Cualquier gramática del español oficial contemporáneo o cualquier profesor de lengua castellana que se precie nos dice que el participio de perfecto del verbo hablar es “hablado”, es decir, /abládo/; permítaseme escribirlo con esta grafía que refleja la pronunciación real y sus dos correspondientes faltas de ortografía: sin hache etimológica superflua, y con la tilde en la vocal que carga con el acento paroxítono. Sin embargo, la mayoría de los hablantes de esta lengua, a poco que nos descuidemos y nos dejemos hablar contradiciendo la gramática aprendida en la escuela, diremos /abláo/, cosa que no osaremos escribir nunca sin la farragosa hache y sin el fonema oclusivo dental sonoro /d/, que en nuestra lengua hablada ha desaparecido prácticamente en posición intervocálica en final de palabra, so pena de ser tachados de incultos.
Sin embargo, si un inglés nos pregunta por ejemplo cómo se dice “meadow”, “field” o “grass” en castellano, le diremos tentativamente “prado”, una forma aprendida en la escuela que si bien no nos sorprende una vez escrita, víctimas de la alfabetización que hemos padecido en la infancia, les resulta no poco extraña a nuestros castos oídos cuando se la oímos pronunciar a alguien así o a nosotros mismos, si somos capaces de oírnos.
Los hipercultos tachan la pronunciación de /práo/ de vulgar, porque no corresponde a la forma “correcta”, que es la escrita. La escritura, que era una representación gráfica cristalizada de la lengua hablada en un determinado momento, se convierte así en el modelo impuesto que debe reflejar el habla en cualquier momento, de forma que la escritura no es espejo como originariamente pretendía del habla, sino que, al revés, el habla refleja lo que está escrito, que es lo que está mandado. La escritura y la gramática dejan de ser descriptivas y pasan a ser prescriptivas.
Los ultracultos siempre dirán, contra la tendencia natural de los hablantes de esta lengua, /èmos abládo/ y /el prádo/, esforzándose en la pronunciación “como Dios manda” que les imponen la escritura y la gramática escolar. Y este titánico esfuerzo contra natura les llevará a incurrir a veces en el divertido y ridículo fenómeno de la ultracorrección, mediante el cual y so pretexto de adoptar un estilo que les dé prestigio y diferencie del vulgo profano, modificarán la pronunciación que ellos juzgan “degenerada”, prohibiéndose a sí mismos, pongo por caso, las terminaciones en /-áo/ y forzándose a terminarlas siempre en /-ádo/ con la consonante intervocálica bien marcada y sonora, para que se note, llegando a decir en vez de bacalao, sarao, Bilbao y cacao barbaridades tan espantosas como “bacalado”, “sarado”, “Bilbado” y “cacado”.
Acá en Venezuela solemos decir peo en vez de pedo: Se tiró un peo. Y también lo usamos como sinónimo de problema: Tengo un peo muy grande. Y los chilenos cuando algo está mal dicen que está “al peo”. Saludos desde Caracas. Juan Pablo.
ResponderEliminarGracias por la aportación. Muy interesante. Un saludo.
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