Unos versos del poema Dicen que la esperanza es felicidad (They say that hope is happiness) de lord Byron (1788-1824) me dan pie para la siguiente reflexión sobre la esperanza, que no nos proporciona la felicidad. La felicidad, en efecto, no proviene de la esperanza en el futuro, porque todas las esperanzas que hemos albergado han fracasado, o si por ventura se han logrado, han acabado desvaneciéndose con el paso del tiempo en el mero recuerdo. Pero los versos del romántico inglés van más lejos aún y denigran la felicidad de la esperanza. Toda etapa, ya sea pasada, presente o futura, es un engaño, por lo que no hay ninguna esperanza de felicidad. Copio la última estrofa compuesta de cuatro tetrámetros yámbicos, cuyo ritmo reproduzco en mi traducción, sin poder salvar la rima: Alas! it is delusion all; / The future cheats us from afar, / Nor can we be what we recall, / Nor dare we think on what we are: ¡Ay! Todo es desilusión; / Lejos se burla el porvenir, / ni ser podemos un recuerdo / ni osar creemos lo que somos.
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sábado, 22 de mayo de 2021
Maldita esperanza, maldita desesperación
La esperanza, esa vieja virtud teologal, sólo sirve para prolongar la aceptación de una realidad presuntamente inexorable. Si perdiera la esperanza, podría entregarme a vivir plenamente. Son dos frases de Fidel, un amigo poeta argentino, devoto incondicional de Dostoyesqui, mi Rimbaud particular abocado a algunos excesos juveniles, extraídas de una bitácora electrónica con la que pretendía fundar un movimiento anarquista y nihilista con reminiscencias neonietzscheanas hace ya algunos años.
Me parecen muy acertadas sus observaciones sobre la esperanza. Es lo que sucede con la religión: la esperanza ultraterrena hace que aceptemos con islámica sumisión o cristiana resignación, que vienen a ser lo mismo, lo que nos ha tocado vivir aquí.
Y aplico la reflexión a las izquierdas políticas: su esperanza de cambiar el mundo hace que acepten la realidad del mundo que esperan cambiar y que, por lo tanto, no puedan hacer ninguna transformación.
Se lo comento y me dice que es así, pero que no le gusta el concepto de “izquierda” que manejo tanto, que a él le parece trasnochado y le da un poco como vergüenza usarlo.
A mí tampoco me gusta, le confieso, porque supone que es lo contrario de la derecha, y nada más lejos de eso: izquierda y derecha no son manos contrarias, sino complementarias. Además, si nos miramos en un espejo ya se sabe lo que pasa y es muy revelador: la izquierda es la derecha y la derecha la izquierda.
Le cito la copla de la llorada Isabel Escudero dedicada a Jesús Ibáñez, creo: “Ni izquierda ni derecha; / entre arriba y abajo / está la pelea”. Y le hace mucha gracia.
En esa pelea, que también se da dentro del individuo, dentro de uno mismo, entre lo consciente de arriba, las Instancias Superiores, y lo subconsciente de abajo, lo que no se sabe, no hay esperanza ni tregua que valga tampoco, porque la esperanza sólo sirve para aceptar la realidad tal y como es y, en el terreno personal, para impedirme vivir plenamente, y la pelea es a muerte. Maldita sea, pues, la esperanza. Pero en esa pelea tampoco hay desesperación. Maldita, sea, también.
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