporciona el santo, juntarse para contagiarse y así por paradójico que parezca librarse del contagio.
San Roque, manuscrito medieval
Otra copla, esta vez una cuarteta compuesta por cuatro octosílabos con rima abab, también de carácter anónimo y popular, introduce el tema de “Viva San Roque” como grito que hace que encarcelen a quien lo pronuncia, quizá porque el santo, que era objeto de devoción popular, no estaba todavía reconocido por la Iglesia y el Santo Oficio. Aparece en la copla también el motivo del perro, que se asocia siempre a Roque hasta el punto de que se llega a decir de dos amigos inseparables que son como san Roque y su gozque.
Cuando
san Roque curaba a los leprosos, contrajo la peste y estuvo a las
puertas de la muerte. Aislado como estuvo, un perro robaba un mendrugo
de pan todos los días a su dueño y se lo llevaba al santo y le lamía las
llagas hasta que se curó. Desde entonces acompaña al santo andariego y
peregrino como fiel compañero.
Así dice la copla: Por decir “¡Viva San Roque!”, / me llevaron prisionero. / Y ahora que estoy en prisiones: / “¡Viva San Roque y el perro!”. Una versión gallega, por su parte: Por gritar “¡viva San Roque!” / prenderon a meu irmán. / Agora que o soltaron / “¡Viva San Roque e o can!”.
En
las representaciones que se ven en algunas iglesias del santo y el
perro, la llaga o bubón que le lamía el perro se presenta no
en las ingles, donde solían aparecer, sino en el más púdico muslo.
Este perro es el del famoso trabalenguas popular en forma de seguidilla también que aprenden los niños para pronunciar bien la erre: El perro de san Roque / no tiene rabo, / porque Ramón Ramírez / se lo ha cortado (o se lo ha robado, en otra versión).
Al parecer, este trabalenguas era un modo que tenía la Inquisición de identificar a los judíos conversos: les obligaba a recitar la cantilena con tanta erre que erre, que ordinariamente eran incapaces de pronunciar, lo cual delataba su condición.
Estampa de san Roque, siglo XVII
¿Quién era este Ramón Ramírez? Alrededor de 1885 hubo una fuerte epidemia de viruela en San Roque (Cádiz), y los fieles devotos del santo acudían a la ermita donde vivía un santero de nombre Ramón Ramírez que vendía oraciones y unos polvos mágicos que entre otras cosas incluían raspaduras del rabo del perro de san Roque, que así perdió la cola. Junto a las ciencias siempre han florecido las pseudociencias. Estas últimas, siendo falsas como indica el prefijo pseudo- de su nombre, sirven sin embargo para certificar la "verdad" de la Ciencia oficial.