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miércoles, 3 de abril de 2024

El flujo continuo o la diarrea heraclitana (y II)

    En la lectura de la novela 'Hiperión o El eremita en Grecia' de F. Hölderlin encontramos dos veces la siguiente expresión que contiene una fórmula griega que el poeta alemán atribuye a Heraclito (acentuamos su nombre, como corresponde, a la latina): La gran frase de Heraclito, el ἕν διαφέρον ἑαυτῷ (lo uno diferente en sí mismo, o sea, una cosa que se diferencia de sí misma), sólo un griego podía encontrarla, pues es la esencia de la belleza, y antes de que se descubriera eso, no había ninguna filosofía. 

    Platón, en efecto, pone en boca de un tal Erixímaco en el 'Banquete que es su diálogo sobre el amor, lo siguiente: "Pues (Heraclito) dice que lo uno, discordando ello consigo mismo, concuerda, como ajuste de un arco y de una lira." (Traducción de A. García Calvo). Erixímaco dice que ese pensamiento es absurdo, ilógico, irracional, y que sólo puede tener sentido si lo consideramos temporalmente, es decir, si lo planteamos como que cosas que antes eran discordantes han acabado concordando, con lo que en el transcurso del tiempo desaparece la contradicción: lo que discordaba antes ahora concuerda, o viceversa. La manera de asimilar el pensamiento de Heraclito es no presentar la contradicción simultáneamente, sino como evolución que se desarrolla sucesivamente en el tiempo. 

    La fórmula ἕν διαφέρον ἑαυτῷ podemos glosarla como “la unidad en sí misma diferente” o “lo uno diferente en sí mismo”, tal como aparece en el discurso del médico Erixímaco en el 'Banquete' de Platón. Antonio Machado entre nosotros, a través de su heterónimo Juan de Mairena, plantea la misma cuestión en otros términos: “la esencial heterogeneidad del ser", expresión que con su sola formulación contradice y niega la homogeneidad esencial del ser. 

     La identidad consistiría en que uno siendo lo que es se diferencia en primer lugar de los demás, por supuesto, pero también, en segunda y no menos importante instancia, de sí mismo, lo que explica que uno cambie y, sin embargo, siga siendo el mismo que es, como el famoso río de Heraclito, cuyas aguas fluyen constantemente y no vuelven nunca, y, sin embargo, sigue siendo el mismo río. Dicho brevemente: la identidad consiste en la diferencia, y viceversa: lo que nos diferencia con los demás y con nosotros mismos es precisamente nuestra identidad. 



    Dice, en efecto, la que seguramente es la sentencia más famosa del libro de Heraclito: En los mismos ríos entramos y no entramos, estamos y no estamos (y somos y no somos), que Séneca nos ha transmitido en latín añadiéndole el adverbio “bis” (dos veces): In idem flumen bis descendimus et non descendimus: 'A un mismo río dos veces bajamos y no bajamos'. 

    En ese río de Heraclito que es y no es el mismo siempre, nos invita a bañarnos Heraclito para recordarnos que también nosotros, al igual que el río y todas las cosas, somos y no somos los mismos cada vez que nos bañamos, cada instante que vivimos. 

    No nos damos cuenta de la perplejidad que entraña algo tan sencillo de formular y de lo imposible que es que las cosas cambien y sigan siendo lo mismo que son, pero así son las cosas, y, como suele decirse, así es la realidad. 

    El fragmento 51 de Heráclito (en la edición de Diels-Kranz), a partir del cual Platón, en la voz de Erixímaco, realiza su crítica al pensamiento del filósofo presocrático, reza: 'No comprenden como lo discordante (διαφερόμενον) puede concordar consigo mismo (ἑαυτῷ συμφέρεται); armonía de tensiones contrapuestas (παλίντροπος ἁρμονίη) como la del arco y la lira.' Por lo que el principio de contradicción que formula Heraclito sólo puede concordar consigo mismo contradiciéndose simultáneamente. Dicho en otras palabras: la identidad no es más que la diferencia con uno mismo, y la diferencia la identidad. Dicho esto en general o en absoluto. En cuanto a cada uno de nosotros, nuestra identidad con nosotros mismos implica que nos diferenciemos de los otros, y la diferencia es la identidad que nos hace únicos. 
 
     Heraclito no es, por lo tanto, el filósofo del flujo constante, del πάντα ῥεῖ (pánta rhei), cosa que por cierto nunca dejó escrita, sino el filósofo de la contradicción, que viene a mostrarnos la falsedad de la realidad y nos obliga a considerar ambos aspectos: lo que llamamos realidad no es verdad, pero es real. Por un lado está la idea de la cosa, intemporal y eterna, idéntica consigo misma, y por otro lo que está debajo, la cosa misma, o la persona nunca idéntica a sí misma, siempre cambiante. 

    Como dice Luis Andrés Bredlow en su artículo 'Parménides o la identidad imposible', cuando se trata de decir la verdad, nada más y nada menos, a cualquiera se le ocurren enseguida muchas cosas que podemos decir y que todos aceptaríamos como verdaderas, sin ninguna duda: por ejemplo, que hoy es miércoles. El único inconveniente es que eso, si lo repetimos mañana o pasado mañana, será mentira: y una verdad que sólo es verdad los miércoles y mentira el resto de la semana evidentemente no nos lleva muy lejos. Una verdad que lo sea verdaderamente tiene que ser verdadera siempre, no importa quién la diga, ni cuándo, ni en dónde.