Platón, haciendo uso de la enorme
plasticidad que le permitía la lengua griega que manejaba, inventó el neologismo 'demerasta' -griego δημεραστής,
a partir de δῆμος (dêmos) pueblo y ἐραστής (erastés) enamorado, amante, a imagen y semejanza de 'pederasta' (amante o enamorado del niño), y lo puso en boca de Sócrates en su diálogo Alcibíades
(1 132 a), donde el maestro que reconocía su ignorancia le aconsejaba al
niño bonito que era Alcibíades (al que Cornelio Nepote le dedicó los adjetivos
latinos luxuriosus, dissolutus, libidinosus, intemperans, que no necesitan mucha traducción) y del que estaba por otra parte enamorado (sus
dos grandes pasiones, según confiesa, fueron Alcibíades y la filosofía) que no
se convirtiera en un demerasta o, si se quiere, populista, con palabra de raigambre latina y, como
suele decirse, de más rabiosa actualidad:
Sócrates reprochando a Alcibíades, Anton Peter (1819)
Y de ahora en adelante, si no te dejas
corromper por el pueblo de los atenienses y no llegas a envilecerte, yo no te
abandonaré (καὶ νῦν γε ἂν μὴ διαφθαρῇς ὑπὸ τοῦ Ἀθηναίων δήμου καὶ αἰσχίων γένῃ,
οὐ μή σε ἀπολίπω). Pues lo que yo temo muy mucho es que convertido en amante
del pueblo te eches a perder (τοῦτο γὰρ
δὴ μάλιστα ἐγὼ φοβοῦμαι, μὴ δημεραστὴς ἡμῖν γενόμενος διαφθαρῇς), lo que a
muchos de los atenienses ya también les ha pasado (πολλοὶ γὰρ ἤδη καὶ ἀγαθοὶ
αὐτὸ πεπόνθασιν Ἀθηναίων) .
Sócrates y Alcibíades, Christoffer Wilhelm Eckersberg (1816).
¿Qué
hay de malo en ser un amante del
pueblo, un demerasta, un populista? En principio no tendría por qué ser
algo
negativo, sino todo lo contrario, ya que se trata de una forma de amor
amparada bajo la protección del dios Eros. El problema reside
en que no es un amor desinteresado, sino que en los sistemas de gobierno
democráticos como era el ateniense y son la mayoría de los que hoy
padecemos ese amor es interesado: busca
los votos del pueblo para legitimar el gobierno unipersonal y tiránico
que se ejercerá sobre el propio pueblo con su consentimiento.
Ya un historiador tan penetrante como
Tucídides vio que la democracia ateniense de Periclés que tanto se ha ponderado y ensalzado
en los tiempos modernos como logro de la humanidad y modelo de democracia directa... no dejaba de ser una
tiranía. En efecto, el historiador griego dejó escrito en el libro segundo 65, 9, de La Guerra del Peloponeso, y
hablando de Periclés, que fue el tutor por cierto del joven Alcibíades: Era una democracia de palabra (en teoría), pero de hecho (en la práctica) era
el gobierno del primer ciudadano. ἐγίγνετό τε λόγῳ μὲν δημοκρατία, ἔργῳ δὲ ὑπὸ
τοῦ πρώτου ἀνδρὸς ἀρχή.
Sócrates y Alcibíades, Édouard-Henri Avril (1906)
Contrapone Tucídides la palabra,
“logo” λόγῳ, con la tozuda realidad de los hechos, “ergo” ἔργῳ: bajo el nombre de democracia oficialmente gobernaba el
pueblo, pero en realidad el que mandaba era el presidente del gobierno, diríamos hoy con flagrante anacronismo, elegido por el pueblo.
Se
revela así que la democracia no
deja de ser la perfección de la dictadura, dado que el déspota, dictador, tirano, sátrapa o como quiera llamarse está legitimado
por el amor del pueblo traducido en votos. Para lograr esos votos el
aspirante
al puesto de presidente del gobierno debe amar y halagar hasta la hez al
pueblo, convertirlo en electorado, y ser un populista o demerasta. Se trata de un amor interesado, porque es fruto de la
ambición de
poder. Si quieres llegar a ser el primer ciudadano, es decir, presidente
del
gobierno, debes ser un demerasta, un populista, y, por lo tanto, un
demagogo.
Frente
a ese amor interesado, podría haber un amor libre y desinteresado por el pueblo
y por lo popular, no por el pueblo definido en naciones o unidades
estatales, sino por el pueblo indefinido en general, ese que no quiere
que se ejerza sobre él ninguna soberanía, ya que él, o sea nadie por encima de él, es su
único soberano, pero no era el caso evidentemente de Alcibíades que nos
ocupa. Y ese amor no tendría nada de malo o censurable, sino todo lo contrario.