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sábado, 10 de junio de 2023

Comunicado del Partido Que No Existe

    Concluido el plazo para formalizar la inscripción en el registro de partidos políticos y coaliciones electorales de cara a las elecciones generales del reino de España el 23 de julio, el Partido Que No Existe, también conocido como PI (Partido Inexistente), manifiesta que no se ha registrado como tal partido ni sumado a ninguna coalición electoral habida o por haber, por lo que, fiel a sus principios, no presenta su candidatura a dicha farsa electoral democrática, como hacen los partidos existentes, dirigida a que todo cambie a fin de poder seguir igual, y a que la utopía más descabellada y loca que hay, que es el capitalismo, se mantenga porque la pugna no se da entre la izquierda y la derecha, como quieren hacernos creer, sino como recuerda la copla que nos dejó Isabel Escudero: “Ni derecha ni izquierda, / entre arriba y abajo / está la pelea.” 

     En la nota de prensa el Partido Inexistente comenta que ante el horror que nos produce la verdad, o mejor dicho, la constatación empírica de que la realidad que se nos presenta no es verdad sino mentira, nos evadimos constantemente a través de los entretenimientos que nos ofrece la tecnología y toda su amplia gama y variedad de contenidos como las series televisuales, las informaciones de los periódicos ya sean progresistas o conservadores, da igual que da lo mismo, en los que las noticias no se distinguen de la propaganda ni esta de la publicidad, las películas, los programas de televisión, los deportes, la cultura, y un larguísimo etcétera, en el que se incluye la política como máxima distracción, dado que el entretenimiento es fundamental para la manipulación y gobierno de la gente. 

 Felices (fragmento), Laurie Lipton (2015)

    Al renunciar a ser candidato, el Partido extraparlamentario se desmarca así de la loca carrera por el Poder que emprenden tanto los llamados en la antigua Roma petidores como sus rivales competidores, aspirantes todos a ocupar los cargos públicos del llamado cursus honorum, la carrera política o de los honores, que así se denominaba porque entonces era honorífica, es decir, reportaba honores pero no estaba remunerada económicamente como ahora. En aquel entonces su desempeño proporcionaba honor, pero no honorarios, prestigio pero no dinero. Pero en nuestra época, esencialmente económica, los honorarios, en plural, son los importes de los servicios prestados al Estado y al Mercado.

    Rechaza, pues, el Partido Que No Existe ser candidato. No vestirá en los lugares públicos tales como los foros o el Campo de Marte de los platós televisivos una toga blanca resplandeciente. Vestirá, si siente la necesidad de hacerlo, una prenda de cualquier color, que si es blanca, lo será de un blanco normal y corriente, no deslumbrante y enceguecedor. 

    Conviene en este punto aclarar que en la antigüedad había dos maneras de referirse al color blanco, no una sola como ahora, y por lo tanto dos colores blancos: albo y cándido: albo era blanco sin más, un blanco mortecino o apagado, natural sin afeites ni adobos artificiales, y, por lo tanto, no muy vivo, un blanco normal y corriente, que diríamos nosotros, mientras que cándido, de donde viene el término 'candidato', aludía a una blancura subida de tono y reluciente, causada artificialmente por la greda cuando se lava con ella la prenda, por lo que su blancura candente o incandescente deslumbraba a la vista.


    Los políticos de entonces blanqueaban, nunca mejor dicho, así la negrura de su imagen, logrando una candidez artificial que se conseguía lavando la toga blanca con tiza o greda, por lo que un poeta satírico como Persio acuñó la expresión “cretata ambitio”, en aquellos hexámetros suyos que hacían una pregunta que conllevaba una respuesta negativa en su formulación (V, 176-177): ius habet ille sui, palpo quem ducit hiantem / cretata ambitio? [...] ¿Dueño de sí es, boquiabierto de halagos, aquél al que guía / una ambición blanqueada? La cretata ambitio es, pues, una soberbia engredada, una ambición desmesurada, muy blanca y resplandeciente, que se define como el ardiente deseo de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama, a cambio del voto devoto. De manera que los que llamaban candidatos o pretensores de los cargos públicos del Estado no solo eran ambiciosos interiormente, sino que también por fuera mostraban su altivez y soberbia pues no solo llevaban vestidura blanca, sino lavada con greda a fin de parecer con aquel lustre brillante e inmaculado almas cándidas merecedoras de la dignidad que pretendían.

    Asimismo, por otra parte, el Partido Inexistente se felicita en su nota de prensa de que un sindicalista gallego que había sido multado por haber ultrajado a la bandera nacional, llamándola 'puta bandeira' y diciendo que había que 'prenderlle lume á puta bandeira', o sea, quemar la puta bandera, haya sido desagraviado. No es ningún ultraje a la bandera ni a la patria decir que hay que prender fuego a las putas banderas -'putas' es un epíteto de todas las banderas-, sino que lo ultrajante es que haya patrias y pendones ondeando a los vientos, simbolizando y dando pábulo a las patrias.

    El Partido Que No Existe es partidario de que se mantenga en la actual coyuntura la disolución de las dos cámaras, tanto la alta del Senado como la baja del Congreso indefinida- y definitivamente, pero no solo las españolas sino todas las cámaras existentes, tanto centrales como autonómicas o federales, en el mundo universal. Fiel a su lema “Ni electores ni elegidos” (neque electores neque electi, ni (pros)elitistas ni élites o minorías selectas rectoras), alza el estandarte abstencionista de aquellos que reaccionando ante el agravio de la existencia de los Estados/Mercados, propugnan el total absentismo de las convocatorias electorales que a los de abajo ni nos van ni nos vienen trayéndonos al pairo.

José Martínez Ruiz, Azorín, en 1903
     El Partido Que No Existe, finalmente, dice contar con una amplia base de simpatizantes constituida tanto por personas vivas como muertas. En este sentido, la nota de prensa finaliza haciéndose eco de las declaraciones de la voz de ultratumba, una voz que sin embargo está muy viva, del joven José Martínez Ruiz (1873-1967), antes de ser más conocido por su pseudónimo literario de Azorín, que dice: "¿Para qué votar? ¿Para qué consolidar con nuestra blanca papeleta cándidamente al Estado?". Es una pregunta, obviamente, retórica que conlleva la respuesta en la segunda cuestión. Seguimos oyendo su voz, que a muchos votantes y simpatizantes de los partidos del derechas (incluidas la derecha, la izquierda, el centro y sus extremidades en la denominación) no les agradará: "La democracia es una mentira inicua. Votar es fortalecer la secular injusticia del Estado. Ni señores ni esclavos, ni electores ni elegidos, ni siervos ni legisladores. Rompamos las urnas electorales y escribamos en las encarecidas candidaturas endechas a nuestras amadas y felicitaciones irónicas a cuantos crean ingenuamente en la redención del pueblo por el parlamento y la democracia."

domingo, 28 de mayo de 2023

Tontos de los cojones (sic)

    Un alcalde de la España profunda y carpetovetónica afiliado a un partido sedicente izquierdista, el P¿S?¿O?E,  Partido ¿Socialista? ¿Obrero? Español, dijo que no sabía cómo había tanto "tonto de los cojones"  (sic, literalmente) que votaba a la derecha. Y fueron los de la oposición  y se rasgaron las vestiduras dándose por aludidos, pues, según ellos mismos, ellos, exclusivamente, el P¿P?, el Partido ¿Popular? -el pueblo, que es lo que significa populus en latín, y de ahí viene lo de 'popular', no puede ser 'partido'- tenían la denominación de origen patentada de "la derecha", y pidieron por lo tanto la dimisión del bocazas.

    En realidad el alcalde susodicho se equivocaba sólo en parte, o, dicho de otro modo, tenía su parte de razón, porque, sin querer, algo había dicho de verdad, porque a él también le había votado la derecha aunque no lo crea. Él, por muy izquierdista que se considere, también es de derechas,  y por eso ocupaba la alcaldía que presidía. Ignoro si la sigue presidiendo, pero en todo caso da igual para el caso que nos trae.

   Votar es un acto  intrínsecamente pro-sistema, conformista, y, digámoslo así, de derechas, independientemente de a quién se vote, porque da igual republicanos que demócratas, son lo mismo laboristas que tories, igual da  progresistas que conservadores,  da lo mismo "izquierdas" que "derechas", cara y cruz de la misma moneda que es el establishment.  Como decía el jaicú aquel que sacamos el otro día: Ambidiestro que es, / no se queda manco, no, / jamás el Poder.
 
   Y como sentenció de una vez para todas Isabel Escudero (1944-2017): "Ni derecha ni izquierda; / entre arriba y abajo / está la pelea". Daba a entender así la coplilla que la izquierda y la derecha eran las dos manos imprescindibles y complementarias del Poder, que no se queda nunca manco.
 
 
    Dejemos, por lo tanto, la cosa, simplemente,  en que hay mucho tonto que vota, en el sentido de que cree saber lo que quiere, y no quiere aceptar lo fundamental, que es que no sabe lo que le conviene. Sin más. En esa primera parte de su aserto sí que tenía razón el bocazas del alcalde. Sin querer, pues él sólo pretendía atacar a sus rivales de la oposición, había dicho algo de verdad.     



lunes, 1 de mayo de 2023

Lecciones de economía: 7. -¿Quién es el rico y quién el pobre?

    Sócrates no escribió nada. Platón y Jenofonte son los principales autores que escribieron sobre él. Es difícil distinguir en sus obras cuándo nos están hablando del Sócrates histórico y cuando el Sócrates del que nos hablan no es más que un personaje literario detrás del que se parapetan ellos mismos para dar más autoridad a su discurso. En lo que ambos autores coinciden es en el carácter oral de las enseñanzas del maestro y en la práctica del diálogo, y en concreto en la formulación de la pregunta fundamental que plantea Sócrates a sus interlocutores: ¿qué es?. 
 
    Con esta pregunta se consiguen dos cosas contrarias: por un lado se intenta saber lo que es una cosa, la pregunta es un deseo, digamos, de sabiduría (filo-sofía); pero, por otro lado, el hecho mismo de preguntar revela que uno no sabe muy bien qué es aquello que pregunta, por lo que quiere definirlo mejor de lo que está: no está claro el significado de la cosa y por eso se pregunta por ella, para aclararlo. 
 
    Si se habla como vamos a hacer aquí de una idea definida como la de riqueza en términos económicos, por ejemplo, se habla contra ella, porque hablar de una idea cualquiera es ponerla en tela de juicio, revelar su imperfección, y desactivarla como tal idea al mostrar sus contradicciones.

 Sócrates, dibujo de Esteban Navarro Galán

    En los diálogos que escribió Platón en su juventud (incluyendo la Apología, que no es propiamente un diálogo sino el discurso de defensa de Sócrates en el juicio donde fue condenado a muerte) es donde es más fiel probablemente al Sócrates histórico: en ellos Sócrates se pregunta por diversas cosas sin llegar nunca a una conclusión definitiva, porque el razonamiento no conoce cierre, es sin fin, un preguntarse constantemente por la realidad de las cosas,  lo que denuncia así la falsedad, por su propia pretensión,  de cierre: la pregunta no puede tener respuesta definitiva, tiene que estar siempre en el aire, corriendo de boca en boca.

    Jenofonte en este discurso titulado “Económico”, que es el primer tratado escrito de economía en nuestro mundo, utiliza la figura de Sócrates como intermediario para formular sus propias ideas sobre economía (término griego que nos llega a través del latín oeconomia y que literalmente significa administración, "-nomía",  del "oikos", es decir, de la casa o hacienda).

    Es posible que en este breve fragmento de la conversación que mantienen Sócrates y Critobulo resuene la voz auténtica de Sócrates, no del Sócrates jenofóntico, que es el alter ego del autor, bajo cuya identidad se parapeta y esconde, sino del Sócrates histórico. (La traducción que copio es la de Juan Zaragoza, Edit. Gredos Madrid 1993, y corresponde a la obra de Jenofonte Económico): 

Busto de Jenofonte

Un diálogo entre Sócrates y Critobulo

(Habla Critobulo) - ...¿O es que ya has decidido que somos suficientemente ricos y piensas que no necesitamos más dinero?
 
 -Por mi parte, dijo Sócrates, si también te estás refiriendo a mí, creo que no necesito más riquezas, sino que tengo el dinero suficiente. Tú, en cambio, Critobulo, me pareces absolutamente pobre y a veces, ¡por Zeus!, siento una gran lástima de ti. 
 
Critobulo, soltando una carcajada, dijo: -¿Y cuánto dinero, Sócrates, ¡por los dioses! crees que sacarías vendiendo tus bienes y cuánto por los míos?
 
 -Por mi parte, dijo Sócrates, creo que si consiguiera un buen comprador sacaría muy fácilmente por todos mis bienes cinco minas, incluida la casa. En cambio, de los tuyos sé con certeza que conseguirías cien veces más.

    No podemos estimar la cantidad de la fortuna de Sócrates. Él la tasa en cinco minas. Lo que sí sabemos es que la mina equivalía a 100 dracmas, moneda que ha estado vigente en Grecia hasta la implantación del euro, por lo tanto su fortuna ascendía a 500 dracmas en el mejor de los casos, incluida su vivienda, si encontraba un buen comprador, como él dice, porque las cosas no tienen un precio fijo y definitivo, valen no lo que valen sino lo que alguien esté dispuesto a pagar por ellas. Para hacernos una idea lo más aproximadamente cabal de esta cifra, salvando las distancias insalvables, y teniendo en cuenta que algunos economistas establecieron la paridad de la dracma del siglo V a. de C. con 25 dólares norteamericanos del año 1990, -que se convierten casi en el doble en 2016, al aplicarles la tasa de inflación, más o menos 48,43 dólares-, podemos conjeturar que la fortuna de Sócrates ascendería aproximadamente a unos 24.000 dólares actuales, lo que vendría a ser, grosso modo, unos 20.578 euros de hoy. Según Antonio Tovar en su Vida de Sócrates, el filósofo mantenía una renta anual de unas 200 dracmas, lo que no era mucho para su tiempo. Hoy serían 9.600 dólares, es decir, 8.232 euros.

    ¿Quién es el rico y quién el pobre? Aparentemente a los ojos de cualquiera, Critobulo es el rico y Sócrates más bien pobre. Sin embargo, Sócrates considera que él es el rico y Critobulo el pobre, por el que incluso siente lástima. Lo que critica Sócrates es que la riqueza se cuantifique en dinero. Según el criterio económico, Critobulo sería cien veces más rico que Sócrates, pero según el baremo que aplica Sócrates Critobulo es más pobre que él, lo que le produce la risa en forma de carcajada a su interlocutor, que se considera más rico que el filósofo, aunque no tanto como quisiera. 
 
     No es rico el que más tiene sino el que se conforma con lo que tiene y no desea más. La riqueza no consiste exactamente en tener gran cantidad de bienes; se puede ser rico con bienes escasos si estos son más que suficientes para satisfacer las necesidades básicas. Tal opinión ha dado lugar al dicho popular de que no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita, que formula Séneca en latín escribiendo: Nōn quī parum habet, sed quī  plūs cupit pauper est: No es pobre el que tiene poco, sino el que desea más.

    El dinero no proporciona la felicidad, sino todo lo contrario: suele ser la causa de la desdicha y la fuente de casi todos nuestros males y problemas. La dicha no está en la posesión de bienes, sino en su usufructo. Es más, la posesión suele matar el usufructo o disfrute de los bienes. La felicidad que los griegos llamaban eudaimonía, no puede comprarse con dinero porque no está a la venta, no es un objeto de consumo, y no está a la venta porque no es algo definido como todos los productos que están a la venta en el mercado. En primer lugar,  habría que definir qué es.

    Con motivo de las protestas del 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol de Madrid, la poetisa Isabel Escudero quema un billete, como hicieron algunas anarquistas durante la guerra civil española. Los manifestantes, que corean la cantilena infantil  Cuatro banqueros / se balanceaban / sobre la tela de una araña; / como veían / que no se caían, /  fueron a llamar a otro banquero... aplauden el gesto revolucionario. 


    Cualquiera de nosotros sería capaz de prender fuego en un momento dado a un billete de cinco o de diez euros, que son peccata minuta, pero, me pregunto yo, si tuviéramos entre las manos ahora mismo por ejemplo uno de 500 euros, el de mayor valor entre los de curso legal en la zona euro en la actualidad,  uno de esos que la gente dice que son como Dios, porque, aunque existan, no son manejables ni siquiera visibles para el común de los mortales, ¿haríamos lo mismo?

    Así son siempre las cosas: o las tienes o las gozas. Son incompatibles, en contra de lo que creemos habitualmente y nos inculcan, tener y gozar, la posesión de las cosas, que es lo que nos da el dinero, porque sin dinero no hay privada propiedad ni identidad tampoco, y el usufructo o disfrute de ellas. Para algunos, en el colmo del enrevesamiento, el único goce que hay es la posesión, el dinero. Pero el dinero no nos da más que la posesión legal y propiedad de las cosas, no su disfrute, que es lo bueno de ellas. Decir de alguien que no disfruta de lo que tiene no es hacerle ningún reproche o crítica, sino reconocer lo que habitualmente nos pasa a todos y cada uno de nosotros: no podemos disfrutar de lo que poseemos, porque la propiedad y el disfrute están íntimamente reñidos.

lunes, 11 de julio de 2022

De la paz y de la guerra

     La siguiente reflexión de Cicerón sobre la guerra y la paz, sacada de su contexto, que es la séptima Filípica que escribió el orador contra Marco Antonio, me parece muy oportuna en cualquier caso: Nec ego pacem nolo, sed pacis nomine bellum inuolutum reformido, que viene a decir algo así: Yo no estoy contra la paz, pero me produce espanto la guerra envuelta en el nombre de la paz.



 El joven Cicerón leyendo, Vincenzo Foppa (1427-1515)

George Órgüel en su novela 1984  describía el mundo del Gran Hermano donde el lema del partido que gobernaba era: war is peace, freedom is slavery, ignorance is strength: guerra es paz, libertad es esclavitud, ignorancia es fuerza. En ese mundo controlado por el ojo panótpico del Big Brother se llamaba paz a la guerra, y libertad a la esclavitud en la que vivían. 


En nuestros días, asistimos a este ejercicio de ocultación de la verdad que consiste en llamar a las cosas con la denominación contraria de lo que son; y así a las guerras oímos que se las llama “misiones humanitarias de paz y de defensa de la democracia y de los derechos humanos”, por ejemplo, y nos quedamos tan contentos. 

En este sentido no está de más recordar aquí aquella honesta y sincera declaración de un veterano norteamericano de la guerra de Iraq,  que reconoció lo siguiente: Nos dijeron que luchábamos contra los terroristas: el verdadero terrorista era yo”.

Nuestra poetisa Isabel Escudero (1944-2017) escribió en su poemario Coser y Cantar (1994) el siguiente agudo pareado, que viene a decir lo mismo que decía Cicerón con otras palabras más castizas: Tú crees que esto es la paz: / esto es la guerra disimulá. 



       Proseguía Cicerón diciendo allí mismo:  Qua re si pace frui uolumus, bellum gerendum est; si bellum omittimus, pace numquam fruemur. Por lo tanto si queremos disfrutar de la paz, tenemos que hacer la guerra; si prescindimos de la guerra, nunca disfrutaremos de la paz. Pero no estaba aquí Cicerón, como puede parecer a primera vista, proclamando el viejo y también latino adagio que se atribuye a Vegecio “si uis pacem, para bellum”, si quieres la paz, prepara la guerra, que esgrimirán tantos militares y militaristas después de él para justificar el abuso de las armas, sino de declararle, si relacionamos este aserto con la frase anterior,  la guerra a la mentira reinante que llama paz a la guerra, y llamar lo primero de todo a las cosas por su nombre: al pan pan, y al vino vino; paz a la paz; guerra a la guerra. Pero corrijamos el latinajo: Si uis pacem, para bellum... bello: Si quieres la paz, haz la guerra... a la guerra.

    Las guerras que declara periódicamente el Régimen para su propio sustento a los víruses, al fanatismo religioso, al racismo, a la homofobia, a la transfobia, a otros regímenes dictatoriales más arcaicos y menos democráticos, al terrorismo, a la pobreza y demás desiguladades, al cambio climático... lo primero que hacen es crear un Enemigo, que no es más que un falso pretexto para realizar estos simulacros bélicos destinados a justificar la existencia del gobierno del propio Régimen que declara dichas guerras, un gobierno que sin el sustento de la fe en la existencia de dicho Enemigo no tendría mucho sentido ni razón para vivir. 
 
    Esas guerras piadosas son imposturas defensivas, como la existencia de un Ministerio de Defensa, que debería llamarse como Dios manda Ministerio de la Guerra. Esas guerras son pseudoguerras, en realidad falsas guerras que quieren blanquear la Guerra con mayúscula, la guerra de verdad, la idea de guerra, que es negra y que es padre de todas las cosas, según Hereaclito, una guerra fantasmática que hay que renovar constantemente para recrear el Enemigo. 
 
    Pero el Enemigo es el Régimen que declara dichas guerras a gigantes descomunales que son en realidad molinos de viento. El Imperio es de hecho incapaz de librar cualquiera de esas guerritas que agita y desencadena no tanto por falta de medios como sobre todo por falta de coraje, porque Occidente -y Occidente es hoy ya todo el globo terráqueo- tiene mucho miedo, miedo a la muerte, a la finitud, a la enfermedad, al sufrimiento, a la pérdida, y sobre todo tiene miedo al miedo, que es el peor miedo que hay. 
 
 

sábado, 22 de mayo de 2021

Maldita esperanza, maldita desesperación

    Unos versos del poema Dicen que la esperanza es felicidad (They say that hope is happiness) de lord Byron (1788-1824) me dan pie para la siguiente reflexión sobre la esperanza, que no nos proporciona la felicidad. La felicidad, en efecto, no proviene de la esperanza en el futuro, porque todas las esperanzas que hemos albergado han fracasado, o si por ventura se han logrado, han acabado desvaneciéndose con el paso del tiempo en el mero recuerdo. Pero los versos del romántico inglés van más lejos aún y denigran la felicidad de la esperanza. Toda etapa, ya sea pasada, presente o futura, es un engaño, por lo que no hay ninguna esperanza de felicidad. Copio la última estrofa compuesta de cuatro tetrámetros yámbicos, cuyo ritmo reproduzco en mi traducción, sin poder salvar la rima: Alas! it is delusion all; /   The future cheats us from afar, / Nor can we be what we recall, /   Nor dare we think on what we are: ¡Ay! Todo es desilusión; / Lejos se burla el porvenir, / ni ser podemos un recuerdo / ni osar creemos lo que somos.

 
    La esperanza, esa vieja virtud teologal, sólo sirve para prolongar la aceptación de una realidad presuntamente inexorable. Si perdiera la esperanza, podría entregarme a vivir plenamente. Son dos frases de Fidel, un amigo poeta argentino, devoto incondicional de Dostoyesqui, mi Rimbaud particular abocado a algunos excesos juveniles, extraídas de una bitácora electrónica con la que pretendía fundar un movimiento anarquista y nihilista con reminiscencias neonietzscheanas hace ya algunos años. 

    Me parecen muy acertadas sus observaciones sobre la esperanza. Es lo que sucede con la religión: la esperanza ultraterrena hace que aceptemos con islámica sumisión o cristiana resignación, que vienen a ser lo mismo, lo que nos ha tocado vivir aquí. Y aplico la reflexión a las izquierdas políticas: su esperanza de cambiar el mundo hace que acepten la realidad del mundo que esperan cambiar y que, por lo tanto, no puedan hacer ninguna transformación. 

 
    Se lo comento y me dice que es así, pero que no le gusta el concepto de “izquierda” que manejo tanto, que a él le parece trasnochado y le da un poco como vergüenza usarlo. A mí tampoco me gusta, le confieso, porque supone que es lo contrario de la derecha, y nada más lejos de eso: izquierda y derecha no son manos contrarias, sino complementarias. Además, si nos miramos en un espejo ya se sabe lo que pasa y es muy revelador: la izquierda es la derecha y la derecha la izquierda. 

    Le cito la copla de la llorada Isabel Escudero dedicada a Jesús Ibáñez, creo: “Ni izquierda ni derecha; / entre arriba y abajo / está la pelea”. Y le hace mucha gracia. 

    En esa pelea, que también se da dentro del individuo, dentro de uno mismo, entre lo consciente de arriba, las Instancias Superiores, y lo subconsciente de abajo, lo que no se sabe, no hay esperanza ni tregua que valga tampoco, porque la esperanza sólo sirve para aceptar la realidad tal y como es y, en el terreno personal, para impedirme vivir plenamente, y la pelea es a muerte. Maldita sea, pues, la esperanza. Pero en esa pelea tampoco hay desesperación. Maldita, sea, también.