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martes, 13 de junio de 2023

El error del pueblo, votar (del Partido Inexistente)

    Hace ya años, en 1977, cuando el Partido Comunista Griego quedó fuera del Parlamento de su país al no obtener los votos necesarios para ello, su secretario general Babis Dracópulos hizo unas declaraciones muy significativas:  “el pueblo también tiene derecho a equivocarse”. El pueblo griego, convertido en electorado, se había equivocado no votando a su partido, y excluyéndolo del Parlamento. Tenía razón el secretario general, pero no porque no hubiera sido elegido su partido, sino porque el pueblo que vota siempre se equivoca, sea lo que sea lo que vote; gane quien gane el pueblo siempre pierde.

    Más modernamente, en 2020, vino a decir algo parecido, si no era lo mismo, José, alias “Pepe”, Mújica, que fue presidente de Uruguay, a propósito de la elección de Bolsonaro con un apoyo popular importante en el Brasil: “No debe sorprendernos, entonces, que nuestros pueblos a veces acierten y a veces se equivoquen. Tienen todo el derecho a equivocarse”. La equivocación del pueblo brasileño consistía, según el exdirigente uruguayo, en haber votado al tal Bolsonaro. Pero hubiera dado igual que hubiera votado a su rival. No por ello habría dejado de equivocarse, porque el error es votar.

    Mucho antes que ambos ya lo había formulado otro político, como ellos, del derechas, Jose Batlle y Ordóñez (1856-1929), que fuera presidente del Uruguay antes que Mújica precisamente: “No es que el pueblo nunca se equivoque, sino que es el único que tiene el derecho de equivocarse.” Parece que más que un derecho es un deber el de equivocarse, como el voto, que se considera ambas cosas contradictorias. ¿Cómo no va a equivocarse el pueblo si elige delegar su soberanía?

    Lo que vienen a decirnos estas declaraciones de diversos políticos es que equivocarse es característico del pueblo. Podríamos decirlo en latín en tres palabras: errare populi est. En seguida se nos revela que este latinajo inventado sería una variante de aquel otro, tantas veces reiterado, que dice en su primera parte: errare humanum est..., y que en su segunda parte se muestra enseguida como cristiano por la mención del demonio: ...perseuerare autem diabolicum: Equivocarse es humano, pero perseverar es diabólico. Este dicho está inspirado en Cicerón, quien en una de sus filípicas sentenció: cuiusuis hominis est errare, nullius nisi insipientis perseuerare in errore: es propio de cualquier ser humano equivocarse, perseverar en el error sólo es propio del necio.

    Otro adagio latino que nos viene a las mientes reza: uolgus uolt decipi: el vulgo quiere ser engañado. Es la voluntad (uolt) del pueblo (uolgus) que lo engañen (decipi). Hay una variante que sustituye el pueblo por el mundo que viene a decir lo mismo: mundus uolt decipi, ergo decipiatur: El mundo quiere que lo engañen, pues que sea engañado.

     Tanto el pueblo o el mundo como el hombre, en efecto, tienen derecho a equivocarse, cada cierto tiempo, una y otra vez y todas las veces que haga falta. En el caso del pueblo convertido en electorado suele ser ordinariamente cada cuatro o cinco años, como está establecido, cuando se le concede la gracia de perseverar en el error.

    Pero como también reza otro refrán, el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, lo que podría aplicársele sin mucho empacho al pueblo, cuando vuelve a elegir, como si supiera lo que quiere, expresando su voluntad mediante un voto de confianza. Y ahí es donde el pueblo soberano se equivoca porque cree saber, y no reconoce que no sabe lo que hace.

    Siempre que vote perseverará en el error -eso es lo único diabólico- delegando su soberanía en un individuo personal, sea quien sea, porque los cabezas de listas o jefes ilustres, cuyos nombres propios e imágenes y declaraciones cacarean a todas horas los medios de (in)formación de masas -y las masas democráticas son los electores censados- son los santones que en las ocasiones solemnes de los mítines -y no hay nada más litúrgico, fascista y religioso en el peor sentido de la palabra que un mitin político, que tanto se parece a la celebración de la eucaristía donde los fieles repiten de memoria las consignas y oraciones del misal como papagayos y no pueden objetar nada a lo que dice el sacerdote porque es palabra de Dios y enseguida serían expulsados por el servicio de orden- ofician en traje de ceremonial etiqueta para conseguir los votos del pueblo, es decir, que el pueblo se someta al sacrificio declarando su voluntad de ser el rebaño del buen pastor. 

 

    El error es consustancial al pueblo que vota y al ser humano siempre que haga una elección. Cualquier decisión de delegación política de su soberanía será errónea. El sistema se encargará, sin embargo, de defender su derecho a equivocarse, eligiendo soberano, pero podría no hacerlo si se niega a elegir, como propone el Partido Inexistente, o eligiendo al único candidato que no le defraudará: Nadie.

     Como escribía Martínez Ruiz en La voluntad a propósito de los políticos profesionales que se presentan a la feria y farsa electoral: "No hay cosa más abyecta que un político; un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos de personas a quienes no conoce, que sonríe siempre con una estúpida sonrisa automática… Esta sonrisa, Azorín la juzga emblema de la idiotez política."

sábado, 10 de junio de 2023

Comunicado del Partido Que No Existe

    Concluido el plazo para formalizar la inscripción en el registro de partidos políticos y coaliciones electorales de cara a las elecciones generales del reino de España el 23 de julio, el Partido Que No Existe, también conocido como PI (Partido Inexistente), manifiesta que no se ha registrado como tal partido ni sumado a ninguna coalición electoral habida o por haber, por lo que, fiel a sus principios, no presenta su candidatura a dicha farsa electoral democrática, como hacen los partidos existentes, dirigida a que todo cambie a fin de poder seguir igual, y a que la utopía más descabellada y loca que hay, que es el capitalismo, se mantenga porque la pugna no se da entre la izquierda y la derecha, como quieren hacernos creer, sino como recuerda la copla que nos dejó Isabel Escudero: “Ni derecha ni izquierda, / entre arriba y abajo / está la pelea.” 

     En la nota de prensa el Partido Inexistente comenta que ante el horror que nos produce la verdad, o mejor dicho, la constatación empírica de que la realidad que se nos presenta no es verdad sino mentira, nos evadimos constantemente a través de los entretenimientos que nos ofrece la tecnología y toda su amplia gama y variedad de contenidos como las series televisuales, las informaciones de los periódicos ya sean progresistas o conservadores, da igual que da lo mismo, en los que las noticias no se distinguen de la propaganda ni esta de la publicidad, las películas, los programas de televisión, los deportes, la cultura, y un larguísimo etcétera, en el que se incluye la política como máxima distracción, dado que el entretenimiento es fundamental para la manipulación y gobierno de la gente. 

 Felices (fragmento), Laurie Lipton (2015)

    Al renunciar a ser candidato, el Partido extraparlamentario se desmarca así de la loca carrera por el Poder que emprenden tanto los llamados en la antigua Roma petidores como sus rivales competidores, aspirantes todos a ocupar los cargos públicos del llamado cursus honorum, la carrera política o de los honores, que así se denominaba porque entonces era honorífica, es decir, reportaba honores pero no estaba remunerada económicamente como ahora. En aquel entonces su desempeño proporcionaba honor, pero no honorarios, prestigio pero no dinero. Pero en nuestra época, esencialmente económica, los honorarios, en plural, son los importes de los servicios prestados al Estado y al Mercado.

    Rechaza, pues, el Partido Que No Existe ser candidato. No vestirá en los lugares públicos tales como los foros o el Campo de Marte de los platós televisivos una toga blanca resplandeciente. Vestirá, si siente la necesidad de hacerlo, una prenda de cualquier color, que si es blanca, lo será de un blanco normal y corriente, no deslumbrante y enceguecedor. 

    Conviene en este punto aclarar que en la antigüedad había dos maneras de referirse al color blanco, no una sola como ahora, y por lo tanto dos colores blancos: albo y cándido: albo era blanco sin más, un blanco mortecino o apagado, natural sin afeites ni adobos artificiales, y, por lo tanto, no muy vivo, un blanco normal y corriente, que diríamos nosotros, mientras que cándido, de donde viene el término 'candidato', aludía a una blancura subida de tono y reluciente, causada artificialmente por la greda cuando se lava con ella la prenda, por lo que su blancura candente o incandescente deslumbraba a la vista.


    Los políticos de entonces blanqueaban, nunca mejor dicho, así la negrura de su imagen, logrando una candidez artificial que se conseguía lavando la toga blanca con tiza o greda, por lo que un poeta satírico como Persio acuñó la expresión “cretata ambitio”, en aquellos hexámetros suyos que hacían una pregunta que conllevaba una respuesta negativa en su formulación (V, 176-177): ius habet ille sui, palpo quem ducit hiantem / cretata ambitio? [...] ¿Dueño de sí es, boquiabierto de halagos, aquél al que guía / una ambición blanqueada? La cretata ambitio es, pues, una soberbia engredada, una ambición desmesurada, muy blanca y resplandeciente, que se define como el ardiente deseo de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama, a cambio del voto devoto. De manera que los que llamaban candidatos o pretensores de los cargos públicos del Estado no solo eran ambiciosos interiormente, sino que también por fuera mostraban su altivez y soberbia pues no solo llevaban vestidura blanca, sino lavada con greda a fin de parecer con aquel lustre brillante e inmaculado almas cándidas merecedoras de la dignidad que pretendían.

    Asimismo, por otra parte, el Partido Inexistente se felicita en su nota de prensa de que un sindicalista gallego que había sido multado por haber ultrajado a la bandera nacional, llamándola 'puta bandeira' y diciendo que había que 'prenderlle lume á puta bandeira', o sea, quemar la puta bandera, haya sido desagraviado. No es ningún ultraje a la bandera ni a la patria decir que hay que prender fuego a las putas banderas -'putas' es un epíteto de todas las banderas-, sino que lo ultrajante es que haya patrias y pendones ondeando a los vientos, simbolizando y dando pábulo a las patrias.

    El Partido Que No Existe es partidario de que se mantenga en la actual coyuntura la disolución de las dos cámaras, tanto la alta del Senado como la baja del Congreso indefinida- y definitivamente, pero no solo las españolas sino todas las cámaras existentes, tanto centrales como autonómicas o federales, en el mundo universal. Fiel a su lema “Ni electores ni elegidos” (neque electores neque electi, ni (pros)elitistas ni élites o minorías selectas rectoras), alza el estandarte abstencionista de aquellos que reaccionando ante el agravio de la existencia de los Estados/Mercados, propugnan el total absentismo de las convocatorias electorales que a los de abajo ni nos van ni nos vienen trayéndonos al pairo.

José Martínez Ruiz, Azorín, en 1903
     El Partido Que No Existe, finalmente, dice contar con una amplia base de simpatizantes constituida tanto por personas vivas como muertas. En este sentido, la nota de prensa finaliza haciéndose eco de las declaraciones de la voz de ultratumba, una voz que sin embargo está muy viva, del joven José Martínez Ruiz (1873-1967), antes de ser más conocido por su pseudónimo literario de Azorín, que dice: "¿Para qué votar? ¿Para qué consolidar con nuestra blanca papeleta cándidamente al Estado?". Es una pregunta, obviamente, retórica que conlleva la respuesta en la segunda cuestión. Seguimos oyendo su voz, que a muchos votantes y simpatizantes de los partidos del derechas (incluidas la derecha, la izquierda, el centro y sus extremidades en la denominación) no les agradará: "La democracia es una mentira inicua. Votar es fortalecer la secular injusticia del Estado. Ni señores ni esclavos, ni electores ni elegidos, ni siervos ni legisladores. Rompamos las urnas electorales y escribamos en las encarecidas candidaturas endechas a nuestras amadas y felicitaciones irónicas a cuantos crean ingenuamente en la redención del pueblo por el parlamento y la democracia."