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jueves, 31 de agosto de 2023

¡Volved por donde habéis venido!

Ningún viajero: Hay muchos turistas, término que viene del francés “tour”, sí, como el “tour” de Francia, y que significa “vuelta”: porque el turista es el que hace el trayecto de ida y vuelta, dando a veces más vueltas que un tonto hasta descubrir un buen día en el mejor de los casos que no va a ninguna parte, que gira sobre su propio eje como una peonza. Muchos turistas hay pero ningún viajero, porque el viajero de verdad no sabe a dónde va, mientras que el turista conoce muy bien el destino que le han vendido en su agencia de viajes en forma de paquete turístico. 
 
 
Turistas por doquier, haciéndose autorretratos sonrientes a las puertas de Auschwitz para demostrar a los demás y a sí mismos que ellos también estuvieron en un campo de concentración o, mejor dicho, de exterminio. Las retículas sociales contribuyen a la tendencia ya estereotipada de los turistas de tratar el destino que visitan no como un lugar respetable y vivo, sino, en el mejor de los casos, como un decorado o un telón de fondo para las fotos que ilustran su turística biografía, que no vida, en Instagram y otras plataformas.
 
Hordas bárbaras: Por si fuera poco, hasta los expertos -peritos en lunas, que diría el poeta Miguel Hernández- insisten en que las hordas turísticas que viajan en aviones de vuelos baratos y cruceros por el Mediterráneo también contribuyen a desatar la ola de calor africano que sufre el sur de Europa este año y el recalentamiento global del planeta, especialmente los países 'cerdos' PIGS (Portugal, Itala, Grecia y Spaña), cuyos movimientos provocan, dicen, “cerca del 5% de las emisiones globales, con una tendencia creciente”. 
 
Turismo excesivo: Pero el exceso turístico no es un problema nuevo. Ya lo era antes de la pandemia. Ahora en la pospandemia ha vuelto por sus fueros, y en todas las partes del mundo los lugareños se quejan de los excesos turísticos, hasta el punto de que hay quien echa de menos los confinamientos anticonstitucionales para librarse de ellos. 
 
 
 
Añoranza pandémica: Algunas ciudades europeas como Ámsterdam comienzan a protestar, añorando "la experiencia relativamente corta de paz y tranquilidad" durante los confinamientos pandémicos. El problema es que cuando los turistas desaparecieron como por arte de magia, ciudades como esa de Ámsterdam, o Florencia o Venecia o Barcelona, descubrieron alarmantemente que mermaban sus ingresos económicos y les quedaban pocas alternativas, ya que vivían de la lacra del turismo.
 
Turismo perturbador: Un turista ha grabado el nombre de su novia en un muro del Coliseo para que perdure como aquel anfiteatro dos mil años por lo menos, lo que no durará su amor que, por muy eterno que sea, no pasará de un par de meses, que es lo que suele durar el amor en verano. 
 
Fuera turistas, bienvenidos inmigrantes: A veces, la retórica europea contra el turismo se hace eco de la xenofobia contra la inmigración. Una frase común es: "Estamos siendo invadidos por invasores extranjeros maleducados que se niegan a adaptarse y que no respetan nuestras costumbres": turista, tú eres terrorista. Pero los lugareños no son mejores. 
 

 
Turismo de 'calidad': Muchos destinos ahora planean enfocarse en lo que llaman "turismos de qualité" y esto no es más que un eufemismo para personas con alto poder adquisitivo que gastan mucho dinero y dejan sus divisas.
 
No hay evasión: Desengañémonos, no existe la evasión: lo que hay, y mucha, es invasión. Los problemas van con nosotros, en la mochila, el equipaje de mano o de cabina o en la maleta facturada: viajan con nosotros. Las preocupaciones son como nuestra sombra, por mucho que queramos librarnos de ella, siempre que nos pongamos a tostarnos al sol que más calienta, allí estará, a nuestros pies, constante, como siempre, fiel compañera, nuestra propia sombra… Ya lo dijo Horacio con una economía lingüística insuperable, y además en verso: post equitem sedet atra cura: va en el jinete la negra murria; exactamente galopa a la grupa del caballero, bien aferrada a él, la sombría preocupación: su angustia. 
 
 
 

Bendito aburrimiento. - Dice el anuncio de una agencia de viajes o mejor dicho, de destinos turísticos, dado que ya no hay viajes: “Quedarse en casa no es divertido. Escápate”. Y yo me pregunto: ¿Quién nos manda divertirnos? ¿Por qué tenemos que divertirnos? ¿Qué hay de malo no ya en aburrirse sino en no divertirse? ¿Acaso el que vaya a escaparse va a evadirse de sí mismo y de sus problemas? ¿No se escapará sólo de su casa? Está claro que la aludida agencia mercantil quiere que nos escapemos so pretexto de divertirnos porque, si nos quedamos en casa, ella no hace negocio a costa de nuestro aburrimiento, bendito sea. Bergamín nos ha regalado este precioso aforismo: "El aburrimiento de la ostra produce perlas".

Agosto se va de vacaciones. Pero en este país en el mes de agosto no está en su sitio ni Dios: todo el mundo se va de veraneo al mar, a la montaña, al pueblo, a donde sea huyendo de sus responsabilidades. Pero no es una huida irresponsable, qué más quisiéramos, sino todo lo contrario: es una huida programada y favorecida desde arriba por el Estado y/o el Capital -tanto monta- para someternos, como siempre, a los que andamos por aquí abajo y a veces nos dejamos engañar con el espejismo vacacional, ese perverso invento del gobierno, al igual que con el espejismo del fin de semana, mero pretexto para que la semana, que no se acaba nunca de verdad porque nunca deja de girar y no tiene fin -la expresión fin de semana, finde o week-end es un engaño-, vuelva a empezar otra vez.

viernes, 21 de abril de 2023

"Dulce et decorum est pro patria mori"

    El verso más horripilante que escribió el poeta Horacio es dulce et decorum est pro patria mori. Un hendecasílabo alcaico: Es dulce por la patria morir y honor, la vieja patraña, como la calificó el también poeta Wilfred Owen. 
 

     Morts pour la Patrie” es la inscripción que suele figurar en los monumentos memoriales franceses dedicados a los soldados  que murieron luchando por su país. 
 
    En España, durante la dictadura franquista, teníamos “Caídos por Dios y por España”, más típica del nacionacatolicismo que aquí se practicaba, y que asociaba la figura de Dios con la de la Patria sacrosanta. Recordemos también durante la oprobiosa dictadura el grito de “¡Arriba España!” que daba a entender claramente que si España estaba arriba, los españoles de carne y hueso, españoles mal que nos pese porque ninguno hemos nacido tales, sino que nos han (y nos hemos) hecho a la fuerza españoles, teníamos que estar abajo, dispuestos a inmolarnos y a morir por la idea de la nación, dándolo “todo por la patria”, como reza todavía en los cuarteles de la benemeritísima Guardia Civil.
 
 
    En Hamburgo hay un monumento a los soldados muertos durante la primera guerra mundial que contiene un verso de un tal Heinrich Lersch (1889-1936) no menos deleznable que el de Horacio, que dice en la lengua de Goethe 'Deutschland muss leben, auch wenn wir sterben mussen', es decir: Alemania debe vivir, aunque nosotros tengamos que morir, que no deja de ser un insulto y una afrenta a todas las víctimas de todas las guerras, como cualquier espíritu sensible siente enseguida. Refleja muy bien sin embargo  cómo los fetiches nacionalistas abstractos tales como España o Alemania exigen sacrificios humanos, de los que se nutren. Los ideales, en efecto, para poder vivir necesitan la ofrenda del derramamiento de sangre humana en sus altares para dar, de paso, un sentido a la vida de los que se inmolan y ennoblecen su existencia. 
 
    La letra del himno nacional alemán, cuya música es original de Joseph Haydn, contiene una primera estrofa, que ya no se canta oficialmente, que comenzaba con el conocido “Deutschland, Deustschland über alles” (Alemania, Alemania por encima de todo), que ponía el nombre de la Patria sobre todas las cosas y personas nacidas en Alemania, elogiando indirectamente la supremacía de la raza aria como se sintió durante el nazismo. 
 
    Frente al horrible verso de Lersch, puede esgrimirse lo contrario, intercambiando la vida y la muerte: Alemania tiene que morir para que nosotros podamos vivir (Deutschland muss sterben, damit wir leben können). Es lo que gritaba y repetía hasta la saciedad la banda punquiroquera alemana Slime, cuya letra habla de un país gobernado por fachas y multinacionales que desprecian la vida y la naturaleza, donde las personas no cuentan para nada, donde los tanques y los misiles 'aseguran' la paz y donde las centrales nucleares, los ordenadores y los robots 'mejoran' la vida.  


    Pero donde dice Alemania, debemos poner cualquier otro nombre propio de cualquier otro Estado. España, digamos nosotros, tiene que morir para que nosotros podamos vivir.  No vale sustituir, sin embargo, el nombre de España por cualquier otro nombre propio. No vamos a caer en esa burda trampa de poner en su lugar el nombre propio de cualquier comunidad autónoma, reino de taifas o patria chica.
 
    Os dejo la espléndida versión que hace Roger Dam de la canción original de Slime, que a mí particularmente me gusta más.
         

domingo, 5 de febrero de 2023

CARPE DIEM

    El célebre "carpe diem" de Quinto Horacio Flaco, significa literalmente, como se sabe, "coge el día", lo que quiere decir "aprovecha el momento, no lo dejes escapar". No quiere decir, como a veces se piensa, que haya que disfrutar a tope porque la vida son dos días y la muerte algo inminente, porque ¿quién es capaz de disfrutar a tope pensando una cosa así ante la perspectiva de la amenaza sombría de la espada de Damoclés sobre nuestras cabezas?
 

    Es algo más profundo que eso. No es un mal consejo en lo que de negativo conlleva, disuadiéndonos implícitamente de regodearnos en el pasado o en el futuro, porque tanto el pasado como el porvenir son formas del tiempo cronometrado que se le imponen a nuestra vida, que matan nuestras posibilidades de vida aquí y ahora; nos está sugiriendo que nos liberemos de nosotros mismos, de nuestro pasado y de nuestro futuro, pero no funciona tan bien en el consejo explícito y positivo que nos da porque nos está  ordenando con un imperativo (carpe, como si dijéramos: ¡haz esto…!) que nos aferremos al momento presente, al instante, lo que no deja de ser una orden que tenemos que cumplir -¿y cómo voy a librarme de mí mismo si tengo que cumplir una orden?-, y además emplea el término “momento” (diem en latín), que precisamente no nos deja salirnos del tiempo cronometrado en el que estamos inmersos y del que quiere liberarnos. La intención es buena porque nos exonera del pasado y del futuro, no se puede negar, pero, como contrapartida, nos encadena al momento presente.

 Fotograma de El club de los poetas muertos (Dead poets society), de Peter Weir (1989)

    El poeta, en otras palabras, nos dice que en lugar de lo que hacemos habitualmente que suele ser vivir en el ayer recordando siempre lo que hicimos el otro día o hace cuatro años e identificándonos así con nuestros numerosos antepasados, o vivir en el mañana haciendo planes para el fin de semana que viene, o proyectos para las próximas vacaciones, para un futuro inasible porque el futuro por definición es lo que no existe todavía, lo que está siempre por venir y no acaba de llegar nunca, proyectándonos así en la también numerosa descendencia de nuestros herederos, deberíamos ocuparnos de vivir... íbamos a decir "el presente". Pero ¿qué es el presente? Si el pasado no existe porque son recuerdos y el futuro tampoco porque es la proyección de nuestros deseos o temores ¿qué es el "presente"?

    Honestamente, hay que reconocer que no lo sabemos. Lo más que podemos decir es que hay que vivir ahora, ahora mismo -y no estamos diciendo que haya que vivir "el ahora", que no es lo mismo, sino ahora. 

    Ahora es una palabra deíctica, que no tiene significado ni se deja definir y por eso nos saca de la realidad y nos libera del tiempo, que, cuando la pronunciamos, ya ha pasado. Y ¿qué quiere decir eso? Pues que tendríamos que dejar de habitar en el pasado y dejar al mismo tiempo de alojarnos en el futuro porque, mientras hacemos eso, no vivimos aquí y ahora mismo. Sencillamente.


Tu ne quaesieris (scire nefas) quem mihi, quem tibi
finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris numeros. Vt melius quicquid erit pati!
Seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum, sapias, uina liques et spatio breui
spem longam reseces. Dum loquimur, fugerit inuida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.

(Horacio Odas I, 11)
 
Os ofrezco varias traducciones al castellano. Empezamos por la del venezolano Miguel Antonio Caro, en versos alejandrinos compuestos por dos hemistiquios heptasílabos:
 
Cuál fin a mí los dioses, cuál fin a ti, Leucónoe,
hayan de reservarte, no quieras indagar,
ni en consultar te empeñes los babilonios números;
cerrado a humanos cálculos el porvenir está.
 
Mejor es resignarnos a lo que venga, o Júpiter
benigno otros inviernos conceda y otros más,
o este el último sea que hoy en rocas inmóviles
a deshacer sus tumbos lleva el Tirreno mar. 

Sé cuerda, vinos filtra y estrecha en breve círculo
las largas esperanzas. Esquiva nuestra edad
vuela mientras hablamos, ¡paso! No fíes crédula
en día venidero, goza este que se va.

La traducción de Alejandro Aráoz Fraser, en hendecasílabos con rima consonante:

No quieras tú saber, que no te es dado,
qué fin los dioses, Leucónoe hermosa,
nos darán a los dos; sin tal cuidado
vivir este momento es sabia cosa.

No sabes si será tu último invierno
el que ves. No consultes adivinos,
y ya que nada puede ser eterno
óyeme; sé prudente, gusta vinos,
 
aprovecha el instante presuroso;
breve es la vida, la esperanza vana:
el tiempo huye entre tanto envidïoso,
hoy goza y nada esperes de mañana.
 
 

La traducción de Manuel Fernández Galiano, en verso libre (por no decir que en prosa que reproduce en un renglón el contenido de un verso latino, lo que, por otra parte, no desmerece en cuanto a la traducción del contenido a nuestra lengua, si bien se ha perdido la música, o sea, el ritmo).
 
No investigues, pues no es lícito, Leucónoe, el fin que ni a mi
 ni a ti los dioses destinen; a cálculos babilonios
no te entregues. ¡Vale más sufrir lo que haya de ser!
Te otorgue Júpiter varios inviernos o solo el de hoy
que destroza al mar Tirreno contra las rocas, prudente
sé, filtra el vino y en nuestro breve vivir la esperanza
contén. Mientras hablo, el tiempo celoso habrá ya escapado:
goza del día y no jures que otro igual vendrá después.
 
La traducción de Agustín García Calvo, en asclepiadeos mayores, es la única que reproduce en castellano el esquema rítmico del original, además de ser una traducción bastante literal. El nombre griego de la destinataria Leuconoe, que literalmente significa "mente blanca", lo ha traducido magistralmente por Cándida, lo que nos recuerda a nuestra expresión "alma cándida". Y el nombre propio de Júpiter ha sido sustituido por "el Señor", dado que en el politeísmo romano era este dios el rey y señor de todos los dioses y las diosas.

Tú no indagues (es ley / nunca saber) / qué fecha el cielo a mí,
cuál a ti te marcó, / Cándida, y no / andes a consultar  
carta y número astral. / ¡Cuánto mejor / lo que se dé pasar!
Que otro invierno a tu haber / ponga el Señor, / que último sea ya
este que áspera hoy / contra el cantil / hace romper la mar
Tusca.  Trata de ser / cuerda, colar / vino, y a breve fin
la esperanza abreviar. / Solo en hablar / ídose el tiempo habrá 
falso. Pilla del hoy; / mínima pon / en su mañana fe. 
 
 
No pretendo yo hacer ninguna traducción y competir con las anteriores, líbrenme de eso los manes de Horacio y los de los traductores anteriores,  sino hacer en todo caso una paráfrasis, bastante farragosa, por cierto, y para ella me aprovecho, lo reconozco, de algunos hallazgos de las anteriores.  Y la hago en asclepiadeos mayores, cómo no, que es el metro original de Horacio, aunque soy consciente de que es un ritmo un poco duro para nuestros oídos castellanos:
 
 Nunca vas a saber / cuánto a los dos /  tiempo nos va a quedar,
 alma cándida, así /  que haz el favor, / no te atormentes más. 
Deja horóscopos, pues, / ya de leer: / falsos profetas son.
 Lo que sea será, /  si es que ha de ser. /  Ya se verá si Dios 
 otra tregua te da / o este será / tu último invierno ya
que el cantábrico mar / veas batir /  de olas y temporal.
  Ten sentido común,  / sírvete buen / vino y olvido pon. 
Ni esperanza razón / hay de albergar / ni desesperación.
En hablar se nos va / -ya se nos fue-,  / míralo, el tiempo huyó,  
por la puerta de atrás, / nuestro. A lo de hoy / tente, al momento, que es, 
piensa, el único que hay. / No en el ayer / vivas, que no pasó.
 No hagas planes y no / crédito des / nunca a lo por venir.

lunes, 28 de noviembre de 2022

"No es nuestro futuro"

    Animan desde la página “notourfuture.org” a elegir y denunciar un aspecto malo del futuro que nos preparan y comentar por qué lo criticamos, y finalmente dejar alguna constancia de que “Ese no es nuestro futuro”.


    Sugieren que hagamos un vídeo explicándolo y lo compartamos a lo largo y ancho de nuestras redes sociales. Aunque no están mal iniciativas como esta de denuncias del cambiazo que quieren darnos a cuenta del futuro, a mí me gustaría resaltar que no hay que elegir ningún aspecto malo del futuro que se nos vende para criticarlo, sino que es el futuro que se nos vende todo él malo de por sí y por esencia, porque no hay ningún futuro bueno, porque el futuro no es otra cosa más que la muerte del presente, el futuro es lo que nos mata aquí y ahora mismo, por eso cualquier futuro es malo, cualquier futuro por muy halagüeño y del color de rosa que nos lo pinten es un dios siniestro que exige el sacrificio sangriento de nuestra vida en sus altares.

    En ese sentido me uno yo a esa iniciativa y grito efectivamente: Ese no es nuestro futuro. No queremos ningún futuro. No nos hace ninguna falta, sino todo lo contrario: nos sobra.

    Bob Moran, cuyas ilustraciones hemos metido a veces en este arcón, nos regala esta imagen, donde un hombre, una mujer y un niño huyen del futuro que se les prepara, un futuro que no está por venir, sino que ya está aquí:


     No tenemos por qué aceptar ningún futuro: no, ni ese ni ningún otro, es nuestro futuro. Ya lo dijo Horacio, el más clásico de los líricos latinos: quid sit futurum cras fuge quaerere:  Lo que ha de ser mañana no indagues tú.

 

domingo, 22 de mayo de 2022

Tantalizándonos

    El verbo 'tantalizar' es un calco del inglés tantalize (pronunciado tantaláis), atestiguado en la lengua de Chéspir desde 1597 como 'someter [a alguien] a un tormento consistente en ofrecer, a través de la vista o de promesas, algo deseado que no se puede conseguir''. En francés está registrado desde al menos 1755 tantaliser (pronunciado tantalisé) con el mismo significado. En castellano no está incluido todavía en el diccionario de la docta Academia, pero se usa con la acepción anglosajona y francesa como sinónimo de atormentar a alguien mostrándole placeres que no puede alcanzar.

    Un ejemplo de su uso en la prosa de Ernesto Sábato: Las palabras de la mesa, incluso las discusiones o los enojos, parecen ya reemplazadas por la visión hipnótica. La televisión nos tantaliza, quedamos como prendados de ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de la luz que con su intensidad nos toma.

    ¿Cuál es el origen de este vocablo? Se basa en el nombre propio de Tántalo, uno de los míticos pobladores del Hades o infierno de los antiguos, castigado por los dioses a sufrir un hambre y sed eternas.

 

Tántalo con el agua al cuello intentando tomar las manzanas


    Tántalo es célebre en la mitología por el castigo que tuvo que sufrir en los Infiernos. Sin embargo no hay acuerdo entre los autores sobre cuál fue el motivo. De la descripción de su tormento hay también dos versiones: se hallaba en los Infiernos colocado debajo de una enorme roca que amenazaba siempre con caer, a modo de espada de Damoclés; pero que se mantenía en eterno equilibrio; o que, sumergido en agua hasta el cuello, no podía beber y calmar su sed porque el líquido elemento retrocedía cada vez que trataba de introducirlo en su boca (... a su barba llegábale el agua, / y, extenuado de sed, no podía llegar a catarla); y una rama cargada de manzanas pendía sobre su cabeza, pero si levantaba el brazo e intentaba tomar la fruta para saciar su hambre, la rama se levantaba bruscamente y quedaba fuera de su alcance. Es este último tormento el que más han reflejado las artes gráficas.
 
    La figura de Tántalo aparece quizá por primera vez en la historia de la literatura en la Odisea de Homero, concretamente en el descenso a los infiernos de Odiseo, o sea Ulises, donde nos lo presenta en estos hexámetros: Luego a Tántalo vi padeciendo penas amargas / puesto de pie en un lago que hasta el mentón le llegaba; / muerto de sed se veía, mas no conseguía saciarla; / pues cada vez que el viejo ganoso a beber se agachaba, / iba menguando el agua que huía, y entre sus patas / negra brotaba la tierra, que un genio divino secaba. / Y árboles de altas copas su fruto por cima le daban: / abarrotados perales, granados, pomar de manzanas, / dulces higueras de miel y olivos de olivas que cuajan. / Cuando el viejo quería alcanzar con su mano a tomarlas, / un vendaval las subía a las nubes encapotadas.
 

     Tántalo, Justin McElroy (diseñador gráfico)
 
     Lucrecio en su De rerum natura libro III, versos 980 y 981 se hace eco del castigo de la roca amenazante: "nec miser inpendens magnum timet aëre saxum / Tantalus, ut famast, cassa formidine torpens": ni Tántalo, el pobre, está -colgada en el aire- temiendo / la enorme roca que caiga, en vano helado de miedo. Reflexiona en ese texto Lucrecio sobre cómo los tormentos infernales, que de por sí son imaginaciones absurdas, trasladan las penas y miserias de esta vida al reino de los muertos. Por eso dice: "Y aquello, sin duda, todo que en los profundos infiernos / contado nos han que lo hay, todo en vida aquí lo tenemos".
 
    Viene a decirnos Lucrecio que el suplicio de Tántalo es nuestro propio suplicio. Sólo hay que cambiar el nombre de Tántalo por el nuestro propio, como nos advirtió Horacio en unos hexámetros de la primera de sus sátiras: Tantalus a labris sitiens fugientia captat / flumina – quid rides? mutato nomine de te / fabula narratur. El poeta lo dice bien claro: Tántalo quiere sediento beber de sus labios el agua / que huye. ¿Por qué sonríes? Cambiándole el nombre, de ti habla / esta historia.
 
 
 Tántalo, Giambattista Langetti (1625-1676)
 
    Eduardo Galeano escribió en "Lecciones de la sociedad de consumo" una reflexión penetrante sobre cómo la publicidad, o sea, la televisión, nos tantaliza: El suplicio de Tántalo atormenta a los pobres. Condenados a la sed y al hambre, están también condenados a contemplar los manjares que la publicidad ofrece. Cuando acercan la boca o estiran la mano, esas maravillas se alejan. Y si alguna atrapan, lanzándose al asalto, van a parar a la cárcel o al cementerio. Manjares de plástico, sueños de plástico. Es de plástico el paraíso que la televisión promete a todos y a pocos otorga. A su servicio estamos. En esta civilización, donde las cosas importan cada vez más y las personas cada vez menos, los fines han sido secuestrados por los medios: las cosas te compran, el automóvil te maneja, la computadora te programa, la TV te ve.
 
 
Tántalo y Sísifo en el Hades, August Theodor Kaselowky (c.1850)

sábado, 7 de mayo de 2022

Viajar ¿para qué?

    ¿Qué necesidad tiene uno de viajar y de meterse en un medio de trasporte como es el avión, donde los pasajeros van apelotonados como si fueran sardinas enlatadas?  ¿De qué puede servirle a alguien viajar? ¿De evasión? ¿Acaso de distracción momentánea? Efectivamente. Y de poco más que eso. El viaje, desde luego, ya no sirve para conocer un mundo que es cada vez más homogéneo, y más igual a sí mismo, donde Oriente se ha desorientado, nunca mejor dicho, y ha acabado occidentalizándose. El viaje, por lo tanto, ya no existe: ha sido sustituido por el turismo, que es una de las industrias que más capital mueve. 
 
    Desengañémonos, ya no hay viajes: lo único que hay, y mucho, es turismo, que viene del francés “tour”, sí, como el “tour” de Francia, y que significa “vuelta”: porque el turista es el que da vueltas, más vueltas que un tonto, y más vueltas todavía hasta descubrir un buen día en el mejor de los casos que no va a ninguna parte dando tantas vueltas como da, que es como una peonza que siempre está girando sobre sí misma en el mismo lugar. 
 
"Tourist go home, you are the terrorist".
 
    El viajero de verdad, por el contrario, no sabe a dónde va, a diferencia del turista que conoce muy bien el destino al que se dirige antes de emprender el viaje, del que podría muy bien prescindir pues no va a aportarle nada que no sepa ya.   Cuando viajamos cambiamos de paisaje y paisanaje, pero nosotros no cambiamos por el mero hecho de trasladarnos: sólo cambia el lugar donde nos encontramos, nuestra posición en el espacio, no nosotros mismos. 

    Hay un pensamiento de Pascal muy oportuno a este respecto. Dice que ha descubierto que toda la infelicidad humana radica en no saber estarse quietos en un lugar: “ne savoir pas demeurer en repos dans une chambre”, literalmente: no saber permanecer en reposo en una habitación

    La necesidad de movernos, de no parar quietos, de no saber estar tranquilos en ningún lugar, de ser como el gato hiperactivo que cuando está fuera quiere entrar y cuando está dentro quiere salir, igual que la mosca cojonera tras el cristal, nos obliga continuamente a ponernos en circulación y a trasladarnos de un lugar a otro sin descanso. 
 
Fotografía de uno de los viajes del IMSERSO
 
     Le pasaba al poeta Horacio, que hablando de sí mismo, reconocía: "Romae rus optas; absentem rusticus urbem / tollis ad astra leuis." Lo que viene a decir algo así como: Quieres en Roma el campo; ya rústico, la urbe lejana, / frívolo, subes al cielo. Cuando estaba en Roma echaba en falta la paz y el silencio del campo, y cuando se hallaba en la campiña, donde disponía de una cómoda residencia regalo de Mecenas, añoraba el ajetreo y el bullicio de la gran ciudad. No estaba contento en ningún lugar disfrutando de sus ventajas, sino que echaba siempre en falta las que no tenía en ese momento. Le pasaba a él y nos pasa a nosotros, los modernos.

    ¿De qué le sirve a uno viajar, aparte del hecho de hacer turismo, algo que ya está hecho antes de hacerlo, porque el turista sabe lo que debe ver, lo que debe comer, las fotos que debe tomar para asegurarse de que ha estado en el destino al que se dirigía? De eso se aprovechan las agencias de viaje del capital privado y el propio Estado en programas de termalismo y turismo como los que organiza el IMSERSO en España para engañarnos como a bobalicones y vendernos sus paquetes turísticos. Y, sin embargo, ya lo cantó Baudelaire: “Amer savoir celui qu' on tire du voyage”. ¡Cuánta razón tienen los poetas!: Saber amargo aquél que se saca del viaje. Un saber que deja mal sabor de boca al descubrir que el viaje es un engaño de las angencias del gremio respectivo y del Estado que lo promocionan.

    Ya se lo decía Séneca a su querido Lucilio, que era como su alter ego, en la carta número 28 de su voluminosa correspondencia, cuyo titulo podía ser: "Nadie huye de sí mismo": ¿Que esto a ti solo, piensas, te ha pasado y te extrañas como de cosa nueva de que con tan largo viaje y con tantas mudanzas de parajes no te has sacudido la tristeza y el agobio de tu alma? Hoc tibi soli putas accidisse et admiraris quasi rem nouam quod peregrinatione tam longa et tot locorum uarietatibus non discussisti tristitiam grauitatemque mentis? Debes cambiar de mentalidad, no de atmósfera. Animum debes mutare, non caelum. Aunque cruces el anchuroso mar, aunque como dice nuestro Virgilio, “tierras atrás y ciudades se alejen” te seguirán a donde quiera que vayas tus vicios. Licet uastum traieceris mare, licet, ut ait Vergilius noster, terraeque urbesque recedant, sequentur te quocumque perueneris uitia.  
 
  
    (Si no nos gusta demasiado la traducción moralizante de "vicios", podemos decir más sencillamente: "problemas, preocupaciones". La sombra, metáfora de la negra cuita, como cantó el poeta Horacio, siempre acompaña al jinete que galopa huyendo de sí mismo: post equitem sedet atra cura. Pero sigamos leyendo lo que Séneca le escribe a su amigo Lucilio:)
 
    A uno que se quejaba de eso mismo Sócrates le dijo:¿Por qué te extrañas de que no te valgan de nada los viajes, cuando te pones en circulación? Hoc idem querenti cuidam Socrates ait, 'quid miraris nihil tibi peregrinationes prodesse, cum te circumferas? Te agobia la misma causa que te obligó a partir.” premit te eadem causa quae expulit'. ¿En qué puede reconfortarte la novedad de las tierras? Quid terrarum iuuare nouitas potest? ¿Qué el conocimiento de ciudades y paisajes? quid cognitio urbium aut locorum? A nada va a parar ese trajín. in irritum cedit ista iactatio. ¿Quieres saber por qué no te consuela esa huida? Quaeris quare te fuga ista non adiuvet? Huyes contigo mismo. tecum fugis.
 
    Una de las quejas más frecuentes de los destinos turísticos consiste en decir que había muchos turistas, como si quienes lo dicen no fueran igualmente turistas, como si quisieran encontrar algo auténtico y no, como suele decirse, para turistas.  Por eso hay tantos turistas, pero ningún viajero, porque el viajero de verdad no sabe a dónde va, mientras que el turista sabe muy bien a dónde va: al mismo hotel, al mismo restorán, al mismo país, al mismo sitio siempre.
 

 
    Cualquier cosa les vale a los turistas, como la fotografía de arriba a lado de la pintada 'tourists go home'; son como esponjas que absorben  y se enorgullecen de todos los residuos y nocividades con tal de que entre ellos se incluyan sus imágenes.
 

domingo, 22 de agosto de 2021

El mito de Europa

No sólo los antiguos creían en los mitos. También los modernos creemos en ellos, otros mitos pero mitos al fin y a la postre. El problema es que muchas veces nos pasa desapercibido el carácter mítico de nuestras propias creencias, de nuestras supercherías; tan nuestras que son y tan firmes y arraigadas como las tenemos, no somos capaces de verlas en primer lugar y de cuestionarlas mínimamente con sentido crítico en última y no menos importante instancia. 


El rapto de Europa  Max Beckmann (1933)

Un buen ejemplo puede ser el mito de Europa, de la que tanto se oye hablar últimamente a propósito de la Unión Europea. Para los antiguos, Europa era una princesa fenicia de la que se enamoró Zeus o Júpiter, que le decían los romanos,  cuando la vio jugando con sus amigas en la playa de Sidón, o de Tiro, según otras fuentes. El dios, enardecido de amor por la belleza de la muchacha,  se transformó en un toro de resplandeciente blancura y cuernos en forma de luna creciente -"media Luna los cuernos de su frente", que cantó Góngora-; y se tumbó  mansamente a los pies de la doncella. Ella, asustada al principio, cobró ánimo y acabó confiándose, acariciando al toro y sentándose sobre su lomo, momento en el que la bestia aprovechó para lanzarse al mar y llevársela consigo. 

La travesía, rumbo a Occidente, acabó en la isla de Creta, donde el dios -el "mentido robador de Europa"  según el verso gongorino o el "engañoso toro" según el hendecasílabo de Lope- que la raptó se une carnalmente a la virgen, y, como recompensa, otorga el nombre propio de la princesa a esa parte del mundo donde se había producido su unión: había nacido Europa como fruto de un rapto y de una violación.

El rapto de Europa, Tiziano (1562)

El toro, cuya forma había adoptado Zeus se convirtió, posteriormente, según la leyenda, en una constelación que fue colocada entre los signos del zodíaco y que conserva, como cultismo, su antiguo nombre: tauro.

Así canta el poeta Horacio, en su Oda III, 27, versos 25-76 la historia en estrofas sáficas (tres hendecasílabos al modo de Safó de Lesbos y un adonio, que es la continuación del tercero con un pentasílabo dactílico):  Tal Europa blanco el costal al falso / toro le confió, y ante el mar preñado / de alimañas palideció la osada, y entre peligros. / Ávida hace poco de flor en prados / y del ramo artífice grato a ninfas, / nada vio en la noche difusa, salvo olas y estrellas. / Y ella, cuando a Creta arribó, notable /  por cien villas, díjole: “Padre, oh nombre / de hija que he dejado y piedad vencida por mi arrebato, / ¿desde dónde a dónde llegué? Es la muerte / poco a error de virgen. ¿Lamento en vela / torpe acción, o búrlame de pecados libre, la imagen / vana, que al salir por la marfileña / puerta trajo el sueño? ¿Mejor ha sido / ir por vastas mares o hacer de flores frescas manojo? / Si alguien hoy me diera al infame toro, / irritada yo intentaría herirlo / a cuchillo y cuerna romper al monstruo antes bienquisto. / Sin pudor dejé la paterna casa. / Sin pudor retraso mi muerte. Oh, si uno / de los dioses me oye, que entre leones yo ande desnuda, / antes que una torpe vejez arrugue / frescas mis mejillas y el jugo huya / de esta tierna presa, ser pasto hermosa quiero de tigres. / ¡Vil Europa, te urge tu padre ausente!  / ¿Qué, a morir esperas? De fresno puedes / tal colgar tu cuello con ceñidor que bien te acompaña. / O si gustas para morir escollos / y arduas rocas, ea, a borrasca date / ya veloz; si hilar la servil tarea, sangre de reina, / no prefieres, y a ama extranjera darte / concubina.” Venus se hallaba al lado / de quejosa riéndose en falso, y su hijo, / su arco depuesto. / Luego, habiendo mucho reído, dijo: / “Te abstendrás de iras y bruscas riñas, / cuando el toro que odias te dé sus cuernos / que quebrarías. / Ser la esposa ignoras de Jove invicto; /  deja tu sollozo, a llorar aprende / bien tu gran fortuna: tendrá tu nombre parte del mundo”. 


 Europa, fotografía de Madame Yevonde (1935)

En la oda de Horacio que hemos leído, Europa no ha sido totalmente abducida, sino seducida por el toro bravo, lo que explica sus sentimientos de culpabilidad, como si ella misma fuera responsable de haberse dejado arrastrar por la fuerza descomunal del deseo en forma de poderosa y bravía res.  

 
En la literatura española son muchos los tratamientos de este tema, podemos tomar como ejemplo el soneto núm. 87 de Lope de Vega “De Europa y Júpiter” que da voz a Europa quien, una vez desvirginada, derrama lágrimas (perlas) y lamenta la pérdia de su virginidad (“¡perdí las flores!”): Pasando el mar el engañoso toro, / volviendo la cerviz, el pie besaba / de la llorosa ninfa, que miraba / perdido de las ropas el decoro. / Entre las aguas y las hebras de oro, / ondas el fresco viento levantaba, / a quien con los supiros ayudaba / del mal guardado virginal tesoro. / Cayéronsele a Europa de las faldas / las rosas al decirle el toro amores, / y ella con el dolor de sus guirnaldas, / dicen que lleno el rostro de colores, / en perlas convirtió sus esmeraldas, / y dijo: «¡Ay triste yo!, ¡perdí las flores!».

Son muchos los pintores, además, que han plasmado en sus lienzos el rapto de Europa en todos los tiempos, desde Tiziano, como hemos visto arriba, hasta Picasso, por ejemplo, o Botero entre los contemporáneos. Ellos han alimentado el mito del que luego se han aprovechado los gobiernos para dar vida al fetiche político y económico, tanto monta, de una entidad fantasmagórica.  

El rapto de Europa, Maarten de Vos (1590)

El simbolismo de esta princesa fenicia, por otra parte, está abierto a toda clase de sugerencias e interpretaciones: "ex Oriente lux" dice el proverbio latino, que significa que de Oriente nos viene la luz del sol, como vienen de Oriente los Reyes Magos, en la tradición cristiana, a adorar al recién nacido... Y de Fenicia, en concreto, tomaron los griegos algo tan importante y crucial para nuestra cultura como el alfabeto, que es el origen del abecedario latino que empleamos hoy casi universalmente.  Así que de Oriente nos vino, al menos, la escritura alfabética, y con ella el comienzo de la historia humana propiamente dicha.
 
 
Europa, Valentin Serov (1910)

Los mitos modernos, tales como el Progreso, Europa, la Democracia, los Mercados, la Ciencia... y un larguísimo etcétera son mucho más prosaicos que los antiguos, como podéis comprobar, pero no menos poderosos y más dogmáticos, por lo que no es mal ejercicio desmitificarlos, es decir, analizarlos, disolverlos como si de un análisis químico se tratara. Nos exigen no sólo la fe ciega de que creamos en ellos sin ponerlos nunca en tela de juicio, como antes hemos dicho, sino también  que hagamos algún sacrificio que otro en sus altares,  sacrificio que a veces consiste en nuestro propio holocausto.

 Rapto de Europa, Botero (1995)

"Somos conscientes de los sacrificios exigidos para fortalecer Europa", ha dicho recientemente un prohombre del Estado y político de las finanzas elegido democráticamente. Lo ha dicho en pleno siglo XXI de la era moderna. Ha querido decir que hay que fortalecer el dogma de un artículo de fe, un mito ("Europa"), que hay que darle credibilidad -ahora no dicen "fe", que suena a religión, sino "credibilidad", que es lo mismo pero parece más moderno y distinto porque,  frente a la monosilábica "fe",  la "credibilidad" tiene nada más y nada menos que el empaque de cinco sílabas, lo que le da mucha más enjundia a la palabra. Hay que fortalecer a Europa, ha dicho,  aunque exija en sus aras y a tumba abierta  el sacrificio de todos los europeos.


En la moneda griega de dos euros figura hoy, qué paradoja, el rapto de Europa, dando a entender mucho más de lo que parece que representa. ¿No será acaso el toro bravo hoy en día una metamorfosis no ya del obsoleto Júpiter o del no menos rancio Zeus, sino del propio Euro, la "moneda única" que es la última epifanía del poderoso caballero Don Dinero (Quevedo dixit), o Das Kapital, que diría don Carlos Marx, el nuevo, único y moderno dios verdadero que rige los destinos no sólo de la llamada comunidad o Unión Europea,  que necesita estar constantemente fundándose y refundándose,  sino también del mundo mundial entero? 
 

Una muestra del humor genial de Forges abunda sobre el mismo tema, muestra el moderno "rapto" de Europa.
 

sábado, 20 de marzo de 2021

La cuadrilla de los poetas muertos

Marcial le dice en un epigrama (VIII, 69) a un tal Vacerra que no quiere pertenecer a la categoría de los poetas muertos, los únicos que su amigo considera poetas consagrados. Prefiere pertenecer al club de los poetas vivos: miraris ueteres, Vacerra, solos / nec laudas nisi mortuos poetas. / ignoscas petimus, Vacerra: tanti / non est, ut placeam tibi, perire.

Traduzco los hendecasílabos falecios de Marcial con el mismo ritmo: Sólo admiras, Vacerra, a los antiguos / y no alabas sino a poetas muertos. / Me perdones, Vacerra, ruego: no me / trae cuenta morir para agradarte.


Antes que Marcial, Horacio había tratado el mismo tema de la querella entre los antiguos, luego llamados clásicos, y los modernos en una de sus Epístolas (II, 1, vv. 34-49), donde razona que no es lógico el criterio de antigüedad a la hora de valorar el mérito de una obra literaria, que ofrezco en la traducción que hizo en 1844 don Javier de Burgos, vertiendo los hexámetros de Horacio en hendecasílabos castellanos romanceados con rima asonante en los pares: Si los poemas son como los vinos, / más apreciados mientras son más viejos, / saber quisiera cuántos años bastan / para que tengan los escritos precio. / ¿El que escribió hace un siglo ser contado / debe entre los antiguos y los buenos, / o ya entre los modernos y los malos? / Fíjese la cuestión para entendernos. / -Bueno es y antiguo el que escribió hace un siglo. / -Bien, y si cuenta un mes o un año menos, / ¿será bueno y antiguo, o despreciarle / presentes deberán y venideros? / -Si un mes o un año le faltare solo / siempre entre los antiguos tendrá asiento. / -Convenidos. Ahora, cual se arranca / a un caballo la cola pelo a pelo, / quito primero un año, después otro, / hasta que aquel que aprecia los talentos / por los años no más, y solo estima / lo que la muerte consagró y el tiempo, / cual de arena un montón se desmorona / vea venir a tierra su argumento.

La comparación que ofrece al final del fragmento Horacio es muy apropiada. Si alguien quiere arrancar de un tirón la cola de un caballo no podrá hacerlo, tendrá que arrancarla pelo a pelo; del mismo modo el límite de cien años que el interlocutor ficticio le propone al poeta para considerar a un escritor antiguo es absurdo por arbitrario, como todo límite que quiera fijarse. Si vamos rebajando los días, los meses, los años, al final se viene a parar en nada.

Horacio recurre en el verso 47 a la ratio ruentis acerui, es decir al argumento o razón del acervo o montón que se desmorona, para echar abajo la tesis de que un poeta necesita llevar por lo menos cien años muerto para ser considerado antiguo y, por lo tanto, clásico: dum cadat elusus ratione ruentis acerui: hasta que caiga burlado en razón del montón que se esfuma. ¿No valdría acaso con 99 años y 11 meses? ¿Habría que esperar un año más para canonizarlo? ¿No valdría acaso con 98...? Vamos quitándole al siglo un año detrás de otro, y al año un mes tras otro, y al mes una semana, y a la semana un día, y al día una hora y así hasta el infinito... como a la cola del caballo los pelos uno a uno, hasta venir a parar en nada.

El rompecabezas lógico se llama “sorites”, del griego σωρός (sorós) “montón, cúmulo”, y se atribuye su invención a Eubúlides de Mileto (siglo IV antes de C.) El argumento suele presentarse así: si de un montón de trigo quitamos un grano, el montón no deja de ser un montón. Si admitimos esta premisa de que un grano “no hace granero”, como se dice vulgarmente, es decir, no forma un montón de por sí, y vamos quitando uno tras otro llegará un momento en que ya sólo nos quedará uno, el cual, por definición no constituirá un montón, y si quitamos este último grano de arena ya no nos quedará ninguno. Resulta imposible decir cuándo el montón ha dejado de ser un montón y se ha quedado como el cuchillo sin hoja de Lichtenberg al que le falta el mango.


Se trata del viejo problema lógico del sorites del montón (de trigo) aceruus tritici que plantea el problema de cuándo un conjunto no cuantificado (aunque sí cualificado) deja de serlo por sustracción sucesiva de sus elementos.

Cicerón lo dejó muy claro en sus Cuestiones académicas (II, XXIX, 92-93): rerum natura nullam nobis dedit cognitionem finium ut ulla in re statuere possimus quatenus; nec hoc in aceruo tritici solum unde nomen est, sed nulla omnino in re —minutatim interrogati, dives pauper, clarus obscurus sit, multa pauca, magna parua, longa breuia, lata angusta, quanto aut addito aut dempto certum respondeamus non habemus: La naturaleza de las cosas no nos ha dado ningún conocimiento de los límites de modo que podamos establecer en cosa alguna hasta dónde; y esto no sólo en el montón de trigo de donde le viene el nombre, sino en ninguna cosa en absoluto -si preguntados específicamente cuánto se ha de añadir o de quitar para que el rico sea pobre, el claro oscuro, lo mucho poco, lo grande pequeño, lo largo corto, lo ancho estrecho no tenemos nada cierto que responder.

Un grano, pues, no hace granero, no forma montón de grano, pero ¿cómo es posible entonces que un solo grano marque la diferencia entre lo que es un montón y lo que no lo es?