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miércoles, 24 de julio de 2024

Pareceres LIV

261.- El espectro de Napoleón. El fantasma de Napoleón derrotado en Waterloo se aparece en sueños simultáneamente a dos jefes de Estado modernos. Tanto sus nombres propios como el de sus estados respectivos son indiferentes, porque los nombres propios poco importan, son, en verdad, mutatis mutandis, el mismo jefe de Estado: los nombres propios no dejan de ser pseudónimos con que se denomina al mismo hombre. El uno le reprocha lo siguiente: -Si yo hubiese tenido tu arsenal de armas de destrucción masiva, jamás habría perdido la batalla de Waterloo. Y el otro, que es el mismo, por su parte, le reprocha: -Si yo hubiese tenido tu aparato de prensa y tus medios de distracción masiva, nadie se habría enterado de la derrota de Waterloo. Lo que le sugieren al fantasma de Napoleón ambos jefes de estado, que son el mismo, como el Jano bifronte de los romanos, y a través de ellos la razón de estado, es decir, la voz del propio Maquiavelo que habla por su boca, es que tuvo dos fracasos: uno el militar y otro el mediático. Y quizá el último sea el más imperdonable, porque la prensa, como cuarto poder que es, puede convertir al primero en un éxito o en una derrota, haciendo lo mismo que los sofistas griegos: haciendo que lo blanco sea negro y que lo negro blanco, lo que debería servir para revelarnos que no hay nada que sea blanco o negro de por sí, y que nada es, por lo tanto, verdad ni mentira, sino que depende del color del cristal con que se mira...
 
262.- La paradoja de la dualidad: El número dos es el número de la pareja, el de los dos bueyes uncidos al mismo yugo, cónyuges por lo tanto, y el número de la duda también. Dudamos entre dos posibilidades. Cuando llegamos a la bifurcación del camino, nos asalta la pregunta: ¿qué camino seguir, el de la izquierda o el de la derecha? Esta duda también se nos presenta cuando nos miramos en el espejo, y descubrimos que no somos uno, sino que somos dos: mi reflejo o espejismo y yo mismo. Y dudamos entonces también sobre quién es más real, y quién es más verdadero, y quién soy yo: el que está de este lado del espejo o el que está del otro. Uno de los descubrimientos más importantes que hacemos en esta vida es que uno no es uno, sino por lo menos dos: uno y su sombra, mi sobra y yo. Y entonces descubro que uno no es ninguno, que yo soy igual que tú y que tú eres igual que yo, que somos como dos gotas de agua, y que dos es uno: es decir que la unidad surge de la dualidad, y que los dos nos hacemos uno, nos unimos, nos unificamos, y nos fundimos con los astros y el universo. 
 
263.- Lo que no se ha perdido. ¿Cómo vamos a encontrar algo que no se nos ha perdido? Es imposible encontrar lo que no se ha perdido. La carta robada de Poe es la más difícil de encontrar porque no ha sido escondida concienzudamente, porque no está oculta, sino a la vista de todo el mundo en casa del ministro, y precisamente por eso no es capaz de encontrarla el prefecto de la policía de París con toda su argucia y pericia escotlandyardesca. Eso mismo sucede con la verdad, no la encontraremos nunca porque no la hemos perdido, la llevamos desde siempre con nosotros, dentro de nuestro corazón. No hace falta morir como prometen las religiones para ascender al cielo, para volver al paraíso. Ya estamos en el cielo, pero la observación del vuelo de los pájaros y de los fenómenos atmosféricos no nos deja ver el cielo, nos lo oculta: el árbol no nos deja ver el bosque. No digas que no sabes si lo verás alguna vez: ahora mismo, fíjate bien en lo que te digo, lo tienes delante de tus narices y no lo ves: abre bien los ojos: míralo. 
 
264.- Viajeros y turistas. Dice la publicidad de una agencia de viajes: "Todo viajero sabe que quien llega primero disfruta más." ¡Mentira! -Digo yo. Lo que sabe cualquier viajero es que las denominadas agencias de viaje organizan los traslados a los aeropuertos y a los hoteles para desplazarte y que no vayas de ese modo a ninguna parte, para que seas un turista y no un viajero que se encuentra con lo desconocido, para que antes de llegar sepas las fotos que vas a sacar, la comida que vas a comer, los sitios que vas a visitar, la gente que vas a conocer, para que, en definitiva, no disfrutes del viaje. Te venden la ilusión, pero te secuestran el viaje: te llevan a hoteles que son iguales en cualquier parte del mundo, ciudades que son las mismas, lugares de interés que no tienen ningún interés porque no son más que puntos turísticos de los que no vas a disfrutar, todo ello en cómodos paquetes de excursiones facultativas. Todo viajero sabe que lo importante no es el destino, sino el camino. Todo viajero sabe que el viaje organizado por las agencias del gremio ha dejado de existir y se ha convertido en la gran plaga del siglo XXI, que es el turismo, ida y vuelta a ninguna parte. Se ha dicho aquí  ya más de una vez: Viajero de verdad no sabe a dónde va. Y si lo sabe es que el viaje no es tal viaje, sino un destino turístico que no merece la pena.
 


 265.- Las cosas como son. “Las cosas son como son”, le dice el padre bien intencionado al hijo más o menos sumiso, más o menos rebelde, para que enterándose de que las cosas son "así", como él dice que son, vaya por el buen camino, no se pierda y descarríe por esos andurriales. Que las cosas son como son naturalmente es mentira, porque esa afirmación tautológica, esa perogrullada, no resiste la acometida irreverente de la pregunta que puede formularle cualquiera pidiéndole una explicación y que puede hacer que la realidad se ponga patas arriba y tambalee: ¿Cómo son las cosas, papá? A lo que el padre, que está bien convencido de que la realidad es todo y lo único que hay -esto es lo que hay, dice a menudo- y que no hay más cera que la que arde, no puede más que guardar silencio o encogerse de hombros, considerando que, en el fondo, lo que es, la realidad, no puede ser, no tiene la potencia o posibilidad de ser porque ya es, por eso es... imposible. 
 
 

lunes, 17 de junio de 2024

Pareceres LI

246.- El horror de llegar. El viaje ha sido devorado por el turismo vacacional organizado y por esa curiosa actualización de la peregrinación de los clerici uagantes que es hoy el programa universitario Erasmus -que los estudiantes denominan jocosamente Orgasmus-, y es una auténtica fragua de homologación. En ese sentido, el turismo es la parodia moderna del viaje romántico. Si el sentido de aquel era el descubrimiento y el encuentro con lo diferente a fin de superar el miedo a lo desconocido,  en el mundo globalizado de hoy lo que uno encuentra en su destino turístico es lo mismo que tiene y que le espera a la vuelta de la esquina, lo que hace que el desplazamiento como tal carezca de ese sentido primigenio de descubrimiento de lo otro. Habría que desafiar antes la homologación cultural de la globalización que padecemos para que el desplazamiento tuviera algún sentido. En un mundo que se ha empequeñecido enormemente, el pensamiento, sin embargo, sigue invitándonos a ir lejos, a deambular por caminos poco trillados que pocos tienen el valor de recorrer. Sin metas, sin destinos. Citando a Machado: “¡Ay del noble peregrino / que se para a meditar / después del largo camino / en el horror de llegar!”. 
 
247.- Papel higiénico. Una vez decretado el Estado de Alarma, el papel higiénico fue lo primero que desapareció de las estanterías de los supermercados: la población tenía pánico a perder el control de sus esfínteres anales y uretrales, y a ensuciarse haciéndoselo encima, como suele decirse. El acaparamiento del papel higiénico es una regresión inconsciente a nuestra más temprana edad, la etapa anal, según diría el doctor de Viena don Segismundo Freud, que aseguró que los seres humanos equiparamos inconscientemente las heces con el oro o el dinero. En "Sobre las transformaciones del instinto como se ejemplifica en el erotismo anal", el padre del psicoanálisis escribió: Dado que sus heces son su primer regalo, el niño transfiere fácilmente su interés de esa sustancia al nuevo que él encuentra como el regalo más valioso en la vida. Pero la sociedad adulta le dice al niño que "eso" que él produce y que a él le interesa porque es producto suyo, es "caca", algo que no se come, que no se toca, que huele mal, algo que es una función fisiológica, natural, pero de la que uno debe avergonzarse: caca, nene. Eso no se hace. Y el niño renuncia a su don, aprende que hay que limpiarse el culo, y no sólo eso, sino que hay que controlar la producción de heces, que defecar no es un acto placentero que se pueda hacer en público, sino privado, y la mierda no es un tesoro que ofrecer, sino algo de lo que hay que avergonzarse. 
 
 
248.-Realidad y realeza del dinero. Hasta que a comienzos del siglo XXI, en 2002 se impuso el euro sustituyendo a la peseta, se oía en castellano la expresión de que algo no valía "ni dos reales" o que no valía "ni cuatro cuartos" para dar a entender que valía muy poco. 'Cuarto' era el nombre de una vieja moneda española, que se acuñó entre los siglos XIV y XV, que equivalía a cuatro maravedíes, siendo ocho cuartos y medio el valor del real, la otra vieja moneda. El nombre de la moneda "real", como el Real Decreto Ley, deriva de la palabra latina regalem, adjetivo formado sobre el sustantivo rex regis que era el nombre del rey. Por eso a una moneda, acuñada con la imagen del rey, se la llamó real. Resulta curioso cómo en castellano se confundieron enseguida regalem ('relativo al rey') y realem ('relativo a la cosa'), de res rei 'cosa', pero no era lo mismo una boda real, en el sentido de no ficticia o no imaginaria, que una boda del rey. Pero la polisemia del adjetivo, que se deshace en el sustantivo abstracto, en un caso 'realeza' y en otro 'realidad', nos sugiere que el dinero -representado en la moneda acuñada con el rostro regio del monarca- es lo que da realidad a las cosas, nombre e identidad, y precio, por lo tanto, idealizándolas.
Imágenes reales: del rey (delante) y de la realidad (detrás)  

249.- Teatrocracia e hipocresía. Los griegos llamaron al actor “hypokrités”; palabra que subsiste curiosamente en nuestra lengua como reproche que se le hace a alguien por su falsía bajo la forma “hipócrita”: el que actúa y no precisamente en un escenario, es decir, el mal actor, que desempeña  su papel en las tablas del poco noble teatro de la vida cotidiana. El divino Platón, por su parte, inventó la palabra “teatrocracia” que podría recobrar vida e importancia en este mundo nuestro contemporáneo que fue descrito como “sociedad del espectáculo” (Guy Débord). La teatrocracia correspondería a este estado de degeneración de la democracia, esa superstición tan difundida, ese abuso de la estadística. como dictaminó Borges, en el que gobernaría la mayoría, que nunca totalidad, del público. Es el gobierno de las masas, de la chusma, dicho con todo el poder despectivo de esta última palabra. No el gobierno del pueblo, porque el pueblo, la gente, no es una masa de individuos y cada individuo un voto, como pretenden los políticos que sea para que sea sólo eso y nada más que eso, sino algo vivo y palpitante, que está, a poco que se le deje hablar y se le preste oídos a lo que dice, diciendo siempre que no a todas las imposiciones que sobre él se fundamentan, y, en concreto, a la tragicomedia de la realidad. 
 
 
250- Reírse de Dios (y de todo dios). El obispo de Roma ha dicho en un encuentro celebrado en el Vaticano con más de un centenar de humoristas y comediantes de todo el planeta que le gusta rezar cada día y lo hace con la oración de Santo Tomás Moro: “Dame, Señor, sentido del humor”. Les dice a los cómicos que cuando hacen que alguien sonría, hacen también sonreír a Dios. Resulta sin embargo un poco difícil entender cómo puede alguien hacer sonreír a Dios, ese señor tan serio. Y reparte, como si fueran hostias consagradas, los siguientes tópicos sobre lo buena que es la risa del humor, que nunca es contra alguien, sino que siempre es inclusiva, proactiva, que despierta apertura mental, simpatía, empatía. ¿Podemos “reírnos también de Dios”? Por supuesto, afirma, y esto no es una blasfemia, podemos reírnos, mientras jugamos y bromeamos con las personas que amamos. Se puede hacer, pero sin ofender los sentimientos religiosos de nadie. ¿Cómo reírse de Dios sin ofender los sentimientos religiosos? Se pueden denunciar los abusos de poder... con una sonrisa. Podemos, pues, reírnos de Dios y de todo dios, incluido el vicario de Cristo, al que tanto le preocupa la inteligencia artificial que deforma sus imágenes.
 
 

jueves, 31 de agosto de 2023

¡Volved por donde habéis venido!

Ningún viajero: Hay muchos turistas, término que viene del francés “tour”, sí, como el “tour” de Francia, y que significa “vuelta”: porque el turista es el que hace el trayecto de ida y vuelta, dando a veces más vueltas que un tonto hasta descubrir un buen día en el mejor de los casos que no va a ninguna parte, que gira sobre su propio eje como una peonza. Muchos turistas hay pero ningún viajero, porque el viajero de verdad no sabe a dónde va, mientras que el turista conoce muy bien el destino que le han vendido en su agencia de viajes en forma de paquete turístico. 
 
 
Turistas por doquier, haciéndose autorretratos sonrientes a las puertas de Auschwitz para demostrar a los demás y a sí mismos que ellos también estuvieron en un campo de concentración o, mejor dicho, de exterminio. Las retículas sociales contribuyen a la tendencia ya estereotipada de los turistas de tratar el destino que visitan no como un lugar respetable y vivo, sino, en el mejor de los casos, como un decorado o un telón de fondo para las fotos que ilustran su turística biografía, que no vida, en Instagram y otras plataformas.
 
Hordas bárbaras: Por si fuera poco, hasta los expertos -peritos en lunas, que diría el poeta Miguel Hernández- insisten en que las hordas turísticas que viajan en aviones de vuelos baratos y cruceros por el Mediterráneo también contribuyen a desatar la ola de calor africano que sufre el sur de Europa este año y el recalentamiento global del planeta, especialmente los países 'cerdos' PIGS (Portugal, Itala, Grecia y Spaña), cuyos movimientos provocan, dicen, “cerca del 5% de las emisiones globales, con una tendencia creciente”. 
 
Turismo excesivo: Pero el exceso turístico no es un problema nuevo. Ya lo era antes de la pandemia. Ahora en la pospandemia ha vuelto por sus fueros, y en todas las partes del mundo los lugareños se quejan de los excesos turísticos, hasta el punto de que hay quien echa de menos los confinamientos anticonstitucionales para librarse de ellos. 
 
 
 
Añoranza pandémica: Algunas ciudades europeas como Ámsterdam comienzan a protestar, añorando "la experiencia relativamente corta de paz y tranquilidad" durante los confinamientos pandémicos. El problema es que cuando los turistas desaparecieron como por arte de magia, ciudades como esa de Ámsterdam, o Florencia o Venecia o Barcelona, descubrieron alarmantemente que mermaban sus ingresos económicos y les quedaban pocas alternativas, ya que vivían de la lacra del turismo.
 
Turismo perturbador: Un turista ha grabado el nombre de su novia en un muro del Coliseo para que perdure como aquel anfiteatro dos mil años por lo menos, lo que no durará su amor que, por muy eterno que sea, no pasará de un par de meses, que es lo que suele durar el amor en verano. 
 
Fuera turistas, bienvenidos inmigrantes: A veces, la retórica europea contra el turismo se hace eco de la xenofobia contra la inmigración. Una frase común es: "Estamos siendo invadidos por invasores extranjeros maleducados que se niegan a adaptarse y que no respetan nuestras costumbres": turista, tú eres terrorista. Pero los lugareños no son mejores. 
 

 
Turismo de 'calidad': Muchos destinos ahora planean enfocarse en lo que llaman "turismos de qualité" y esto no es más que un eufemismo para personas con alto poder adquisitivo que gastan mucho dinero y dejan sus divisas.
 
No hay evasión: Desengañémonos, no existe la evasión: lo que hay, y mucha, es invasión. Los problemas van con nosotros, en la mochila, el equipaje de mano o de cabina o en la maleta facturada: viajan con nosotros. Las preocupaciones son como nuestra sombra, por mucho que queramos librarnos de ella, siempre que nos pongamos a tostarnos al sol que más calienta, allí estará, a nuestros pies, constante, como siempre, fiel compañera, nuestra propia sombra… Ya lo dijo Horacio con una economía lingüística insuperable, y además en verso: post equitem sedet atra cura: va en el jinete la negra murria; exactamente galopa a la grupa del caballero, bien aferrada a él, la sombría preocupación: su angustia. 
 
 
 

Bendito aburrimiento. - Dice el anuncio de una agencia de viajes o mejor dicho, de destinos turísticos, dado que ya no hay viajes: “Quedarse en casa no es divertido. Escápate”. Y yo me pregunto: ¿Quién nos manda divertirnos? ¿Por qué tenemos que divertirnos? ¿Qué hay de malo no ya en aburrirse sino en no divertirse? ¿Acaso el que vaya a escaparse va a evadirse de sí mismo y de sus problemas? ¿No se escapará sólo de su casa? Está claro que la aludida agencia mercantil quiere que nos escapemos so pretexto de divertirnos porque, si nos quedamos en casa, ella no hace negocio a costa de nuestro aburrimiento, bendito sea. Bergamín nos ha regalado este precioso aforismo: "El aburrimiento de la ostra produce perlas".

Agosto se va de vacaciones. Pero en este país en el mes de agosto no está en su sitio ni Dios: todo el mundo se va de veraneo al mar, a la montaña, al pueblo, a donde sea huyendo de sus responsabilidades. Pero no es una huida irresponsable, qué más quisiéramos, sino todo lo contrario: es una huida programada y favorecida desde arriba por el Estado y/o el Capital -tanto monta- para someternos, como siempre, a los que andamos por aquí abajo y a veces nos dejamos engañar con el espejismo vacacional, ese perverso invento del gobierno, al igual que con el espejismo del fin de semana, mero pretexto para que la semana, que no se acaba nunca de verdad porque nunca deja de girar y no tiene fin -la expresión fin de semana, finde o week-end es un engaño-, vuelva a empezar otra vez.

domingo, 17 de julio de 2022

¿Por qué corres, Ulises?*

    Las ocho de la mañana de un día cualquiera en la estación de Abando, Bilbao. El tiempo apremia. Ni un minuto más ni un minuto menos para empezar la jornada laboral con la rutinaria mansedumbre cotidiana de unas vidas que, subordinadas al imperativo laboral, se rigen por las manecillas del reloj. Todos bailan al ritmo del tictac que marca el tirano, que es el instrumento indispensable de la dominación tecnodemocrática del siglo XXI que padecemos: todos al compás del Capital y su corazón mecánico que determina los tiempos de ocio y trabajo asalariado, la nueva forma de esclavitud imperante aquí y ahora que convierte nuestra vida en tiempo esencialmente futuro y ahora mismo inexistente, es decir, en alienación remunerada.


 

    Suenan los móviles. Los portátiles se agolpan en la zona güifi de la estación. Allí se matan los tiempos de espera chateando en cualquier página güeb o guasapeándose con lejanas amistades -contactos sin tacto- del otro lado del mundo. A nadie se le ocurre entablar conversación con los vecinos usuarios de las nuevas tecnologías que tiene al lado. Bienvenidos al mundo de la telecomunicación virtual que tanto nos venden y que sirve, ya se ve, para lo contrario de lo que predican: para incomunicarnos: smartphones de última generación supuestamente inteligentes que tienen la virtud de entontecer a sus propietarios, ordenadores portátiles y tabletas que llevan a todas partes al usuario que está siempre a su disposición, vuelos de avión cada vez más económicos, coches con GPS para no perderte en el espacio y no malgastar tu tan valioso tiempo, que es dinero, y trenes de alta velocidad (TAV, rebautizados entre nosotros como AVE) con los que la distancia dejará de ser un obstáculo para los inversores del futuro, que truecan el día de hoy por el incierto de mañana.

 

    Todo ello responde a la filosofía, por llamarla así, fast-life, inspirada en el fast-food o comida rápida, que lo invade todo: hay que vivir deprisa, ir corriendo a todas partes, comer deprisa, defecar deprisa, viajar deprisa, vivir deprisa, y hasta follar deprisa, que por eso se dice echar un quiqui, o sea, un polvo rápido, castellanización del término anglosajón quicky/quickie, y todo a toda velocidad y mal.

    Frente a este modus vivendi frenético que genera ansiedad, depresión y estrés, vamos a sugerir aquí lo contrario: la filosofía slow-life, por así decir, caracterizada por el slow-food de la comida lenta, el vivir despacio, el ir parsimoniosamente por la vida, pausadamente, a todos los sitios... Ya lo dicen los italianos: Chi va piano va sano e lontano: el que va despacio va sano y lejos.

    Nos inspiramos en el paradójico oximoro latino festina lente que une a la expresión “date prisa, apresúrate” (festina), exigencia de la vida moderna, el adverbio “lentamente” (lente), y que según Suetonio utilizaba el emperador Augusto en su forma griega a la hora de ordenar hacer algo: σπεῦδε βραδέως (speude bradéos). 

 
    En ese sentido, vamos a hacerle a nuestro sedicente gobierno progresista una petición que no atenderá, una reivindicación que no va a considerar, porque atenta contra el progreso que él predica y nos arrolla y, que, como las ciencias, adelanta que es una barbaridad. Pero allá va: Sería interesante, señores del gobierno democrático de la nación, que nos pusieran en vez de TAV o Trenes de Alta Velocidad como nos imponen ahora, TBV, Trenes de Baja Velocidad, que fueran muy despacito, que tardaran en llegar a su destino, que se fueran demorando en todas las estaciones olvidadas, como hacían antes cuando se oía la voz de "¡pasajeros al tren!" y sonaba el silbato del jefe de estación, que nos permitieran asomarnos a las ventanillas y regodearnos disfrutando del paisaje y del aire en la cara y no del acondicionado y enlatado, no poco perjudicial para la salud que nos enchufan ahora, trenes en los que el destino no se comiera el viaje, porque sabemos desde la Odisea de Homero y la reinterpretación que hace Cavafis en su memorable poema Ítaca,  que lo importante no es llegar al destino, a Ítaca, o sea, a la meta cuanto antes, sino el viaje en sí. 

    Es una lata que ahora no se pueda abrir la ventanilla de un vagón, por ejemplo, y no te dejen asomarte. Lástima. No digamos ya que te obliguen a llevar el bozal en la boca, como obligan todavía en el reino de las Españas a los usuarios de los trasportes públicos (RENFE, la Red Nacional de Ferrocarriles de España, te recuerda lo que debes hacer "para protegerte y proteger a los demás": utiliza mascarilla siempre que viajes, aunque podrías quitártela -y perjudicarte a ti y a los demás- en el vagón cafetería para tomarte un sangüis y un refresco, o un café y un delicioso cruasán con parsimonia).    Además no te da tiempo a degustar el paisaje de lo rápido que va el tren: te ponen, en cambio, una pantalla y si te descuidas te echan una película para que no veas lo que te rodea y sí, en su lugar, lo que te ponen.


 Sandringham at home, M. Root (2016)
 
    Me encanta el tren, el viaje pausado que se recrea en los paisajes y en las paradas en las estaciones donde deja y recoge pasajeros que suben y bajan, gente que se puede tratar y con la que se puede charlar, entablando una conversación que puede durar un segundo o lo que dure el viaje o que puede continuarse una vez en destino tomando un café en la cantina... El tren ya no para en ninguna estación. Muchas han sido clausuradas a cal y canto por su baja rentabilidad, al igual que muchos ferrocarriles. Han quitado revisores y han puesto máquinas y cámaras de vigilancia centralizadas. Nadie charla con nadie. Todos van a lo mismo y cada cual a lo suyo, que es lo mismo de todos. Unos llevan auriculares para oír sólo lo que quieren oír y otros llevan ya no libros o periódicos, cada vez más raros de ver, sino tabletas o sofisticados e-books para leer lo que quieren leer. Todos van progresivamente acelerados, con muchísimas prisas. Llegas a tu destino sin enterarte del viaje, lo que te has perdido por el camino. Lástima. 


    Volvamos a la estación de Abando, Bilbao. Una docena de personas se manifiesta caminando despacio contra la rapidez vertiginosa que allí se respira. El contraste con la aceleración imperante es muy grande, tanto que algunas personas frenan sorprendidas, o se enfadan porque tienen prisa. Los manifestantes reparten octavillas en las que se puede leer un simpático panfleto titulado: RECUPEREMOS LA LENTITUD EN UN MUNDO QUE VA CADA VEZ MÁS RÁPIDO... A NINGUNA PARTE, que nadie va a detenerse a leer. Y llevan en pecho y espalda unos rótulos con leyendas como "Que no te empujen", "Frena" ó "¿Por qué corres?”,  despertando algunas suspicacias y simpatías de complicidad, en el fondo no pocas, de la gente del pueblo. 

    Finalmente aparece la policía autonómica vasca -la policía, da igual su denominación de origen, es la misma en todas partes- que, tras identificar a los manifestantes, los invita a disolverse porque al parecer es un delito ir despacio por la vida, sin prisa, sin atropellar ni avasallar a nadie, entorpeciendo el apresurado ritmo de los que creen saber a dónde van y creen que van efectivamente a alguna parte. 

    A lo mejor alguno de los poquísimos que hayan leído esto hasta aquí se queda pensando que aquella docena de chalados que abogaban, como hago yo aquí inútilmente ahora,  por la lentitud,  expulsados por las fuerzas de orden público,  tal vez tratan de decirnos algo a todos con su ejemplo y sus palabras, en lo que tienen no poca sino por el contrario muchísima razón.

(*) El título de esta entrada está tomado de una comedia de Antonio Gala estrenada en 1974.