En el tratado Cuestiones académicas, libro I, 27 de Cicerón, que como filósofo
no aportó gran cosa a la filosofía pero que nos transmitió por la vía latina
gran parte del legado filosófico griego, se habla de las dos grandes escuelas filosóficas
de la antigüedad posteriores a Sócrates, que sirve como punto de inflexión en la
historia de la filosofía, dividiéndola en un antes (pre-socráticos) y un después
(post-socráticos), al igual que Jesucristo parte en dos la historia universal de la
humanidad y el cómputo de los años y los siglos en un antes y un después. Estas
dos grandes escuelas fueron los académicos y los peripatéticos, que, aunque con
distinto nombre, coincidían en lo fundamental, que es en su raigambre
platónica, dado que Aristóteles no deja de ser un heredero de Platón, aunque se
aparte de él en muchos aspectos.
viernes, 18 de agosto de 2023
Miseria de la filosofía después de Sócrates
(En el
fresco de Rafael La escuela de Atenas ambos filósofos ocupan el
centro
de la escena: Platón señala hacia arriba, al mundo de las ideas,
mientras que
Aristóteles, más materialista, señala las cosas de aquí abajo). La
escuela fundada por
Platón era la Academia, que así se llamaba por el nombre del gimnasio
donde se
reunían y conversaban sus miembros. La que fundó Aristóteles era el
Liceo, otro gimnasio donde el estagirita y sus secuaces gozaban de una
avenida arbolada que regalaba su sombra al maestro y a sus discípulos
durante sus conferencias, por
lo que se les denominó peripatéticos, que en griego significa
“paseantes”.
Ambas
escuelas, académicos y peripatéticos, afirma Cicerón, fundaron una determinada
filosofía sistemática imbuidos de la fecundidad de Platón (sed utrique
Platonis ubertate completi certam quandam disciplinae formulam composuerunt),
y esta filosofía era en verdad consistente y completa, sistemática diríamos nosotros, (et eam quidem plenam
ac refertam), mas abandonaron aquella costumbre socrática de discutir
incansablemente acerca de todas las cosas sirviéndose de la duda y sin hacer ninguna afirmación
positiva (illam autem Socraticam dubitanter de omnibus rebus et nulla
adfirmatione adhibita consuetudinem disserendi reliquerunt). Así se
hizo, lo que de ninguna manera Sócrates aprobaba, un cierto tipo de filosofía y
un orden de materias y sistema de doctrina. (Ita facta est, quod minime Socrates probabat, ars quaedam philosophiae
et rerum ordo et descriptio disciplinae).
La
filosofía postsocrática, según Cicerón, dejó de cuestionarse todas las cosas y
de poner en duda la verdad de la realidad, sin asentar nunca nada positivo
como definitivo, como hacía el maestro. Es decir, dicho en pocas palabras, dejó
la duda fuera porque en sus sistemáticas doctrinas, que afirmaban cosas como la
inmortalidad del alma humana, por ejemplo, de un modo dogmático que no admitía
discusión, no cabía la más mínima duda. La duda socrática que consistía según
el arpinate (Conversaciones en Túsculo, libro I, XLII) en mantener hasta
el límite (tenet ad extremum) aquello suyo (de Sócrates) de no afirmar
nada (suum illud, nihil ut adfirmet), no cabía ni
en la Academia ni en el
Liceo, como no cabe tampoco en las modernas instituciones educativas, en
nuestras academias y liceos, en nuestros institutos, universidades y
escuelas, que siguen, muchas de ellas, llevando sin querer los nombres
de las viejas escuelas atenienses.
A diferencia de Platón y de Aristóteles, Sócrates, según el arpinate, (opere citato I, 16), discurre de tal manera que él mismo no afirma nada (ita
disputat ut nihil adfirmet ipse), refuta a otros (refellat
alios), dice que no sabe nada salvo esto mismo, (nihil
se scire dicat nisi id ipsum), y que aventaja a los demás por el hecho de que ellos creen saber lo que ignoran (eoque
praestare ceteris quod illi quae nesciant scire se putent), mientras que él mismo sólo sabe esto solo, que no sabe nada, (ipse
se nihil scire, id unum sciat), y que por esta razón juzga que fue considerado el hombre más sabio de todos por el oráculo de Apolo de Delfos (ob
eamque rem se arbitrari ab Apolline omnium sapientissimum esse dictum), porque toda la sabiduría era esto solo, solo esto: no creer que uno sabe lo que ignora (quod
haec esset una omnis sapientia, non arbitrari se scire quod nesciat).
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