miércoles, 5 de agosto de 2020

El traje nuevo del Emperador

El cuento de Andersen “El traje nuevo del emperador”, conocido también como “El rey desnudo” es un relato infantil que Hans Christian Andersen publicó en 1837, pero que está basado en un relato popular más antiguo, del que tenemos noticia, por ejemplo, en  El conde Lucanor, del infante don Juan Manuel, escrito en la primera mitad del siglo XIV, concretamente en el exemplo XXXII de dicha obra, que el escritor danés conoció indirectamente.

Es la historia de un rey que fue engañado por dos supuestos sastres que le aseguraron que le confeccionarían el atuendo más fabuloso que pudiera imaginarse, para lo que debería facilitarles oro, plata y numerosas perlas y piedras preciosas, y que según le cuenta Petronio al conde Lucanor sólo era visible para los hidalgos, es decir para los que eran hijos del padre que creían, pero no para los hijos de padre desconocido (o hideputas).

El rey, obviamente, debería ver ese traje porque, de lo contrario, no podría lucir la corona que ostentaba, ya que si no lo veía, era porque no era hijo de un rey, sino de cualquier villano y no era por lo tanto digno de la línea dinástica...

El rey está desnudo, ilustración de W. Heath (1872-1944)

El traje, obviamente, era una estafa, y los presuntos sastres unos estafadores, pero nadie se atrevía a denunciar el engaño so pena de ser tachado de hijo de padre desconocido, y todos le decían que era el traje más bello del mundo.

No había tal traje de rico paño y seda bordada, labrado en oro y filigranas de las más ricas perlas y rubíes...

Llegó el día en que el monarca decidió vestir el traje y cabalgar por la villa. Todos sus súbditos aplaudían la regia comitiva.


Sabían que había que ver aquel atuendo so pena de ser considerados unos hideputas, hasta que en la versión de Andersen -que prescinde del detalle del adulterio de la madre, recuérdese aquello de pater incertus, mater certissima- un niño se atreve en su ingenuidad a gritar la verdad: “El rey está desnudo”, y en la del conde Lucanor un negro que guardava el cavallo del rey, et que non avía que pudiesse perder, llegó al rey et díxol': “Señor, a mi non me empece que me tengades por fijo de aquel padre que yo tengo, nin de otro, et por ende, dígovos que yo só ciego o vós desnuyo ides”, es decir, que o yo estoy ciego o vos vais desnudo.


¿Habrá alguien, me pregunto yo, algún niño como en el cuento infantil de Andersen o algún negro, como en el Conde Lucanor, o quizá algún borracho, por aquello de que sólo los niños y los borrachos dicen la verdad, se me ocurre ahora a mí, que se atreva a gritar lo que ven sus ojos, porque salta a la vista, que el virus coronado que cabalga por la villa está desnudo, y que el traje más bello del mundo no es más que la desnudez de los puros cueros?

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