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martes, 26 de enero de 2021

A self-fulfilling prophecy

El filántropo milmillonario ha declarado que la humanidad no volverá a la normalidad hasta que se haya vacunado contra el virus coronado. Esa profecía no es azarosa, no depende de las circunstancias el que se cumpla o no. Es una profecía de autocumplimiento, a self-fulfilling prophecy: es decir una profecía que una vez formulada ella misma se encarga de que se haga efectivo su propio cumplimiento. 
 
La profecía llamada a autorrealizarse parte de una definición «errónea» o no verificada de una situación. En el caso que nos ocupa la aseveración “la humanidad no puede volver a la normalidad” no es una opinión particular lanzada al albur y más o menos fundada en alguna evidencia científica o mágica de un adivino iluminado que puede o no cumplirse, pero que no se sabe todavía porque habrá que esperar a ver qué pasa y, como la gente dice, "el tiempo lo dirá", sino que parte de que es metafísicamente imposible volver a la normalidad para que así sea, lo que se establece como una verdad de hecho que impide, con su formulación, dicha vuelta. 
 
 
 
Esta creencia, falsa como todas en cuanto no demostrada, despierta un nuevo comportamiento, en este caso la necesidad imperiosa y compulsiva de vacunarse, lo que hace que la errónea concepción original de la situación se trueque como por arte de magia en «verdadera». 
 
Una vez que alguien se convence a sí mismo de que las cosas no volverán a ser como antes porque se han impuesto unas medidas (mascarillas, distancia social, confinamiento, toque de queda -ridículamente denominado entre nosotros por el presidente del gobierno “restricción de movilidad nocturna”, restricción del derecho de reunión etc.) que han cambiado nuestros hábitos y costumbres, y que han hecho que nuestras relaciones se modifiquen drásticamente, hasta el punto de no acercarnos a más de dos metros de un conocido o desconocido ni a dejar que se nos acerque ninguno por miedo al contagio, medidas imprescindibles según nos han inculcado y nos han hecho creer para luchar contra un virus al que, según la Organización Mundial de la Salud resulta poco ético exponerse a fin de adquirir inmunidad natural, que ya ni siquiera reconoce que pueda existir-, una vez convencidos de eso, decía, ya nada volverá a ser lo mismo y ya nadie hará nada para evitar esa situación que podría evitarse, ya que podrían, en efecto, derogarse dichas medidas draconianas, y esperar a ver qué pasa. 
 

 Expresión anónima del auténtico sentir popular.
 
¿Qué pasaría? Por lo pronto que se volvería a la normalidad, con lo que se revela la falsedad de la que partía la profecía de autocumplimiento. Pero no se hará, no se volverá a la normalidad, porque las medidas impuestas por autoconvencimiento o por presión policial y legal se consideran justas y necesarias. 
 
Ya podemos darnos por jodidos, como decía vulgarmente el otro, porque sólo nos queda someternos a la vacunación que se presenta como única oportunidad de redención y de vuelta a la normalidad.
 
El papa bendiciendo la Hostia (vacuna redentora), fotomontaje.
 
El ejemplo literario que se me ocurre entre los antiguos de profecía autoejecutante es este epodo atribuido a Arquíloco (fr. 84 D) Ζεὺς ἐν θεοῖσι μάντις ἀψευδέστατος / καὶ τέλος αὐτὸς ἔχει, que así tradujo Agustín García Calvo: “No hay otro dios como Zeus / profeta cierto: él hace la profecía, y él / la hace cumplirse también”. 
 
Zeus sería mejor profeta, según Arquíloco, que cualquiera de los otros dioses griegos, porque sus vaticinios se cumplen en la realidad, ya que el tiene el poder de ejecutarlos. Aunque no se le cite por su nombre propio, Zeus sería mejor futurólogo que el mismo Apolo, que era propiamente el dios de la profecía. ¿Por qué? Porque Zeus, dios todopoderoso, conoce realmente el futuro ya que él es el que ordena que así sea, y nosotros, tristes mortales, obedecemos religiosamente.