Sócrates no escribió
nada. Platón y Jenofonte son los principales autores que escribieron
sobre él. Es difícil distinguir en sus obras cuándo nos están
hablando del Sócrates histórico y cuando el Sócrates del que nos
hablan no es más que un personaje literario detrás del que se
parapetan ellos mismos para dar más autoridad a su discurso. En lo
que ambos autores coinciden es en el carácter oral de las enseñanzas
del maestro y en la práctica del diálogo, y en concreto en la
formulación de la pregunta fundamental que plantea
Sócrates a sus interlocutores: ¿qué es?.
Con esta pregunta se consiguen dos cosas contrarias: por un lado se
intenta saber lo que es una cosa, la pregunta es un deseo, digamos,
de sabiduría (filo-sofía); pero, por otro lado, el hecho mismo de
preguntar revela que uno no sabe muy bien qué es aquello que pregunta, por lo que quiere
definirlo mejor de lo que está: no está claro el significado de la cosa y por eso se pregunta por ella, para aclararlo.
Si se
habla como vamos a hacer aquí de una idea definida como la de riqueza en términos
económicos, por ejemplo, se habla contra ella, porque hablar de una
idea cualquiera es ponerla en tela de juicio, revelar su
imperfección, y desactivarla como tal idea al mostrar sus contradicciones.
Sócrates, dibujo de Esteban Navarro Galán
En los diálogos que
escribió Platón en su juventud (incluyendo la Apología, que no es propiamente un diálogo sino el discurso
de defensa de Sócrates en el juicio donde fue condenado a muerte) es
donde es más fiel probablemente al Sócrates histórico: en ellos
Sócrates se pregunta por diversas cosas sin llegar nunca a una
conclusión definitiva, porque el razonamiento no conoce cierre, es sin fin, un
preguntarse constantemente por la realidad de las cosas, lo que
denuncia así la falsedad, por su propia pretensión, de cierre: la pregunta no puede tener respuesta
definitiva, tiene que estar siempre en el aire, corriendo de boca en boca.
Jenofonte en este
discurso titulado “Económico”, que es el primer tratado escrito de economía en nuestro mundo, utiliza la figura de Sócrates
como intermediario para formular sus propias ideas sobre economía
(término griego que nos llega a través del latín oeconomia y que literalmente significa administración, "-nomía", del "oikos", es decir, de
la casa o hacienda).
Es posible que en este
breve fragmento de la conversación que mantienen Sócrates y
Critobulo resuene la voz auténtica de Sócrates, no del Sócrates
jenofóntico, que es el alter ego del autor, bajo cuya identidad se
parapeta y esconde, sino del Sócrates histórico. (La
traducción que copio es la de Juan Zaragoza, Edit. Gredos Madrid
1993, y corresponde a la obra de Jenofonte Económico):
Busto de Jenofonte
Un
diálogo entre Sócrates y Critobulo
(Habla Critobulo) - ...¿O
es que ya has decidido que somos suficientemente ricos y piensas que
no necesitamos más dinero?
-Por mi parte, dijo
Sócrates, si también te estás refiriendo a mí, creo que no
necesito más riquezas, sino que tengo el dinero suficiente. Tú, en
cambio, Critobulo, me pareces absolutamente pobre y a veces, ¡por
Zeus!, siento una gran lástima de ti.
Critobulo, soltando una
carcajada, dijo: -¿Y cuánto dinero,
Sócrates, ¡por los dioses! crees que sacarías vendiendo tus bienes
y cuánto por los míos?
-Por mi parte, dijo
Sócrates, creo que si consiguiera un buen comprador sacaría muy
fácilmente por todos mis bienes cinco minas, incluida la casa. En
cambio, de los tuyos sé con certeza que conseguirías cien veces
más.
No podemos estimar la
cantidad de la fortuna de Sócrates. Él la tasa en cinco minas. Lo
que sí sabemos es que la mina equivalía a 100 dracmas, moneda que ha
estado vigente en Grecia hasta la implantación del euro, por lo tanto
su fortuna ascendía a 500 dracmas en el mejor de los casos, incluida
su vivienda, si encontraba un buen comprador, como él dice, porque las
cosas no tienen un precio fijo y definitivo, valen no lo que valen sino
lo que alguien esté dispuesto a pagar por ellas. Para
hacernos una idea lo más aproximadamente cabal de esta cifra, salvando
las distancias insalvables, y teniendo en cuenta que algunos
economistas establecieron la paridad de la dracma del siglo V a. de
C. con 25 dólares norteamericanos del año 1990, -que se convierten
casi en el doble en 2016, al aplicarles la tasa de inflación, más o
menos 48,43 dólares-, podemos conjeturar que la fortuna de Sócrates
ascendería aproximadamente a unos 24.000 dólares actuales, lo que
vendría a ser, grosso modo, unos 20.578 euros de hoy. Según Antonio
Tovar en su Vida de Sócrates, el filósofo mantenía una renta
anual de unas 200 dracmas, lo que no era mucho para su tiempo. Hoy
serían 9.600 dólares, es decir, 8.232 euros.
¿Quién es el rico y
quién el pobre? Aparentemente a los ojos de cualquiera, Critobulo es
el rico y Sócrates más bien pobre. Sin embargo, Sócrates considera
que él es el rico y Critobulo el pobre, por el que incluso siente
lástima. Lo que critica Sócrates es que la riqueza se cuantifique
en dinero. Según el criterio económico, Critobulo sería cien veces
más rico que Sócrates, pero según el baremo que aplica Sócrates
Critobulo es más pobre que él, lo que le produce la risa en forma
de carcajada a su interlocutor, que se considera más rico que el
filósofo, aunque no tanto como quisiera.
No es rico el que más
tiene sino el que se conforma con lo que tiene y no desea más. La
riqueza no consiste exactamente en tener gran cantidad de bienes; se
puede ser rico con bienes escasos si estos son más que suficientes
para satisfacer las necesidades básicas. Tal opinión ha dado lugar
al dicho popular de que no es más rico quien más tiene sino quien
menos necesita, que formula Séneca en latín escribiendo: Nōn quī parum habet, sed quī plūs cupit pauper est: No es pobre el que
tiene poco, sino el que desea más.
El dinero no
proporciona la felicidad, sino todo lo contrario: suele ser la causa
de la desdicha y la fuente de casi todos nuestros males y problemas.
La dicha no está en la posesión de bienes, sino en su usufructo. Es
más, la posesión suele matar el usufructo o disfrute de los bienes. La
felicidad que los griegos llamaban eudaimonía, no puede comprarse con
dinero porque no está a la venta, no es un objeto de consumo, y no está a
la venta porque no es algo definido como todos los productos que están a
la venta en el mercado. En primer lugar, habría que definir qué es.
Con motivo de las protestas del 15 de mayo de 2011 en la Puerta del
Sol de Madrid, la poetisa Isabel Escudero quema un billete, como
hicieron algunas anarquistas durante la guerra civil española.
Los manifestantes, que corean la cantilena infantil Cuatro banqueros
/ se balanceaban / sobre la tela de una araña; / como veían / que no se
caían, / fueron a llamar a otro banquero... aplauden el gesto
revolucionario.
Cualquiera de nosotros
sería capaz de prender fuego en un momento dado a un billete de cinco o
de diez euros, que son peccata minuta, pero,
me pregunto yo, si tuviéramos entre las manos ahora mismo por ejemplo
uno de 500 euros, el de mayor valor entre los de curso legal en la zona
euro en la actualidad, uno de esos que la gente dice que son como Dios,
porque, aunque existan, no son manejables ni siquiera visibles para el
común de los mortales, ¿haríamos lo mismo?
Así son siempre las cosas: o las tienes o las
gozas. Son incompatibles, en contra de lo que creemos
habitualmente y nos inculcan, tener y gozar, la posesión de las
cosas, que es lo que nos da el dinero, porque sin dinero no hay
privada propiedad ni identidad tampoco, y el usufructo o disfrute de ellas.
Para algunos, en el colmo del enrevesamiento, el único goce que hay
es la posesión, el dinero. Pero el dinero no nos da más que la
posesión legal y propiedad de las cosas, no su disfrute, que es lo bueno de ellas. Decir de alguien que no
disfruta de lo que tiene no es hacerle ningún reproche o crítica,
sino reconocer lo que habitualmente nos pasa a todos y cada uno de nosotros: no podemos
disfrutar de lo que poseemos, porque la propiedad y el disfrute están
íntimamente reñidos.