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miércoles, 28 de agosto de 2024

Homo urbanus vs. homo ruralis

    El poeta Horacio en una de sus Sátiras, la séptima del libro segundo, se reprocha a sí mismo a través de su alter ego, el esclavo Davo, que hace uso de la libertad de diciembre, es decir, de la parrsía o licencia de decir lo que piensa que le brindan las fiestas saturnales: "Romae rus optas; absentem rusticus urbem / tollis ad astra leuis."

 Foro de Roma visto desde los jardines Farnesios,  J-B. Camille Corot (1826)
 
    Lo que viene a decir algo así como: Quieres en Roma el campo; ya rústico, la urbe lejana, / frívolo, subes al cielo. Es decir que Horacio cuando está en Roma (Romae es lo que las gramáticas llaman un locativo) desea o echa de menos (optas de donde deriva nuestro verbo optar,  y nuestras opciones y numerosísimas optativas del sistema educativo) el campo (rus ruris con rotacismo en latín de la ese intervocálica y silbante que se convierte en vibrante como en el adjetivo rural, y que conservamos en rústico).

La campiña romana en invierno, J-B. Camille Corot

    Según este primer hemistiquio nos hallamos ante el tópico literario del menosprecio de corte y alabanza de aldea: el poeta, que se encuentra en la villa y la corte, la urbe por excelencia, añora el campo. En otro lugar (Epístolas I, 7, vv. 44-45) confiesa: "paruum parua decent: mihi iam nōn rēgia Rōma / sēd uacuum Tībur placet aut imbelle Tarentum": Cuadra al humilde lo humilde: grandiosa ya no me gusta / Roma, sino el tiburtino refugio y la paz de Tarento. Sin embargo, cuando ya está en el campo como buen campesino (rusticus), y Horacio disfrutaba, gracias a la generosidad de su amigo Mecenas, de una finca en la campiña en las afueras de Roma, en Tíbur, actual Tívoli,  pone por las nubes (tollis ad astra) la ciudad ausente, que echa de menos (absentem urbem, palabras de las que conservamos restos cultos como absentismo y urbanismo).  Nos encontraríamos ahora ante el tópico del revés: menosprecio de aldea y añoranza, si no alabanza, de corte.

     Y todo eso se resume en un adjetivo que Horacio se dedica a sí mismo: leuis, que es lo contrario de grauis. Es decir que hace lo que hace porque es una persona ligera, frívola, voluble, que no sabe disfrutar de lo que tiene, por eso cuando está en la ciudad añora el campo y cuando está en la campiña echa de menos el bullicio de la gran ciudad. Se anticipaba así el poeta al hombre moderno y su dilema irresoluble, que no sabe estar a gusto consigo mismo en ningún sitio sin echar de menos el otro, lo que justifica la creación del viaje y del turismo.

  La campiña romana, J-B. Camille Corot (1826)

    Sin embargo, dos mil años después de Horacio no tiene mucho sentido contraponer lo urbano y lo rural, porque la oposición ha quedado obsoleta. Lo que tenemos hoy a nuestro alrededor es un batiburrillo y conglomerado metropolitano único, sin orden ni concierto en torno a las grandes ciudades, que no es ni lo uno ni lo otro, sino una mezcolanza indescriptible y residual, por lo que ya no tiene mucho sentido hablar de la ciudad propiamente dicha, que los constructores han destruido (a lo sumo han dejado como recuerdo el centro histórico o casco viejo reservado al turismo y a la gentrificación de los pisos turísticos), ni hablar tampoco del campo y del pueblo, que ya no existen estrictamente hablando después del éxodo rural y el arrasamiento del territorio por autopistas, parques eólicos, campos inmensos de placas fotovoltaicas y urbanizaciones residenciales. 
 
    Pero la insoportable levedad de nuestro ser nos hace añorar, urbanitas empedernidos que somos, la vida rústica y de vez en cuando necesitamos un respiro y hacer "turismo rural", porque el campo, a punto como está de consumarse el éxodo rural si no se ha consumado ya, se ha convertido en un mero destino turístico -casa rural con encanto- y en un parque de la naturaleza más de las agencias de viaje a ninguna parte.
 
El viajero inmóvil, Roland Topor (1968)