En
la lectura de la novela 'Hiperión o El eremita en Grecia' de F. Hölderlin
encontramos dos veces la siguiente expresión que contiene una fórmula
griega que el poeta alemán atribuye a Heraclito (acentuamos su nombre,
como corresponde, a la latina): La gran frase de Heraclito, el ἕν
διαφέρον ἑαυτῷ (lo uno diferente en sí mismo, o sea, una cosa que se
diferencia de sí misma), sólo un griego podía encontrarla, pues es la
esencia de la belleza, y antes de que se descubriera eso, no había
ninguna filosofía.
Platón,
en efecto, pone en boca de un tal Erixímaco en el 'Banquete que es su
diálogo sobre el amor, lo siguiente: "Pues (Heraclito) dice que lo uno,
discordando ello consigo mismo, concuerda, como ajuste de un arco y de
una lira." (Traducción de A. García Calvo). Erixímaco dice que ese
pensamiento es absurdo, ilógico, irracional, y que sólo puede tener
sentido si lo consideramos temporalmente, es decir, si lo planteamos
como que cosas que antes eran discordantes han acabado concordando, con
lo que en el transcurso del tiempo desaparece la contradicción: lo que
discordaba antes ahora concuerda, o viceversa. La manera de asimilar el
pensamiento de Heraclito es no presentar la contradicción
simultáneamente, sino como evolución que se desarrolla sucesivamente en
el tiempo.
La
fórmula ἕν διαφέρον ἑαυτῷ podemos glosarla como “la unidad en sí misma
diferente” o “lo uno diferente en sí mismo”, tal como aparece en el
discurso del médico Erixímaco en el 'Banquete' de Platón. Antonio Machado
entre nosotros, a través de su heterónimo Juan de Mairena, plantea la
misma cuestión en otros términos: “la esencial heterogeneidad del ser",
expresión que con su sola formulación contradice y niega la homogeneidad esencial del ser.
La
identidad consistiría en que uno siendo lo que es se diferencia en
primer lugar de los demás, por supuesto, pero también, en segunda y no
menos importante instancia, de sí mismo, lo que explica que uno cambie
y, sin embargo, siga siendo el mismo que es, como el famoso río de
Heraclito, cuyas aguas fluyen constantemente y no vuelven nunca, y, sin
embargo, sigue siendo el mismo río. Dicho brevemente: la identidad
consiste en la diferencia, y viceversa: lo que nos diferencia con los
demás y con nosotros mismos es precisamente nuestra identidad.
Dice,
en efecto, la que seguramente es la sentencia más famosa del libro de
Heraclito: En los mismos ríos entramos y no entramos, estamos y no estamos (y somos y no somos),
que Séneca nos ha transmitido en latín añadiéndole el adverbio “bis”
(dos veces): In idem flumen bis descendimus et non descendimus: 'A un
mismo río dos veces bajamos y no bajamos'.
En
ese río de Heraclito que es y no es el mismo siempre, nos invita a
bañarnos Heraclito para recordarnos que también nosotros, al igual que
el río y todas las cosas, somos y no somos los mismos cada vez que nos
bañamos, cada instante que vivimos.
No
nos damos cuenta de la perplejidad que entraña algo tan sencillo de
formular y de lo imposible que es que las cosas cambien y sigan siendo
lo mismo que son, pero así son las cosas, y, como suele decirse, así es
la realidad.
El
fragmento 51 de Heráclito (en la edición de Diels-Kranz), a partir del
cual Platón, en la voz de Erixímaco, realiza su crítica al pensamiento
del filósofo presocrático, reza: 'No comprenden como lo discordante
(διαφερόμενον) puede concordar consigo mismo (ἑαυτῷ συμφέρεται); armonía
de tensiones contrapuestas (παλίντροπος ἁρμονίη) como la del arco y la
lira.' Por lo que el principio de contradicción que formula Heraclito
sólo puede concordar consigo mismo contradiciéndose simultáneamente.
Dicho en otras palabras: la identidad no es más que la diferencia con
uno mismo, y la diferencia la identidad. Dicho esto en general o en
absoluto. En cuanto a cada uno de nosotros, nuestra identidad con
nosotros mismos implica que nos diferenciemos de los otros, y la
diferencia es la identidad que nos hace únicos.
Heraclito
no es, por lo tanto, el filósofo del flujo constante, del πάντα ῥεῖ
(pánta rhei), cosa que por cierto nunca dejó escrita, sino el filósofo
de la contradicción, que viene a mostrarnos la falsedad de la realidad y
nos obliga a considerar ambos aspectos: lo que llamamos realidad no es
verdad, pero es real. Por un lado está la idea de la cosa, intemporal y
eterna, idéntica consigo misma, y por otro lo que está debajo, la cosa
misma, o la persona nunca idéntica a sí misma, siempre cambiante.
Como
dice Luis Andrés Bredlow en su artículo 'Parménides o la identidad
imposible', cuando se trata de decir la verdad, nada más y nada menos, a
cualquiera se le ocurren enseguida muchas cosas que podemos decir y que
todos aceptaríamos como verdaderas, sin ninguna duda: por ejemplo, que
hoy es miércoles. El único inconveniente es que eso, si lo repetimos
mañana o pasado mañana, será mentira: y una verdad que sólo es verdad
los miércoles y mentira el resto de la semana evidentemente no nos lleva
muy lejos. Una verdad que lo sea verdaderamente tiene que ser verdadera
siempre, no importa quién la diga, ni cuándo, ni en dónde.
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