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miércoles, 28 de febrero de 2024

De la demerastia, a propósito de Alcibíades

    Platón, haciendo uso de la enorme plasticidad que le permitía la lengua griega que manejaba, inventó el neologismo 'demerasta' -griego δημεραστής, a partir de δῆμος (dêmos) puebloἐραστής (erastés) enamorado, amante, a imagen y semejanza de 'pederasta' (amante o enamorado del niño), y lo puso en boca de Sócrates en su diálogo Alcibíades (1 132 a), donde el maestro que reconocía su ignorancia  le aconsejaba al niño bonito que era Alcibíades (al que Cornelio Nepote le dedicó los adjetivos latinos luxuriosus, dissolutus, libidinosus, intemperans, que no necesitan mucha traducción) y del que estaba por otra parte enamorado (sus dos grandes pasiones, según confiesa, fueron Alcibíades y la filosofía) que no se convirtiera en un demerasta o, si se quiere, populista, con palabra de raigambre latina y, como suele decirse, de más rabiosa actualidad:


 Sócrates reprochando a Alcibíades, Anton Peter (1819)

    Y de ahora en adelante, si no te dejas corromper por el pueblo de los atenienses y no llegas a envilecerte, yo no te abandonaré (καὶ νῦν γε ἂν μὴ διαφθαρῇς ὑπὸ τοῦ Ἀθηναίων δήμου καὶ αἰσχίων γένῃ, οὐ μή σε ἀπολίπω). Pues lo que yo temo muy mucho es que convertido en amante del pueblo te eches a perder (τοῦτο γὰρ δὴ μάλιστα ἐγὼ φοβοῦμαι, μὴ δημεραστὴς ἡμῖν γενόμενος διαφθαρῇς), lo que a muchos de los atenienses ya también les ha pasado (πολλοὶ γὰρ ἤδη καὶ ἀγαθοὶ αὐτὸ πεπόνθασιν Ἀθηναίων) . 
 
Sócrates y Alcibíades,  Christoffer Wilhelm Eckersberg (1816).

    ¿Qué hay de malo en ser un amante del pueblo, un demerasta, un populista? En principio no tendría por qué ser algo negativo, sino todo lo contrario, ya que se trata de una forma de amor amparada bajo la protección del dios Eros. El problema reside en que no es un amor desinteresado, sino que en los sistemas de gobierno democráticos como era el ateniense y son la mayoría de los que hoy padecemos ese amor es interesado: busca los votos del pueblo para legitimar el gobierno unipersonal y tiránico que se ejercerá sobre el propio pueblo con su consentimiento.

    Ya un historiador tan penetrante como Tucídides vio que la democracia ateniense de Periclés que tanto se ha ponderado y ensalzado en los tiempos modernos como logro de la humanidad y modelo de democracia directa... no dejaba de ser una tiranía. En efecto, el historiador griego dejó escrito en el libro segundo 65, 9, de La Guerra del Peloponeso,  y hablando de Periclés, que fue el tutor por cierto del joven Alcibíades: Era una democracia de palabra (en teoría), pero de hecho (en la práctica) era el gobierno del primer ciudadano. ἐγίγνετό τε λόγῳ μὲν δημοκρατία, ἔργῳ δὲ ὑπὸ τοῦ πρώτου ἀνδρὸς ἀρχή. 

Sócrates y Alcibíades, Édouard-Henri Avril (1906)

    Contrapone Tucídides la palabra, “logo” λόγῳ, con la tozuda realidad de los hechos, “ergo” ἔργῳ: bajo el nombre de democracia oficialmente gobernaba el pueblo, pero en realidad el que mandaba era el presidente del gobierno, diríamos hoy con flagrante anacronismo, elegido por el pueblo.

    Se revela así que la democracia no deja de ser la perfección de la dictadura, dado que el déspota, dictador, tirano, sátrapa o como quiera llamarse está legitimado por el amor del pueblo traducido en votos. Para lograr esos votos el aspirante al puesto de presidente del gobierno debe amar y halagar hasta la hez al pueblo, convertirlo en electorado, y ser un populista o demerasta. Se trata de un amor interesado, porque es fruto de la ambición de poder. Si quieres llegar a ser el primer ciudadano, es decir, presidente del gobierno, debes ser un demerasta, un populista, y, por lo tanto, un demagogo.
 
    Frente a ese amor interesado, podría haber un amor libre y desinteresado por el pueblo y por lo popular, no por el pueblo definido en naciones o unidades estatales, sino por el pueblo indefinido en general, ese que no quiere que se ejerza sobre él ninguna soberanía, ya que él, o sea nadie por encima de él, es su único soberano, pero no era el caso evidentemente de Alcibíades que nos ocupa. Y ese amor no tendría nada de malo o censurable, sino todo lo contrario.

lunes, 20 de junio de 2022

Más neolengua orgüeliana

  1.- Otro ejemplo de neolengua orgüeliana, además de la conocida tríada de los tres eslóganes del Partido que exhibía el Ministerio de la Verdad, guerra es paz, libertad es esclavitud e ignorancia es fuerza
 
-a los que había que añadir un cuarto que aprendimos durante el bienio pandémico de que salud es enfermedad y de que había enfermos asintomáticos, es decir sin síntomas aparentes de malestar, es decir, pacientes imaginarios o molierescos, (algo de lo que ya nos había advertido el doctor Knock cuando afirmó que 'los que gozan de buena salud son enfermos que no lo saben') es a propósito de las inoculaciones vacunales el beneficio maléfico, es decir, que algo que supuestamente tenía que hacernos bien como una vacuna nos causa sin embargo mal, 
 
(al revés del dicho popular de que no hay mal que para bien no venga, nos encontramos aquí con 'no hay bien que para mal no venga').
 
 
    2.- El beneficio maléfico explicaría el caso de que haya pacientes supuestamente inmunizados con la pauta completa de vacunación -si tiene algún sentido lo de 'completa' cuando se precisan refuerzos o dosis de recuerdo una y otra vez para revitalizar su salvífico efecto-  que requieren hospitalización y cuidados intensivos porque al parecer presentan auto-anticuerpos que impiden el buen funcionamiento de su sistema inmunitario, los cuales neutralizan la acción de las proteínas que constituyen la primera barrera inmunológica del virus. 
 
Suelen explicarnos los biólogos  y bioquímicos la complejidad del sistema inmunitario recalcando su fragilidad; si su equilibrio se altera, el sistema puede volverse contra el anfitrión y hacer que su salud se resienta. Lo que pretendía fortalecer artificialmente el sistema inmunitario acaba así por debilitarlo y romper su equilibrio natural. Ahí es donde tenemos que los elementos inmunes 'beneficiosos' pueden convertirse en armas maléficas que arrojan piedras contra su propio tejado... 
     

     3.- Que este fenómeno de la neolengua que describió Órgüel no es propio sólo de los siglos XX y XXI nos dan cuenta también los testimonios de los antiguos, de los que recojo por curiosidad un par de ellos al azar:
 
-entre los historiadores griegos, este de Tucídides a propósito de las consecuencias morales de la guerra civil, tomado del libro III de la Historia de la Guerra del Peloponeso, capítulo 82, parágrafo 4, que en la traducción de J.J. Torres Esbarranch dice así: Cambiaron incluso el significado normal de las palabras en relación con los hechos, para adecuarlas a su interpretacion de los mismos; (y en la de Rodríguez Adrados: Cambiaron incluso, para justificarse, el ordinario valor de las palabras) La audacia irreflexiva pasó a ser considerada valor fundado en la lealtad al partido, la vacilación prudente se consideró cobardía disfrazada, la moderación, máscara para encubrir la falta de hombría, y la inteligencia capaz de entenderlo todo incapacidad total para la acción... 
 
-y entre los romanos, este de la Conjuración de Catilina (52.11) de Salustio, que así traduce Bartolomé Segura Ramos: « Verdad es que hace mucho que hemos perdido el nombre verdadero de las cosas. Como despilfarrar los bienes ajenos se llama liberalidad y atreverse a malas acciones, gallardía, el Estado está en el extremo en que está. » 
 
    4.- Algo beneficioso como una presunta vacuna, que en principio debería protegernos de una enfermedad, presenta el riesgo de volverse desfavorable induciendo procesos ADE (Antibody-Dependent Enhancement en la lengua del Imperio, o sea amplificación de la infección dependiente de anticuerpos, en la nuestra), lo que sucede cuando como en la actualidad las variantes proteicas del virus se alejan de la cepa original utilizada para la creación de los sueros, por lo que en lugar de protegernos, terminamos con una 'infección celular facilitada', lo que explica que los reportes de los efectos secundarios de la vacunación sean cada vez más numerosos y que los vacunados continúen contagiándose. 
 
En todo caso estamos de enhorabuena: ¡Acaban de inventar otro oximoro o agudo sinsentido que enriquece el diccionario de la Academia de la Lengua donde la mentira del Ministerio de la Verdad es la verdad verdadera, el beneficio maléfico o beneficio negativo, la inmunidad artificial que pretendía reforzar la natural y acaba destruyéndola, lo que no deja de guardar algún parecido con el hecho de que el desarrollo de la inteligencia artificial acabe por destruir la natural.

domingo, 19 de abril de 2020

Túcidides a propósito de la peste ilustrado por Arnold Böcklin

Escribe Tucídides a propósito de la peste de Atenas (La Guerra del Peloponeso, II, 53): πρῶτόν τε ἦρξε καὶ ἐς τἆλλα τῇ πόλει ἐπὶ πλέον ἀνομίας τὸ νόσημα. Por lo demás, la epidemia -hoy ya pandemia- fue también para la ciudad -la polis en griego, pero hoy diríamos el Estado- el comienzo de un mayor desprecio por las leyes (anomía, en griego, con prefijo negativo). 

Lo mismo podríamos decir en la coyuntura actual en la que el virus coronado ha supuesto la suspensión de algunos derechos no voy a decir ya constitucionales sino fundamentales como el de reunión y asociación, imponiendo el llamado distanciamiento social, así como el de la libre circulación de las personas, que se ven constreñidas al confinamiento en sus hogares, que pueden ser un auténtico infierno, renunciando a todo contacto físico con el exterior. 


 La Peste, Arnold Böcklin (1898)

Ilustro la cita de Tucídides con una imagen del cuadro “La Peste” (1898) de Arnold Böcklin (1827-1901), el pintor suizo considerado uno de los grandes maestros del simbolismo romántico alemán. 

En este impresionante cuadro pintado al temple sobre madera, antigua técnica pictórica característica de los estilos románico y gótico, y de los iconos bizantinos y ortodoxos, el objetivo del artista es representar el sufrimiento de la gente bajo la Peste Negra que azotó Europa en el siglo XIV. 

El cuadro representa la cabalgada de la Muerte, en su alegoría de Señora de la Guadaña, que blande con dos manos, sobre una criatura alada similar a un dragón con alas de murciélago que sobrevuela la calle de una ciudad cercenando la vida de todas  las personas que encuentra a su paso.  En esta alegoría la Muerte no es la consecuencia de la peste, sino que ella misma es la peste. 

La Muerte, vestida de negro, presenta en rostro y extremidades un tono verde pálido cadavérico. Destacan, por lo demás, los tonos oscuros en la ropa de las víctimas. El color rojo de la mujer cuya vida ha sido truncada simboliza la sangre, el único color vivo en el cuadro, que contrasta con el vestido blanco de la otra mujer sobre la que yace.

miércoles, 18 de marzo de 2020

La peste de Atenas

En el año 430 a. C. se produjo una epidemia devastadora en la entonces poderosa ciudad-estado de Atenas, que destruyó su hegemonía en la Hélade y se llevó muchas vidas por delante. 

Atenas, que estaba sumida por entonces en la Guerra del Peloponeso contra Esparta, se vio obligada a recibir a mucha gente del campo que buscaba refugio entre sus murallas, por lo que se convirtió en el caldo de cultivo idóneo para una pestilencia de gran magnitud en la que entre otros muchos murió su gobernante Periclés. 

La peste de Atenas la narró Tucídides, el historiador, en griego y en prosa, quien, según parece, consiguió sobrevivir y constatar sus síntomas, víctima de ella:  pues al principio los médicos, por ignorancia, no tenían éxito en la curación, sino que precisamente ellos morían en mayor número porque eran los que más se acercaban a los enfermos, ni tampoco ningún otro remedio humano; y fue inútil suplicar en los templos y recurrir a los oráculos y medios semejantes, y, finalmente, las gentes desistieron de usarlos vencidas por el mal (Tucídides, Guerra del Peloponeso, II, 47.4, traducción de F. Rodríguez Adrados:  οὔτε γὰρ ἰατροὶ ἤρκουν τὸ πρῶτον θεραπεύοντες ἀγνοίᾳ, ἀλλ᾽ αὐτοὶ μάλιστα ἔθνῃσκον ὅσῳ καὶ μάλιστα προσῇσαν, οὔτε ἄλλη ἀνθρωπεία τέχνη οὐδεμία· ὅσα τε πρὸς ἱεροῖς ἱκέτευσαν ἢ μαντείοις καὶ τοῖς τοιούτοις ἐχρήσαντο, πάντα ἀνωφελῆ ἦν, τελευτῶντές τε αὐτῶν ἀπέστησαν ὑπὸ τοῦ κακοῦ νικώμενοι).

En latín y en verso volvió a narrarla siglos después Lucrecio al final de su poema didáctico De rerum natura, donde trataba de librar a la humanidad, siguiendo a su maestro Epicuro, del miedo a la muerte. 

Según algunos estudios, la plaga, que parece que fue una fiebre tifoidea, se habría originado en Etiopía y a través de Egipto y Libia habría llegado al puerto del Pireo entre el 430-426 antes de Cristo cambiando el curso de la guerra entre las dos superpotencias de entonces e inclinando la balanza hacia el bando espartano, lo que conllevó el final del siglo de Periclés. Ni los médicos ni las plegarias a los dioses lograron contener su propagación a través del agua corriente.

 La peste de Atenas, Michiel Sweerts c.1652-1654

Agustín García Calvo en su espléndida traducción en hexámetros castellanos con rima asonante del poema lucreciano (De rerum natura, De la realidad, Lucrecio, editorial Lucina, 1997) la resume así en una paráfrasis en prosa al pie de su versión en verso: 

(La peste de Atenas), engendrada por un aire pestilente venido del Egipto [sigue la descripción de la epidemia que asoló el Ática al año segundo de la guerra del Peloponeso, tal como la describe Tucídides II 47-52, aunque añadiendo algunos rasgos, como ese mismo del origen, que sugieren que Lucrecio leyó también algún informe acaso de escritores médicos: pero, aun así, la correspondencia con el testo de Tucídides, a veces muy cercana, brinda una ocasión singular para discernir cómo una misma materia se convierte en cosas distintas bajo el tratamiento de la prosa histórica o de la poesía], en la cual, los síntomas de penetración, de la cabeza y garganta al pecho (con escasa fiebre por fuera, pero abrasándose por dentro, al punto de que algunos se arrojaran de cabeza a los pozos, y no pudiendo soportar ni la más ligera ropa), venían al octavo o noveno día a hacer crisis, que era generalmente muerte, y aun los que escapaban solían perecer luego de negro flujo de vientre u otras diversas consecuencias, o acababan en mutilación de miembros, para cortar la estensión al mal, o, con la angustia de la muerte segura, en pérdida del juicio [algo más distinguidos por fases que en Tucídides, se mezclan los síntomas que diríamos gripales con los disentéricos, si aplicáramos clasificaciones venidas con el progreso de la Medicina, y de las enfermedades, tal que, entre las actuales, es difícil reconocer nada comparable en implicación de órganos diversos, a esta peste ática].

La plaga de Atenas, Stanley Meltzoff (1917-2006)

Se añadían las muertes de animales también contaminados, perros y hasta buitres, que rehuían los cadáveres o, si los tocaban, caían bajo el mismo mal; y ensombrecía todas las almas tanto el ansia de los que, al sentir en sí los síntomas, se sabían condenados, como el miedo de otros al contagio, que no evitaba el caer bajo la peste ni a los que cobardemente rehuían el cuidado de los enfermos ni a los que, valientes y condolidos por las quejas de los moribundos, iban a atenderlos; el mal cundía igualmente entre los campesinos, que morían apelotonados en sus chozas, y el hacinamiento de los que huían del campo aumentaba en la ciudad la pestilencia y la miseria, llenos de cadáveres los paseos y las fuentes públicas, y hasta los templos, que abrían los sacristanes para asilo; en fin, respetos religiosos y humanos se perdían, y los cadáveres o quedaban abandonados por las calles, o también había quienes en las piras fúnebres de otros arrojaban los de sus muertos a escondidas, viniendo a veces a enzarzarse en riñas encarnizadas, antes que abandonar los cuerpos. 

La peste de Atenas, François Perrier 1640

Con esta visión de muerte multitudinaria se cierra el De rerum natura tal como nos ha llegado, y en todo caso, de manera fiel a la actitud de atacar el miedo a la muerte sin más recurso que su total reconocimiento, llevando a las últimas consecuencias la creencia de que también la muerte es natural. 

Agustín García Calvo, edición crítica y versión rítmica del De rerum natura, De la Realidad, de Lucrecio. 
(Al transcribir el texto he respetado las grafías testo y estensión del autor, que no son erratas, sino voluntarias).